Imagen de Patricia Moraleda en Pixabay
En plena cuarentena probé la copa menstrual y pasé tremendo susto
Viernes 27 de marzo, Medellín
Ayer, día séptimo de cuarentena para mí, me llegó la primera menstruación luego de que se anunciara la llegada del covid-19 a Colombia. Es decir, tuve mi primer periodo en confinamiento. Aunque el hecho de la visita mensual no resulta novedoso (si no han tenido un encuentro sexual que ponga en duda la existencia de un ser humano dentro de su cuerpo), esta vez hubo algo nuevo: usé la copa menstrual.
Les cuento, abiertamente –así como me tocó abrir mis piernas para introducir la copita– que estaba confiada. Aún no he escuchado la primera historia de terror en la que una mujer resulte enemiga de este pequeño objeto.
Con esa misma confianza y con la conciencia de que estaba contribuyendo a la conservación del medio ambiente, abrí mis piernotas, de pie, en el baño. Subí una pierna en la tapa del inodoro y la otra la apoyé en el suelo. Cuento la experiencia con vellos y señales por si alguna lectora se anima a probar la copa, también tenga una buena anécdota que narrar.
Seguidamente, como la copa es flexible porque está hecha de silicona, la doblé para que quedara en forma de U. Así, entonces, proseguí con lo que pensé que sería una tarea sencilla: introducirla en mi vagina.
Ayer, día séptimo de cuarentena para mí, me llegó la primera menstruación luego de que se anunciara la llegada del covid-19 a Colombia. Es decir, tuve mi primer periodo en confinamiento. Aunque el hecho de la visita mensual no resulta novedoso (si no han tenido un encuentro sexual que ponga en duda la existencia de un ser humano dentro de su cuerpo), esta vez hubo algo nuevo: usé la copa menstrual.
Les cuento, abiertamente –así como me tocó abrir mis piernas para introducir la copita– que estaba confiada. Aún no he escuchado la primera historia de terror en la que una mujer resulte enemiga de este pequeño objeto.
Con esa misma confianza y con la conciencia de que estaba contribuyendo a la conservación del medio ambiente, abrí mis piernotas, de pie, en el baño. Subí una pierna en la tapa del inodoro y la otra la apoyé en el suelo. Cuento la experiencia con vellos y señales por si alguna lectora se anima a probar la copa, también tenga una buena anécdota que narrar.
Seguidamente, como la copa es flexible porque está hecha de silicona, la doblé para que quedara en forma de U. Así, entonces, proseguí con lo que pensé que sería una tarea sencilla: introducirla en mi vagina.
¿Tarea sencilla?
En realidad, meter la copa menstrual en mi cuerpo, en mi tesorito, no fue fácil. De hecho, casi no entraba y me dije a mí misma: “Oye, cómo no vas a ser capaz, ¿cuántas mujeres lo han podido hacer y ahora no vas a poder tú?”
Luego de ese impulso moral y de las auto-porras, abrí más las piernas y lo logré. Con un poco de dolor, la copa quedó en mí. (Horas más tarde descubrí que es mejor hacer este paso acostada). Entonces seguí en mis clases virtuales y no la sentí, incluso “asistí” a las sesiones de yoga y no la sentí. Más bien, me sentí tranquila y bendecida y afortunada.
Luego de ese impulso moral y de las auto-porras, abrí más las piernas y lo logré. Con un poco de dolor, la copa quedó en mí. (Horas más tarde descubrí que es mejor hacer este paso acostada). Entonces seguí en mis clases virtuales y no la sentí, incluso “asistí” a las sesiones de yoga y no la sentí. Más bien, me sentí tranquila y bendecida y afortunada.
El me-ollo
Cuando todo iba color de rosa, como el color de mi nueva adquisición, llegó la hora de retirarla y la situación, quisiera decir que se tornó roja, pero se volvió negra.
Abrí las piernas otra vez para agarrar el palito, que debe quedar afuera, pero no lo encontré. También se había introducido. Me pasmé e imaginé el peor de los escenarios: que en plena cuarentena por una pandemia me iba a tocar llamar a un médico para que sacara el pedazo de silicona de mi cuerpo. No podía ir a Urgencias. Se me aguaron los ojos. En mi casa no había nadie para ayudarme, pues vivo sola.
Sin embargo, en medio del cuasi desespero, recordé lo que alguna vez había leído: si un tampón se queda atrapado entre tus piernas, debes estar tranquila para que las paredes de la vagina no se compriman más.
Además, pensé: “Las mujeres al pujar pueden sacar un cuerpo de su cuerpo. O sea, un cuerpo… algo muchísimo más grande que mi copita menstrual”. Y empecé, instintivamente, a pujar. Siendo franca, pujé un poquito y ¡se asomó el palito! Lo agarré, jalé la copa (también resultó un poquito doloroso y fastidioso, pero creo que con la práctica dejará de ser complicado) y boté todos mis óvulos no fecundados.
Con ese alivio, como cuando uno se hace una prueba y solo aparece una rayita, pensé en política. En serio, pensé en política, pues creo que la copa menstrual —que es muy económica si su precio y su vida útil (cinco años en promedio) se comparan con los de una toalla sanitaria— podría solucionar el asunto de la democratización de productos que las mujeres necesitamos en nuestro periodo fértil.
Hablemos claramente, otra vez, cuando tenemos el periodo requerimos de algo (higiénico) para que la sangre no nos manche.
No obstante, hay mujeres que aún utilizan trapos porque no tienen nada más a su alcance. Yo creo que el Estado podría meterse en la onda de las ‘pro-copita menstrual’ y permitir que todas tengamos acceso a ella… ayudamos al medio ambiente (y, de paso, al bolsillito).
Abrí las piernas otra vez para agarrar el palito, que debe quedar afuera, pero no lo encontré. También se había introducido. Me pasmé e imaginé el peor de los escenarios: que en plena cuarentena por una pandemia me iba a tocar llamar a un médico para que sacara el pedazo de silicona de mi cuerpo. No podía ir a Urgencias. Se me aguaron los ojos. En mi casa no había nadie para ayudarme, pues vivo sola.
Sin embargo, en medio del cuasi desespero, recordé lo que alguna vez había leído: si un tampón se queda atrapado entre tus piernas, debes estar tranquila para que las paredes de la vagina no se compriman más.
Además, pensé: “Las mujeres al pujar pueden sacar un cuerpo de su cuerpo. O sea, un cuerpo… algo muchísimo más grande que mi copita menstrual”. Y empecé, instintivamente, a pujar. Siendo franca, pujé un poquito y ¡se asomó el palito! Lo agarré, jalé la copa (también resultó un poquito doloroso y fastidioso, pero creo que con la práctica dejará de ser complicado) y boté todos mis óvulos no fecundados.
Con ese alivio, como cuando uno se hace una prueba y solo aparece una rayita, pensé en política. En serio, pensé en política, pues creo que la copa menstrual —que es muy económica si su precio y su vida útil (cinco años en promedio) se comparan con los de una toalla sanitaria— podría solucionar el asunto de la democratización de productos que las mujeres necesitamos en nuestro periodo fértil.
Hablemos claramente, otra vez, cuando tenemos el periodo requerimos de algo (higiénico) para que la sangre no nos manche.
No obstante, hay mujeres que aún utilizan trapos porque no tienen nada más a su alcance. Yo creo que el Estado podría meterse en la onda de las ‘pro-copita menstrual’ y permitir que todas tengamos acceso a ella… ayudamos al medio ambiente (y, de paso, al bolsillito).
Este contenido hace parte del especial
Diario de la pandemia
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