Ana María Villegas es la creadora de Kuaile, una academia de danza aérea en Medellín. Esta escuela es el vínculo entre sus dos pasiones: la danza y la psicología. Para Ana, el vuelo es vida y sanación para el alma.
Y, cuando pensé haberlo visto todo, descubrí un pedazo de cielo en la tierra. Es aquella casa en la que siempre está Ana María Villegas, fundadora de Kuaile, la academia de danza aérea sobre tela, aro, aeroyoga y bungee fitness. Tengo una conexión especial con los artistas, la última vez que hablé con uno todo salió perfecto.
Cuando salgo de mi casa, me doy cuenta de que el lugar que busco queda a menos de tres minutos caminando. Después de andar hasta mi destino sin perderme veo un letrero con el nombre de Ananda, el centro de bienestar donde queda Kuaile, la academia de telas. Son las diez de la mañana, voy muy puntual. Veo un parqueadero lleno de carros frente a la casa, supongo que están allí dentro. Me dirijo a la puerta principal y me acerco a dos señoras que parecen ser muy amables.
– ¿Aquí es Kuaile? –pregunto.
– ¿Qué cosa? –me responde una de ellas.
– Pues, las telas.
– ¡Ahhhh! Sí, adelante.
Ahí mismo, cruzando el portal, queda el primer salón. Al lado, el segundo. Aquella mujer que está recogiendo todo es ella. Me quedo parada mirando hacia arriba. Ese cielo me deleita con sus telas de todos los colores y con su aspecto suave y brillante. Parecen recién compradas, aunque deben oler al sudor de todas sus bailarinas. En el primer salón veo todas las telas atadas juntas en un nudo multicolor. No es un cielo, pero es un lugar donde vas a volar.
Las telas cuelgan desde unas vigas en el techo. Las hay moradas, rosadas, rojas, amarillas y verdes. Al frente de un tapete de yoga hay un pequeño jardín con flores, piedras, luces y plantas. Las ventanas de cristal permiten que las alumnas sientan en su piel el calor de la luz del día. Todo irradia la paz y la tranquilidad de esta academia. Es una casa muy acogedora.
Mi reloj marca las 10:15 a.m. Ana está lista. Me da un enorme abrazo y yo se lo devuelvo. Termina de recoger las colchonetas que están en el suelo tras la clase que acaba de finalizar y se despide con amor de todas sus estudiantes. Su alegría y disposición me animan mucho. Mientras termina de arreglar todo, la miro: es una mujer delgada y no muy alta. Viste unos leggins y una camiseta deportiva negra. En sus ojos refleja calma y felicidad. Es serenidad pura.
Inicio al vuelo
Ana nació en Medellín. Es psicóloga de formación y le ha gustado siempre explorar las terapias alternativas, que son diferentes a las terapias que le ofrece su profesión. En medio de esa exploración encontró la danzaterapia, una experiencia a través de la utilización psicoterapéutica del movimiento con el fin de integrar el lado físico y emocional de un individuo. De ahí viajó hacia Argentina para especializarse e impulsar su idea. A la danza aérea llegó justamente, estudiando este tema.
Kuaile se creó en marzo de 2011. Sin embargo, la idea ya estaba fijada desde diciembre de 2010 cuando vivía en Argentina. Allá, Ana y su hermana vieron a unas personas haciendo danza aérea en un parque y se enamoraron de este deporte. Su hermana creó la academia cuando llegó a Medellín y Ana le prometió que “cuando yo llegue de Argentina la tomo. La hacemos juntas”.
No obstante, cuando Ana volvió a Colombia su hermana ya no quería seguir con la academia. “Quédese usted con ella”, le dijo. Ella aceptó y comenzó con Kuaile. Esta escuela empezó en un parqueadero del Centro Comercial Vizcaya, cuando este era aún muy desconocido. El lugar era oscuro, no había aire, caía todo el hollín de los carros y los pies de las alumnas terminaban negros. Sin embargo, eran felices porque el espacio era perfecto para practicar este deporte.
Lograron trasladarse para el tercer piso en el mismo Vizcaya, un lugar más limpio. Pero, un tiempo después, el centro comercial decidió hacer algunas remodelaciones, por lo que les pidieron desocupar este lugar. También estuvieron en una casa en Manila. Ana se fue a caminar por todo El Poblado en su búsqueda, porque siempre había querido que la escuela quedara en este sector. Acondicionaron el sitio para montar la academia y lograron construir un techo a doce metros de altura.
Lastimosamente, en mayo de 2020 tuvieron que cerrar la sede por la pandemia. Kuaile no se dio por vencido y comenzó una nueva etapa en San Lucas, en la que ahora tienen dos salones. Como academia, Kuaile fue la primera en Medellín en su especialidad. De ahí en adelante ha ido creciendo este deporte y manifestación artística en la ciudad.
En lo más profundo del cielo
Para Ana María, la danza aérea es la integración de su mamá y su papá. Ella amaba el arte y él era piloto. Esta academia la hizo para honrarlos, para que su memoria siga. Además, este deporte se ha convertido en su vida. Es una totalidad de lo que es esta mujer y de la historia que hay detrás de ella.
Se levanta y va al gimnasio tres veces a la semana, ama el deporte y, así tenga cuatro o cinco clases diarias, nunca abandona su gimnasio. Luego va a Kuaile a ofrecer una o dos clases en la mañana. Después se va para su casa a descansar y a hacer trabajo administrativo. Finalmente, vuelve a la escuela si le toca clase, pero tiene un equipo de trabajo muy completo que se encarga de dar las clases de la tarde para ella ocuparse de los costos.
El punto fuerte de esta academia radica en la integración del lado físico con lo emocional y mental. Allí no se le juzga el proceso a nadie. Ni la ropa que tiene ni el carro en el que va, o si no va en carro. Incluso, el uniforme es una trusa negra. También tienen muy claro la forma de trabajar y de respetarse entre todos.
La entrevista duró media hora como estaba previsto, pues el salón se vació completamente cuando se acabó la clase. Ana me trató como a una reina. Estaba muy agradecida conmigo por haberla contactado para la entrevista. Me dijo que “tan hermosa vos, que nos tuviste en cuenta para este trabajo. Muchas gracias”. Todo el tiempo me llamó por mi nombre. Y es que, en realidad, ella sabía quién era yo: fui su alumna hace muchos años. Desde que empezaron en el sótano de Vizcaya, hasta que se mudaron a la casa en Manila.
Debajo de sus alas
A veces se ponía emocional con alguna pregunta que le parecía bonita o que no sabía cómo empezar a responder. Entonces me lo expresaba. Yo la entendía perfectamente.
– Ana, ¿que significa el logo de Kuaile?
– ¡Ay, que pregunta tan linda! Kuaile significa alegría en mandarín. Es la energía de todas las personas que han pasado por la academia y que me han llenado mi corazón. Además, mi fuerte es el verde esmeralda, el color del chacra del corazón. Este nuevo logo es una foto de una alumna haciendo una figura que se llama “La K” de Kuaile. Al rededor y en el centro tiene un corazón verde que es lo que irradian todas las personas que pasan por acá.
– ¿Cuál es tu máxima aspiración con Kuaile?
– Uy, es muy charro, porque obviamente mi aspiración es que la academia siga creciendo y teniendo mucha vida, pero la verdadera aspiración es que siempre las alumnas sean felices. Mi aspiración es que el proceso que viven acá sea coherente con lo que hacen afuera. Que sean capaces de enfrentar la vida de la manera en que lo hacen acá: enredándose y aprendiéndose a desenredar. Y que salgan a bailarse la vida.
– ¿Este negocio es rentable?
– Sí. Al principio fue muy duro, yo estuve a punto de cerrar la academia. Fueron cinco años en que yo pagaba el arriendo y les pagaba a los profes, y a mí me quedaban cuatrocientos mil pesos. Cuando empecé a tener mucho orden y mucha perseverancia fue que logré volverlo rentable.
– ¿Qué clase de música les gusta poner durante las clases?
– Depende del grupo. A las grandes les gusta algo más suave tipo Julieta Venegas o de ese pop que nos gusta ya a las mayores. A las niñas les gusta lo de TikTok. En algunas clases calentamos con música afro y, si están muy necias, les pongo música clásica para que se calmen.
– ¿Alguna vez has pensado en dejar la danza aérea?
– Lo pensé cuando estuvimos a punto de quebrar. Afortunadamente, en una meditación muy profunda, me di cuenta de que no era capaz y que todavía había mucha vida. Me organicé ya como negocio y lo logré. De resto, yo puedo estar lesionada y aun así no soy capaz de dejarlo. De pronto en unos años que ya tenga cincuenta y pico…
Mi reloj anuncia las 10:45 a.m. Paro la grabación y me levanto para despedirme de Ana con un abrazo. Le agradezco por haberme dado un espacio de su tiempo y le demuestro mi admiración por todo lo que ha logrado. Estoy segura de que, sin su perseverancia, Ana María Villegas no habría logrado construir Kuaile, un pedazo de cielo en la tierra.