La montaña del zen en Medellín
Texto por Camila Bettin Escobar.
Ilustración por Andrea Carolina Rodríguez.
Al igual que debemos limpiar el mundo, para el budismo también es necesario recoger la basura de nuestro interior, como el odio y la discriminación. El practicante no ve a las diferencias como un problema, en especial cuando se trata de otras religiones.
La Montaña del Silencio es como un oasis en medio del caótico centro de Medellín, está rodeada de delincuencia, drogas y prostitución, sin embargo, una vez dentro, el clima es otro. Es una casa blanca de estilo colonial en Prado que puede ocupar casi media cuadra. Tiene muchos detalles que la hacen todo un misterio: unos vitrinales con rejas de diferentes formas, una enorme puerta ornamentada con una herradura de león y un pasaje árabe en una placa junto a la entrada.
Al frente de esta casa recordé la discusión que tuve con mi madre. “No quiero que te metas a esas sectas”, me dijo al comentarle que por labor periodística iba a ser budista por una semana. Sin tener por lo menos una vaga idea de lo que era ser budista, simplemente lo catalogó peyorativamente como “secta”. Es aquí donde veo el reflejo de lo que una vez dijo Arnold Sánchez, licenciado en educación religiosa, “estamos en una sociedad en donde si uno no encaja con lo que predomina o lo que tiene el poder, queda absolutamente por fuera del sistema, no solo pasa en la religión”.
Esa especie de selección natural de las religiones no ha hecho más que ir contra sus mismos mandamientos y dogmas. El odio no solo se ve en aquel que empuña armas en nombre de su dios, también lo vivimos día a día a través del lenguaje y la incomprensión al otro.
Toco la puerta y, a los segundos, Sanricky me recibe contento, ya había hablado con él vía WhatsApp, se había mostrado muy amable y receptivo a mi visita. Para entrar a la casa hay que dejar los zapatos a un lado de la puerta, me pregunto si se deberá a algún protocolo frente al Covid – 19 o simplemente es una tradición en el budismo. La casa por dentro es aún más bella de lo que es por fuera; todo está organizado y decorado con distintas plantas, imágenes y estatuillas de buda, además de ese olor a incienso en gran parte de los espacios. Atravesamos la recepción hasta llegar a un pequeño jardín junto a la cocina, Sanricky sirve dos pocillos de café y se sienta a charlar conmigo a una mesa de madera.
Ya había visto a Sanricky antes, pero de manera remota. Había tenido la oportunidad de practicar en varias ocasiones el zazen* en encuentros virtuales y al principio consideraba a Sanricky como un monje; lo veía en las prácticas virtuales como el claro retrato de un monje oriental, pues es un hombre calvo como aquellos y vestía durante los encuentros con una túnica negra.
Recuerdo ese primer acercamiento virtual, donde me explicaron las posturas de la meditación y algunos principios del budismo. La meditación está diseñada para que la mente deje de ser el lugar principal y el cuerpo empiece a ganar presencia. Se compara con una montaña, tiene una base firme y amplia y una parte superior más pequeña.
Pensaba que sería más sencillo, pero las posturas eran realmente difíciles y mi elasticidad no daba para tanto. También me costaba mucho dejar ir mis pensamientos, el punto de estrés en el que estaba no me lo permitía. Sanricky me decía que la meditación no es para poner la mente en blanco porque inevitablemente llegan pensamientos, pero tenemos que esforzarnos en no involucrarnos con ellos, no seguir detrás de ellos. Vemos los pensamientos y los dejamos pasar y eso era uno de los mayores retos para mí. Ese día estaba tan agotada, había pasado la noche en vela y decidí recostarme para que mi espalda descansara de la postura, me quedé dormida con la voz de fondo de Sanricky y me despertó mi mamá cuando ya se había terminado todo.
Es curioso verlo frente a frente vestido con pantalón y camisa de cuadros. En mi mente, él pasaba con túnica 24/7. “No querida, yo soy un sacerdote zen”, dice con burla por mi confusión y me cuenta la diferencia. Sanricky fue monje al menos unos 20 años, pero encontró incoherencia en su práctica. La palabra monje se refiere a alguien que se aparta, se recluye y no está en el mundo. Para él, en la vida diaria se está en contacto con otras personas inevitablemente y encuentra en el mundo sacerdotal un camino más claro, que se conecta con la realidad que lo rodea.
Al tiempo le pregunto cómo dio con el budismo y casi que de inmediato me habla de Borges. El argentino menciona en su libro Qué es el budismo: “el budismo es un camino de salvación para todos, tal vez no para mí que ya me voy a morir y espero morirme completamente”, pero Sanricky dice que lo último era más bien una broma. Borges murió en Zúrich con las maletas empacadas para un viaje a Japón porque tenía un compromiso con un maestro zen, al cual conoció en su única visita a este país. Borges estaba dispuesto a volver, quería descubrir el zen.
El caso de Borges es muy particular, tanto triste como gracioso, pero su sueño por conocer Oriente no era un caso aislado
—Alguna vez lo soñé, pero me despreocupé porque la experiencia del zen se articula más con el mundo real; es decir, si no voy no habré perdido nada importante. Claramente algún día me gustaría y espero no quedarme con las maletas empacadas como Borges.
Sanricky estuvo buscando el zen por mucho tiempo y en ese camino llegó a la Sierra Nevada de Santa Marta con 21 años, creyendo que los indígenas podían tener una respuesta a lo que estaba buscando. Se encontró con un “No, aquí no está lo suyo” de los líderes indígenas. En medio de ese viaje de 15 días llegó un entusiasta y practicante del zen llamado Javier que enfocó su rumbo.
—Ese fue mi primer despertar. Hablábamos en armonía con todo lo que sucedía a nuestro alrededor, estuvimos en el cañón del Río Donachui y nos despertábamos muy temprano a recibir el día y de lo que estábamos hablando en diálogo con la vida era definitivamente el zen.
Sin siquiera terminarme el café puedo decir que ya he aprendido del budismo, he descubierto una religión completamente dispuesta al diálogo del tiempo presente y conversaciones de la actualidad. Uno de esos temas es sin dudarlo es la alimentación. Me sorprende ver la cantidad de especias y condimentos que tiene en la alacena; ya había escuchado que para los budistas, cocinar también es una manera de meditar. ¿Qué tanto disfruta Sanricky su comida vegana? “Si vas a comer carne es del animal que tú seas capaz de matar porque lo haces entendiendo la vida de ese animal y la decisión de eliminarlo”, comenta que el budismo invita a reducir la agresión contra la vida y el sufrimiento animal, pero al entender que son una minoría en un mundo que tiene otras tendencias, el buda enseñó a aceptar los gestos generosos de alguien que quiere dar de su comida.
Yo intenté ponerlo en práctica, la semana pasada comencé un intento de vegetarianismo. No reduje a la totalidad mi consumo de alimentos de origen animal porque tampoco es saludable un cambio tan abrupto de comer todos los días carne animal y de repente anularla completamente, pero sí intenté buscar más opciones de proteína vegetal.
Algo que no había tenido en cuenta hasta esta visita a la Montaña del Silencio, era ser consecuente con los residuos de mi consumo. El budismo promueve la conciencia del impacto en nuestra sociedad. Sanricky tiene un tanque donde hace composta para aprovechar los desechos orgánicos y se informa muy a menudo de cómo puede reducir su basura.
—El mundo se está acabando querida y es importante recoger toda nuestra basura.
Y al igual que debemos limpiar el mundo, para el budismo también es necesario recoger la basura de nuestro interior, como el odio y la discriminación. El practicante no ve a las diferencias como un problema, en especial cuando se trata de otras religiones.
—En la mesa del zen cabe todo el mundo. Un católico puede practicar el zen sin dejar de ser católico, igual que un musulmán, igual que un judío… Se pueden vivir las diferencias de una manera amorosa, no hay que remarcarlas, hay que reconocerlas.
No solamente están abiertos a las diferencias religiosas, sino también al amor, pues quien no ama, no vive a plenitud la vida. La sexualidad tampoco se queda por fuera, para el budismo, el placer y la sexualidad son comprendidos mientras no le cause daño o vaya contra el consenso de la otra persona.
En cualquier caso, las conversaciones con Sanricky siempre son muy variadas. Con el último sorbo del café, me hace un tour por el monasterio. Se me hace inevitable no sentirme atraída por una frase que está en el tablero que golpean para indicar el comienzo del zazen: “Vida y muerte son lo más importante. Aprovecha cada momento, todo cambia rápidamente, el tiempo no espera por nadie”, Sanricky me comenta que la “y” deben quitársela porque vida y muerte son una sola.
Caminamos por la sala desde donde transmite el zazen; es bastante amplia y muy bien iluminada, hay una ronda de colchonetas porque la idea es que quien entre rodee la sala y pueda ver a los demás. Hay cierta sensación acogedora de la sala que me transmite tranquilidad, es una disposición de todos los elementos, no sobra nada.
Pasamos a la recepción y Sanricky se dispone a organizar un letrero que se cayó de la ventana. “No más violencia”, está escrito con rotuladores de colores en aquel cartel, la frase me hace recordar el Zentadón, un evento que se realizó el 5 de mayo frente al MAMM por todos los seres que sufrían cualquier tipo de violencia a raíz del Paro Nacional. Ese día se acercaron muchas personas con sus colchonetas a hacer parte de la meditación. Participé en la distancia, a través de la transmisión en sus redes porque me encontraba fuera de la ciudad. Para ellos, esa era su forma de protesta, muy diferente a todas, pero eso también es alzar la voz por una causa, así sea en silencio.
Justo antes de irme, aparece el Covid; un gato que la comunidad había rescatado. Uno de los practicantes lo había encontrado deambulando hambriento por las calles, lo adoptaron y hoy es otro miembro del monasterio. Es un gato muy noble y bastante independiente, le tienen demasiado cariño. Sanricky y Covid me acompañan a tomar el Uber.
—Siempre un placer, Camila.
Sanricky entra en mi lista de los mejores conversadores con los que he tratado; Un café nos puede rendir perfectamente para hacer cinco capítulos de un podcast. Llegué con muchas dudas y Sanricky me resolvió todas y cada una.