El amor como segunda oportunidad
Mariana Arango
Valentina Velásquez
Camila Marín
Juana María Valencia
María Isabel Flórez
En una finca, una pequeña estableció un vínculo inquebrantable con los animales basado en la empatía y en el amor. A pesar de que su familia no compartía dicho vínculo, sino que se limitaban a cuidar de ellos, el cariño que la niña le brindaba a los caballos, vacas, cerdos o a cualquier animal de la finca, se asemeja a un amor a primera vista. La pequeña nunca supo qué era jugar en el celular o ver televisión; sus mejores amigos eran cuadrúpedos que resoplaban y galopaban. Se pasaba las tardes acostada en el pasto, luego de hacer sus deberes, junto a sus cómplices y, aunque era muy niña, tenía dos cosas muy claras: amaba profundamente a los animales y quería ser “doctora del cerebro”.
Andrea Castrillón es ahora una mujer sensible y dedicada que contagia alegría, aún por medio de una pantalla. Es médica y se está especializando en psiquiatría, cumpliéndole a esa niña amante de los animales el sueño de ser “doctora del cerebro”. Gracias a la medicina, conoció a Andrés, el amor de su vida, y juntos construyeron un hogar que pronto se convirtió en un refugio para todo animal que lo necesitara; sin importar su tamaño ni que tuviesen necesidades especiales, que estuviesen ciegos o enfermos, para darles una segunda oportunidad de vivir rodeados de mucho amor.
Lo que comenzó siendo un matrimonio con tres hijos perrunos, hoy en día es una manada multi especie que acoge perros, gatos, conejos, cerdos, gallinas; una vaca, Clementina; un caballo, Fósforo; y un ovejo, Horacio. Viven muy felices en una finca en El Retiro. Comenzaron como un hogar de paso, pero los animales ocuparon un lugar tan grande en sus corazones, que entendieron que su vocación de cuidado trasciende al cuidado de todos los seres vivos, así comenzó Second Chances.
“Nunca verbalizamos ‘ya estamos listos para cumplir lo que queremos’, simplemente esto es como una mafia, uno entra y ya no se puede salir, fue una bola de nieve que se nos creció, nos poníamos un límite de 6 perros y resultábamos con 7, luego un máximo de 8 y terminábamos con 10. Hoy, tenemos 18 y contando”, dice Andrea.
Háblenos de su infancia en el campo, ¿cómo fue crecer en una finca?
Mi papá siempre ha sido amante del campo y cuando yo tenía unos seis o siete años nos fuimos a vivir a una finca y había muchos animales: cerdos, caballos, perros, vacas… Mi papá me enseñó a organizar pesebreras, a arreglar los cerdos y a ordeñar las vacas; aunque en ese momento no tenía la conciencia que tengo ahora y mi papá tenía una planta de producción de cerdos que surtía a Porcicarnes. Ahí empezó ese amor por el campo, querer retornar siempre. Creo que la vida en el campo, y más una niñez en el campo, es muy especial, porque nunca supe qué era coger un celular o ver televisión, yo vivía entretenida con mis tareas y salía a estar con los animales. Era una vida muchísimo más tranquila.
¿Cómo era su relación con los animales en ese momento y qué cambiaría de eso ahora?
Es complejo. Mi papá es súper cabalgatero y yo antes lo acompañaba y siempre estuve presente en los quehaceres de los animales, en especial, con los cerdos; pensaba que era algo rutinario. Ahora, no lo haría y, de hecho, mi papá terminó ese negocio de Porcicarnes por dos razones: estaba cansado de pelear conmigo e igual esto no le generaba ingresos. Es una pequeña victoria que mi papá aún no acepta, pero creo que chiquita habría sido mucho más intensa para acabar con esa parte de la explotación animal en mi casa.
Teniendo en cuenta el amor que le tiene a los animales, ¿por qué no estudió veterinaria?
Porque no hubiera podido con el sufrimiento de ellos día a día. Soy una persona muy sensible y mis profesores siempre me molestan porque “tengo que coger callo”; a mí las personas me duelen también, claro, no solo los animales. Pero con los animales es una cosa muy distinta. porque los seres humanos tenemos el plan obligatorio de salud que al menos nos da las cosas mínimas o una hospitalización, en cambio los animales están a la merced de lo que los humanos, sus “dueños”, porque uno no es dueño de la vida de nadie, quieran hacer con ellos. He tenido muchos amigos veterinarios que me dicen “la propietaria del paciente no le quiere hacer el tratamiento, entonces se va a morir”. Si siendo médica estoy llena de animales, ¿ahora siendo veterinaria cuántos tendría? Creo que ni cabría dentro de mi casa.
¿Cómo fue para usted el cambio de vivir en el campo a vivir en la ciudad?
Yo volví a la ciudad cuando estaba cursando el grado séptimo en el colegio; mi mamá vive en El Poblado, en una casa muy cerca de la universidad en la que estudié (Universidad CES). En realidad, fue muy duro para mí, pero vivir en el campo no fue una opción durante esos años, pues estudiando medicina las jornadas eran muy extensas y, en realidad, vivía muy cansada. No valía la pena, porque debía levantarme muy temprano y salía muy tarde de estudiar, prefería vivir cerca. No veía la hora de graduarme para regresar al campo, la ciudad siempre me ha puesto intranquila. El afán del día a día, el tráfico y la calidad del aire terminan agobiándome. Necesito oxigenarme en el campo.
¿Cómo conoció a Andrés? Cuéntenos cómo inició esa historia de amor
Él fue mi profesor de cirugía en el CES, lo conocí tiempo después de haber terminado con un novio que tuve durante cinco años. Andrés tenía fama de mala clase, porque es un hombre muy serio. Al principio, cuando comenzamos a salir, yo decía que no me veía estando con él, pero a mí me gustaba mucho. En décimo semestre me fui de intercambio para New Orleans y él fue hasta donde estaba a decirme que fuéramos novios y que formalizáramos la relación. Toda nuestra relación ha sido súper rápida, nosotros llegamos de Estados Unidos juntos, yo venía a hacer el año de internado para graduarme y en esa época me fui a vivir con él, luego nos casamos.
Ahora háblenos de Second Chances, ¿cómo empezó esta iniciativa?
Lo paradójico de nosotros es que a Andrés le gustaban muchos los perros y los gatos, a mí casi no. Yo había crecido con especies grandes, con ganado, cerdos y caballos, a mí me gustaban esas especies; de hecho, mi animal favorito antes de Clementina, eran los caballos. A Andrés no le gustaban esos animales grandes, le daban miedo, él quería tener una casa con muchos perros y yo no. Cuando nos fuimos a vivir juntos, yo tenía a Pancho, mi perrito, y él, a su perrita Ramona, pero queríamos adoptar un animal entre los dos. Gracias a Mafe, mi mejor amiga de la infancia, que es la dueña de la fundación Danino, empecé a ser hogar de paso para animales en adopción; mi esposo y yo nos empezamos a dar cuenta de todo lo que hay detrás de este mundo de la explotación de los animales domésticos, por lo que decidimos que, si queríamos vivir con muchos perros, nuestra opción iba a ser rescatar, porque no queríamos volver a comprar nunca más un animal.
¿Cuál fue el primer animal que adoptaron juntos?
El proceso con Débora, la primera perrita que decidimos tener juntos, fue muy duro. Ella venía con muchos traumas y tuvimos que empezar a aprender a manejar esa parte; fue por esta razón que un día, en medio de una conversación con Andrés, decidimos que, si bien íbamos a rescatar animales, queríamos rescatar específicamente animales con necesidades especiales y dificultades; teníamos el espacio y los recursos para hacerlo. El perro negro, cojo y con problemas de conducta, ese era nuestro objetivo: animales que no todos están dispuestos a tener. Así comenzó este sueño.
¿En qué momento decidieron irse de nuevo a vivir al campo?
Andrés ya vivía en El Retiro cuando éramos novios, pero vivía en una casa con muy poco terreno. Un día, un amigo que trabaja en propiedad raíz nos invitó a ver una casa que incluso ya estaba vendida, solo para que nos diéramos una idea de lo que queríamos, llegamos allá y vimos que era el hogar perfecto para nosotros. A los ocho días, nuestro amigo llamó a Andrés a contarle que el negocio de la venta de la casa se había caído; Andrés no me dijo nada, volvió a ver la casa solo e hizo todos los trámites, cuando tenía todo el papeleo listo, me dijo que nos íbamos a pasar a nuestra nueva casa, y así me propuso matrimonio. Este fue el inicio de nuestro plan de envejecer juntos en una finca.
Y después del matrimonio vino el primer animal rescatado…
Nos casamos en la casa, porque no teníamos plata para nada más y dos meses después tuvimos nuestro primer rescate oficial: Nina, una labradora enrazada con pitbull, con problemas de conducta; la recibimos como un “hogar de paso” y ya lleva cinco años con nosotros.
Háblenos de lo que piensan sus padres frente a su postura de no explotación animal
Al principio fue una situación de mucho rechazo tanto de mi mamá como de mi papá. Mi mamá me decía “vos te enloqueciste, yo sabía que cuando te fueras de la casa te ibas a convertir en una loca, andando por ahí descalza con un montón de animales”. Los papás de Andrés eran iguales. Con mi mamá fue un proceso duro, porque no le gustaban mucho los animales, sin embargo, entendió que esta era mi misión de vida y empezó a cambiar de actitud y a aceptar las cosas. De hecho, ahora me hace comida vegana deliciosa; por ejemplo, hoy me dejó una empanada vegana para que desayunara y con los animales ya es mucho más comprensiva, inclusive fue ella junto con mis hermanos quienes me trajeron a Clementina. Mi papá es un poco más serio, para él, que creció en el campo, los animales siempre han tenido que tener un propósito y aunque le gustan mucho y le gusta mantenerlos bien, al principio me decía que me había enloquecido, que los animales gastaban mucha plata, esa parte económica lo angustiaba mucho, porque cuando yo ejercía como médica general todo mi sueldo era para rescatar, para nada más. Ahora se limita a decir: “Ay, tan linda tu vaca” y ya. Hoy en día me entiende mucho más, me dice que mientras yo sea feliz, él es feliz.
¿Qué piensa usted sobre el veganismo?
No asumo posturas absolutistas, pero tampoco consumo ningún producto que implique explotación de ninguna clase, por ejemplo, no compro en tiendas como Zara, Pull & Bear y Bershka, porque esto viene de plantas en las que explotan niños de bajos recursos. Uno se tiene que cuestionar las cosas que patrocina, si yo no patrocino crueldad animal, pues muchísimo menos voy a querer que exploten a las personas. El veganismo para mí es empatía y es amor por todas las especies, sin importar si es animal o humano. Por eso busco disminuir al máximo esta participación en la explotación. No quiere decir que si a mí me dan un regalo de Zara, voy a decir: “No me voy a poner esto, porque estoy explotando”. Pero en mi vida, en mis selecciones, en mi mercado, en las cosas que compro, en las cosas que patrocino, sí siempre trato de que no sea perpetuando el sufrimiento de ningún ser.
¿Qué opina de la propuesta del día sin carne?
Opino que el día sin carne motiva un poco a que la gente busque, a que la gente se informe acerca de lo que estamos haciendo y sus repercusiones, porque hay que cuidar el planeta, es el único que tenemos. Los veganos más radicales dicen que disminuir el consumo no sirve, que no tiene ningún impacto, que se siguen matando los animales y todo eso es cierto, sí, se siguen matando igual muchísimos animales, pero para mí disminuir el consumo sí sirve, porque pienso que es un llamado de conciencia.
¿Por qué dejó de consumir carne?
La ganadería extensiva es la principal causa, muchísimo más que el petróleo o que el aceite de palma, en la contaminación y en todo el daño que le estamos haciendo al planeta. Yo no dejé de consumir animales por el planeta ni por ambientalista, sino por mi conexión con los animales, pero a eso le fui sumando más razones. El 60 % de la población del mundo es ganado, el ganado es muchísimo más que nosotros en número. La mayoría de los bosques, de nuestros bosques, se talan para cultivar soya para alimentar al ganado que después nos vamos a comer, y estamos hablando de una cantidad absurda de comida que podría alimentar, incluso, a un país entero. Y tenemos regiones como la Guajira, en donde la gente se muere de hambre.
¿Cómo relacionaría usted su especialización en psiquiatría con los animales?
La terapia asistida con animales está cogiendo muchísima fuerza. Yo entré a estudiar psiquiatría por una conexión muy bonita que tuve con un paciente; era médica general en una fundación de niños discapacitados del ICBF. Por esa época me había encontrado a Leia: una pitbull que es ahora alfa de mi manada; la empecé a llevar a la fundación, porque me daba pánico dejarla en la finca, era muy loca; esta decisión permitió que la perrita creara un vínculo muy especial con un paciente de 11 años, que tenía una condición que conocemos como trastorno opresor desafiante y de alguna manera esto ayudó con su tratamiento. Hace poco estuve en un congreso de Neurociencia en el que expusieron el impacto que tiene la terapia asistida con animales: disminuye niveles de ansiedad y depresión, puede ayudar mucho a estos niños con problemas de la conducta; es algo que yo quisiera explorar.
¿Cómo ha influido el amor por sus animales en su estilo de vida?
Yo creo que los animales llegan para cambiarte; siempre he sido una persona muy tranquila y estudiosa, ahora soy una persona que toda la semana tiene una rutina bastante difícil. Manejo una carga emocional y estrés alto, los fines de semana solo quiero estar con ellos, puedo tener el peor de los días, pero llego a la casa, me abrazan y me saludan como si no me hubieran visto hace 500 años y eso me drena el estrés. Ellos son mi terapia. Yo diría que realmente he sido rescatada 38 veces.
Cuéntenos cómo es su día normal en la finca…
En los fines de semana es más importante aún el trabajo en equipo, porque no tenemos ayuda de nadie, solo somos nosotros dos. Nos levantamos y ya tenemos muy definidos nuestros roles: yo me levanto, organizo y peso la comida de los cerdos. Andrés va y alimenta a las gallinas y cuando vuelve le entrego la comida de los conejos y de Habichuelo, un gato que vive afuera de la casa, luego se queda con Sofía, la cerdita más grande, que come afuera, porque le quita la comida a los demás, y yo le doy la comida a los otros. Después Andrés les sirve el concentrado a los perros y yo caliento el Barf, porque hay dos de ellos que tienen insuficiencia pancrática y, por ende, tienen una dieta especial. Clemen come arriba con los perros. Luego, mi esposo baja, le da la comida a Fósforo y a Horacio. Por último, me baño, él hace el desayuno y nos ponemos a estudiar. Ya tenemos esa rutina establecida y nos ayudamos mutuamente.
¿Qué es para usted Second Chances?
Second Chances es algo muy inesperado, nuestra página ha crecido por accidente, yo nunca pagué por publicidad. En Second Chances está lo que soy: mi pasión por rescatar, educar, tratar de poner un granito de arena y de cambiar la visión de las personas. Inicialmente la página tenía el objetivo de mostrar perros y gatos rescatados viviendo felices, haciendo cosas charras, mientras nosotros les tomamos fotos. Ellos son la cosa más divina del mundo. Con la llegada de Clementina cambia completamente mi visión y como Second me representa tanto, cambia a su vez el mensaje que quiero transmitir.
Es evidente que tiene un vínculo muy fuerte con Clementina, pero cuéntenos, ¿qué otro animal tuvo un impacto significativo en su vida?
Cuando yo era pequeña tuve un caballo que se llamaba Huracán, era mi mejor amigo. Él me acompañaba mientras hacía tareas y yo le daba dulces y galletas. Yo vivía enamorada de él, teníamos una conexión muy bonita hasta que tuvo una fractura en su pata izquierda y mi papá lo sacrificó.
¿Qué significó esa muerte?
Aquí, cuando un caballo se muere, se acostumbra a venderlo para hacer embutidos y eso fue exactamente lo que hizo mi papá. Y me dolió en el alma (se le corta la voz). Creo que eso me encaminó a lo que soy ahora. Yo le dije a mi papá que nunca más en mi vida iba a volver a montar, ni a tener un vínculo con un caballo, esto lo conmovió mucho. Luego, nació un potro en la finca y mi papá me pidió que le pusiera un nombre, yo le decía que no quería saber nada más de caballos, pero el me insistió mucho, así que como nació el día del idioma, le puse Idioma. Al principio yo no le prestaba mucha atención, pero empecé a crear un vínculo nuevamente con él y fuimos creciendo juntos.
Y entonces llegó Clementina…
Tenía solo cuatro días de nacida y era solo orejas y ojos. Yo no tenía ni idea de cómo cuidar un bovino huérfano. Clementina no tuvo la oportunidad de tomar calostro los primeros días y eso es fundamental para su desarrollo. La cuidaba del frío, le ponía sacos y chalecos. Se me acurruca, me deja jugar con ella, me abraza, juega con los perros… Le encanta la atención. El vínculo con ella es muy diferente a cualquier otro que haya tenido en mi vida.
¿Cómo considera que su vocación como médica se complementa con la educación que les brinda a sus animales?
El hecho de ser médicos nos permite manejar de una manera un poco más tranquila a los animales y hemos ido aprendiendo de fármacos e incluso hemos esterilizado conejitos y gatos. Eso nos ahorra costo significativo y nos da la independencia para no tener que consultar siempre al veterinario. Si nosotros fuéramos al veterinario por cada inconveniente, estaríamos arruinados económicamente, uno tiene que aprender a lidiarlo, pero ser médico da mucha facilidad. Por ejemplo, hace poquito Snow tuvo un absceso súper grande en la parte de los testículos y en la casa esterilizamos todo y Andrés lo drenó; no tuvimos que ir al veterinario, porque si hubiésemos ido sería algo que hubiese salido en unos 3 millones de pesos.
¿Cómo hace para manejar su tiempo, cuidar de los animales y estudiar a la vez?
Todavía no sé cómo hago. La verdad aquí es cuando el trabajo en equipo cobra muchísima importancia, cuando yo era médica general, tenía un horario relativamente chévere. Yo me encargaba de la mayoría de las cosas de los animales económica y personalmente, ya cuando tomé la decisión de especializarme fue una decisión conjunta; él me apoyó y dijo que se encargaría de los animales y de todos los demás gastos. Sin embargo, hacerlo es más difícil que decirlo, porque nosotros siempre habíamos tenido ayuda de medio tiempo con los animales, pero cuando comencé a estudiar tuvimos que contratar una ayuda de tiempo completo para que ellos no estuviesen solos. Andrés, para asumir los costos de los animales, tuvo que aumentar sus horas laborales y, ahora, ambos estamos trabajando de sol a sol: salimos de la casa tipo 5 a.m. y volvemos a las 8 p.m.
Imágenes:
Créditos: Cortesía Andrea Castrillón / instagram @SecondChances