Necoclí a paso de tortuga
Ana Isabel Arenas Arboleda
Cuatro de las especies de tortugas marinas que existen en el mundo llegan cada año a Necoclí para poner sus huevos —desovar—; su cuidado es una responsabilidad asumida por sus pobladores y por los turistas. Dos estudiantes reporteras de Comunicación Social de la Universidad EAFIT, Ana Isabel y Karla, hicieron parte del Primer Campamento Científico Tortuguero, en Playa Bobalito
—La verdad Karla espero que no se nos caiga la carpa encima mientras estemos durmiendo. Hoy la veo como más pegada a nosotras.
—Sí, es que está más abajo Ana. Pero igual creo que resiste, ya aguantó el aguacero de ayer, no creo que esta noche se nos caiga encima.
—Sí Karla porque que susto morir ahogada; por lo menos si se cae tenemos un espacio para respirar porque los bolsos no dejan que nos caiga directamente encima. Igual, voy cerrar parcialmente la entrada porque una nunca sabe.
Después de habernos arrastrado para entrar a la carpa, sacudirnos un poco la arena de la ropa y tratar de sacarla también del interior de nuestra habitación, por fin podíamos tener una conversación sobre los acontecimientos del día. Eran las 9:45 pm del domingo 28 de marzo y estábamos agotadas.
De preocuparnos por escritos, exámenes, pandemias y amores, pasamos a inquietarnos por la capacidad de resistencia de “la habitación”. Nuestras conversaciones eran, aparentemente menos significativas, pero mucho más profundas. Después de las frases cruzadas, ambas nos acostamos. El sonido de las olas y el agotamiento del día fue la última conexión neural consciente de esa noche como moza del mar.
Nuestro paseo empezó como una posibilidad remota. Unas fotos reenviadas en mi grupo del Semillero de Investigación en Estudios de Mercadeo, SMART, de la Universidad EAFIT, por parte de la profesora María Claudia Mejía Gil. Cuando vi las infografías, no leí la información que las acompañaba. Por los símbolos me imagine que era una campaña de recolección de dinero para salvar las tortugas de cualquier playa lejana del país. Seguí haciendo trabajos académicos. Dos horas más tarde, “Semillero SMART” tenía seis mensajes con comentarios como: “genial”, “que top” y “me encanta” y stickers que demostraban interés por parte de varios miembros. Para poder comentar algo en el chat, decidí leer sobre las dos fotos reenviadas. Se trataba de la invitación para ir a un campamento científico tortuguero; no me lo podía creer ¿científico? Para ser sincera, era la primera vez que escuchaba la palabra ciencia vinculada con una actividad de voluntariado. Ese sábado 6 de marzo, le reenvíe de inmediato las infografías a Karla y le propuse la idea.
Karla es una joven de 19 años que se caracteriza por su estatura superior al promedio y por su belleza. Es de ojos achinados, sonrisa contagiosa y corazón discreto. Apenas vio las infografías y escuchó mi audio de un minuto explicándole enfáticamente porqué debíamos de ir, aceptó. El proceso de convencimiento a sus papás para que le permitieran viajar conmigo a Necoclí, con el fin de asistir al campamento, fue arduo y requirió de todas mis capacidades lógico argumentativas. Tuvimos un final feliz. Y por feliz me refiero acorde a nuestros requerimientos: transportarnos en bus, irnos un día antes al campamento y volver un día después, para un total de cinco días de viaje.
El viernes 26 de marzo, Karla estaba tocando la puerta de mi casa a las 11:45am para almorzar. Tarde, porque habíamos quedado que a las 11:30. Cuando llegó, la mesa ya estaba servida. Comimos con rapidez, lavé los platos y me despedí de mi hermana. Casualmente, el mismo conductor que transportó a Karla del Poblado hasta Calazans, nos recogió para llevarnos a la terminal de transporte del norte. Karla se fue hablando todo el tiempo con el conductor hasta que yo, de la manera más decente que pude, le sugerí a don Andrés acelerar. Con su marcado acento rolo me dijo que le iba a “meter chancleta” y, efectivamente, así fue. Desde ese momento, nos demoramos exactamente 8 minutos en llegar. Nos despedimos y sacamos nuestras 6 maletas del auto para, con premura, caminar hasta la estación de transporte.
Llegamos a la 1:00pm. En un mensaje que envíe a la 1:07pm quedó registrado que ya estábamos esperando al grupo que viajaría con nosotras. Mis papás me fueron a despedir y, por ahí derecho, conocieron a algunos integrantes del Semillero de Investigación en Innovación y Emprendimiento, SIIE, de la Universidad EAFIT —otro grupo investigativo del que hago parte— y a otras tres muchachas que también serían voluntarias en el campamento. Me despedí de ellos prácticamente hasta que entré al bus de Transportes Gómez Hernández y, sinceramente, sentí un vacío en el alma. El conductor salió a la 1:45pm de la estación, 15 minutos después de lo planeado. El viaje demoró 12 horas y media.
Salimos de Medellín el viernes 26 de marzo y llegamos a la calle principal de Necoclí —donde está el paradero— el sábado 27 de marzo a las 2:13am. El bus presentó problemas y se varó, tanto así que en algunos trayectos el conductor lo apagó para enfriar el motor. Recuerdo que solo pude dormir hasta las 12:00 de la noche que entramos a la carretera de Urabá. La luna llena iluminaba nuestro camino y, cuando vi que estábamos en Mutatá y, por ende, la carretera de la zona bananera era recta, pude cerrar los ojos.
Necoclí es un municipio del departamento de Antioquia que se encuentra en la subregión del Urabá Antioqueño. En “Neco”—como suelen llamarlo propios y visitantes— habitan 70.824 personas que, geográficamente hablando, viven en un punto privilegiado del golfo de Urabá. Sus habitantes son alegres, amables y muy trabajadores. Les gusta mucho el vallenato, el pescado, el guarapo, darse la siesta de la tarde y conversar abiertamente.
Llegamos a “Neco” y se sintió de inmediato el aire caribeño mezclado con el olor a mar y pescado. Mi sensación favorita. Buscamos el hotel Princesa Katia, que habíamos reservado por 32.000 pesos por persona, y los 9 viajeros caminamos por 10 minutos hasta llegar allí. Me dormí a las 3:30am y nos despertamos a las 8:30am del mismo sábado. Karla y yo, además de una de las compañeras de excursión, dormimos en la misma habitación. Al otro día, desayunamos juntos en un restaurante y, aunque casi todos se decidieron por arepa y huevo, yo quería salpicón con helado y guarapo. Los viajeros pensaron que me iba a dar un problema de azúcar, pero, con el creciente calor era necesario cambiar de menú.
Durante la mañana del sábado, Karla, la otra viajera y yo, buscamos un nuevo hotel al cual llegamos el lunes y saludamos a uno de los mejores amigos de mi mamá, Alfonso. Él es dueño del Tambo de Valledupar, el cual está ubicado en la vía principal, donde los residentes del pueblo van a tomar cerveza y a bailar vallenatos.
En el tambo pasamos un rato agradable que hubiera deseado extender. Sin embargo, debíamos estar a las 2:00 pm en el monumento tortuguero de la playa para encontrarnos con los organizadores del campamento y embarcarnos en el voluntariado. A la 1:30 pm llegamos al frente del monumento y almorzamos, las mismas tres compañeras, al frente del mar. Ese pescado que me comí estaba delicioso, me tomé cuatro vasos de guarapo —cuasi bebida nacional colombiana— y, luego del festín, nos encontramos con el grupo grande del viaje. Las 8 personas (y conmigo 9) que íbamos a montarnos en un campero y conformaríamos una burbuja social. Como debíamos ser 10, adoptamos en el grupo a una cuarta “pegada”. Así que, cinco estudiantes de EAFIT, dos de la Universidad Nacional, una de la Universidad de Antioquia seccional Urabá y una profesional fueron las personas que vi, durante tres días, hasta en la sopa.
A las 3:30 pm del mismo sábado 27 de marzo, nos embarcamos en el campero que nos llevaría hasta la playa Bobalito. Como es el lugar donde desovan las tortugas, está protegido por autoridades ambientales como Corpourabá y la Secretaría de Turismo de Necoclí, entonces solo se puede entrar con autorización; y gracias a esto último, solo se permite transporte privado en la zona. Me fui adelante para ver el paisaje desde la ventana grande. Aproveché que no había ningún organizador del evento con nosotros para conversar con una persona diferente a mi burbuja; el conductor.
Él tiene una cara para olvidar, incluso, cuando lo volví a ver el lunes de regreso, no lo reconocí. En el viaje hacia el sitio del campamento me contó que esa vereda se llamaba Lechugal, que hay aproximadamente 1.000 cabezas de ganado; me comentó que el puerto de Necoclí quedaría ubicado por esa vereda, entonces para él se iba a dañar esa zona. También habló un rato sobre los monocultivos de árboles de madera que hay a lado y lado de la vía. Conversamos todo el viaje; lastimosamente no pude tomar nota ni grabar, pero, ese hombre sin nombre y sin rasgos reconocibles, merecería un libro completo.
La burbuja social
El campamento tortuguero estaba comprometido con la seguridad de sus voluntarios en todos los sentidos. Desde las primeras comunicaciones de Telegram, se nos informó sobre la dinámica de las burbujas sociales. Resulta que las burbujas serían 10 y estarían compuestas por 10 voluntarios ¿qué significaba esto? Que todos los movimientos; monitoreo de tortugas, alimentación, limpieza de playa, recreo y zonas comunes (“baños y duchas”) serían única y exclusivamente compartidos por esas 10 personas que viajaran juntas en el campero desde Necoclí. Al final, solo asistieron 92 voluntarios al campamento y el número de burbujas se convirtió en 9 (7 grupos con 10 personas y otros 2 grupos con 11 personas). Por las medidas para evitar los contagios de Covid-19, no tuve la oportunidad de hablar con ninguno de los voluntarios de otras burbujas. Ni siquiera les conocí la cara. O sea, los puedo volver a ver y no tendría ni idea que compartí con ellos una experiencia frente al mar.
—Anita ¿Esta carpa quién te la prestó?
—Profe, mi tío me la prestó. Él sale a acampar mucho y la sabe armar.
—Entonces espérate yo llamo a Pao, ella fue Scout y si no la arma ella, no la arma nadie.
—(Pao, 10 minutos después): Es que las varillas están muy malas, tenemos que amarrar todo para que resista.
La armada de la carpa de mi tío requirió la ayuda de 5 personas del staff, casi todos ingenieros, 4 palos gruesos recogidos de la arena, 8 metros de cabuya y una oración al misericordioso. Nos demoró casi 2 horas armar la carpa. Nuestro staff era la profesora Alejandra Vidal y la líder de nuestra burbuja fue Estefanía Barreneche.
Profe Aleja
Es una treintañera que ha viajado por el mundo y esto se manifiesta en sus gestos y personalidad. Su cabello rima con su sonrisa y siempre tiene los mejores aportes. Es profesora de planta de la Universidad EAFIT, encargada del semillero SIIE, líder de la mesa Emprender y coordinadora de la alianza 4U. Su mantra es el equilibrio y, gracias a su función como staff, durmió al lado del mar durante 6 días, lo cual le permitió —como ella misma contó en un almuerzo— renovar sus energías.
Estefanía “Barrilete”
Es una líder innata. Es de sonrisa amplia y voz fuerte. En este viaje, aparte de sus órdenes directas, se destacó por su morral gigante y pesado. Este último, tuvo que ser cargado por 4 personas durante todos los desplazamientos. Así que, aparte de cada uno llevar sus maletas, debían ayudarle a cargar todos los objetos —innecesarios si se me permite— cada que debíamos caminar.
Tobi
Valentina Tobón es un alma de Dios. Es de cuerpo menudo y cara perfecta, su físico responde a la característica suya por excelencia, el equilibrio. Toda ella es una canción que atrae a los que se permiten oírla. Cuando se le mojó la carpa la primera noche, su respuesta fue limpiarla de inmediato. Sorprendentemente, no se dedicó al arte de la quejadera.
Isa y Jhon
Isabella Echeverri y Jhon Michael Ramírez son personajes inseparables. Desde el primer momento en el bus ambos estuvieron juntos; su amistad puede confundirse fácilmente con amor. Ambos encajan a la perfección; Isa es menuda y de risa fácil, mientras que Jhon es caucásico y gracioso. En definitiva, ellos dos son toda una historia.
Maya mar
Valentina Maya fue mi compañera de mar. Es atrevida, analítica y empoderada, su tatuaje ubicado en su dorso, es una ballena que revela pistas de su personalidad. Tiene ojos de búho y corazón guerrero. Maya estudia —con Mari— Ingeniería Ambiental en la Universidad Nacional.
Mari
Mariana Osorio es delgada y de voz poderosa. Ella no tiene que gritar para hacerse oír, pues es una persona con presencia y estilo. Su mayor miedo durante el campamento fue que el mar se saliera y llegará hasta la zona de camping. Nadie le prestó atención, pero, la profe Aleja aprovechó para realizar una reflexión sobre el miedo y las preocupaciones.
Joha
Johana Acevedo es auxiliar veterinaria. Tiene 30 años y es de personalidad pacífica. Su manera de actuar y de hablar demuestra su madurez y experiencia. Es muy buena conversadora, amable, gentil y sencilla. El primer día no sabíamos si iba a poder dormir puesto que, en su casa, siempre se acuesta viendo algún programa de televisión. Empero, el mar y el cansancio diario la arrullaron, así que pudo descansar todo el tiempo.
Esteicy
Esteicy Herrera tiene 24 años y es apasionada por el mar. Refleja todas las características propias de la zona bananera; su buen humor, energía y pasión, hacen que transmita alegría todo el tiempo. Es una morena amigable, de cabello crespo y ojos reveladores. Todo en ella es amistad y locura. Ama tirarse al oleaje y dejarse arrastrar por este, lo que revela ese tinte de arriesgada que la caracteriza.
Turismo científico
Participar en el campamento le costó 150.000 pesos por persona, a los estudiantes de las universidades privadas; y 100.000, a los de las públicas. Incluyó el trasporte de Necoclí a la playa Bobalito y las comidas respectivas. Los días del 27 al 29 de marzo fueron enriquecedores. El sábado 27 se dedicó a acomodación y el domingo 28 de marzo nos encargamos de la actividad estrella: recoger la basura y madera que el mar había traído hasta la playa. Esto último con el fin de proporcionar a las tortugas un camino sin obstáculos para que desoven lejos de las olas; así se pretende que el mar no se lleve sus huevos. Esta actividad se desarrolló desde las 9:30 am hasta las 4:00 pm. El almuerzo, un fiambre con aires de tamal, fue llevado por el staff hasta el sector de la playa que estábamos limpiando.
Luego de la agotadora jornada, tuvimos un espacio de recreación en el mar. Vivíamos, comíamos y nadábamos en el paraíso.
El lunes 29 de marzo aprendimos sobre la playa Bobalito y la iniciativa económica que para esta tienen desde la asociación ACAETUR. Resulta que esta playa remota del departamento de Antioquia recibe cada año, especialmente entre mayo y octubre, a 4 especies de tortugas que se encuentran en peligro de extinción: la Caná, la Verde, la Carey y la Cabezona.
Estos animales tienen una memoria envidiable. Vuelven 10 o 12 años después a la playa donde nacieron para poner sus huevos; y por esto, es tan importante cuidar las playas donde lo hacen. Estos animales salen del mar —en ocasiones hasta 100 metros— limpian con sus aletas la arena, excavan un nido de hasta 75 cm de profundidad (dependiendo de la especie), luego depositan sus múltiples huevos y, al final, tapan con la arena el nido y vuelven a irse al mar.
En el campamento tuvimos la oportunidad de ver una tortuga muerta. Su cuerpo había sido traído por el mar el día anterior. Era una tortuga Cabezona de 45 cm de largo y 50 cm de ancho. No vimos su cabeza puesto que un tiburón —que probablemente la atacó en un arrecife ubicado a 3km de la playa— se había dado un festín con la misma.
Esta acción nos permitió ver una tortuga marina de cerca y don Néstor, el experto empírico en tortugas de la asociación, aprovechó para contarnos su trayectoria en el trabajo con las mismas. Su historia empezó como cazador y, desde hace 9 años, cambió a la acción de protector. Nos contó el proceso de desovar de las tortugas, los rasgos que diferencian las 4 especies que llegan a la playa y la forma —lecciones aprendidas gracias a las capacitaciones que recibió en Costa Rica— que utilizan para realizar los monitoreos.
Don Camilo, el experto científico de la asociación, también tuvo esa mañana del lunes 29 de marzo la oportunidad de contarnos su plan. ACAETUR es una asociación de conservación ambiental y ecoturismo sin ánimo de lucro que funciona desde 2012. La idea es que a través de una red internacional de turismo científico en playas remotas (Remonautas), el viajero tenga la posibilidad de financiar y apoyar la investigación costera. La propuesta es hacer turismo ecológico sostenible que le permita a las personas ir de vacaciones y ser parte activa de la investigación por medio del monitoreo y la recolección de datos. Es un turismo que dista de ser masivo para centrarse en la conservación e investigación de especies y ecosistemas. La playa Bobalito desea ser parte de esta red internacional de turismo.
Cuando retornamos ese mismo lunes a Necoclí a la 1:00pm, la vida fue tranquila. Karla y yo nos separamos del grupo, pues ellos se devolvían a la capital antioqueña esa misma noche, mientras que nosotras el martes 30 de marzo. Nos despedimos. Esa tarde fue dedicada al mar y a las amigas. Esteicy, la amiga de la burbuja y Karen, una conocida nueva, nos acompañaron al mar. Nadamos en las calmadas aguas del caribe durante dos horas y pasadas las 6:00 pm decidimos tomar nuestras pertenencias e irnos.
Mientras caminábamos por las calles medio pavimentadas de “Neco”, la vida era agradable. Nuestras dos amigas se iban quedando en sus respectivos hogares y el atardecer nos despedía con cariño y alegría. El tiempo era insignificante y la sensación eterna.
—Ana ¿volvemos para el próximo campamento?
—Si Dios quiere, sí.