Cuando conquisté a Marta
Texto por Laura Manuela
Guerrero Coronado
Ilustración por Simón Barrera.
La bella historia de amor entre dos aves de diferentes colores.
Desde pequeño fui coqueto y enamoradizo. Le arrastré el ala a más de una, pero cuando vi a Marta me prometí sentar cabeza y que fuera mi esposa y la mamá de mis polluelos.
Lo primero era encontrar un lugar bien bonito para semejante hembra, y entonces volé y volé hasta que di con la finca de doña María. Si con la variedad de frutas e insectos no se enamoraba, yo me convertiría en una auténtica soledad. No sé si saben, pero los barranqueros tenemos una pareja para toda la vida y yo quería ver a esa azuleja mucho más rato.
Preparé la rama más bonita que encontré, cacé dos libélulas para la cena y después de insistirle mucho me acompañó al árbol de anís. Llegó muy vanidosa y meneando la cola como un reloj mientras me mostraba sus plumas: en la coronilla azul eléctrico, el cuerpo azul con visos verdes y pintas negras en el pecho, ¡qué ejemplar!
Me dijo que no quería insectos porque estaba en dieta y casi me declaro soldado caído, pero al ver el café y el plátano en la finca quedó encantada. De eso hace 3 años y desde ese mismo instante empecé a hacer el nido en una pared de barro bien escondida y amañadora. Aunque nos han confundido con zarigüeyas y avispas, a diferencia de ellos, nuestro nido es tan profundo que no nos alcanzan a ver.
El día que Marta me dijo que estaba embarazada me emocioné mucho, le conté a todos los nidos del vecindario y busqué una piedra muy bonita para regalarle a mi amor. Cuando puso los huevecillos nos turnábamos cada 3 horas calentando los huevos, ¡mucha paciencia la que tuve! Estar tanto tiempo echado me dio calambres en las patas y problemas de digestión.
Fue un espectáculo cuando los críos nacieron y aunque no muy agradables a la vista, las familias estaban deslumbradas (la humana y la mía). Me la pasé viendo crecer a esos cuatro pájaros y hasta aprendí de anatomía: nacen rosados y sin plumas, las pupilas son cafés (no rojo pasión como las mías) y cuando la cola aparece es muy corta. Los alimentamos en abundancia los primeros cuatro días, pero luego salió Marta con sus dietas a decir que estaban gorditos y la comida se redujo a una ración diaria.
Las humanas son tres en total: la niña, Yaneth y doña María. La finca permanecía muy sola, venían de vez en cuando, pero últimamente les dio porque no quieren salir. A veces jugamos a las miradas cuando nos cruzamos; cada uno se acerca con timidez, yo en el árbol y ellas en el césped, y ahí nos quedamos hasta que alguien recuerda que debe hacer algo más.
Doña María se la pasa todo el día de aquí para allá, trayendo abono para el cafetal, llevando retoños o quitando maleza a sus flores; Yaneth casi siempre está adentro de la casa, pero cuando sale toma el sol y lee. Por último, está la niña, así le dicen, sabemos que cuando se acerca es para tomarnos una foto con su cámara. Mi familia y yo nos quedamos quieticos, aprendimos que a ella eso le hace feliz y cuando hace gesto de que ya logró lo que quería, volvemos al nido.