Relaté la experiencia, como hincha visitante, de vivir un partido del fútbol colombiano y su contraste de emociones entre las barras. Insultos, dolor y muchos más.
Como hincha “matecaña”, me infiltré entre la hinchada del Atlético Nacional en el mítico Atanasio Girardot, en uno de los peores momentos que ha enfrentado el equipo antioqueño en sus 76 años de historia. Un Pereira con un muy buen presente futbolístico, pero que se había opacado en las últimas fechas y planeaba recuperar su brillo. Por el contrario, el conjunto verdolaga tuvo una temporada plagada de baches en sus diferentes competiciones. En la Copa Libertadores, quedaron eliminados ante Nacional de Paraguay con un global de 0-4.
Por el lado de la liga local, estaban ubicados en el decimotercer puesto. Ellos tenían en cuenta que, de perder, no tendrían chance alguna de entrar en el octagonal final. Caso contrario con el Deportivo Pereira que, de vencer, aseguraba su cupo entre los ocho mejores. El equipo comandado por Leonel Álvarez buscaba sumar su novena victoria en liga y romper una racha de tres empates y tres derrotas frente al poderoso “verde de la montaña”.
Me acompañaba Jerónimo Mejía, amigo e hincha del Atlético Nacional, quien me prestó una casaca verdolaga para pasar desapercibido entre los fanáticos del conjunto verde. Al arribar a las afueras del estadio, nos recibían los revendedores de boletas con su característico “¡le tengo boletas a buen precio!” y los vendedores ambulantes que ofrecían “chicle, gaseosita, empanadas, ¡todo a un muy buen precio!”.
Ingresamos faltando escasos diez minutos para que empezara el partido y el estadio, con una capacidad máxima de 42,000 espectadores, llegaba a tan solo 15.689 espectadores. Se percibía un ambiente tenso ese 17 de abril; se podían ver seguidores verdolagas consultando las tablas de la liga en sus celulares por si alcanzaban la victoria. Unos criticaban a las directivas, otros a los jugadores y algunos al técnico. Los hinchas verdolagas argumentaban: “Se están robando a Atlético Nacional”, “Los jugadores no sienten amor por este escudo”. Objetivamente hablando, el club colombiano más representativo del país se sumergió en la autocrítica destructiva y no constructiva.
Los directivos alimentan este sentimiento propio del hincha y lo único que piden es “tranquilidad”, sin brindar soluciones.
En un rincón del estadio, con una pasión desmesurada, cantaban los hinchas del “grande matecaña”. Mientras yo tarareaba sus cánticos, Jerónimo me advertía “no dé papaya, Viana. La hinchada está caliente”.
Un partido de contrastes
Arranca el juego y las dos hinchadas alentaban desde las gradas en un partido cargado de emociones en ambos bandos. Un juego que desequilibraba los cuatro pilares ofensivos del Pereira: Darwin Quintero, Andrés Ibargüen, Alejandro Piedrahita y Faber Gil.
Por otro lado, se veía un Nacional inofensivo y escaso de ideas, sin lograr inquietar. La primera gran aproximación del encuentro la protagonizó Piedrahita al delirar a la defensa contraria, buscó el pase a Faber por la banda derecha, quien habilitó sólo a Ibargüen en el punto penal; Andrés remató con un potente disparo que atajó el guardameta `Chipi, Chipi´ Castillo, quién además reaccionó doble al dejar rebote en el área que remata Piedrahita. Sin embargo, su disparo no fue suficiente para el guardameta verdolaga que selló, lo que para mí, se convirtió en la mejor atajada del 2024 en la liga colombiana.
Tras una primera mitad trabada, llega el primer tanto del cuadro pereirano con una jugada majestuosa entre Gil, Ibargüen y Quintero. A lo largo del primer tiempo se volvía inevitable reaccionar con euforia a las acciones tan claras que teníamos, pero en ese gol, lo celebré rodeado de hinchas frustrados, enfurecidos y agobiados por la actuación de sus jugadores. Inmediatamente, me vi sometido a miradas amenazantes, insultos y burlas, por lo que me tocó sentarme y parar de celebrar. Esa sensación de sentirse el punto de mira de la hinchada más grande del país, no se lo desearía ni a un hincha del Once Caldas.
Ya en más de la mitad del segundo tiempo y Nacional sin jugadores por destacar, la hinchada local, desesperada, cantaba:
“¡Directivos, la puta de su madre, a ver cuándo se largan, ya no los quieren nadie!”
“¡¿Y dónde está, y dónde está, está el proyecto, de Nacional?!”
“¡Solo hinchada, el verde es solo hinchada, el verde es solo hinchada, ¡el verde es solo hinchada!”
“¡El que no quiera jugar, el que no quiera jugar, quítese la camiseta y désela a la hinchada que la suda más!” Algunos aficionados, decepcionados, abandonaron las butacas del Atanasio sin conservar las esperanzas con respecto a una remontada. El encuentro iba 0-1 y el Pereira gozaba de la victoria y cantaba:
“¡Queremos salir campeones este año, ustedes pongan los huevos que acá alentamos, hace mucho tiempo que la vuelta yo quiero dar, pereirano, hoy no me podés fallar! ¡Vamos depor, vamos depor, vamos depor!”
“¡Olé, olé, olé, olé, olé, olé, olá, que cada día te quiero más, yo soy matecaña, es un sentimiento, que no puedo parar!”. Un entorno que demuestra el buen ambiente futbolístico que tenemos en Colombia. Hay que cuidar esto e impedir que la hinchada rival se sienta abrumada y menospreciada. El fútbol es el único deporte capaz de acumular una cantidad exorbitante de aficionados que rugen pasiones encontradas.
No hay necesidad de opacar un sentimiento que no se puede controlar: el amor por el equipo de sus amores.
Con esto, a pesar del resultado o de los colores, lo que prevalece son las alegrías que transmite este balompié. Reúne hinchas de diferentes edades y religiones con la intención de admirar el rendimiento de sus ídolos en la cancha. No podemos extinguir algo tan bonito; al contrario, debemos heredarlo a nuestras futuras generaciones. Una pasión que no puede dejar de brillar.