Una aventura Tinderesca
Joan Pablo Salazar García
No tardó mucho para que cautivara mi curiosidad con sus conocimientos sobre la naturaleza, los animales y la vida misma. De mi memoria nunca podré olvidar esas dos primeras semanas de chat, puesto que tuvimos un nivel de compatibilidad inmediato, y, además, nuestras conversaciones que no paraban, ni de día, ni de noche.
Recuerdo, como si fuera ayer, aquel lugar en el que me encontraba. Era sábado 25 de octubre en la noche, y me había reunido para hablar un rato con un par de amigos con los cuales tenía una relación muy íntima. Las cosas iban bien, mi mejor amigo comenzó hablando de sus ex, yo continúe la conversación con nuestros planes a futuro, y mi mejor amiga nos contó alguno que otro drama que había tenido con el chico que estaba saliendo.
El reloj marcaba las 5:30, cuando para mi sorpresa, me dijeron: Joan llevas mucho tiempo sin una relación seria, creemos que ya es hora de que tengas novia, pasa tu celular. Yo no entendía bien lo que decían y me negué rotundamente, pero ¡quién puede con sus amigos!, cuando menos lo esperaba me sacaron el celular a la fuerza de mi bolsillo.
Lo primero que vi fue como se metían en la Play Store para descargar esa aplicación de fondo naranjado y rojo, con una flamita en el centro, que era tan conocida por muchos jóvenes de mi edad. En menos de un minuto ya estaba descargada e instalada, y ellos procedieron a abrirla. El nombre de la app que proyectaba el celular, en las manos de mi mejor amiga, salto a la vista ante mis ojos; Tinder decía de forma clara. No podía creerlo, mis amigos iban enserio y querían que consiguiera pareja.
Lo primero que hicieron, dentro de esa red con marcos blancos parecida a Facebook, fue crear un perfil con mi número y poner el nombre de Joan. Posterior a eso, comenzaron a buscar fotos en mi galería, según entendí lo que murmuraban entre ellos, las imágenes de perfil debían ser lo más atractivas posibles, para así llamar la atención a una buena pareja. ¡En qué clase de catálogo de venta de personas me estaban metiendo!, no lo sabía. Pero sé que ellos estaban emocionados y hasta me pidieron que posara para unas fotos, y yo que ya me estaba emocionando les seguí el juego.
Cuando menos lo pensé, el perfil ya estaba terminado y mis amigos empezaron a hacer los famosos “Match” de esta red. Las chicas que aparecían en la pantalla comenzaron a saltar a la vista; algunas mostraban su sonrisa, con amigos o con fondos impresionantes que llamaban mucho la atención; otras, por el contrario, salían más bien mostrando su escote, sus curvas y su sensualidad en trajes de baño.
Las descripciones de aquellos perfiles que pasábamos venían con información detallada. La mayoría de las personas ponían sus pasatiempos favoritos; alguna que otra, una frase llamativa de un libro; otras comentaban, en ese espacio, que solo estaban buscando amigos; y no faltaba la chica que se aprovechara de este medio para darse publicidad en las redes sociales, escribiendo: “Sígueme en Instagram, que por ahí hablamos”. Al fin y al cabo, con todo lo que había visto, pensé que cada uno le daba el uso que quisiera a su perfil de Tinder.
Los primeros “Match”
El primer día no hice Match con ninguna chica, debido a que estaba muy tarde, y me tuve que escapar para mi casa, si no, mis amigos, que conocía muy bien, se hubieran quedado en la aplicación toda la noche. Sin embargo, a medida que fueron pasando los días comencé a entablar conversaciones con algunas chicas con las cuales había conectado en la plataforma; después de todo, lo importante era conocer personas, así se diera algo romántico-sexual o no.
Las primeras conversaciones fueron algo aburridas y monótonas, comenzaron con el típico hola, ¿Cómo estás? y finalizaron sin ninguna novedad. Pero, a medida que iba aprendiendo a entablar diálogos, tuve la oportunidad de hablar con otras chicas. Recuerdo que hubo una de Estados Unidos, que vivía en Chile y le gustaban las fiestas; otra que era extraña a mi parecer, porque solo hablaba de que le encantaba el yogurt con mango; y otra con la que logré entablar una conversación, para mi gusto muy interesante, sobre cine colombiano. La verdad, no tenía muchas esperanzas de encontrar lo que llaman tu media naranja, y de hecho nunca he creído en ese mito.
Pasaron otros tres días y alguna que otra conversación interesante, pero aún no encontraba, como dicen popularmente, alguien que me pegara el flechazo. Cada vez mis expectativas se iban apagando más, hasta que, por fin, un jueves, después de dos semanas de espera encontré lo que estaba buscando. Su nombre era Karen, era una joven morena de 19 años, con apariencia de tener 17, que tenía una hermosa sonrisa, y con la cual entable una conversación rápida y entretenida de nuestras vidas.
Karen, para mi sorpresa, era estudiante de tercer semestre en la UdeA, le encantaba la biología, y con buena disposición comenzó a hablarme sobre la vida animal. No tardo mucho para que cautivara mi curiosidad con sus conocimientos sobre la naturaleza, los animales y la vida misma. De mi memoria nunca podré olvidar esas dos primeras semanas de chat, puesto que tuvimos un nivel de compatibilidad inmediato, y, además, nuestras conversaciones que no paraban, ni de día, ni de noche.
Las primeras citas
La tercera semana nos animamos a dar el paso para conocernos presencialmente. Nos reunimos en Viva Envigado, un centro comercial muy concurrido, al cual llegué media hora antes de la tan esperada cita. Me senté a esperar en una banca, y con algunos pensamientos, para mi mal gusto, de que tal vez no vendría, comencé a leer un pequeño libro sobre caballeros. Después de 20 minutos de espera, y un incesante mal presentimiento de que le había pasado algo, la vi, entrando con una sonrisa en su rostro y contoneando sus caderas en mi búsqueda.
De inmediato, dejé mi libro sobre la banca, me levanté y me acerqué a ella para saludarla con un fuerte choque de puños. Estaba sorprendido y un poco excitado, pero, aun así, la conversación fluyó, como el agua en un río que se quiere desbordar. Dentro de mi recuerdo, esa primera cita fue fenomenal, porque no parábamos de hablar. Conversamos sobre nuestras vidas, nuestros ex, nuestros sueños y nuestros deseos más profundos. Tampoco falto el lado sexual; según leí una vez, se dice que uno puede sentir el deseo de la otra persona por medio de la mirada, y para mi fortuna, nuestros ojos en muchas ocasiones tenían esa mirada coqueta de querer estar juntos.
Por suerte, la cita finalizó muy bien, con muchas risas y una despedida eterna, en la cual ninguno de los dos se quería ir. Además, las cosas no pararon ahí, ya que, a pesar de nuestras ocupaciones universitarias, seguimos saliendo una vez por semana, o al menos, cuando no tuviéramos tanto trabajo en nuestras clases. No fue hasta la cuarta cita, cuando después de haberme comido unas empanadas, que me había invitado y recomendado ella, y que para mi gusto sabían horribles, que dimos el siguiente paso en nuestra relación.
Salimos de aquel lugar en el centro, donde vendían esas horribles empanadas, y nos dirigimos al teatro. La obra que veríamos se llamaba “Locos de amor”, y trataba de una pareja pasivo-agresiva conflictiva, la cual se peleaba por celos, por desengaños amorosos y por su dependencia emocional mutua. A Karen le encanto la obra de teatro, yo había tomado una buena decisión en conseguir las entradas, tanto así que, al finalizar la función, y con una valentía de mi parte, me atreví a darle el primer beso. El cual, fue bien recibido y correspondido de su parte, y que desembocó en otro tipo de aventuras que, por respeto, no voy a incluir en esta historia, pero dejo a la imaginación del lector.
El final de la aventura
Seguimos saliendo por un tiempo, pero esa llama de romance que había nacido mediante una aplicación se fue apagando con el paso de las semanas. Puesto que, los mensajes dejaron de ser tan constantes, las salidas mermaron y las temáticas en los chats escasearon. La atracción y éxtasis que se había generado en un principio fue a dar en una frase, la cual según se yo, a nadie le gusta escuchar.
El famoso “tenemos que hablar” dio final a nuestra relación, y aunque por dentro de mí me afectó el rompimiento, acepté los términos que ambos teníamos en ese contrato de finalización. Debido a que, en alguna parte de mí, yo ya sabía que las cosas no iban a funcionar porque los dos teníamos planes diferentes a futuro, los cuales terminarían destruyendo los sueños del uno o del otro. Así que, con un poco de tristeza y optimismo, Karen y yo seguimos nuestros caminos.