La finca Rena-Ser, ubicada en el municipio del Carmen de Viboral, se ha convertido en un referente internacional de la agricultura, gracias a las técnicas orgánicas que utiliza su propietario, don Carlos, mediante las cuales se resiste a contaminar sus cosechas con los químicos que contienen los plaguicidas y los fertilizantes.
Una bocanada de aire frío parece burlarse del sol ardiente del Carmen de Viboral. Aquel sol es más penetrante de lo que esperaba. El paisaje verdoso que me rodea le hace justicia al territorio: no muy lejos se divisan las montañas, algunas casas en medio del campo y, en especial, sobresalen los numerosos cultivos que componen la finca Rena-Ser.
Al acércanos a la casa nos recibe don Carlos Osorio, el propietario de la finca, moviendo unas cuantas cajas y costales llenas de tubérculos. Nos invita a tomar asiento en unas sillas dispuestas alrededor de la casa, mientras empieza a hablarnos entre anécdotas del trasfondo de su labor.
Don Carlos es un campesino de 70 años que le apuesta desde hace más de 30 a la agricultura orgánica, es decir, a aprovechar al máximo la tierra y los recursos naturales en sus siembras, para no utilizar agroquímicos que puedan afectar las propiedades de las plantas.
Esta idea de promover la agricultura orgánica nació tras enfermarse a causa de los químicos que contenían los plaguicidas con los que fumigaba sus cultivos:
“A mis 40 años me enfermé, pero no quería irme de la finca. Afortunadamente, el médico que descubrió mi problema es un agricultor biodinámico. Entonces él me alivió y me fue metiendo por esto. La agricultura biodinámica es la más bonita de las escuelas, pero la más exigente”, comparte don Carlos recordando sus inicios en esta práctica.
La biodinámica usa técnicas y preparados naturales para cuidar los cultivos, y se guía por un calendario astral para saber los momentos para siembrar y cosechar.
Así fue como don Carlos decidió pasar su proceso de recuperación buscando alternativas para una siembra sostenible, un oficio que requiere del tiempo, la dedicación y la paciencia que ameritan estos cultivos. Incluso, ha debido hacer sacrificios familiares para seguir adelante con su proyecto.
Don Carlos
Aquí llevo 14 años solo, sin la familia, porque los cuatro hijos se fueron a vivir al pueblo para dedicarse a sus labores. Mi exesposa, que tiene una tienda naturista,
se fue porque estaba cansada de ir al pueblo y volver a la finca. Además, la relación de pareja después de 31 años se va desgastando.
En el año 2009 mi exesposa me puso un ultimátum: “O vende la finca y compra en el pueblo o se queda solo porque ya yo me cansé de estar viniendo acá a la vereda”.
Y yo, por primera vez después de 31 años juntos, me le rebelé y le respondí: “Entonces me quedo solo”. Así muy rapidito pensé yo: “Es más fácil conseguir mujer que una tierrita de nuevo”.
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Con su carisma, don Carlos no teme confesar que no se arrepiente de su decisión. Ahora el vínculo con su exesposa es laboral, puesto que muchas de las plantas cultivadas en la finca sirven de abasto para la tienda naturista que la mujer tiene en el pueblo.
Pese a los desafíos, el escepticismo y los riesgos que suponía inmiscuirse en esta práctica, tuvo la perseverancia y el carácter suficientes para sacar adelante su proyecto de negocio del que ha demostrado obtener una buena rentabilidad a lo largo de estos 30 años.
El costo del recorrido a través de la finca, guiado por el mismo don Carlos, es de 20.000 pesos por persona.
Además de las ganancias que le deja la comercialización de los productos agrícolas, su finca Rena-Ser se convirtió en un sitio turístico al que llegan incluso extranjeros curiosos por conocer de cerca sus técnicas agrícolas.
Pronto, la cultura de lo orgánico llegó a ser parte de la familia y ahora junto a sus hijos son los propietarios de un restaurante vegetariano llamado La Hojarasca, ubicado en el Carmen de Viboral.
Desde la entrada del restaurante se respiran las hierbas aromáticas con las que preparan los alimentos porque todos los ingredientes que se usan en la cocina provienen de Rena-Ser, lo que complementa la experiencia gastronómica con el deleite sensorial.
En La Hojarasca también se comercializan productos como el pan, el quesocrema y la mantequilla, elaborados artesanalmente por don Carlos o sus hijas.
Y es que aquella forma de agricultura tuvo para don Carlos un alcance que transformó su vida, al punto de proyectar su práctica a nivel internacional.
En los últimos 30 años ha viajado por el mundo para instruirse, compartir y mejorar sus técnicas, estando presente en espacios académicos de prestigio como la Universidad de Berkeley, lo que a su vez ha causado que su nombre y sus conocimientos agrícolas estén registrados en libros nacionales sobre el tema.
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Don Carlos nos enseña a preparar el quesocrema a través de leche y un kumis que, según cuenta, tiene propiedades curativas contra la bacteria Helicobacter pylori que afecta el estómago.
Después de mostrarnos la elaboración del quesocrema, se llega el momento de probarlo. En la mesa, don Carlos dispone platos con arepa, pan y chocolate para acompañar con quesocrema y mantequilla.
Una preparación que sabe a campo, a tradición, a hogar. Los sabores se reconocen tan caseros que quedamos con ganas de probar más. Sin embargo, debemos aguardar,porque a continuación don Carlos nos conduce a recorrer su finca.
En la hectárea de tierra que abarca el terreno de Rena-Ser parece que no hay espacio sin ser aprovechado.
Se tienen por lo menos cien plantas diferentes en las que abunda la siembra de tomate, papa, zanahoria, aromáticas, flores, lechuga, fríjol, alverja, cannabis y otra amplia variedad de semillas, todas preservadas bajo las técnicas de agricultura sostenible.
Para su cuidado implementa procesos orgánicos, lo que le permite conservar los cultivos sin acudir a productos químicos que son usados generalmente en la agricultura para proteger o estimular las siembras.
Al desligarse de estos métodos, don Carlos contribuye a reducir el impacto sobre el medio ambiente que suelen ocasionar estas sustancias y sus gases, sobre todo respecto al cambio climático.
Además, se previenen enfermedades y se aporta a la conservación de las semillas nativas, indispensables para mantener un balance en los ecosistemas.
Para don Carlos, el hecho de poder decidir independizarse de los productos químicos como los fertilizantes o plaguicidas le otorga una soberanía dentro de su territorio.
Y hace que se incentive un consumo más consciente, en especial local, haciéndole contrapeso a una industria que podría estar acabando con nuestros organismos paulatinamente sin nosotros notarlo.