Brujo sin escoba
Timoteo Giraldo Correa
Este relato fue el ganador en la categoría Mejor Perfil Escrito* de la Edición XVI de Periodistas en la carrera; realizada el 8 de noviembre de 2019, con el tema central: Emprendimientos culturales.
En la noche sonó el teléfono. Al otro lado de la línea una mujer contaba su historia de desamor: había conocido a un hombre de negocios que vivía en España, se habían enamorado, pero tiempo después él se había ido y la había abandonado. Ella estaba dispuesta a impedirlo. “Pero es casado”, dijo la mujer. “¿Y eso que importa?”, le respondió el maestro, y añadió: “en 13 días a la reinita española esposa de él se le acaba el reinado. Calma total”.
El maestro asegura que a los 13 días la pareja se separó.
“Yo no separo por separar o por robar plata. Si están felices que sigan así, pero si yo veo que alguien no te conviene, te lo retiro. Ahí te estoy haciendo un bien”. Aquella mujer que pidió que le regresaran al amor de su vida había conocido al maestro, o a don César como le dicen sus clientes, unos meses atrás luego de que un amigo le sugiriera llamarlo. Ella, en ese entonces, era la amante de un reconocido cura y sospechaba que su sacerdote le era infiel.
“Efectivamente, el curita le está poniendo los cachos”, contestó don César intentado explicarse a sí mismo cómo el sacerdote lograba sacar tiempo para tener mujer y dar misa. Ella le contó que, incluso, un día habían ido a un sitio no muy honorable y que se levantaron tan solo 10 minutos antes de que empezara el sermón. “Se levantó todo untado y se fue a dar misa”, asume don César y así lo cuenta.
El maestro le dijo que esa relación no le convenía y que era mejor dejar las cosas así.
Otro cura, este no lujurioso sino borracho, lo recibió a él y a su familia cuando era un niño. Don César es el menor de cinco hermanos y nació en Dabeiba, un pueblo en el occidente antioqueño, próximo a la región de Urabá, al que llegó su familia desplazada de Cañagordas en medio de la guerra entre liberales y conservadores. Los Higuita Ochoa vivían en una finca que tuvieron que dejar luego de que se enteraran que estaban en la lista negra de los conservadores. Se fueron con lo que pudieron montar en dos caballos: ropa y algunas gallinas.
Uno de sus hermanos narra que en Dabeiba conocieron a una mujer llamada María que se compadeció de ellos y decidió llevarlos a la casa cural del pueblo, donde trabajaba. Misael Gaviria Restrepo, el sacerdote del pueblo, no los quería recibir, pero María había dicho que los Higuita Ochoa se quedaban y punto. Ella mandaba. Al papá de Don César lo contrataron para tocar las campanas de la iglesia y varias veces al día subía a lo más alto de la capilla para avisar la eucaristía, un velorio o un matrimonio. Allí vivieron durante 10 años.
Don César, quien desde hace cuatro décadas vive en Medellín, viste ropa ancha cuando está en su casa; es de baja estatura, o por lo menos así lo parece a causa de su peso; de sus 87 kilogramos. Come chicharrón cuatro veces al día y toma aguardiente cuando se siente alegre. Habla duro, sobre todo cuando está trabajando y se ríe aún más duro. Su risa es prolongada y muy, pero muy, contagiosa. Se ríe con los clientes, con los vecinos y con desconocidos si hace falta. Cuando va a salir se viste de camisa larga y en ocasiones usa sombrero. Se acuesta después de media noche y se levanta antes de que amanezca a seguir comiendo chicarrón. Le gusta mucho la música, en especial, la parrandera. Sus vecinos cuentan que acostumbra prender el televisor, el radio amado y el equipo de sonido al mismo tiempo para ver novelas y noticieros, y escuchar desde boleros y vallenatos hasta música clásica y villancicos.
De Urabá se vinieron a vivir al barrio Robledo. A él una familiar le ayudó a conseguir su primer empleo en una salsamentaria. Terminó su primera jornada laboral y no sabía cómo regresar a su casa, dio varias vueltas por el centro hasta que escuchó a un señor anunciar un colectivo para el barrio, se montó y no volvió a aquel trabajo. Su mamá asistía a muchas reuniones políticas y se las arregló para que unos amigos ayudaran a don César a emplearse. Lo recomendaron como un líder político del barrio y lo contrataron de inmediato en Empresas Varias de Medellín, en la que trabajó 18 años y de donde fue despedido cuando le faltaban dos para jubilarse.
La escoba no solo sirve para volar
Barrió siete años el Parque de Berrio cuando no existían ni el Metro ni el Museo de Antioquia y no arrimaban los policías. Entraba a las 12 del día y se demoraba solo una hora barriendo. Las otras siete tomaba tinto. Vivía feliz. El Parque era más amplio, vendían de todo y dos hombres altos, que todos conocían, robaban a punta de palo. Con este les apretaban el cuello a sus víctimas mientras les robaban las billeteras y en otras ocasiones dejaban chorreando sangre las orejas que lucían aretes costosos. A los bares no les cabía un alma y la fiesta era hasta tarde, o hasta temprano. Nadie daba propinas y si llovía no se trabajaba.
Cuando lo trasladaron a los camiones recolectores de basura debió acostumbrarse a que le estallaran bolsas de basura mojada en la cara y aguantar olores infernales. En las noches, mientras recogían la basura de hoteles y bares, veían asesinatos a sangre fría en su recorrido desde la Minorista hasta el Parque Bolívar. Don Cesar recuerda particularmente un episodio ocurrido en frente del restaurante La Estancia, conocido por los económicos precios de sus platos: un hombre, sin pensarlo, se tiró en medio de la basura del camión para esconderse. “Me van a matar, me van a matar”, gritaba el hombre. Don César y los demás lo ayudaron a escapar en el carro como si de basura se tratara.
La muerte también intentó alcanzar al maestro. Cuenta que entrando al antiguo relleno de Zamora al carro cargado con 12 toneladas de basura se le fueron los frenos en una pendiente. El abismo era inminente. El conductor logró chocar contra la caseta de vigilancia y el camión se volteó. Los sacaron uno por uno y llamaron a la oficina central para saber qué hacer. La operadora solo preguntó por el carro.
Por las malas condiciones laborales, se estableció un paro indefinido que produjo una emergencia sanitaria en la ciudad. Don César no quiso parar y fue junto con algunos compañeros a su acostumbrado recorrido, esta vez por Manrique. Hombres con ametralladoras los pararon y les dijeron que se bajaran. El camión ardió, no quedó nada. Tampoco quedó ningún trabajador días después de que los reunieran en un salón del Hotel Nutibara para anunciarles a más de mil trabajadores que los iban a echar. El despido de don César llegó dos años antes del tiempo necesario para jubilarse. El despido masivo fue demandado, pero han pasado más de 20 años y el caso no prospera.
La basura también le dejó algunas anécdotas alentadoras. El día que cubría la correría por Laureles, uno de los barrios adinerados de la ciudad, botaron una bolsa como cualquiera de las cientos que había visto ese día. Se comunicaron con ellos para avisarles que una señora había reportado la pérdida de unas joyas. Ellos revisaron, encontraron algunos collares y fueron hasta la casa de la mujer a devolverlos. A la señora le sorprendió tanto la honestidad de los hombres que no dudó en ir al homenaje que días después se realizó en el Concejo de Medellín. La noticia se regó y aquel acto se robó titulares de prensa y comentarios en los pasillos de la empresa, los periodistas locales lo asediaban. Se veía a sí mismo como una estrella fugaz.
A sus 58 años, el maestro vive en una casa a las afueras de la ciudad, de fachada blanca y roja, como la bandera liberal, y de grandes ventanas. La casa es de su hermano, pero él la cuida. En la sala hay varios muebles viejos, un televisor de imagen difusa, una foto familiar a blanco y negro y varios libros esotéricos. Tiene velas, velones y velitas de todos los colores porque para él la luz es mágica. En la cocina solo cabe un mesón, una estufa gigante y algo de mugre. Sobre la puerta principal hay varias imágenes de ángeles, arcángeles, la Virgen, salmos y oraciones. Hace frío.
La universidad de los brujos
Fiel a su radio como siempre, entre emisora y emisora escuchó hablar de unos cursos esotéricos. Desempleado, decidió averiguar por las clases. En el centro de la ciudad buscó la dirección que había apuntado en un papelito horas antes. Leyó el aviso pintoresco de la academia La Tienda del Cielo. Entusiasmado entró.
Compró un lápiz y un cuaderno de escuela para la clase del día siguiente. Estudiaba de ocho de la mañana a cinco de la tarde con 24 compañeros y tenían dos horas para almorzar en algún lugar cercano. Los cursos abarcaban hipnosis, lectura del tarot, estudio de los ángeles y exorcismos. Leía y lee mucho. Don César parecía ser un alumno avanzado. A los 15 días le entregaron un certificado que lo acreditaba como brujo, parasicólogo, adivinador, espiritista, astrólogo y todo lo que en este campo pueda incluirse. Estaba listo para la acción.
De vez en cuando se reúne con sus excompañeros para hacer rituales de despojo, liberación y sanación. Visita la academia con frecuencia porque aprecia mucho al director. “A él le agradezco lo que yo sé. Lo primero que nos dijo fue que a nosotros no nos daba el pescado, sino que nos enseñaba a pescar”.
Don César afirma que solo trabaja con magia blanca y con los espíritus de luz: unos seres sobrenaturales que buscan el bien de la humanidad, que están en todas partes y que él ha visto. La magia negra o la brujería para hacer males está prohibida en su consultorio, excepto cuando tiene que luchar contra esos poderes oscuros que atormentan la vida de sus clientes. Tampoco le hace daño a nadie. En alguna ocasión un sobrino le pidió una recomendación para hacer abortar a su novia. “Así hubiera sabido cómo, no le hubiera dicho”, cuenta.
Asegura que también se desdobla, una especie de práctica que consiste en separar alma y cuerpo con el fin de visitar lugares sin ser descubierto. Así puede acudir a cualquier sitio, entrar en el subconsciente de cualquiera y averiguar lo que sea. Lo hizo con una mujer que le era infiel a su marido con un chofer de Manrique. Se sentó en su habitación de color azul intenso, al lado de un cuadro de la Virgen María y de su cama de roble oscurecido, y entró en un estado de concentración que le permitió ir hasta la casa de la mujer para saber el nombre de su amante y poder trabajar en su separación sin mayor problema. Si por alguna razón lo hubieran tocado en ese instante, hubiera muerto de inmediato. Eso sí, hipnosis no hace porque, aunque es fácil de hacer, “eso de desvestir gente y hacer que hagan lo que uno diga”, no le gusta.
Don César también es terapeuta. Cuando lo llaman acostumbra a darle ánimo a sus clientes, que pagan 25.000 pesos por un paquete que incluye una consulta de una hora y media, varias llamadas, protecciones, sahumerios, estampas, desbloqueos y “todo el kit completo”. Para que no se desanimen con su trabajo, les repite la frase que lo acompaña siempre: “Calma total”.
Ritos, rezos y “cosas que no son raras”
Cree que la suerte está de su lado y por eso hace una lista de números de lotería que le corresponden a cada signo del zodiaco. Las cuatro cifras, según él, le son reveladas los 27 de cada mes, y cuando uno de sus clientes gana, señala con un círculo el número en un papel: ya nadie gana con esa cifra.
El maestro incluso tiene su propia teoría económica: “En un dólar usted va a encontrar el ojo visor, el ojo de Dios. En Estados Unidos vale tanto la plata porque allá no colocan ni a Simón Bolívar ni a Duque ni a Uribe en los billetes, sino que colocan a Dios”. Por eso, para la prosperidad se visualizan dólares gigantes impresos en hojas amarillas y se hace la “oración del dinero”.
Si a usted le hicieron brujería, el maestro le recomendará tres baños, ya sea con abrecaminos, escoba amarga, ruda, arrasa con todo, hierba de bruja, espartillo, siempreviva, salvia, menta, espanta muerto, lengua de vaca, la dormidera o amanza guapos. La efectividad de los baños, riegos y rezos depende tanto del maestro como del cliente: “De 100 personas a una no se le da, pero no es porque yo falle, sino porque no hacen las cosas bien”.
Para la protección, el maestro aconseja llevar siempre varios pentagramas que son “antisecuestro, antirrobo y hasta desvían balas”. Uno de sus casos exitosos, según él, es el de la esposa de un policía que fue trasladado a Fredonia y al que le llevaba varios uniformes militares en una maleta. La guerrilla, famosa por sus “pescas milagrosas”, detuvo el bus en el que iban e hizo bajar a todos los pasajeros. A todos los requisaron excepto a ella que llevaba sus pentagramas en el pecho.
También consigue empleo y, según él, muy rápido. Ayudó a rezar las hojas de vida de un cliente suyo en Itagüí que consiguió trabajo 15 minutos después de la consulta, y la de una mujer que se empleó 15 días después en un prestigioso hospital. La fe de ella en el maestro es tanta que le envía los nombres de los aspirantes nuevos en la clínica para que mire en un vaso con agua o en una llama de vela, con sus ojos negros y penetrantes que se hacen chiquitos en medio de su gran papada, la energía, el aura, la luz, la vida y los secretos de las futuras secretarias del hospital.
Para que una pareja se atraiga de nuevo, el maestro escribe el nombre de ambos y arrodillado hace sus “oraciones de regresión”: la de los siete nudos, la de San Valentín, la del amarre y otras cuantas. Todos los días pide y prende velas hasta que la pareja se reencuentre.
Don César se separó hace 20 años. Conoció a su esposa cuando trabajaba como barrendero, se casaron y tuvieron dos hijas: Daniela y Laura. Una de sus hijas iba casarse con un hombre mayor, pero el maestro se consiguió el nombre del prometido, descubrió que era casado, y entre él y sus hermanos la convencieron de desechar la idea. Esoterismo aplicado.
Con sus hijas se ve cada dos meses. A su esposa no le habla hace años. Nunca intentó regresarla por medio de sus conocimientos porque vio que la relación no tenía un rumbo claro y decidió dejar las cosas así. Vivió con una profesora, pero tampoco funcionó. Hoy vive solo.
Cuando don César tenía unos pocos meses de nacido sufrió de poliomielitis, una enfermedad que en la mayoría de los casos produce parálisis corporal. A él no le dejó secuela alguna. Faltando dos años para cumplir 60 respira agitado y cuando hace mucho esfuerzo físico emite unos sonidos extraños e involuntarios. Debería cuidar más su salud, pero dejar de comer chicharrón definitivamente no es una opción.
El maestro, “por ayudar a la gente”, va a pueblos, veredas, a la Luna y a Júpiter si es necesario. Atiende a todo aquel que se le acerque sin importar religión o clase social. Según él, la brujería no discrimina. Al Magdalena Medio fue a visitar a un anciano que estaba postrado en la cama desde hacía varios meses a causa de una gran herida en la pierna.
“Llegué y le pregunté si él conocía a una vecina que se llamaba Rocío. Me respondió que la había visto pasar varias veces por su casa y que siempre lo miraba desafiante. Le dije que esa era la que lo tenía así”, narra don César. Los dos hombres salieron a conversar y en ese momento pasó Rocío, miró fulminante al anciano y siguió de largo. “Ella estaba enamorada de él, pero él nunca le hizo caso”, cuenta el maestro. La señora cruzó de nuevo la calle, pero esta vez sus ojos penetrantes se posaron sobre el hombre bajito y gordo que acompañaba al viejo. “A mí esas miraditas no me asustan”, replicó el maestro. Tiempo después le anunciaron que el anciano se había curado.
Ver a Dios lo terminó de convencer sobre su oficio. Cuenta que en una visión entró en un casa con una luz resplandeciente y al alzar sus ojos notó una presencia. Se cruzaron como si fueran dos asistentes del club de música al que va cada mes para ver vídeos de los años 60. Era muy blanco, sin barba y joven. “Me acerqué y lo único que me dijo fue: Lo que estás haciendo, hazlo bien”. Y el maestro, mientras se ríe, asegura que seguirá haciéndolo “por los siglos de los siglos”.
*El jurado de esta categoría fue Wilmar Vera, periodista y docente universitario, quien sobre este trabajo, comentó:
El perfil es un subgénero en el periodismo narrativo que implica un compromiso mayor con la fuente y con la búsqueda de datos e información. Todos los seres humanos tenemos historias para contar, algunas interesantes otras no tanto, pero la capacidad del periodismo y del reportero es, además de cazar buenas historias, tener la habilidad para narrarlas de forma agradable y atractiva.