Hacerle el amor al tubo
Texto por Andrea Carolina Rodríguez.
Ilustración por Isabela Muñoz.
Apasionada, atrevida, valiente, entusiasta, divertida, sensual, confiada, orgullosa, abierta y amable. Así describiría a María Cristina Londoño, una mujer de 57 años, que vive su vida y olvida la edad.
María Cristina Londoño Palacios nació el 1 de diciembre de 1963. Es egresada de la Universidad de Antioquia, pero ejerció su profesión muy poco, desde que tuvo a sus dos hijos. Laura Isabel, su hija, es médica, y Andrés Felipe, su hijo, es historiador.
Cristina siempre ha sido una apasionada del deporte. Solía practicar de manera constante natación, y hasta el día de hoy, sigue montando bicicleta. Es su medio de transporte. También afirma que le gusta caminar. Aunque ha tenido una vida física muy activa, nunca le han agradado los gimnasios, puesto que no logró sentirse cómoda en esos espacios. Percibía como todo el mundo se fijaba en qué ropa tenía puesta y en su cuerpo.
Hace seis años comenzó a practicar pole dance, mientras acompañaba a su hija en su práctica habitual, en la academia Pin Up, que está ubicada en la avenida Guayabal. Esta academia fue la primera que tuvo Colombia y Antioquia.
Un día Zully, la dueña de la academia, mientras Cristina esperaba a su hija, le preguntó por qué no se animaba a practicar ese deporte, a lo que ella le respondió que ya era muy vieja para poder hacerlo. Zully insistía en que ella debía ser parte de la academia, por lo que decidió regalarle a Cristina una membresía por un mes. Aunque la profesora le recomendó ir con ropa cómoda, shorts y un top, Cristina en medio de su timidez llegó a la clase con shorts muy largos y camiseta larga.
Sin ella saberlo, esa clase iba a marcar un antes y después en su vida. El pole pasaría de ser un simple tubo de acero, a un instrumento lleno de enseñanzas. “Me enamoré, me enamoré del pole. Seguí ahí porque nadie me miraba el cuerpo, nadie me criticaba, allá nos volvíamos familia, todo es maravilloso y siempre está esa solidaridad de las personas que lo ven a uno y que saben que es la primera vez. Buscan siempre la forma de hacerlo sentir bien a uno. Siempre he dicho una cosa y es que voy a hacerle el amor al tubo, porque siento placer, dejo de ser mamá, enferma, esposa, ama de casa y me entrego completamente. Allá se me olvida todo”, dice Cristina, mientras el brillo de sus ojos y su corporalidad lo rectifican.
Para muchas personas, el pole puede verse como algo sencillo. Una mujer o un hombre, dando vueltas en un tubo, con poca ropa. Pero realmente no es así. María Cristina dice que esta práctica es un deporte muy engorroso mientras el cuerpo se amolda. Modificó diversos hábitos en la alimentación, al darse cuenta de que el consumir grandes cantidades de carne, hace que se produzca mucho ácido úrico en el cuerpo, causa del dolor en los músculos. Inició una dieta con más verduras y dejó a un lado los lácteos. Acompañando este cambio, decidió introducirse en otros deportes diferentes al pole para evitar que el cuerpo se deformara. Solía ser muy ancha de los hombros, tanto así que las personas la veían y pensaban que alzaba pesas.
Fue por una estudiante de deportes, del Politécnico, que inició a hacer fuerza, resistencia y cardio. Lo que hoy en día la encaminó a hacer yoga y flexibilidad.
Cuando tuve la oportunidad de asistir a una clase de pole dance, en Poledanzarte, una de las compañeras era ella. Mientras el resto de la clase estaba tratando de soltar el cuerpo del tubo, María Cristina, con una admirable agilidad, subía y bajaba, realizaba varias figuras y hacía ver todo muy fácil.
Para ella, el pole dance la hace libre, ser ella misma, quererse: la hace fuerte. En el tubo se olvida de todo. Lo describe como su terapia física y emocional. Siempre que empieza a hacer algo, lo toma como un reto personal.
Aunque lleve muchos años con esta práctica y para muchas personas es un referente de admirar, no todos en su círculo cercano respaldan su decisión. Su esposo, por ejemplo, lo percibe como un baile exhibicionista, donde solo se busca vender el cuerpo. Sus compañeras de trabajo la interrogan, le preguntan si a ella no le da pena con la edad que tiene. La familia de su esposo es poco intermitente. Cuenta que cuando publica fotos haciendo pole en Facebook, la tildan de ‘sinvergüenza’. Pese a esto, no se detiene. Tiene muy claro que quiere ser un ejemplo para muchas mujeres, en especial, para las que son amas de casa, solo se dedican al trabajo o simplemente no sacan tiempo para ellas mismas.
Sus hijos, hermanas y sobrina siempre la han apoyado y para ellos es un orgullo. “Las personas que me han criticado han sido una motivación para seguir adelante. Tan así que les dije que me verán cuando tenga 90 años, montada en un tubo. Tengo la esperanza de que eso sea mundial”.
El pole es un deporte de alto riesgo. Durante las prácticas se recomienda poner colchonetas para evitar accidentes en caso de tener una caída. Recuerdo con claridad la primera clase que tuve. Tan pronto llegué, la dueña de la academia nos hizo firmar un contrato donde aceptaba que era plenamente consciente de los peligros que corríamos al momento de practicar y que además la academia no se hacía responsable por daños, fracturas, esguinces y hasta la muerte.
Cristina me comentó dos grandes sustos que esta práctica le ha dejado. Su primera experiencia sucedió recién empezó. En esos tiempos, no lograba controlar la fuerza y la resistencia. Las manos también le hacían el proceso más difícil, puesto que solían sudar en gran cantidad. El tubo se sentía como una barra de mantequilla, el miedo la inundó y al no lograr agarrarse bien, su cuerpo cayó al suelo, produciendo un fuerte sonido. Todos los que se encontraban en el lugar, deploraron lo que estaba pasando. Esto le tomó muchos años de confianza, hasta lograr hacer esa figura de nuevo y dejar atrás el miedo.
En noviembre de 2019, experimentó otra caída en el tubo. En esta ocasión, la profesora les pidió subir y bajar seis veces en el pole sin tocar el suelo y sin limpiarse las manos. Cuando llegó la penúltima escalada, Cristina se dispuso a bajar mientras hacía una figura, a la cual se le llama ángel: “En el momento en que la iba a hacer, el miedo vino a mí y cuando me acomodé para hacer un lindo descenso, caí sobre la rodilla izquierda. No sentía nada, solo sentía las piernas entumecidas, me aplicaron los primeros auxilios y me dijeron que no tenía fracturas. En esa situación la frase de ‘tengo buen calcio’ fue lo único que pasó por mi mente”.
Estos seis años de práctica le han dado una gran lección: aprender a quererse y a pensar primero en ella sin importar lo que diga la gente. La experiencia que más le ha marcado, surgió en 2017 en la academia Pin Up. Mientras estaba en una clase, Zully, quien siempre ha participado en Expofitness presentando rutinas de pole, un día le preguntó: “Cris, ¿vos por qué no te presentás en la categoría de mayores?”. A lo que ella se negó, porque pensaba que aún era muy novata. Tiempo después, como es característico de su personalidad, se aventuró y decidió participar. Al momento de llegar al Palacio de Exposiciones, que es donde se realiza Expofitness, Cristina observó que solo tres personas estaban en su categoría, lo que no daba pie a una extensa variedad de opciones con las que tendría que competir. Entre ellas mismas se definiría el primer, segundo y tercer lugar. En esa ocasión ocupó el segundo puesto. Pese a esto, su primera competencia le hizo darse cuenta de que sí podía seguir en esta práctica, ayudándola a sumar más gozo.
Posteriormente, en 2018, se aventuró una vez más. En aquella ocasión, se cayó mientras hacía la presentación. A diferencia de muchos, que en una situación de esas nos dejaríamos consumir por el pánico escénico, Cristina, tan pronto se cayó, se limpió y fugazmente se levantó. Comenzó a aplaudir y a mover sus hombros mientras bailaba, haciendo que los espectadores la siguieran apoyando.
En esa ocasión su propósito en el pole dance cambió. Dejó a un lado la noción de practicar para competir, para hacerles demostraciones a los demás, y lo cambió enteramente a una práctica personal.