Las tragedias de una piscina en cuarentena
Texto por Melissa Zuluaga Jaramillo
Ilustración por Simón Barrera.
Las reflexiones de una alberca solitaria que extrañó a sus visitantes en tiempos de pandemia.
Hola Robert, otra vez estoy aquí quejándome. ¡Eres el único que me consiente! Aunque soy el plus, la gracia, lo chimba de estas cuatro paredes, no justifica la explotación y el abuso que sufro. Esta familia no me deja descansar, hacen que me sienta podrida, invadida de suciedad, soportando sus extremidades, olores y pelos.
Con esto te advierto que SÍ O SÍ debes venir los 6 días sagrados del mes con tus químicos a limpiar mi agüita, es cuando descanso. No exagero si digo que son unos ¡birriosos! No pasa el tiempo límite que estipulas y ya están jodiendo otra vez. Qué martirio, quisiera desempotrarme y salir corriendo. Tú serías ideal para esa misión…
En esta cuarentena es claro que soy el objeto distractor. No me juzgo por ser fresca y entretenida, pero ser el centro de atención me gusta cuando se trata de parches familiares, ese momento de charlas y juegos pasivos en el que se me olvidan los cuerpos sucios, me concentro en mis hidromasajes y en consentirlos para que no me alboroten con tanto movimiento, pero cuando se reúnen de farra, música a todo taco, alcohol, orín, vómito, líquidos extraños y basura, no me gusta para nada.
Acabo asquerosa, de todos los colores, imposible de usar y esperando el kilo de cloro que vendrás a echarme. Y aunque ahí me siento más cloro que piscina, es maravilloso.
En este confinamiento solo me pasó una vez: el vivo de Sebastián invitó a su grupito de maleantes a un ASADO. Esa palabra me atormenta porque solo de oírla ya los siento comiendo dentro de mí, lavándose sus manos llenas de carne y sal de papa con mi adorada agua. Eso pasó ese día y fue terrible, mas porque uno de esos terminó durmiendo conmigo, toda la noche sufriendo con sus ronquidos y su monólogo sonámbulo.
Después de todo siempre estás tú, que llegas con tantas ganas a limpiar mi desastre, aunque a veces me avergüence. Recuerdo el día que aspiraste hasta un calzón, fue perturbador, estaba tan frustrada que quería sacar olores y mugre de donde no tenía para despachar al desocupado que quisiera invadirme otra vez. ¿No saben que es espacio personal? Ojalá fueras el único en esta casa, en cuarentena todos son antagonistas menos tú.
Ahora Luciana, ¡no sé qué hacer con ella, es una gomosa! Cada vez que entra a jugar conmigo tengo que tragarme su matorral sucio, tú y yo sabemos que ellas se aprovechan de mí cuando tienen el pelo puerco, ¡qué bellezas!
En este caso soy la que se chupa su mugre, aunque al final hago mi trabajo y les rostizo el trapero con mis secretitos para que aprendan a lavarlo. Sin mencionar el trajín que me toca cuando al sumergirse abren sus bocas hediondas y aprecio a la fuerza hasta el tufo del cumpleaños. ¡Espera! No es todo, la catástrofe pasa cuando devuelven mi agua ya saboreada hasta con baba y submarinos incluidos, gas. Ni hablar de los bichos monstruosos, asquerosos que caen todos los días y se descomponen en mí. A este paso tengo que acostumbrarme.
Ya no te asfixio más con mi aislamiento tormentoso, solo no te extingas por ahora porque de verdad temo que cuando acabe la cuarentena sea como una alcantarilla, un lago de monte, sopa de cuerpos humanos. ¡Únicamente quiero ser aseada!