Un día triste, gris y con olor a muerte, mi padre se encontraba estudiando en su oficina luego de una consulta médica en la mañana. Estaba lloviendo extremadamente duro. Eran alrededor de las doce del mediodía cuando entró un hombre al hospital:
–¡Doctor, rápido que se muere, rápido! –dijo el “paisano” mojado por la lluvia.
–¿Qué pasó? –le preguntó mi padre con calma.
–La mujer de uno de los promotores de salud tiene 7 meses de embarazo y está vomitando sangre.
–Es mejor traer a la paciente al hospital. Aquí contamos con más recursos para hacer lo que sea necesario.
–El problema es que la señora está en una vereda que se llama El Kilómetro 8.
Luego de una hora de camino lograron llegar. Ella, de 18 años, estaba en una hamaca rodeada por toda la familia rezando. Su pequeña hija de dos años le tomaba la mano.
Era necesario trasladarla al hospital para hacer una cesárea porque el bebé seguía vivo. Decidieron colgar la hamaca en un palo y llevarla entre dos hombres, con un tercero que relevaba al que estuviera cansado.
Los hombres se llenaron la boca con mambe para emprender el camino que duró tres horas. El mambe es un polvillo que se hace triturando y cerniendo hojas de coca tostadas mezcladas con la ceniza de hojas de yarumo. Los indígenas de casi todas las regiones de Colombia lo consumen por un tema religioso. Según ellos, es una manera de comunicarse con sus ancestros. Sin embargo, también sirve para evitar el sueño y el hambre.
El cruce de los puentes era muy complejo. Estos eran de un solo tronco resbaladizo y lamoso. Algunos estaban completamente cubiertos por agua del torrencial aguacero que estaba cayendo. Los pies del médico se empezaron a ampollar en diferentes partes. La carne ardía cada vez más.
Quince minutos antes de llegar, mi padre se adelantó para alertar al personal y tener todo listo para una intervención quirúrgica urgente. Corrió como nunca en la vida lo había hecho. Todavía no entiende de dónde sacó la fuerza porque sus piernas ya no respondían. Cuando la paciente llegó, mi papá vio en su rostro una mirada fría e insostenible al dejar este mundo.
Realizó una cesárea urgente en la mitad de la entrada del hospital. Él bebé no respondía. Todos permanecieron quietos y en silencio con la mirada perdida en el infinito. Luego de cerrar a la paciente, lavaron su cara y su abdomen, y la colocaron en una cama con su pequeño feto en los brazos. Tenía una apariencia tranquila.
Al día siguiente, mi padre fue al entierro. Se sentía mal. Muy mal. El cacique de la comunidad le ofreció su coca en sentido de amistad y agradecimiento. Al final, la familia lo ayudó a entender sus limitaciones y a comprender que lo que sucedió no fue culpa suya. Se dio cuenta de lo insignificantes que somos. Nacemos, y cuando morimos el mundo sigue igual, como si no hubiera pasado nada.