La restricción a la educación para las mujeres en Afganistán fue un tema tan sonado hace unos años que ahora Occidente ha perdido interés en hacerle seguimiento. Sin embargo, es una situación que silenciosamente continúa avanzando y orilla a las jóvenes afganas a aceptar un matrimonio forzado, escapar o estudiar en forma clandestina.
“Yo no digo que todos sean iguales en su habilidad, carácter o motivaciones, pero sí afirmo que debieran ser iguales en su oportunidad para desarrollar el propio carácter, su motivación y sus habilidades”. John F. Kennedy
Estados Unidos ha jugado un papel fundamental para el desarrollo político, económico y social de Afganistán durante los últimos veinte años, en particular por el contacto que propició con su intervención, resultando en un choque multicultural entre la cosmovisión de Occidente y el islam. Con esto le hicieron un favorcito a la lucha por la segregación de genero que azotó a Afganistán durante el reino del terror a manos de los talibanes.
Luego de un tire y afloje constante, Estados Unidos, como era de esperarse, decidió retirar sus tropas de Afganistán, permitiendo que el 15 de agosto del 2021 los talibanes, que se habían mantenido en las provincias mientras tomaban fuerza, recuperaran el poder de Kabul y le pusieran fin precipitado al gobierno del presidente Ashraf Ghani, que era respaldado por Occidente. En principio, se proclamó que “el grupo islamista de línea dura promete un régimen más flexible […] y dice que respetará las obligaciones en materia de derechos humanos, incluidas las de las mujeres” (AFP, 2022) pero, tal como dice la influencer María José la taciturna, son hombres y siempre mienten.
Se entienden los derechos de las mujeres como ese atisbo de emancipación que se había conseguido durante los años en que Estados Unidos movía la política, lo que les permitió la participación pública, la educación, la participación política, la independencia… Es decir, se les dio a las afganas una pruebita del slogan más vendido por Occidente: libertad.
Sin embargo, el grupo ya era conocido por sus ideas radicales sobre la interpretación y aplicación del islam, por lo que no fue ninguna sorpresa cuando lentamente los talibanes empezaron a limitar la educación y las libertades de la mujer dentro del territorio afgano.
El 12 de septiembre de 2021 se anunció la división por sexo en las entradas y aulas de las universidades, además de exigir que las mujeres solo podrían recibir clases de docentes mujeres y adultos mayores porque, claro, estos últimos no tienen tan vivaces los “instintos naturales pecaminosos”.
En cuanto a su vestimenta para los establecimientos educativos, las mujeres debían presentarse con vestuarios oscuros y debían llevar el burka, puesto que los talibanes consideran que el hiyab deja demasiado al descubierto porque, claro, verle la mejilla o la nariz a una mujer es tan indecente como mirarle los tobillos; o que, en su defecto, podrían presentarse con el niqab, pero si se les veía más de la mitad de su rostro tenían prohibida la entrada a las universidades y colegios porque podía pasar por “insinuación” ante sus compañeros varones (Noticias ONU, 2023).
Así continuó de forma paulatina hasta que se negó totalmente la participación social de la mujer. Es más, hoy tienen prohibido usar maquillaje, porque mientras más bellas, más peligrosas; se les prohíbe vestir de colores vivos, porque sus ojos y cejas ya llaman suficiente la atención; no pueden ir a parques, mezquitas y sitios turísticos, por divertirse no es Dios. Tienen prohibida la entrada a instituciones educativas e incluso solo pueden salir, si es de vida o muerte, acompañadas de su mahram (marido o familiar varón).
De tal manera, podemos asegurar que hoy se ha borrado en su totalidad la imagen de la mujer en la esfera pública, incluso de manera literal e ilustrativa como cuenta El País (2023): “sus caras se han borrado de las calles, de la televisión, de las aulas y empleos. Con el regreso de los talibanes las mujeres han vuelto a ser invisibles en Afganistán”.
Los organismos internacionales, encabezados por la ONU, han mostrado gran preocupación por la violación hacia los derechos y las libertades de las mujeres afganas, pero el más preocupante para muchos es la educación que, como lo dice la UNESCO: “Las mujeres instruidas son esenciales para el desarrollo. Ni Afganistán ni ninguna otra nación puede avanzar si a la mitad de su población se le impide recibir enseñanza” (2023).
Por esto mismo, el pasado 24 de enero la UNESCO dedicó el día internacional de la educación a las mujeres y niñas afganas. A pesar de que el gobierno de facto en Afganistán asegura que lo único que hacen es seguir al pie de la letra las normas del islam, en este momento es el único país musulmán que prohíbe la educación de las niñas.
Debido a esto, medios internacionales como El País (2023) aseguran que la violación de derechos hacia la mujer, en este caso, está más vinculada a la misoginia que a la religión.
Desde la entrada de Estados Unidos a Afganistán, hasta meses antes de que los talibanes recuperaran el poder, la alfabetización femenina estaba teniendo gran cabida a nivel nacional, nada más “el número de mujeres en educación superior había aumentado casi 20 veces entre 2001 y 2018” (Noticias ONU, 2023).
Pero ahora las aulas y espacios educativos se encuentran cerrados para ellas. Algunas como Hajja y su hermana Ehama, estudiantes afganas, ante la prohibición intentan seguir con sus estudios desde casa, con los materiales académicos que tienen a la mano y, en algunos casos, su padre que es comprensivo con la situación trata de llevarles libros actualizados con los que las menores se puedan seguir educando.
Pero esto no es suficiente y ellas al igual que muchas otras niñas que probaron la manzana prohibida del conocimiento se encuentran ansiosas y deseosas de forjar un futuro distinto para su país.
Sin embargo, luego del regreso de los talibanes, muchos padres se apresuraron a casar a sus hijas, algunas incluso sin tener aún su primera menstruación, todo para darles una estabilidad y un estatus, al menos, de madre.
Otras todavía más pequeñas, que antes acudían a las aulas, ahora se dedican completamente a las labores del hogar y el cuidado de sus padres, abuelos y hermanos, pues su figura se vio totalmente subyugada por los varones. (El Mundo, 2022).
Y es desconsolador teniendo en cuenta que la educación primaria era una de las que más crecimiento había tenido desde el fin del reino del terror: “El número de alumnas en la enseñanza primaria creció de casi cero en 2001 hasta 2,5 millones en 2018. En agosto de 2021, cuatro de cada diez estudiantes de primaria eran niñas” (UNESCO, 2023).
Pero en 2023 ya no hay espacio para la figura de las mujeres afganas en la educación.
La situación no va a cambiar a menos que un Estado, preferiblemente una potencia mundial, o un conjunto de naciones, haga una intervención directa, porque de por sí Afganistán ya es considerado un Estado fallido que ni siquiera cuenta con una democracia.
Así que es utópico pensar que un día el gobierno afgano va a despertar y va a decir “hoy se me antoja darle más derechos a las mujeres”. Y es todavía más idealista creer que podríamos evacuar a todas las mujeres afganas para proveerles seguridad y libertad en otros países.
Lo que sí podemos es desde unas no tan pequeñas acciones buscar soluciones a esta problemática. Como lo ha hecho Aisha Khurram, refugiada afgana en Berlín, quien en conjunto con Lika Torikashvili están en conversación con Bennington College, en Nueva York, para conseguir algunas becas de educación superior en línea para las jóvenes afganas.
Aisha, luego de tener que abandonar su tierra, fue bien recibida en Berlín y tuvo la oportunidad de continuar sus estudios, por lo que considera que es egoísta seguir viendo la situación de su país sin hacer nada al respecto y por eso con la ayuda de Lika, que ya había sido delegada de la juventud ante la ONU, creó una propuesta que el pasado 8 de marzo fue presentada ante la ONU mujeres, luego de haber sido firmada por cuatro universidades que están dispuestas a ofrecer educación virtual para las mujeres afganas (Khurram, A. 2023).
Tal vez con esta iniciativa solo una de cada mil mujeres afganas puedan estudiar, pero esa cifra por insignificante que parezca es un rayo de esperanza para todas las afganas, porque una formación personal, social y académica es la principal herramienta para luchar por su liberación y recuperar esos derechos y libertades que los talibanes les han negado y así poder en un futuro, ojalá no muy lejano, llevar en sus cabezas tanto el burka como el birrete.