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Gimiendo y llorando en este valle de cocaína

Por: Isabella Rodríguez Vélez

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Según la ONU, en 2020 seguíamos siendo el productor número uno de cocaína a nivel mundial, mostrando que las leyes contra las drogas no han sido efectivas, y su producción es tan masiva que pareciera completamente legal.

Dicen que Colombia está sentada sobre una mina de oro y ni siquiera la toca.
Yo lo llamaría iceberg de oro, y no me extraña que nadie lo voltee a ver. Es un tema tan complejo y extenso que implica muchas cosas de la cultura del país, lo que incluso hace difícil elegir la arista para abordar el tema sin creerse doctor, economista, campesino, psicólogo, empresario o sin morir en el intento.

Desde el colegio he debatido si las drogas deben ser legales, penalizadas, reguladas o no, y aun así creo que nunca voy a saber lo suficiente sobre ellas, puesto que tiene tantos enfoques que parece sin fin, y si a eso le sumamos su gran controversia, no siempre se está seguro de que leamos la verdad o una idea sesgada. Puede ser muy fácil asustarse y creer que vamos a pasar de humanos a cocainómanos, pero lo cierto es que esta afirmación está “un poquito” lejana de la realidad, tan “poquito” que da lástima cómo nos aferramos a ella.

Adivinen a quién le pertenece el 70% de la producción mundial de coca. Ajá, a Colombia. La marihuana y la cocaína son las sustancias psicotrópicas más utilizadas en el país, y la cerecita del pastel es que, según la ONU, en 2020 seguíamos siendo el productor número uno de cocaína a nivel mundial, entonces, ¿su prohibición no ha impedido su producción, venta y consumo? Exacto. Pero no se asusten porque, por lo menos, no figuramos en el top tres de países con mayor consumo. Aunque quién sabe, de pronto en los colegios empiezan a dar hoja de coca procesada en lugar de carne de caballo. Mentiras, no se lo tomen en serio.

La Unodc (Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito) estima que en 2020 se produjeron 1.010 toneladas métricas de cocaína pura, generando un incremento en el resultado a pesar los millones en dólares invertidos por el expresidente Iván Duque para llevar a cabo su “guerra contra las drogas”.

Quizás habría sido más eficaz que hubiera gastado ese dinero en intentar disminuir la cifra que cargamos por 14 años de 76 mil asesinatos relacionados con el narcotráfico.

Se va haciendo más evidente que las leyes contra las drogas no han sido efectivas, y su producción es tan masiva que pareciera completamente legal, entonces no hay una buena razón para creer que aflojar un poco vaya a convertirnos en un país dependiente de estas sustancias psicotrópicas.

Hace poco aprendí que despenalizar no es lo mismo que legalizar, entonces aclaremos eso primero. Entiendo despenalizar cuando es legal que se consuma mientras no afecte la integridad de los demás y legalizar cuando cualquiera puede producirla, venderla, consumirla y fomentarla. Si nos enfocamos en la primera y mantenemos presente esa mina que escondemos, creo que no es suficiente la despenalización y deberíamos empezar a apostar por la regulación, que nos puede plantear una orden para poder producirla y exportarla bajo el control del Estado.

Sin importar su ilegalidad, a los campesinos les sale más rentable plantar coca, y sin la presencia de las FARC, no hecho sino aumentar su producción, “la coca es el único producto que se puede sacar de la zona donde se cultiva. Con otros productos se pueden tener cosechas creíbles, pero el transporte al mercado es tan costoso que se pierde”.

Nuestro territorio podría acoger muchísimos tipos de plantaciones y explotar esa área agrícola con la que tanto se ha soñado, pero el problema no es ese, es su transporte. No contamos con las vías óptimas para llevar esos productos al resto del país y es aún más triste, que los que estén interesados en enriquecerse a toda costa, harán más por sacar coca de las fincas a las que no llega ni Dios, que por cualquier vegetal.

El apoyo detrás de la no despenalización a veces se torna metiche y superficial, siendo fundada por el argumento de “me molesta lo que hace alguien que no conozco, porque yo jamás consumiría alguna sustancia”.

Nos descontrolamos diciendo que la sociedad va en picada hacia su fin, mientras consumimos cosas legales que nos destruyen en gran medida y le damos mínima importancia: comida chatarra, bebidas alcohólicas, energizantes y cigarrillo. Ojalá fuéramos así en cada ámbito, porque, por ejemplo, prestamos la misma atención en cuanto a si a cada ciudadano se le garantizan o no unas buenas condiciones de trabajo, ¿cierto?

Podría ser entendible que nadie quiera escuchar al respecto, pero hace mucho es hora de que se vaya tocando el tema y que dejemos de asustarnos por ahí derecho, porque venimos de presidencias altamente prohibicionistas de las drogas, pero acaba de empezar una que propone su regulación tras el fracaso histórico contra estas. Escuchemos por donde nos encaminaría esto como país antes de volvernos locos.

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