En Caucasia, un municipio ribereño en la región del Bajo Cauca de Antioquia, durante el mediodía y antes del atardecer, el sol se posa como una gran nube amarillenta que arde en la piel ante la exposición. El viento, un tanto escaso, sopla atravesado por un vapor fogoso que intensifica la sensación de calor en el cuerpo.
Es mediodía. La canoa avanza serena sobre las aguas del Río Cauca. Su aliciente no está dado por un motor, sino por un remo de madera conocido como canalete, cuya pala es ancha y ovalada. Norbey Atencia lo impulsa de un extremo al otro del bote, con la resistencia en sus brazos que le han dado sus 25 años como pescador.
—Esta es la pesca artesanal, canaleteando. Yo aprendí esto viendo, lo mío fue empírico. Cuando tenía 22 años le llevaba comida a mi abuelo a río Man, él trabajaba allá como balastrero. Yo me ponía a ver la gente tirando anzuelo y atarraya y me quedó gustando. Soy el único pescador de mi familia, ellos se la pasan llamándome a ver si tengo pescaditos, pero a ninguno se le dio por aprender a pescar.
Norbey deja de remar y se pone de pie para enseñarme el procedimiento de pesca con una atarraya. Toma la red que se encuentra doblada en el centro de la canoa y empieza a recogerla por partes que apoya con su brazo izquierdo.
Una vez lista, la sacude dos veces y la extiende en el aire, haciendo que la atarraya libere su amplitud antes de sumergirse en el agua.
Esperamos unos minutos.
—¡Mire como brincan!, ¿sí vio? —Norbey señala unos peces que saltan hasta la canoa, pero son tan pequeños que no tarda en regresarlos al río. Después hala la atarraya y la regresa al bote, en la que se aprecia un pez atrapado entre las redes.
—Cuando hay suba de pescado se pueden sacar 50, 60 o hasta 100 peces de una tirada. Si no hay, puede haber tiros en los que no se saque nada, la verdad no se sabe.
La “suba” es una alta migración de peces que llegan al río, un tiempo próspero para los pescadores a los cuales la venta de pescado puede dejarles unas ganancias de más de un millón de pesos al día.
Un pez que puede medirse con el tamaño de un antebrazo suele costar en épocas normales unos 30 mil pesos. Cuando se trata de un período de suba, la demanda es tal que el precio desciende a 6 mil pesos en promedio.
—En el año se meten unas tres subas, pero a veces, aunque no hay mucha cantidad de pescado, se pueden sacar con la atarraya cuatro o cinco fijos de una de sola tirada. Aquí una vez hubo una suba tan alta, que un pescado grande lo pagaban a 300 pesos en las mesas, imagínese la cantidad que había.
Norbey retoma el canalete y nos dirigimos hacia la orilla. Durante la mayor parte del recorrido rema sonriente, achicando los ojos a los que el sol entorpece la vista, mientras el sudor viaja desde su frente y termina empapando el resto de su cuerpo.
Al momento en que la canoa golpea con la tierra, Norbey la ajusta y descendemos de ella para encontrarnos de frente con su casa, una construcción a base de tablas de madera y techo de zinc en el barrio Primero de Mayo, a la que tan solo unos metros separan del Cauca.
—Yo vivo acá por la facilidad, como tengo el entable de pesca me queda aquí mismo la orilla del río.
El ingreso a la casa puede darse a través de dos entradas: una se ubica al extremo que limita con viviendas del sector y la otra conecta con la ribera. Al cruzar esta última, se encuentra una especie de garaje donde Norbey guarda y acumula objetos y materiales, muchos de los que usa para su labor.
Los objetos pequeños se encuentran dentro de canecas de plástico, mientras los grandes, como los canaletes y las palas, se posan en las esquinas. Otros simplemente yacen esparcidos por los alrededores.
Debajo del techo, en las columnas de madera cuelgan algunos ganchos con ropa, a excepción del que se localiza en la mitad, desde el cual se suspende una larga red blanca a medio terminar.
Se trata de una atarraya que Norbey está elaborando. Según él, la longitud es de 4 varas, un término colonial que traduce aproximadamente 80 centímetros.
Para darle forma, usa rederas, unas agujas largas de madera y punta triangular especiales para tejer mallas que él mismo fabrica. Para medir cada espacio de la red utiliza tres dedos, equivalentes a lo que sería tres pulgadas, con el fin de que los peces pequeños atraviesen las aberturas y no se queden atrapados al momento de la pesca.
Pero la atarraya no es lo único en lo que trabaja. Enseguida toma una de las canecas plásticas y me enseña su contenido: hilos, bolas de pita, agujas y el fragmento de otra red para pesca que también confecciona, conocida como trasmallo.
El trasmallo, a diferencia de la atarraya, se constituye por tres redes sobrepuestas, siendo la del centro la más compacta. En su construcción se pegan bolas de pita en ambos extremos, con la finalidad de colocar el plomo y la boya.
El plomo es un metal que se pone en la parte inferior para que el trasmallo alcance la profundidad dentro del agua. De lo contrario, la malla no podría descender y quedaría casi al nivel de la superficie. La boya se coloca en el lado superior y hace el papel de un flotador. Está hecha con “pimpinas”, lo que conocemos como frascos vacíos de plástico, que comúnmente se usan para almacenar los galones de gasolina.
—Usted amarra las pimpinas en una punta para hacer la boya. La tira y se viene arrastrando el trasmallo. Ellas llevan el trasmallo por un lado, mientras va corriendo y el pescado que sube se queda pegado. También me apoyo con un motor fuera de borda, de 15 caballos de fuerza, para bajar más lejos en la canoa y no tirar tanto canalete.
La elaboración de un trasmallo a través del testimonio de Norbey Atencia.
Una mujer se asoma a través de una puerta interior que conecta al garaje con un cuarto. Nos da una mirada tímida y vuelve a ocultarse. Es Adriana Arrieta, la esposa de Norbey.
Con ella tiene tres hijos: el mayor de 18 años, una adolescente de 14 y el menor con 7 años de edad. De una convivencia anterior tuvo una hija que ahora tiene 27 años, pero vive en otro lugar.
—Estos objetos para mí tienen mucha importancia, con ellos me defiendo en la pesca y me dan el sustento diario. El pescado se vende según el tamaño y la calidad. Hay precios de 1.500, 4.000, 5.000, 15.000 o hasta más de 20.000. Hace poco hubo una suba de pescado, pero yo estaba en Coveñas. Apenas vine alcancé a cogerla por dos días y me hice 3 millones de pesos. Hay gente que solo sabe pescar, pero yo también soy soldador, entonces alterno la pesca con la soldadura.
Norbey observa los objetos esparcidos alrededor del suelo. Son tantos, que quizás busca localizar los que considera indispensables para su oficio. Pronto se agacha y me muestra dos anzuelos incrustados en palos de madera, siendo uno más largo que el otro.
—Para agarrar mejor los pescados grandes uso ganchos y anzuelos. Por ejemplo, cuando usted tira la atarraya y la está sacando, a veces se viene un bagre grande. Lo que usted hace es cogerlo con este anzuelo para subirlo a la canoa. Sucede que el bagre tiene tres espinas, entonces si usted lo coge con la mano le puede dar un chuzón. ¡Ay, eso es un dolor inmenso! Él puede entrar bien cuando chuza, el problema es sacarlo. Se engancha tanto a la piel que es como si tuviera un anzuelo dentro.
Su casa está colmada de “objetos hechizos”, una denominación con la que se refiere a aquellos implementos que son elaborados con sus propias manos y con materiales al alcance, como la madera que muchas veces baja con la corriente del río.
Realmente, muy pocos son los instrumentos que debe conseguir en el mercado. Además del motor, lo único que suele comprar es el hilo que utiliza para armar sus redes y el plomo para el trasmallo.
—Estos objetos son hechos artesanalmente. Una atarraya no se compra de fábrica, sino que es uno mismo el que la hace. No creo que exista una tecnología que reemplace una atarraya, por ejemplo. Son cosas que con el tiempo nunca cambian.