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“No voy a callar, aunque esto me cueste la vida”

Por Isabella Ruiz Alarcón

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Álvaro González Serna lleva 27 años luchando por el amor de su vida: su hija secuestrada y desaparecida cuando apenas tenía seis años. Paramilitares le robaron a ella que era su razón de ser y le asesinaron otros seres queridos. Este es el testimonio de un hombre que no calla, un hombre que luchará hasta el final por su hija perdida.

Yo no puedo callar tanta infamia, tanta vulneración de derechos humanos contra mi hija Vanessa, contra mí, contra mi familia. Yo no me puedo quedar callado, aunque eso me cueste la vida.

Yo de toda esta búsqueda quiero encontrar a mi niña, decirle que aquí tiene a un padre que fue padre y madre de ella, que la amo, que la adoro, que es el mayor tesoro que Dios me dio; pedirle disculpas por no haberla defendido mucho más, los paramilitares me amenazaban de matarla a ella, matarme a mí…

Decirle que tengo mi mente, mi corazón, mi vida, mi alma, solo en bien de ella. Que la amo tanto, que la amaré hasta que me muera.

Un matrimonio a la fuerza

Ricardo Prisco, de la banda criminal Los Priscos, del barrio Aranjuez, de aquí de Medellín, me obligó a casarme con mi exesposa Yolanda el 23 de diciembre del 89.

Ella mantenía mucho miedo, la seguían dos policías porque tenía relación en casos de asesinatos y desapariciones. Ella se involucró con los paramilitares y por eso siempre eran amenazas, persecuciones.

“Yo fui el papá y la mamá de ella”, recuerda Álvaro en cada espacio donde tiene oportunidad de contar su historia. Foto Juan Gonzalo Betancur

En la clínica León XIII, ella intenta abortar a mi hija en un baño. Voy y llevo a una de las enfermeras, la llevan a un quirófano y ahí nació Vanessa, pero empezó a decirle a todo el mundo que ella no era su bebé y que yo no era su esposo, sino un tío.

Más tarde empieza a permitir también abusos sexuales por parte de los paramilitares y de dos hermanos de ella contra mi hija. Le dejaban morados, chupados. Hubo caricias, manoseos directamente en el cuerpecito de mi hija. Todo eso siempre lo denuncié.

La mamá biológica, cuando mi hija tenía menos de un año, la levantó de la cama y la tiró contra el suelo y mi niña prácticamente quedó muerta. Ahí mismo la cogí, la movía, le daba respiración boca a boca suave para no reventarle sus pulmoncitos, le hacía masajes en su corazoncito hasta que por fin volvió a la vida.

En otras siete ocasiones hubo ataques macabros contra la niña. Una vez, la tiró por un techo y ella rodó. Gracias a Dios se le enredó la ropita en un palo de limón, esas espinas de las ramas la sostuvieron. Fueron ocho intentos de asesinato en total, abusos sexuales y de estar atacándola. Yo empecé a denunciar en toda parte, nadie hizo nada.

El momento de la desaparición

El 21 de abril del año 97, la misma madre biológica y su familia entregan la niña a los paramilitares en Pedregal Parte Baja, un sector del corregimiento San Cristóbal. Yo me voy detrás de ellos a ver qué iban a hacer con mi hija. Había dos camionetas negras con paramilitares armados con pistolas grandes 9 milímetros y ahí mismo ella les entregó a Vanessa.

En la búsqueda de su hija ha estado en cientos de lugares, desde el monte con los grupos armados hasta en toda clase de actos públicos. Aquí, en una marcha contra el secuestro, el 4 de febrero de 2008, en Medellín. Fotos Juan Gonzalo Betancur

Me amenazaban con pistola, yo sin poder hacer nada. Me decían que si hacía algo mataban a mi niña. Yo me tuve que quedar quieto: secuestraron a mi hija y la desaparecieron. Y empezaron más amenazas y extorsiones contra mí.

La desaparecieron a sus seis añitos, empiezan a esconderla en muchos lugares. Yo era investigando, rastreando, averiguando direcciones con los mismos paramilitares en el monte, sin importar si me mataban o me descuartizaban. Me metí al monte hasta que conseguí una dirección en Nueva York.

La llamada en espera

La intentaron sacar de Colombia el 13 de marzo del 99 a Nueva York, por el aeropuerto de Rionegro. Yo lo sabía por comunicados que me habían hecho los paramilitares.

El DAS (Departamento Administrativo de Seguridad, del gobierno colombiano) sacó a mi hija del avión en que la habían montado, pero recibieron dinero y la entregaron a los paramilitares, y al que me suplantaba a mí como padre, que tienen dos cedulas falsificadas a mi nombre. A ellos, le entregaron a mi hija.

Esa gente se desapareció del aeropuerto y siguieron escondiéndola en Cali. Ya el 18 de junio del 99, a mi hija, con documentos y pasaportes falsificados, la sacan para Estados Unidos. Todo eso está denunciado.

“Yo sigo buscando a Vanessa esta vida y la otra, seguiré luchando por sus derechos y por las infamias contra ella”. Foto Juan Gonzalo Betancur

Yo siempre he seguido para adelante, pase lo que me pase. A mí me importa es que yo tenga el derecho de ver, abrazar y besar a mi hija, que yo era para ella, desde que nació, el papá y la mamá: yo la vestía, la bañaba, era el que le cambiaba los pañales… La dormía en mi pecho… La exesposa mantenía una almohada ahí como para ahogarla y asesinarla, por lo que yo dormía siempre con la niña.

Esto ha sido una constante infamia, tantas cosas horribles que le pasaron a mi familia: las amenazas, los desplazamientos, las once personas asesinadas… A mí me duele que por querer hablar por mi hija, y por mí, los hayan asesinado. Me duele la muerte de mi hermano… Y me da mucho miedo que maten a mi hija también.

Cuando Vanessa tenía ocho años fue que la sacaron del país. Hoy no sé qué están haciendo con mi hija, si la siguieron maltratando, si la siguieron abusando. A ella la deben tener muy amenazada. Aun así, nadie ha hecho nada. Yo sigo en esta lucha constante, bregando que los paramilitares no me vayan a asesinar a mi reina, que no asesinen a nadie más de mi familia.

“Las instituciones no brindan nada, no saben dónde está mi hija”.

En el 2008 vi a mi exesposa con mi niña, charlando ahí con los paramilitares, al pie de una urbanización en Barranquilla, en un negocio de helados que se llamaba Las Dos Tortugas.

Ella tenía 14 años. La vi desde media cuadra. Me decían que si me acercaba a ella nos mataban a los dos. Esa fue la última vez que vi a mi hija, de lejos.

Un encuentro milagroso

Una vez, en el plantón de las 12 a 1 de la tarde todos los miércoles de las Madres de la Candelaria, llegaron dos extranjeras, una colombo-alemana y otra colombo-mexicana. Esos plantones lo hacemos en el atrio de la iglesia de La Candelaria. Esas personas querían saber sobre nosotros, yo les di una foto de mi hija.

La alemana trabajaba con una organización de búsqueda de personas desaparecidas. Ellas regaron la foto de mi hija por Europa y todo Estados Unidos. Un estadounidense, como milagro de Dios, llegó y dijo: “Yo conozco esa niña, estudié con ella cuando tenía diez años acá en Nueva York”.

“Si nazco mil veces, mil veces buscaré a mi reina”. Foto Juan Gonzalo Betancur

Por medio de él se hizo el contacto para que ella hablara por celular con estas dos extranjeras, así encontraron a mi hija. Ella les dijo que sí, que era Vanessa, les dijo el nombre mío y el de la mamá biológica, y que tenía mucho miedo por todo lo que le hicieron en esas casas acá en Colombia.

También dijo que cuando ella se tranquilizara le dieran el numero mío, para llamarme… Y de eso van tres años y nada que me llama. Y ni me llamará: a ella la deben tener muy amenazada porque si ella habla, eso es delito federal.

Lágrimas de sangre

Aquí sigo, gracias a Dios. Seguiré en esta lucha, en esta búsqueda. Esta vida, la otra y si nazco mil veces, mil veces buscaré a mi reina.

Estoy viviendo de la pensión, con ganas de hacer mucho. Me han atacado varias veces, fueron ocho intentos de homicidio en total. Tengo cicatrices en la cabeza a punta de pistola, afortunadamente no me han matado. Cicatrices con cuchillos, otra que me hicieron con la punta de una navaja, dos intentos de secuestro que me han hecho. En el último intento de secuestro me dañaron el hombro, pero seguimos aquí.

A mi niña la vendieron. Tres funcionarios del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar me pusieron a mí a cobrar dinero de niños que estaban vendiendo a extranjeros. A mí me decían que si yo no cobraba esos dineros, a mi hija la ponían en adopción o la vendían.

Álvaro González Serna relató esta historia ante un grupo de estudiantes de Comunicación Social de la Universidad EAFIT. Foto Juan Gonzalo Betancur

Como yo no quise seguir cobrando, esa gente de Bienestar Familiar la vendió a los paramilitares, y los paramilitares a otras tres personas, entre esas un paramilitar en la ciudad de Nueva York. Ahí es cuando mi niña se convirtió en un negocio. La pensaban prostituir allá, siendo tan pequeña, pero por todas mis denuncias no lo pudieron hacer.

Si las instituciones hubieran hecho algo, mi hija y yo no hubiéramos pasado por todo esto. Las consecuencias que tiene la corrupción, en cualquier momento, es que me pueden matar.

Vanessa puede que no recuerde lo que le hicieron. Demás que le están inculcando muchas cosas, la tienen dañándole el cerebro contra mí. Cuando ella vea las pruebas, me imagino que sus sentimientos van a ser contrarios.

Mi hija en este momento tiene 33 años, los cumplió el 16 de septiembre de este año. Es triste como la están utilizando, ella debe estar recordando muchas cosas que le hicieron. Cuando ella conozca la verdad va a llorar hasta lágrimas de sangre, como lo he hecho yo estos últimos 33 años.

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