La luz de Satanás
Texto por María José Gaviria Toro
Ilustración por Isabela Muñoz
–Muy mal Chepita, con mucho dolor en los pulmones, me cuesta respirar y el pecho lo tengo oprimido –me dijo del otro lado del teléfono esa voz, para mí siempre tierna, que afirma creer en Satanás.
“Chepita” me ha dicho siempre, desde que nací y me cargó en sus brazos hasta el día de hoy que escribo esta crónica. Hace más de un año que no hablo con él, pues dejó de asistir a las reuniones familiares matutinas, casi siempre infestadas de cristianos. Tampoco es el fan número uno de las llamadas ni mucho menos de WhatsApp. Siempre lo veía los fines de semana en la finca de El Retiro, donde él tenía un cuarto privado, alejado y demasiado oscuro para el gusto de los demás. Había que descender veinte escaleras para llegar allí y, por supuesto, tener las llaves para abrir aquella penumbra.
No sé en qué momento dejé de verlo y de saber de él. Mi papá siempre mira a un costado cuando le preguntó por qué, y es que quizás el mismo miedo que siento escribiendo estas líneas, sentía mi papá en su compañía. Siempre vestido de negro, con sus botas altas, su chaqueta de cuero, su pelo largo recogido, el cigarrillo detrás de su oreja, a veces acompañado de unas Ray-ban, y su aura siempre penetrada por el más allá. Así lo recuerdo, como mi tío raro, el que tocaba rock, del que una vez hui al verle el pelo suelto y confundirlo con una bruja. Mi tío, a quien el resto de mi familia no sabía ni cómo definir.
Hace más de dos semanas lo llamé, pretendiendo, y en parte deseando, que no contestara y sabiendo que me vería obligada a desistir de este escrito, el cual me causa, debo decirlo, curiosidad, nervios y angustia, pues es esta mi primera aproximación a un mundo que siempre he percibido como perverso, maléfico y pecador: el mundo del padre Satanás. Contestó rápido y bastante entusiasta para ser él, seguramente porque apenas hacía efecto su dosis diaria de marihuana.
–Eh, Chepa, qué milagro, contame, ¿cómo vas? –me dijo.
Luego de desatrasarnos un rato, con un poco de miedo, le expliqué que estaba haciendo una investigación sobre las diferentes creencias religiosas y, con mucho respeto, le dije:
–Nunca me lo has dicho, pero sé que tu dios es Satanás, quiero que me hables de él – sorprendido y comprobando la primicia de la marihuana, me respondió:
–Uy, Chepa, ¡esta yerba está muy fuerte o qué está pasando! –me reí y le dije que lo dejaría pensar unos días, pero que esperaba volviera a contestar mis llamadas.
A partir de ese momento, mi tío comenzó a mandarme fotos y mantras de su creencia, notas de voz de sus invocaciones y hasta memes de Satanás. Me dijo que nos viéramos y que contestaría todas mis preguntas, que ya estaba “grandecita” para entender y que siempre podía contar con él.
Me citó en su casa el sábado 24 de mayo. No logramos vernos. Me dio tristeza, iba a ser un reencuentro tanto fenomenal como espeluznante.
La última vez que fui al Templo, como le dicen mi tío y sus amigos a su casa, fue cuando tenía once años; salí llorando del miedo, me sentía como en la casa embrujada de los parques de diversiones, solo que era el verdadero hogar de mi tío. Por la variante a Guarne, en una calle cerrada, se encuentra el Templo, con una fachada de castillo negra. En esa ocasión, a través de una pequeña puerta vigilada por dos pitbulls, entramos a su lugar sagrado, decorado por pequeños diablos, con sus instrumentos musicales y uno que otro retrato de Jesús ensangrentado. Recuerdo no haber soltado la mano a mi abuelo en todo el recorrido y haber cerrado los ojos cada vez que mi tío decía “padre”, refiriéndose a Satanás.
Para allá iba ese sábado de mayo, hasta que lo llamé dos días antes.
–Chepa, tengo el tal Covid ese, dame unas semanas para recuperarme o morirme si toca, cambio y fuera –colgamos y quedé enormemente preocupada. Lo llamé cada día para preguntarle cómo se sentía, su respuesta siempre era desalentadora
–Ahí, amor, a secas.
Hasta que tres semanas después aseguró estar mejor, pero concordamos con que lo mejor para mí sería no ir allí.
“Por muchos años me pregunté qué es el bien para ti si a mí siempre me han enseñado que tú eres el mal. Son muchas las preguntas que me surgen sobre aquella creencia que tú prácticas, he aquí algunas de ellas, unas quizás muy simples y obvias para ti, pero completamente ajenas a mí”, fue lo que le escribí junto a lo que para mí eran las preguntas más indispensables: ¿Quién es Satanás?, ¿qué principios rigen tu vida?, ¿qué implicaciones tiene tu fe en tu vida diaria? Y, por supuesto, ¿eres feliz?, entre otras.
Por primera vez en esas semanas, ignoró mi mensaje. Le pregunté a mi papá si quizás le había pasado algo, a lo que me respondió que quizás no quería responderme. Ya frustrada y hasta dolida por las falsas ilusiones que me había despertado, unos días después me pidió mi correo electrónico y me envió dos enlaces que, juro, tenía miedo de abrir. Dos días después descargué los archivos que contenían con el nombre “Walter y Satanás”.
Eran dos audios a los que les puso música de fondo y editó en su estudio, como si fueran sus demos de rock. En uno hablaba un tal Fatal, después entendí que era el apodo con que los miembros de la secta conocían a mi tío; y en el otro hablaba de Huhuck, nuevo integrante y amigo que había conocido nueve días antes en Guarne.
–Chepita, bienvenida al verdadero mundo de la luz, bienvenida al mundo del padre, el gran Satán.
–¿Quién es Satanás?
–El Putas, respondieron repitiendo estas palabras unas diez veces.
–¿Por qué?
–Porque es nuestro amado padre, es libertad, luz y entendimiento. Gracias a él nosotros hemos sido libres del yugo de la esclavitud de los malditos cristianos. Gracias a él yo fui realmente el que busqué un verdadero padre, no me lo impusieron. Él me dio su gran afecto y amor. Gracias Satán, hijo de puta.
Me disculparán las palabras obscenas, no era mi pretensión escribirlas aquí, pero percibo que son tan necesarias para ellos que quizás es pecado no contarlas. ¿Afecto y amor?, ¿cómo es posible?, ¿el del afecto y el amor no es Dios?, ¿el de Jesús y la santísima trinidad?, me preguntaba, mientras mi mamá escuchaba también el audio y se persignaba.
–¿Qué principios rigen la vida de un satánico?
–Ser libre, ser como soy y mi libre expresión. Si fuera un cristiano más, en este momento no vestiría de negro, no escucharía metal y tampoco adularía al padre por ningún motivo, por el mismo miedo que nos ha impuesto la cristiandad. Es la libre expresión, amén, hijos de puta.
Que me perdone entonces Dios a mí, fiel creyente suya; primero, por todas las palabras aquí escritas; segundo, por vestir de negro casi todos los días, es mi color favorito; y tercero, por escuchar reggaetón después de ir a misa, que creo es mucho mejor que el metal.
–Si Satanás es tanta luz, ¿quién es oscuridad?
–El verdadero mal somos nosotros los seres humanos, somos demasiado hipócritas, nos gusta que nuestros seres más cercanos nos digan cosas hermosas, que nos pongan en lo alto, pero nos choca que nos digan la verdad en la cara. También, somos seres demasiado egoístas, nos gusta pasar por encima de los demás, que nos vaya mejor que a nuestros seres cercanos. Nos gusta siempre ser superiores a los demás. Nos toca ser hipócritas, porque si no se crea una batalla campal; somos una peste y un gran mal.
–¿Cómo se conecta con Satanás?
–Amando la muerte y en la soledad, más que todo a las tres de la mañana, cuando mis demonios no me dejan dormir y escucho a la poderosa, siento un gran frío como si estuviera en un cementerio. Desde ese momento siento que el padre está conmigo acompañando y gracias al gran crucificador he salido de muchos problemas y me ha llevado por donde debe ser.
–¿Te consideras una persona ética y moralmente correcta?
–Soy un ser humano y por esa misma condición no soy ni ético ni correcto, solamente pienso en mí, amo mucho cuando a mis enemigos les va mal, yo mismo pienso que ojalá les vaya mal a estos hijos de puta, y las energías están a mi favor. No soy correcto ni perfecto, soy humano, una plaga más que fue creada en este hijo de puta mundo. No voy a cambiar, me gusta mi forma de pensar.
De cada respuesta siempre sacaba la misma conclusión: irónicamente, lo que en mi vida y según mi religión es el odio, lo profano y el puro mal, para mi tío y sus amigos es el camino a la excelencia y la salvación de sus vidas. Pero no me quedé sin preguntar lo que para mí siempre ha sido importante, la razón de ser de esta investigación, y lo que nadie nunca me ha sabido responder: ¿es mi tío un ser humano feliz?
–¡No, la chimba! Yo no soy feliz todavía, por partes; en algunos momentos soy feliz, pero en otros siento muchos vacíos y busco más. Realmente, seré feliz cuando encuentre mi verdadera paz o mi verdadera muerte.
Ni lo uno ni lo otro, pues para desgracia suya y fortuna mía, el covid no lo mató y la paz, asegura, aún no la encuentra. Mi tío, satánico y anticatólico consumado, hace parte de los matices de mi infancia y de la alegría de mi presente; es el mal que siempre he percibido con ternura y el bien contradictorio a todo lo que soy.