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Una tradición manual contada a través del oro

Por  Valeria Jaramillo Giraldo.

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Todo lo que hemos tenido ha sido por el bareque. Con este aparatico —señala Sara mientras toma la batea en sus manos y la agita con cuidado mediante movimientos circulares— lavamos la tierrita, sacamos el oro y así nos conseguimos la comida del día. Ya con eso nos cambia la vida. 

Sara Paternina es la matriarca de un hogar de cinco hijos, doce nietos y un bisnieto que levantó junto a su esposo, Andrés Ramón, a punta del barequeo. Barequear es una técnica de minería artesanal en la que se obtiene el oro de forma manual, a través de objetos caseros como la batea, la pala, la matraca y la zaranda.

Un oficio que data de más de dos mil años por el que barequeros como Sara, luchan para que sobreviva pese a la amenaza de las grandes maquinarias que compiten por extraer el oro. 

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Sara

La tradición del bareque viene desde mis ancestros: mis abuelos también eran barequeros. Yo nací en Sahagún, Córdoba. Cuando tenía catorce años me fui a vivir con mi esposo al corregimiento de Cacerí, acá en Caucasia.

Yo veía a la gente con bateas, palas, matracas, pero no sabía que hacían con eso. Hasta que un día le pregunté a mi compañero y él me contestó: “mija, lo que hacen es lavar la tierra y extraer el oro”. Yo de una le dije: “lo quiero hacer”.

Aunque él pensaba que no era capaz, me apoyó: la primera vez usamos la tapa de un tanque como batea, él hizo la matraca y la zaranda, conseguimos una pala, una pica y nos fuimos a una quebrada. Hace 40 años el oro no costaba casi nada y el primer día recuerdo que sacamos tres tomines de oro y nos ganamos como 15 mil pesos.

Esa vez le dije a mi esposo: si es así es como se saca el oro, me quedo con el bareque. Desde ahí fue que empezamos a trabajar con eso y ya llevamos toda la vida. Uno va enamorándose del oficio.

Sara Paternina sosteniendo una batea

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Hoy decidió tomarse el día de descanso. Su esposo o como le dice Sara, “el viejo”, se encuentra de viaje. De lo contrario, estarían barequeando juntos, como lo hacen desde hace 40 años en una rutina que va de domingo a domingo.

Aunque sus hijos Gisbert, Carlos, Vicky, Paola y Ester practican el bareque, últimamente se han dedicado a otras actividades. Para Sara, con sus 58 años y los 68 de su esposo, no hay más oportunidades de trabajo que el barequeo.

Es sábado por la tarde y la mayoría de la familia está reunida en la casa: una parcela con una caseta de madera y zinc, rodeada por cuatro prominentes árboles de mango y una siembra de plátano. Sobre la tierra juegan sus nietos, quienes comparten el terreno con cuatro perros, un gato, dos gallinas y una iguana: las mascotas de la casa. 

Animales en la casa de Sara Paternina.

En el hogar de los Ramón Paternina también habita una figura que no pasa inadvertida: quizás sea por su habilidad conversadora, por el entusiasmo con el que habla de un pasado que a cualquiera afligiría o por la increíble lucidez con la que se mueve a través de la parcela, aunque está ciego de ambos ojos.

Es don Rigoberto, un anciano de 70 años que lleva viviendo con la familia desde hace 36, luego de quedarse solo cuando la Policía Política o la llamada “POPOL”, le arrebató a sus parientes en los tiempos en los que se asesinaba por una ideología conservadora o liberal.

En su juventud se dedicó a vender frutas en una carretilla, labor que lo llevaba a realizar largas caminatas en lo que en ese entonces era Cañafístula y hoy se conoce como el municipio de Caucasia, en el Bajo Cauca antioqueño.

Fueron en aquellas andanzas cruzadas entre la guerra y el ánimo por conseguir el sustento, que se encontró con la amistad de Sara y Andrés, un vínculo que le duraría toda la vida.

Don Rigoberto, amigo cercano de la familia.

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Sara

Mis hijos crecieron dentro del oficio. Cuando los niños estaban chiquitos me llevaba una cobija, una pita y el tetero para el río. Con eso guindaba una hamaca debajo de unos palos y los acostaba. Si el bebé se despertaba, le daba el seno o el tetero y lo dormía otra vez para seguir trabajando. Así me la pasaba todo el día, por eso ellos tienen los ideales del bareque.

Nosotros antes barequeábamos en el Río Cauca, pero ya no se puede, esas maquinarias nos tienen fregados. También la represa de Hidroituango que lo tiene todo sedimentado. Ya lo que uno consigue en el río es el balastro, la arena, pero el oro por ninguna parte.

Antes, podíamos llegar a una playa del río y armar un rancho: hacíamos un fogón y ahí se cocinaba. Podíamos pasar toda una semana o un mes, dos meses. Pero ya con esos dragones no se puede, no dejan trabajar a nadie. Playa que se encuentren, playa que se destruye.

Dicen que lo que nosotros hacemos es ilegal: una vez nos cogió la policía. Ese día estaba con una de mis hijas. De repente vinieron y nos dijeron que iban a hacer una reunión. Así, nos hicieron montar en un camión a todos los barequeros que estábamos en esa finca. Nos llevaron sucios, vueltos una porquería. Parecíamos unos marranitos metidos ahí y no nos devolvieron hasta el otro día.

Yo he pedido permisos a los dueños de las fincas y no me los han querido dar, entonces ¿qué hace uno si no nos ayudan? Aunque hay algunos que si lo hacen. Lo bueno es que nosotros no dejamos el terreno como lo usamos, sino que volvemos a llenar el hueco que hacemos. Eso deberían hacer todos los mineros, volver a arreglar lo que dañan.

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Sara tiene puestos sobre una mesa aledaña a la cocina los objetos que utiliza para el barequeo. Todos fueron elaborados con la ayuda de su esposo, a excepción de la batea, aunque también puede construirse desde casa.

Una matraca con una zaranda puesta en la parte superior.

La matraca, uno de los objetos a los que más hace alusión, es un sistema tipo cajón que se usa para la clasificación del oro de manera manual. Su precio en el mercado puede llegar a rondar el millón de pesos, una cifra de la que Sara se libra al fabricar su propia matraca desde casa.

Cuando se trabaja en parejas el bareque, uno de los dos saca la tierra del agua con una pala y la descarga sobre una zaranda.

La zaranda es un filtro de metal superpuesto en la matraca, que sirve para que la otra persona que acompaña la labor pueda lavar la tierra e ir separando el oro. El que se encarga del lavado utiliza baldes de agua que arroja en la zaranda mientras hace movimientos en círculos con sus manos para que la tierra pase por los filtros y llegue hasta el cajón de la matraca, quedando únicamente en la superficie las piedras grandes que suelen venir con la tierra. Estas se devuelven al agua.

A la matraca se le colocan unas telas que absorben la tierra diminuta que pasó a través de la zaranda. Luego, se toman esas telas, se doblan y se llevan hasta la batea. Una vez allí, se le añade más agua y se empieza a agitar despacio con movimiento circulares, haciendo que salga el agua y la tierra sobrante, hasta quedar solo un puñado de arena menuda de tonalidad negra desde la cual se puede separar el oro.

La batea también guarda otra función: se usa para tantear la tierra y así saber con anterioridad si viene con oro. 

Batea de madera junto a una zaranda.

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Sara

Yo me levanto a las cuatro de la mañana a hacer la comida. Empaco todo y a las seis ya estamos arrancando para la mina, que queda en una finca a unos diez kilómetros de Caucasia.

Uno siempre trabaja el barequeo en combo. Lo que saquemos lo dividimos entre los que trabajamos con la misma matraca. Yo casi siempre barequeo con mi esposo, otras veces nos acompañan mis hijos o los yernos.

Tengo yernos que practican el bareque, y aun así ninguno mis nietos han querido dedicarse al barequeo. Es que eso es duro, ¿usted sabe lo que es estar todo el día en pleno solazo, tirando tierra con una pala y lavando aguas sucias?

Sara Paternina junto a sus nietos.

La verdad es que sacar el oro ya no es como antes. Esas maquinarias lo han acabado todo y uno tiene que estar arrimándose a donde pueda sacar un poquito. Ya no podemos hablar de recoger tomines. Lo mucho que extraemos son siete u ocho granos en un día. Un tomín equivale a 12 granos y el grano lo pagan a 10 mil pesos o un poco más.

De la mina salimos tipo dos o tres de la tarde, para que nos dé tiempo de vender en las compras de oro lo que sacamos. Como el oro está tan caro, si uno saca así sea cinco o seis granitos se gana los 50 o 60 mil pesos.

Si le pegamos al perro, o sea, si por estar muy de buenas nos sacamos un tomín, nos podemos hacer hasta los 200 mil pesos en un día, pero eso sí, tenemos que tener mucha suerte.

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Sara hace pausas en su relato para atender a sus nietos. Mientras conversa, no les aparta la mirada, como una abuela que está alerta a cualquier imprevisto. Es así, que un momento toma a su bisnieto en brazos y lo carga hasta que nos despedimos.

Aunque hoy se tomó el día libre, sabe que en casa nunca se descansa. Ver a su familia crecer la hace estar cada vez más segura de la labor que sigue para su vida: “Ya mis hijos van a comenzar en trabajos más estables. Ya va siendo hora de descansar del bareque y quedarme aquí, cuidando a mis nietos”.

Sara Paternina con su bisnieto en brazos.
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