Días de ausencias y nuevas cotidianidades
Domingo 19 de abril, Medellín
Estos días no han sido tan difíciles para mí, suelo quedarme en mi casa casi siempre, ya mi techo y las mismas cuatro paredes son la cobija de todos los días. Igual no puedo evitar sentirme restringida desde que no puedo abrir la puerta de mi casa en el momento que quiera, ni puedo ver a mis amigos cuando deba ir a clase.
El día de hoy, específicamente, trato de acordarme cómo fue la última vez que vi a mis amigos o los abracé antes de que empezara este encierro que parece nunca terminarse.
Son las 6 de la tarde y desde las 10 de la mañana estoy mirando el televisor y el celular y luego otra vez la pantalla grande y después a mi ventana y me vuelvo a concentrar en la serie que me estaba viendo, buscando distraerme de alguna manera y esperando que pase algo diferente a lo que ya ha sido normal durante más de 20 días.
Lo único que cambia durante las horas que pasan son las maneras en las que me acuesto en el sofá de siempre y los olores de las comidas de mi mamá.
El desayuno lo hago yo, a las 9 de la mañana; el almuerzo, que siempre es algo distinto, a la 1 de la tarde; lo que se nos ocurra comer a las 4 de la tarde, que casi siempre son galletas con queso; a las 8 la comida… Y entre todos los minutos que pasan yo sigo estando igual: acostada.
Me arrepiento de no haber salido más cuando pude.
Estos días no han sido tan difíciles para mí, suelo quedarme en mi casa casi siempre, ya mi techo y las mismas cuatro paredes son la cobija de todos los días. Igual no puedo evitar sentirme restringida desde que no puedo abrir la puerta de mi casa en el momento que quiera, ni puedo ver a mis amigos cuando deba ir a clase.
El día de hoy, específicamente, trato de acordarme cómo fue la última vez que vi a mis amigos o los abracé antes de que empezara este encierro que parece nunca terminarse.
Son las 6 de la tarde y desde las 10 de la mañana estoy mirando el televisor y el celular y luego otra vez la pantalla grande y después a mi ventana y me vuelvo a concentrar en la serie que me estaba viendo, buscando distraerme de alguna manera y esperando que pase algo diferente a lo que ya ha sido normal durante más de 20 días.
Lo único que cambia durante las horas que pasan son las maneras en las que me acuesto en el sofá de siempre y los olores de las comidas de mi mamá.
El desayuno lo hago yo, a las 9 de la mañana; el almuerzo, que siempre es algo distinto, a la 1 de la tarde; lo que se nos ocurra comer a las 4 de la tarde, que casi siempre son galletas con queso; a las 8 la comida… Y entre todos los minutos que pasan yo sigo estando igual: acostada.
Me arrepiento de no haber salido más cuando pude.
Lunes 20 de abril, Medellín
Por estos días me he dado cuenta que mi techo tiene algunas tablas de madera torcidas y desalineadas, que el color de cada una es diferente y que está más lejos de lo que yo imaginé alguna vez.
Mi papá se duerme con la mano izquierda debajo del cuello y mi mamá tiene el vicio de mover el teléfono sobre su oreja cuando está hablando con cualquier persona que llame a la casa. Noté que nadie más contesta el teléfono. ¿Cuántas llamadas ha recibido mi mamá y cuántas he recibido yo?
La plantica que me regalaron en agosto del año pasado no ha crecido tanto y mis botellas de agua cambian de lugar, aunque yo no las utilice.
He notado que no estoy escuchando tanta música como antes y que llevo 2 meses sin usar mi camiseta favorita. Noté que mi profesor está dando las clases desde el comedor de su casa y que el vendedor de aguacates siempre pasa a las 10:30 de la mañana.
Me di cuenta de que siempre me acuesto en mi cama sobre el mismo lado y que en mi bolso todavía tengo guardado un examen del semestre pasado.
Me enteré de que mi hermano está viendo una clase de cine fantástico, a pesar de que estudia ingeniería, y noté que el sol de las 4 de la tarde da directo en la sala de mi vecino porque el rayo de luz se refleja en mi balcón a esa hora todos los días.
Mis vecinos pintan las materas de sus plantas de colores pasteles y las ponen en las ventanas de la sala. El señor que me saludaba todas las mañanas al salir para la universidad vive en un tercer piso y tiene un Bull Terrier blanco.
Me di cuenta de que todos estamos cansados y queremos salir del encierro, del silencio, de la falta de contacto.
Supe que estando en el mismo lugar, todos los días, y viendo las mismas cosas de siempre, no sabía qué me rodeaba realmente.
Mi papá se duerme con la mano izquierda debajo del cuello y mi mamá tiene el vicio de mover el teléfono sobre su oreja cuando está hablando con cualquier persona que llame a la casa. Noté que nadie más contesta el teléfono. ¿Cuántas llamadas ha recibido mi mamá y cuántas he recibido yo?
La plantica que me regalaron en agosto del año pasado no ha crecido tanto y mis botellas de agua cambian de lugar, aunque yo no las utilice.
He notado que no estoy escuchando tanta música como antes y que llevo 2 meses sin usar mi camiseta favorita. Noté que mi profesor está dando las clases desde el comedor de su casa y que el vendedor de aguacates siempre pasa a las 10:30 de la mañana.
Me di cuenta de que siempre me acuesto en mi cama sobre el mismo lado y que en mi bolso todavía tengo guardado un examen del semestre pasado.
Me enteré de que mi hermano está viendo una clase de cine fantástico, a pesar de que estudia ingeniería, y noté que el sol de las 4 de la tarde da directo en la sala de mi vecino porque el rayo de luz se refleja en mi balcón a esa hora todos los días.
Mis vecinos pintan las materas de sus plantas de colores pasteles y las ponen en las ventanas de la sala. El señor que me saludaba todas las mañanas al salir para la universidad vive en un tercer piso y tiene un Bull Terrier blanco.
Me di cuenta de que todos estamos cansados y queremos salir del encierro, del silencio, de la falta de contacto.
Supe que estando en el mismo lugar, todos los días, y viendo las mismas cosas de siempre, no sabía qué me rodeaba realmente.
Este contenido hace parte del especial
Diario de la pandemia
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