Cuando nació, Daniel Soto Gómez fue diagnosticado con parálisis cerebral, una condición que no le impidió convertirse en comunicador, bilingüe, ni practicar Kung Fu en muletas. Es cinturón azul, el sexto de diez niveles, e instructor de estas artes marciales chinas.
Al abrirse las puertas del aula, un hombre de mediana estatura, cabello negro y camisa manga larga con lunares entró al lugar. Su apariencia joven y alegre se erguía sobre unas muletas de antebrazo que lo ayudaron a caminar hasta la silla que le habíamos preparado de antemano.
La primera impresión fue que había sufrido un grave accidente que redujo la movilidad de sus piernas. No obstante, su historia era muy distinta y se remontaba a 1985, año en el que nació.
“Cuando yo nací fui diagnosticado con parálisis cerebral porque me quedé sin oxígeno. Algunos médicos decían que el diagnóstico mío iba a ser muy malo, que yo no iba a poder leer, ni escribir, ni nada de esas cosas. Gracias a Dios sé leer y escribir perfecto y soy bilingüe”.
Aunque si bien Daniel siempre fue un apasionado por aprender, sus primeros días en la escuela no fueron fáciles. Él recuerda que en su infancia tuvo que someterse a una cirugía que le hizo perder el año, desmotivándolo durante unos años más hasta que se propuso salir adelante sin importar qué fuera de su destino.
No obstante, el camino no fue fácil y hubo una ocasión en la que casi fue retirado del colegio, ya que no creyeron posible que él lo lograra.
“Si hay algo que a mí me molesta es que sabiendo que yo soy capaz, otra persona me diga ‘usted no puede’ y que de esa persona dependa que yo haga las cosas o no. Entonces yo soy: ¿no puedo? Venga, venga yo le muestro que sí puedo”.
Fue su valentía y capacidad resiliente las que le permitieron graduarse del colegio a los 24 años contra todo pronóstico pesimista e impedimentos de la época por su condición.
Esa misma actitud lo impulsaría a sacar su pregrado en Comunicación Social en la Universidad EAFIT en los nueve semestres estipulados en el pensum académico. “Dije: a mí eso me pasó en el colegio, eso ya en la universidad no me vuelve a pasar”.
Kung Fu, un compromiso con lo inevitable
“Cuando cumplí 21 años conocí algo que me cambió la vida completamente que es el Kung Fu. Estaba haciendo fisioterapia de mantenimiento cuando llegó alguien que a mí me causó mucha impresión porque, como periodista, yo indago en muchas cosas.
El hombre tenía un esguince de tobillo de segundo grado y a las dos semanas estaba saltando sobre el pie que se había desguinzado y las fisioterapeutas decían ‘eso es imposible’.”
“Como yo no lo conocía, entonces le pregunté:
—Vení, ¿vos qué hacés?, si médicamente es imposible, ¿qué hacés?
—No, es que yo hago Kung Fu —me explicó.
—Hombre, yo quisiera tener la habilidad mental, la tranquilidad espiritual que ustedes tienen, pero yo sé que físicamente no me da. Yo no soy capaz de hacer eso —le dije, recordando esas películas de Jackie Chan donde hacían saltos mortales y esas cosas.
—Error, usted sí puede entrenar. En la academia hay un muchacho que estaba cuadripléjico y el maestro lo tiene caminando en unas muletas como las suyas.
¾¿Qué, qué? ¿Cómo? Si eso es así, yo camino en dos semanas. Fue lo que pensé en ese momento, aunque no fue tan así (sonríe).
—Pásame por favor el teléfono de él, yo quiero hablar con él.
Luego llamé al maestro Jorge Betancur y le dije:
—Jorge, a mí un alumno tuyo me dijo que vos me podés ayudar con un tema que yo tengo.
—¿Vos sabes dónde queda Poblado Club?
—No tengo ni idea, pero yo llego. No se preocupe que yo llego”.
Cuando Daniel llegó a la Academia Citogim, en aquel entonces ubicada cerca de la loma del Esmeraldal, en el municipio de Envigado, lo primero que vio fue un grupo de cinturones rojos entrenando de cabeza, con las manos sobre el piso y las piernas apoyadas en la pared.
Una escena que le generó tal impresión que quiso regresarse a su casa de inmediato. Sin embargo, uno de los alumnos lo detuvo.
“—¿Usted por qué se va ir si el maestro lo está esperando?
Y así, de no poder dar pasos sin muletas, en 15 días ya caminaba más derecho, dejé de arrastrar los pies. De hecho, casi nadie se dio cuenta que estos zapatos que hoy pueden tener entre ocho o diez años, antes no me duraban ni quince días buenos”.
Confiar y enseñar a otros
“Una vez una compañera mía, que sabía que yo entrenaba con el maestro y que hacía cosas para mejorarme y que me habían mejorado, me pidió que hablara con el maestro para preguntarle qué podía hacer con su tía que estaba enferma.
Ahí me di cuenta que el maestro no era tan accesible como lo fue conmigo. Bueno, la cosa es que yo fui a hablar con el maestro y él me dice: ‘Cúrela usted’.
—¿Cómo? —le pregunté.
—Con lo que yo le he enseñado.
Y esa fue la primera persona a la que le empecé a enseñar. Hice un trabajo con ella como de dos o tres meses, sin cobrar un peso, porque había una enseñanza de servicio muy bonita”.
“Cuando hicimos el cambio del primer al segundo cinturón, yo me cuestionaba. Yo sentía que había muchas cosas que no podía hacer, entonces, ¿por qué me lo dieron a mí? Pero, cuando yo vi cuál era la diferencia, la distancia entre ellos y yo fue como: “¡Ah! es que yo sí los puedo corregir”.
Aunque hay cosas que a mí no me daban y hay cosas que todavía no me dan, uno sí sabe qué tiene que corregirle al alumno.
El maestro, por su parte, me llevaba donde alumnos avanzados y me invitaba a ver entrenamientos hasta que un día me preguntó: ¿usted qué quiere hacer?, ¿en qué quiere que yo lo ayude?
—Quiero ser maestro como usted.
—Listo, empiece a entrenar con un grupo normal —fueron sus palabras.
Tiempo después el maestro me dijo que empezara a monitorear y me entregó un grupo de adultos. En ese tiempo a mí me iba muy bien en la universidad, pero ya entre quinto y sexto semestre la carga académica era muy dura y yo quería mantener un buen promedio y estudiar bien, que era mi interés”.
“Yo en ese momento pensaba: ‘Kung Fu lo voy a poder ver después, la universidad es una oportunidad que tengo y la debo aprovechar ya’, así que me salí hasta que terminé la carrera. Cuando terminé, volví con el grado de cinturón amarillo.
Recién egresado de la universidad, yo tenía muchos problemas y ver que había otras personas que necesitaban de mí, hacía que yo me diera cuenta de que las cosas que me estaban abrumando tanto no eran tan grandes y que yo podía hacer cosas por ellos”.
Cambiando mundos
“¿A qué me dedico hoy? Me dedico a despertar mi conciencia y a despertar la conciencia de otros.
Yo trabajo como corresponsal de la fundación Cambiando el mundo de personas con discapacidad. Entonces, lo que yo hago es, primero, concientizar a las personas que tener una discapacidad tampoco es tan grave, que somos personas normales y punto.
Y, segundo, concientizar a las personas con una discapacidad que también depende de nosotros que nos vean como un “pobrecito” o como una persona normal, valiosa, valiente, tesa, que vale la pena estar con ella. Porque lo que yo he tratado de demostrar y he demostrado a lo largo de los años es que una discapacidad se supera desde aquí (señala su cabeza)”.