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Putas inocentes

Por: Juliana Alzáte Román

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En la prostitución las únicas inocentes son las putas.

La prostitución es un fenómeno con un claro componente de género de dimensión mundial que afecta alrededor de 42 millones de personas en todo el mundo, de los cuales el 80% son mujeres y niñas, y en el que casi la totalidad de los usuarios son hombres.

En Colombia la prostitución no es ilegal, ni está penalizada, como se admite en la sentencia T-629 de 20101. Sin embargo, no hay un marco jurídico específico que proteja los derechos de las personas que ejercen la prostitución voluntariamente y regule el oficio. ¿Esto qué quiere decir? Básicamente que en Colombia la actividad de la prostitución es considerada como un trabajo normal desde el principio de la autonomía personal, lo que les da a dichas personas el derecho de adoptar decisiones sobre su vida y su cuerpo dentro de dichos parámetros, pero que, al mismo tiempo, no les garantiza prestaciones, acceso a la salud ni pensión como en un trabajo tradicional.

Si bien, no estamos poniendo a discusión la autonomía corporal de estas personas, el problema radica en la consideración de la prostitución como un trabajo normal de carácter independiente en el que el cuerpo de la mujer se convierte en la mercancía de la demanda del hombre.

Si aún no ha quedado claro, la prostitución no es un trabajo como cualquier otro, en este las mujeres no ejercen su libertad sexual ni gozan algún privilegio por su ejercicio; no estamos hablando de personas que venden manillas, dulces o comienzan un emprendimiento; hablamos de seres humanos con necesidades que al no tener oportunidades deben recurrir a poner en venta su integridad física y mental para sobrevivir.

Veamos con claridad que es una forma de violencia de género y que además es una consecuencia directa del fenómeno de pobreza. Las mujeres y niñas no ejercen la prostitución de manera consentida y voluntaria, son marginadas por su condición de vulnerabilidad y sometidas bajo el lema de la autonomía para ser usadas como un objeto sexual de forma justificada.

Por otro lado, he de admitir que, aunque no desestimo y mucho menos niego que existan personas que ejerzan la prostitución de forma voluntaria, lo que defiendo en este caso es que tanto las necesidades y razones por las que estas mujeres deben recurrir a la prostitución nace de un espectro más profundo que la mera decisión de vender o no su cuerpo. Y es que vivimos en una sociedad desigual en la que muchas mujeres no tienen la oportunidad de escoger ser abogadas o médicas, y la alternativa de la prostitución es la más accesible y rápida.

Lo que sucede, es que estas mujeres en situación de vulnerabilidad tienden a creer que la decisión de vender su cuerpo es únicamente suya, -y aunque en parte en cierto- ignoran el hecho de que sus propias circunstancias -que a su vez vienen de una problemática social muy antigua (la repartición desigual de recursos) – es el detonante y/o el origen de que deban apelar a este “empleo” para tener una vida medianamente digna.

Por otra parte, tampoco defiendo los sistemas abolicionistas como los implementados en países como Suecia, Noruega, Islandia y Canadá que, aunque pretenden castigar al comprador de sexo y no someter a la mujer prostituida, esta continúa sufriendo dado que las medidas propias de este sistema no evitan en su totalidad su explotación sexual y, al mismo tiempo deja desprotegidas a aquellas mujeres que dependen económicamente del trabajo sexual.

Es evidente que acabar con una problemática como la pobreza o la prostitución es algo muy poco realista, y no es el punto de esta discusión. Lo que estoy cuestionando es que se trate un tema de esta índole desde dos puntos opuestos, en los que por un lado la legalización de la prostitución no se ha mostrado efectiva en asegurar la independencia de las prostitutas. por lo que se siguen produciendo situaciones de explotación y violencia; y por el otro lado, que en los sistemas abolicionistas se observe el deterioro de las condiciones de las mujeres que continúan ejerciendo dicha labor; finalmente, porque en ambos casos las trabajadoras sexuales siguen siendo estigmatizadas, dejando de lado la raíz del problema que es la pobreza que condiciona la vida de estas mujeres.

Por todos estos motivos resulta necesario pensar en la prostitución como una de las grandes deficiencias socioeconómicas de muchos países, y que, aunque es difícil llegar a un acuerdo sobre el modelo adecuado para resolver dicha problemática, aún existe la posibilidad de conciliar ambos sistemas y construir estrategias que consoliden vías de acción para las víctimas. Por último, esta es una invitación a que seamos empáticos hacia esta lucha y, además a que recordemos que es necesario atender y escuchar la opinión de dichas trabajadoras, proteger sus derechos y no tratarlas como una amenaza social.

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