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La vida es un cabaret

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La vida es un cabaret

Gabriela Fuentes Arias

Este relato fue el ganador en la categoría Mejor Crónica o Reportaje Escrito* de la Edición XVI de Periodistas en la carrera; realizada el 8 de noviembre de 2019, con el tema central: Emprendimientos culturales.

“¿Por qué encerrarse en la habitación?

Ven y decídete.

La vida es un cabaret sin más…”

En sus largas piernas unas mallas; lencería negra de talle alto que permite apreciar su torneada figura; en la parte de arriba lleva solo un brillante y pequeño saco negro abierto que no cubre demasiado; en su cuello un tutú del mismo color de todas sus prendas que le da un toque de sofisticación a su atuendo y por último unos tacones de doce centímetros rosados; él ya está listo para salir a escena.

Las largas pestañas postizas compiten con los aretes que cuelgan de sus orejas. Cada color aplicado es sus párpados, sus uñas y labial, todo en perfecta armonía. Sabe cómo quiere verse y pasa las siguientes dos horas en el camerino logrando su apariencia.

Su preocupación para que todos los detalles desde su maquillaje hasta su vestuario estén de la forma correcta es compartida por las otras veintiuna personas que se encuentran en el estrecho camerino del Teatro Laureles, en la ciudad de Medellín.

—Solo los de primera fila van a notar que se ven muy rayadas. Dice uno de los chicos de la obra a su compañera haciendo referencia a las arrugas que ella pintó es su rostro para su personaje.

—O sea mi familia, los que se van a sentar en primera fila. Responde ella con la mirada hacia el piso, pero rápidamente la levanta y sonríe.

A pocas horas del debut de la academia Broadway de Medellín no hay espacio para el cansancio ni el hambre, incluso cuando todo el día ha sido de ensayos. Esta es su oportunidad de brillar, han sido tres meses de preparación para una noche en la que deben dejar en alto el nombre de la academia con su primera obra.

La presión sube cuando en el reducido espacio con cinco grandes espejos llenos de luces y ahogado en ropa, brochas, sombras, tacones, maletas, lencería y rizadores se comienza a escuchar que las puertas han sido abiertas y el público se acomoda.

Él está listo, rápidamente decide fijar con pegamento de pestañas a su cabeza, ajena de cabello, parte del tutú para así levantarlo.

La primera escena ha terminado y en el silencio absoluto se escucha un tacón rosado resonar en el camerino, solo uno porque el otro se ha roto y entierra el chazo en el pie que lo porta. “Siempre regia nunca inregia” es la frase con la que Daniel Franco justifica el hecho de que no le importa el dolor, no va a salir al escenario sin tacones.

Entre brocha y brocha

“No es exagerado. Desde el público no lo van a notar, necesitas más para que ellos lo vean”. Con esta frase Santiago Cardona calma a Ana María Palacio, actriz principal de la obra, después de haber terminado de maquillarla.

El bailarín se apropia de uno de los espejos con luces y comienza a pasar brochas por su rostro con excelente precisión. Con su torso desnudo, tan solo con unos pantys negros, mallas, una gargantilla dorada y unos altos tacones convierte su cuerpo en un lienzo con el cual transmitirá en el escenario: sensualidad, fuerza, belleza y lujuria, demostrando que esto no es cuestión solamente de lo femenino.

Santiago no es el único, todos allí tienen la misión de poner en escena la mezcla de lo femenino y masculino que habita en conjunto en cada uno de nosotros. Los roles de género impuestos son expulsados del teatro esa noche. La libertad de ser y hacer que se vive en un cabaret real está allí, presente, en cada actor y actriz que fuera de escena sigue siendo libre de actuar como quiere.

Entre el caos ordenado que ocurre en el camerino, se huele el sudor y el cabello recién rizado; desaparece el exterior, cada quien está inmerso en lo que hace; brochas caen al piso, tacones se esparcen por el suelo. El maquillaje cada vez se fija menos y cae con las gotas que bajan por los rostros a causa del vapor caliente que rodea el lugar, sumando las fuertes luces amarillas que incrementan la sensación de ahogo.

Afuera, las 240 sillas de la sala principal se van ocupando. Apenas hace unos meses se abrieron las puertas otra vez del sitio que todos pensaron estaba abandonado. Tras seis años de ser reconocido como El Teatrico, el lugar fue cerrado por problemas económicos en junio del año 2018. El telón ha vuelto abrir en la Comuna 11 bajo el nombre de Teatro Laureles; esa noche la obra es igual de importante para Broadway en Medellín como para el teatro.

En tacones

El sonido que más presente está bajo el escenario es el de más de diez pares de tacones yendo y viniendo. Sin embargo, es ignorado por todos los presentes, acostumbrados a este desde la mañana de ese miércoles 28 de agosto en la que iniciaron los ensayos generales.

Un ta, ta, ta es producido con cada paso dado, los dedos cansados de soportar el peso de todo el cuerpo se empiezan a sentir, pero eso no resta la elegancia, el porte y las piernas largas que estos zapatos permiten ver.

Cada baile es presentado a diez o quince centímetros del suelo, mujeres y hombres controlan la altura a la perfección. Es difícil pasar por alto que son ellos, y no ellas, quienes tienen los tacones más altos, más delgados y más dolorosos.

La expresión “mostrar piel de más” aquí es un halago; entre escenas cada actor y actriz se vuelven dueños completos de su cuerpo, la confianza y seguridad hacia este es contagiada; no importa la talla, el color, los tatuajes o la ausencia de estos, todos son válidos.

Esta aceptación que no se vive fuera de ese telón permite que los veintidós jóvenes de la academia exploren con la ropa y el maquillaje: plumas, tutús, mallas, botas, sombreros, gargantillas, abrigos, medias, ligas, sombras fuertes, labios negros, uñas pintadas, corsés. No importa figura ni género esa noche de la obra Cabaret, lo importante es lograr el papel, encarnar las emociones pedidas y para esto cada joven decide cómo quiere lograrlo.

— ¿Qué pasó? ¿Por qué la cara? Cuestiona en susurros, a causa del micrófono que tiene pegado a su mejilla, uno de los jóvenes a su compañera que recién entra al camerino después de terminar una escena de baile y canto.

— Salió mal, se debió ver horrible. Responde ella volteando sus ojos y con los puños cerrados. Detrás viene una de sus compañeras de escena quien se lleva una mirada fulminante por parte ella. Por un momento el ambiente se tensa, ninguna se dirige la palabra y los demás presentes miran de reojo sin saber muy bien qué ocurrió en el escenario.

Cada quien, si bien se ha dedicado a formar su personaje, esta noche es trabajo en equipo, coordinación y confianza en los demás. Desde el domingo previo al debut, los ensayos han sido con vestuario y utilería; en estos los errores no han faltado y son corregidos para que en el escenario no ocurran.

“Esto no puede ocurrir a esta altura por favor”, grita Juan Pablo Henao el director de la obra, en el ensayo general de ese miércoles, desde la silletería a sus alumnos en el escenario después de ver una escena de baile en sillas en la que una de las actrices, la misma que horas más tarde se llevaría la mirada fulminante de su compañera, pierde el ritmo y además cae de la silla.

Supernovas

Horas antes de la apertura de las puertas del teatro un mensajero espera sosteniendo unas hermosas rosas naranjas y rosadas.

—Yo sabía que iban a ser estrellas, pero ya los tratan como tal. Dice entrando al camerino Juan Pablo Henao.

—¿Para mí? Responde Ana María Palacio, actriz principal, tocando su pecho sentada frente a uno de los espejos de luces terminando de comer un paquete de papas.

Su cara de sorpresa e incredibilidad da a entender que no esperaba este gesto y sus expresiones se acentúan más cuando lee la tarjeta que dice: “De un admirador”. Pregunta una vez más quién las envió poniendo un mechón de cabello recién rizado detrás de su oreja, pero no obtiene respuesta por parte del director; el mensajero tenía claras instrucciones de no revelar el nombre.

El inesperado hecho alegra el ambiente, todos allí la felicitan. Ana María no sale de su asombro y contesta con pequeñas sonrisas a sus compañeros, mira una vez más el ramo y lentamente lo pone a un lado para dar los últimos toques a su rostro.

—Vengan todos, vamos hacer un círculo, ¡chicos! Los músicos vengan también si quieren. Dice, en tono alto y con su acento argentino —minutos antes de que inicie la función—, Gisela Zivic, profesora de técnica vocal, entrando al camerino y parándose en la mitad de este.

—Vamos a probar, ¿no? Comenta uno de los músicos a sus compañeros levantando levemente una ceja. Todos parados en el pequeño espacio entre la puerta del camerino y el inicio de las escaleras en forma de caracol que llevan al escenario.

—Tomémonos de las manos; su mano derecha va entregar toda la buena energía a su compañero y la mano izquierda la recibe. Expresa Gisela con los ojos cerrados y apretando con ambas manos a las de los jóvenes que tiene a sus costados.

Los ojos de cada persona parada en el círculo comienzan a abrirse y sonrisas con calma comienzan a verse por primera vez en el día.

 Baja el telón

Diez y quince de la noche, las puertas del teatro vuelven a abrir, pero esta vez para permitir la salida del público.

— ¡Ha sido un éxito! Afirma una señora del público con una gran sonrisa mientras bebe su café.

—Les quedó muy bien, ¡todos cantan! Le responde el señor sentando al lado de ella, en una de las mesas al aire libre del café del teatro, mientras revisa su celular.

Una ovación por parte del público da por terminada la obra Cabaret y los nervios de cada joven actor que tenía la responsabilidad de mostrar el talento y disciplina de la academia para darle el reconocimiento que merece.

Afuera, en el café, después de sesiones de fotos, abrazos, felicitaciones y cambio de ropa, está él. En un pantalón ancho negro, en una camisa marcada en la espalda con el nombre de la academia, en unos tenis y sin una gota de maquillaje espera Daniel Franco el carro que lo llevará a su hogar; de su hombro cuelga un gran morral deportivo en el cual va un par de tacones rosados y uno de ellos está roto.

*El jurado de esta categoría fue Fernando Mora Meléndez, periodista de Universo Centro y profesor de la Universidad EAFIT; quien sobre este trabajo, dijo:

“Se trata de un texto revelador que, en su sencillez narrativa, retrata el antes y el después de un espectáculo. Recrea atmósfera y personaje. Tiene buenos giros narrativos, conflicto y contraste, además de una cuidada escritura que da cuenta de un acontecimiento de la cultura visto desde los propios artistas en el interior mismo del hecho escénico y en su relación con el medio teatral de la ciudad. Construye desde la escritura la atmósfera y la tensión del personaje y su público”
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