El reto de un beso inesperado
Joan Pablo Salazar García
La conversación se avivo con preguntas de todo tipo e interesantes, sobre sus gustos, historias y sus vidas mismas. Esa primera plática duraría toda la noche, y continuaría, sin parar, por los siguientes cinco días. Pero no fue hasta el día sexto que H’eidy se animó a dar el primer paso, invitando a su match Pamela a comer en un restaurante que le encantaba.
Cuando Pamela descargo el Tinder a comienzos de junio de 2019, no esperaba encontrar el amor de su vida, sino más bien intentaba conocer algunas amigas con las cuales pudiera comenzar a salir y hablar. Su última relación había terminado, se encontraba sola, a la expectativa, y esperaba encontrar lo que llaman muchos su media naranja, pero no por medio de esta red. Su mejor amiga de infancia fue la que le recomendó la aplicación, puesto que esta persona, de mucha confianza, con la cual había estudiado desde que era pequeña, había ya tenido algunas relaciones por la app sin éxito alguno.
Y Pamela, con 19 años y mucha curiosidad, comenzó su pequeña aventura, pensado que posiblemente se divertiría con lo que encontrara. En Tinder había todo tipo de personas y los perfiles lo reflejaban con su contenido. Las fotos de playas, parques, fincas, casas, sonrisas e incluso cuerpos bien tonificados contaban historias de los usuarios en la app. Era algo extraño para ella, un catálogo de personas en la vida real, en el cual, con solo deslizar su dedo índice hacia la derecha sobre la pantalla de su celular, podía comenzar a conocerse con cualquiera que hubiera hecho match.
Esa era la magia de las redes sociales, el internet y todas estas aplicaciones de citas virtuales. No pasó mucho tiempo, entre dos y tres días, para que Pame, como la llamaba su mejor amiga, comenzara a tener charlas con diferentes personas. Al principio entabló charla con seis de estos perfiles con los que había hecho match, pero a medida que iba avanzando el tiempo, y que ella iba descartando las conversaciones con las cuales sentía menos química, pudo establecer una plática interesante con tres personas.
De estas tres, una de ellas fue la que más llamó su atención, ya que esta tenía algo en particular, diferente a todas las fotos que había visto en otros perfiles; una cabellera que llegaba hasta los hombros, de color azul marino con verde, fue lo que a Pame más atrajo la vista, y la impulsó a no parar el diálogo, con la persona que estaba al otro lado de la pantalla. El chat y la química fueron correspondidos, tanto así, que con solo seis días en una plática amena Pame y su mach, ya estaban planeando su primera cita, la cual se realizaría el 21 de junio del 2019, día del padre.
El perfil de los colores
Con 21 años, H’eidy Flores acababa de salir de su trabajo de medio tiempo, Los Perritos restaurante de comida rápida en Sabaneta, en el que llevaba ya un tiempo laborando, y del cual estaba ahorrando su sueldo para cumplir su sueño de comenzar una carrera, graduarse y empezar a trabajar como profesional. Se demoró alrededor de 15 minutos hasta llegar a su casa, un apartamento en el séptimo piso del edificio Boreal, de Sabaneta, en el cual vivía con seis amigos, con los que pagaba la vivienda en conjunto.
Al llegar, lo primero que hizo fue entrar al baño, lavarse la cara y mirarse al espejo. Su cabello era lo más importante para ella, ya que le encantaban las tinturas, tanto así, que desde que se lo pintó por primera vez, había probado múltiples colores que la caracterizaban y por los cuales la reconocían. Azul oscuro, castaño, mate y el que predominaba ahora, un azul marino con verde eran los colores que solía llevar. Eran los que la definían, la hacían lucir interesante a la vista, y a muchos en las calles les llamaba la atención.
Después de lavarse se recostó en su cama, tomo su celular, y comenzó a ver los mensajes que habían llegado de aquella app de citas que había descargado hace poco tiempo. H’eidy llevaba más de un año soltera, su última relación no había terminado del todo bien y quería darse un tiempo a solas, pero sentía que ya era suficiente, y era hora de empezar una nueva relación.
Un mensaje entre todos los chats que tenía llamó su atención; era el de una chica flaquita, algo morena, cabello castaño, con unas gafas un poco más grandes de lo común, que iban desde sus mejillas hasta sus cejas, y que se complementaban con una sonrisa en el rostro de la foto del perfil. Esta chica misteriosa escribió:
—Hola, que lindo tu cabello.
—Gracias, casi nadie se fija en él, respondió H’eidy.
—Enserio, es lo que más resalta a la vista. Dijo, Pame.
—¡No!, es la primera vez que me lo mencionan, a mí me gustan tus gafas, respondió H’eidy.
La conversación se avivo después de eso, con preguntas de todo tipo e interesantes, sobre sus gustos, historias y sus vidas mismas. Esa primera plática duraría toda la noche, y continuaría, sin parar, por los siguientes cinco días. Pero no fue hasta el día sexto que H’eidy se animó a dar el primer paso, invitando a su match Pamela a comer en un restaurante que le encantaba. La idea era encontrarse en la estación del metro Sabaneta y de ahí ir a pie hasta el restaurante ubicado en el parque principal del municipio.
A Pamela le encantó la idea, así que, un día antes de la cita esperada, decidió hacer la primera videollamada con su match, ya que estaba impaciente por verla. La llamada duraría alrededor de una hora, y además de eso, H’eidy retaría a Pame de forma coqueta y graciosa, a besarla cuando se vieran.
Citas y verdades
Se encontraron a las 4:00 de la tarde en la estación, el día estaba frío y el cielo pintaba que iba a llover. Al verse se dijeron un hola, acompañado de un beso en la mejilla y un abrazo. Pame estaba algo nerviosa, sentía que su acompañante era un poco seria, misteriosa y cortante, pero a su vez eso le atraía, ya que quería saber qué había dentro de esa chica con la que estaba. H’eidy, por su parte, estaba calmada, y tomando la mano de su pareja, dijo con seguridad:
—Vamos, salgamos de la estación.
Pame seguía pegada de la mano de H’eidy cuando habían dejado ya una cuadra atrás la estación. Le perseguía el paso, y por dentro no aguantaba más, ya que la seguridad de la persona con la que estaba la tenía embelesada. Pame, no resistió más, y a dos cuadras del metro, haló a H’eidy hacía ella, y mirándola a los ojos, le preguntó si podía oler su cabello, y al recibir la autorización, se acercó y la beso en la boca. El beso duró alrededor de 30 segundos, y finalizó con la sorpresa de H’eidy, ya que no estaba preparada, y esperaba que ese momento se diera en otro lugar.
Continuaron hasta el parque, y ya allí, sentadas junto a un árbol en frente de la fuente, mirándose después de lo que había ocurrido, Pame le confesó a H’eidy la verdad, sobre que, si decidía seguir con la relación, tendrían que adaptarse, porque Pame en diciembre se iría a vivir y a trabajar en Australia. Por otro lado, H’eidy estaba asombrada, eran muchas cosas para el momento, pero ella creía en el destino, que lo que sucedía no era problema, y que podrían continuar las dos juntas, a pesar de la distancia.
Las citas no pararon desde ese día, ambas estaban decididas que, si una de las dos se iba a ir, tenían que aprovechar el tiempo que les quedaba juntas lo máximo posible y verse todo lo que pudieran. Así que siguieron saliendo en diferentes citas. Algunas terminaron en la casa de Pamela, otras en la de H’eidy. Poco a poco, la relación pasó a tener más confianza, amor y sexualidad.
Aventura y amor en Australia
La conexión que tenían era tanta, que comenzaron a contarse algunas cosas que las unía más y más. Como aquella vez en que, comiendo un helado, en el parque Débora Arango de Envigado, H’eidy le confesó a Pame que ella podía sentir la presencia de su abuelo, que había muerto hace 10 años atrás, y que a muchos eso les resultaba extraño. O también está la ocasión en que una noche Pamela llamó llorando a H’eidy, porque su padre le había dicho algunas palabras fuertes por ser lesbiana. En cierto sentido, la vida de Pame y H’eidy, no había sido del todo fácil, ya que a las personas pertenecientes al grupo LGBT aún se les juzga, y en el caso de ambas, algunas personas llegaban a mirarlas con asco y repudio, ya que no entendían su orientación sexual.
Aun así, con todo y críticas, la relación prosperó, y aunque el padre de Pame en un principio no apoyó la pareja, a medida que fue pasando el tiempo, él fue entendiendo y aceptando más lo que quería su hija.
En agosto de ese mismo año, fue la primera vez que se separaron. Pame, iba pasar un tiempo con su tía en Estados Unidos, para trabajar, darse unas vacaciones y afianzar su inglés. Estuvo alrededor de un mes por fuera, y esto para H’eidy fue la primera prueba de que, sin importar la distancia, esa chispa de amor podía seguir viva.
Cuando Pame volvió, las salidas se tornaron más regulares, pasaban mucho más tiempo juntas y con amigos, ya que ese era el plan, y sabían que en diciembre se separarían, sin saber cuándo podrían volver a estar juntas. Pasaron dos meses y un par de semanas, se acercaba la fecha y H’eidy estaba triste, no sabía cuánto iba extrañar a Pamela, así que tomó la decisión de renunciar a su trabajo, para pasar los últimos días que le quedaban con ella.
El primero de diciembre sería un día importante para ambas, H’eidy había decidido tatuarse, para recordarla a ella cuando no estuviera. El tatuaje se lo hizo en su brazo derecho, eran los ciclos de la luna, representados en seis lunas diferentes, organizadas en línea, cada una justo después de la otra, y en el medio, encima de la luna del centro, una pequeña estrella que simbolizaba a Pamela, como la que guiaba su camino.
Pasaron las dos semanas restantes, la historia llegaba a su fin. Entre amigos, llevaron a Pamela, el 15 de diciembre, al aeropuerto José María Córdoba. El día era frío, oscuro y amagaba con llover, como si el clima supiera de la afligida pareja que se separaba y quisiera acompañarlas con la lluvia.
La despedida duro alrededor de 15 minutos, muy corta para todos los sentimientos que salieron. Entre lágrimas, uno a uno, sus amigos abrazaron a Pamela y la despidieron como si nunca se volviesen a ver. H’eidy y Pame fueron las que se abrazaron por más tiempo, y aunque, si sus planes de ahorrar juntas daban frutos para así poder rencontrarse en Australia el año siguiente, sabían que por mucho tiempo estarían separadas.
Al final, la despedida terminó, y Pame pasó a la zona de transbordo. Sus amigos se quedaron estupefactos, como si hubieran perdido una parte de sí mismos. Juntos salieron del aeropuerto, y de inmediato, como si la madre naturaleza los entendiera, comenzó a caer un aguacero torrencial que siempre recordaran por el día y el momento que vivieron.