Clara Isabel Vélez es una mujer que, a lo largo de su carrera, enfrentó muchos obstáculos a la hora de empezar en el mundo periodístico. Una periodista que empezaba a ejercer desde la década de los noventa y que cubría temas de conflicto en un mundo en donde hacer periodismo, varias veces, se cobra con la vida.
Ser periodista es tenerle un amor inigualable a la verdad y estar dispuesto a vivir aventuras que muchas veces no se esperaban, como le sucedió a Clara Isabel Vélez a lo largo de su carrera, en donde más que experiencia en la labor, creció como ser humano. Actualmente, es especialista en Periodismo Electrónico y magíster en Comunicación Digital y se desempeña como profesora en la Corporación Universitaria Lasallista. Una mujer que desde que estaba joven se apasionó por este oficio y que ahora forma jóvenes para dejar su legado en las siguientes generaciones de periodistas.
“Yo, inicialmente, quise ser periodista por la adrenalina de estar en esa labor, pero después de estudiar y empezar a trabajar, pensé que uno con esto podía hacer algo por este país y por la gente”, comenta ella, egresada del pregrado de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Antioquia.
Trabajó en varios periódicos, sobre todo en El Colombiano, en donde cubrió temas de Paz y Derechos Humanos. Bitácora se contactó con ella para hablar de su trayectoria en el periodismo, de lo que más recuerda, de lo que implica la labor de un periodista y también de los efectos de la tecnología.
Usted cubrió temas de paz y derechos humanos en un momento en el que se podría decir que había tensiones en el país, ¿cuáles eran las fuentes que buscaba?
Primero te voy a contar cómo quedé en Paz y Derechos Humanos. Yo llegué a cubrir cultura en El Colombiano, después me pasaron a Metro y estando allí iba a cubrir una inundación a Urabá con Jesús Abad Colorado y, accidentalmente, me encuentro con mi primera masacre. Eso generó muchas cosas porque mis compañeros decían que cómo iba a ir yo a cubrir temas de conflicto, que no sería capaz y demás.
Entonces así fue cuando empecé a meterme en ese cuento. Después, el periódico creó como tal la sección de Paz y Derechos Humanos. A mí no me escogieron para la unidad inicial; pero se presentaron muchas cosas y a una persona la mandaron para Metro y a mí me metieron a Paz; aunque de cierta manera yo estaba cubriendo temas de conflicto desde que estaba en Metro.
Yo no sabía distinguir ni siquiera a un policía de un militar, y estaré eternamente agradecida con un periodista de El Tiempo, que me acompañó y se fue a cubrir conmigo al verme la cara de pánico, porque yo decía, ¿yo para dónde voy?, ¿a quién le pregunto? Y es algo muy instintivo, uno realmente va para donde están los demás colegas.
¿Qué dificultades tenía para acceder a las fuentes?
Yo creo que, como es un tema tan difícil, a la gente le da miedo hablar. Existe una prevención natural cuando vas a hablar con las autoridades. Por decir, si le pregunto al ejército o a la policía, quién sabe qué mentiras me van a decir. Estaba en el ADN el “no confíe en ellos”.
Algo que siempre voy a recordar de El Colombiano, era que doña Ana Mercedes Gómez, exdirectora, nos decía: “Es que el conflicto se cuenta desde las víctimas”. Entonces lo que a ella más le importaba era que hiciéramos una buena nota sin importar si nos demorábamos mucho. No había tanta presión y uno se podía dar el lujo de sentarse a escuchar las historias de la gente.
¿Cuál fue esa noticia o esa fuente que nunca va a olvidar?
Yo creo que hay varias cosas. Una es que a mí me tocó cubrir la retoma cuando se acabó el proceso de paz del gobierno de Pastrana con las FARC y el secuestro de Ingrid Betancourt. Y, aunque uno no lo piensa, los periodistas somos a veces medio suicidas, porque no pensamos en la seguridad propia, pero sí se piensa que en la casa hay alguien que lo está esperando; en ese entonces mi mamá.
Otra fue conocer los albergues de los niños desmovilizados de guerrilla y autodefensas en Bogotá. Poderse sentar con ellos y ver por qué se fueron para la guerrilla o para los paramilitares. Un niño de Caucasia me decía: “¿Usted me le puede llevar una nota a mi mamá?”, sin embargo, sabía que no podía y ese fue uno de los compromisos que hice con ellos porque tenía que ser con un permiso del ICBF.
Y lo otro también era ver a los soldados amputados por minas antipersonas. Cubrí bastante el tema de minas, iba mucho al Hospital Militar y conocer esta gente, la fortaleza de ellos, y ver cómo todavía se reían incluso de sí mismos.
¿Alguna vez recibió una amenaza o se sintió en peligro?
Amenaza directa, no. Fui muy afortunada cuando me tocaron cosas feas porque no sé si cuando uno tiene tanto miedo reacciona de una manera que no se lo demuestra al otro, entonces por ese lado las cosas no se ponen horribles. Y sí tuve compañeros que secuestraron. Entonces me tocaron todas las cosas de lado.
Cuando estábamos en la retoma de San Vicente del Caguán, un señor de las FARC llega, nos para en el carro, entra el fusil y me queda a mí en el cuello; yo lo único que acaté fue decirle: “Hermano, pilas que si se le dispara el arma mire el carro en el que estoy”. Y lo único que me acuerdo es que él decía: “Buenos días, un cordial y revolucionario saludo, yo soy el comandante Águila”; y yo pensaba, ni cordial ni revolucionario ni nada.
¿Le hubiera gustado más cubrir ese tipo de noticias en esa época teniendo todos los avances tecnológicos que hay hoy en día?
Yo creo que con los avances que hay ahora podría haber hecho una de las cosas que a mí me encantan, infografías interactivas. Poder crear, por ejemplo, si la gente quiere saber cómo se tomaron un pueblo, entonces que vea cómo era el pueblo antes y después. Algo que sí me parece que tienen de malo las redes sociales es que el periodista cree que la noticia es él y no la gente. La tecnología ayuda mucho si se sabe utilizar.
¿Cómo un periodista puede llegar a ser tan cercano a las fuentes y evitar que eso pueda afectar la objetividad de sus notas?
Objetivo no hay nadie. Uno trata de ser lo más imparcial posible y una de las cosas que siempre le enseño a mis estudiantes es, ante todo, el respeto por las fuentes. Yo recuerdo mucho una vez que doña Ana Mercedes nos decía: “Acuérdese que hasta el criminal más grande del mundo tiene mamá”. Que las fuentes sepan que eres respetuoso, que nunca le vas a estar buscando la caída intencionalmente, aunque cuando digo que no le estés buscando la caída no quiere decir que no querrás buscar la verdad, que son dos cosas muy distintas. Hay periodistas que siempre intentan hacer que la fuente se equivoque y piensan que esa es la esencia de hacer periodismo.
¿Cómo era el ser mujer en una época donde eran más los periodistas hombres?, ¿en algún momento se sintió discriminada?
Es algo muy complejo porque es como entrar uno a un club exclusivo. Yo entré a una fuente que era de mujeres, cultura. Cuando a mí me pasan a Metro, por cosas de la vida, cubría Gobernación y Alcaldía, que también es fuente de niñas. Pero cuando empieza todo este problema y la Gobernación era en la época de Álvaro Uribe, me tocaba cubrir algunas situaciones mientras el país pasaba por circunstancias muy complejas.
Y ahí empiezo a notar el club de los niños, entonces yo me preguntaba una cosa, ¿ellos piensan que no sé nada ni sirvo para esto porque estoy recién salida de la universidad o porque soy mujer? Cuando una fuente mía hablaba entonces eran los comentarios de que claro, es que le hablan porque es mujer.
Así como el periodismo ha cambiado a lo largo de los años, también lo han hecho los periodistas, ¿qué cree que les falta a los nuevos periodistas que tenían los periodistas de antes?
Hablar con la gente. Es algo que me impresiona porque todo lo quieren hacer por redes. No quieren sacar el tiempo de hablar. Pero cuando estás con la gente, le ves los gestos, notas cómo le cambia la cara y la voz; y ayuda mucho con una noticia, porque además uno sabe y se da cuenta si le están mintiendo o no.
¿Cree que hoy en día hay más seguridad para la prensa?
Yo creo que no, porque antes sabías quién era quién, ahora todo está mezclado. Si antes te secuestraba un grupo, sabías a quién llamar, pero ya no se sabe quién es quién. Y como está el tema del narcotráfico tan subido, es algo que también pone muy en riesgo al periodista.
La labor de buscar la verdad es de admirar para las personas que, como Clara, se atreven a estar en los lugares más peligrosos simplemente para que el resto del país se entere de lo que está pasando. Un trabajo que muchas veces no es reconocido, pero es y siempre será digno, de admiración y respeto.