Decir amén dando 'Me gusta'
Timoteo Giraldo Correa
Ante la imposibilidad de reunirse en los templos, cristianos y católicos han buscado la manera de mantener viva su fe. Estas son algunas de las historias que ha dejado el intento por virtualizar iglesias; pues hasta ahora no se han podido reabrir en Medellín y en los municipios del Valle de Aburrá debido a la alerta que se mantiene por las cifras de contagios por Covid-19.
Primero la sotana. Después, los guantes de látex. Ahora sí el tapabocas. Ese es el protocolo que deben seguir los sacerdotes italianos desde el pasado 18 de mayo, día en que se les permitió abrir a las iglesias exigiéndoles estrictos protocolos de bioseguridad para que los fieles asistan a las eucaristías y para poder realizar la comunión. Sin embargo, para el sacerdote italiano Leonardo Ricotta el asunto ya era demasiado y renunció a su parroquia al ser obligado a usar guantes para impartir la comunión.
La religión ha sido uno de los sectores que más cambios ha tenido que adelantar para intentar adaptarse a la realidad generada por el COVID-19. En Barrancabermeja, por ejemplo, un sacerdote se montó en una camioneta para hacer él solo la procesión del Domingo de Ramos mientras los fieles salían a sus puertas para saludarlo y pedirle su bendición. Las misas virtuales y las reuniones en Zoom por motivos espirituales abundan. La virtualidad y los intentos de reapertura han significado inmensos retos y han evidenciado cómo la religión ha sabido adaptarse.
Parroquia del Facebook Live
A las 12 en punto del medio día el murmullo constante del barrio se ve interrumpido. La melodía del Ángelus, una antigua oración católica, se escucha por todo Manrique central, uno de los barrios más tradicionales de Medellín. La canción suena unos minutos y después una voz pausada y serena invita a la comunidad a conectarse al Facebook de la parroquia para celebrar la eucaristía de ese día. La primera vez que lo escuché me pareció extraño y un tanto cómico: una misa por Facebook Live. Para ese momento, ya habían pasado tres semanas de la cuarentena obligatoria decretada por el Gobierno Nacional.
Las iglesias, por supuesto, estuvieron dentro de los primeros lugares que tuvieron que cerrar. Generalmente, los templos están llenos de personas y la probabilidad de contagio en estos sitios es altísima. En primera instancia, la Conferencia Episcopal de Colombia comunicó una serie de medidas que debían ser adoptadas por toda la comunidad religiosa y entre los protocolos se incluían dos instrucciones que para los feligreses podrían resultar extrañas. La paz, el característico saludo que se dan los asistentes a las eucaristías cuando el sacerdote les indica, debía hacerse con una “venia leve”, al estilo oriental. Además, la comunión, el momento en que se entrega la hostia que para los católicos representa el cuerpo de Cristo, ya no se debía entregar directamente en la boca, sino que se recomendaba dar en la mano.
Pese a los esfuerzos, cuando los casos de contagio aumentaron, las decisiones se volvieron más drásticas. El Gobierno suspendió toda clase de reuniones presenciales, incluyendo las celebraciones religiosas, y los sacerdotes tuvieron que buscar nuevas estrategias para continuar con su trabajo. Si bien ya existían canales virtuales y contenidos televisados que se utilizan desde hace varios años, estos servicios estaban dirigidos a los enfermos, a las personas que no se podían movilizar o como acompañamiento a los servicios presenciales.
Por esta razón, la comunidad religiosa del barrio Manrique y todas las otras en el país se tuvieron que adaptar a una nueva realidad. Supe que la voz que acompañaba al Ángelus del medio día era la del padre Mauricio Alexánder Acevedo Cano, sacerdote de la Parroquia Nuestra Señora María Reina. Lo vi en la pantalla de mi computador dispuesto a iniciar la eucaristía de las seis de la tarde. La locación no parecía ser el púlpito de la parroquia sino la sala o algún otro espacio de la casa cural. La idea de oficiar una misa en frente de las bancas vacías que usualmente están repletas de gente puede llegar a ser extraña.
Se da inicio a la eucaristía. La reunión transcurre con normalidad. El padre da su sermón y una voz de alguien que no se ve en cámara le responde y lo acompaña con los cánticos. El padre bendice el cáliz y toma. Ya no hay nadie que pueda comulgar. Hay una mesa larga color café con un mantel coral en el que están algunas velas y cirios blancos. En el fondo se aprecian unas cortinas blancas y doradas y en cada uno de los extremos hay una pequeña estatua: a la izquierda María y a la derecha Jesús en la cruz.
A un lado de la imagen en la que se ve la ceremonia, se encuentra el espacio para los comentarios. “Pido oración por la salud de mi primo Julio” o “gracias padre Mauricio por su dedicación para con los feligreses”, son algunos de los mensajes que se leen. Los comentarios más comunes son “amén” y el emoji de las dos manos juntas que oran o suplican.
La religión ha sido uno de los sectores que más cambios ha tenido que adelantar para intentar adaptarse a la realidad generada por el COVID-19. En Barrancabermeja, por ejemplo, un sacerdote se montó en una camioneta para hacer él solo la procesión del Domingo de Ramos mientras los fieles salían a sus puertas para saludarlo y pedirle su bendición. Las misas virtuales y las reuniones en Zoom por motivos espirituales abundan. La virtualidad y los intentos de reapertura han significado inmensos retos y han evidenciado cómo la religión ha sabido adaptarse.
Las iglesias, por supuesto, estuvieron dentro de los primeros lugares que tuvieron que cerrar. Generalmente, los templos están llenos de personas y la probabilidad de contagio en estos sitios es altísima. En primera instancia, la Conferencia Episcopal de Colombia comunicó una serie de medidas que debían ser adoptadas por toda la comunidad religiosa y entre los protocolos se incluían dos instrucciones que para los feligreses podrían resultar extrañas. La paz, el característico saludo que se dan los asistentes a las eucaristías cuando el sacerdote les indica, debía hacerse con una “venia leve”, al estilo oriental. Además, la comunión, el momento en que se entrega la hostia que para los católicos representa el cuerpo de Cristo, ya no se debía entregar directamente en la boca, sino que se recomendaba dar en la mano.
Pese a los esfuerzos, cuando los casos de contagio aumentaron, las decisiones se volvieron más drásticas. El Gobierno suspendió toda clase de reuniones presenciales, incluyendo las celebraciones religiosas, y los sacerdotes tuvieron que buscar nuevas estrategias para continuar con su trabajo. Si bien ya existían canales virtuales y contenidos televisados que se utilizan desde hace varios años, estos servicios estaban dirigidos a los enfermos, a las personas que no se podían movilizar o como acompañamiento a los servicios presenciales.
“La misa es en vivo porque nuestra misa no es como un programa de televisión que se hace y se pueda repetir”, afirma el padre Mauricio. “Este es un momento transitorio, el sentido de la eucaristía no se puede reducir a algo virtual, pero se ha aprovechado este canal para en medio de las circunstancias poder llegar a las casas y acompañar”, agrega.
Los adultos mayores, miembros activos de la Parroquia Nuestra Señora María Reina, han tenido que aprender a utilizar la tecnología pese a su negativa en otros tiempos. “Muchas personas que no utilizaban estos medios han hecho que sus familias les ayuden a poderse vincular. Muchos les han dicho a los hijos o a los nietos, venga usted que tiene Facebook colabóreme que yo quiero ver la misa”, manifiesta el padre Mauricio.
Algunas actividades como la catequesis y los grupos de oración se han trasladado a las plataformas digitales. La comunión y los demás sacramentos se encuentran suspendidos. No hay bodas ni confirmaciones ni bautizos. Para el padre Mauricio: “Como Iglesia tenemos que ser muy respetuosos de las normas e indicaciones del Gobierno. Este es un tema de cooperación para que el virus no se expanda y tenemos que velar por la vida”.
El padre asegura que los ingresos de la parroquia se han visto afectados. “Desde que empezó la cuarentena el tema de los recursos es muy reducido. Hay un tema de austeridad y de ser metódicos con los gastos, pero estamos confiando en Dios”, cuenta. El dinero que las parroquias reciben proviene, principalmente, de las ofrendas o limosnas que se recogen durante las celebraciones y de las misas y otros sacramentos que se encuentran suspendidos.
Esta afirmación es respaldad por El Vaticano. El padre Juan Antonio Guerrero Alves, prefecto de la Secretaría para la Economía de El Vaticano, afirma que “en cuanto a los números, los de la Santa Sede son mucho más pequeños de lo que mucha gente imagina. Son más pequeños que una universidad americana promedio, por ejemplo”. El sacerdote también aseguró en una entrevista concedida a Vatican News, el principal medio de comunicación de la Santa Sede, que se han hecho algunas proyecciones en las que se estima que la caída en los ingresos podría estar entre un 25% y un 45%.
Pese a todas las dificultades, el padre Mauricio resalta la adaptación de la Iglesia y, en especial, de su comunidad. “La gente ha sentido que la parroquia no se cerró. Se tuvieron que hacer algunas adaptaciones temporales, pero lo importante es que la gente sepa que la parroquia está, que el sacerdote está y que la eucaristía se sigue celebrando”, y agrega que “hay un sentimiento de gratitud por parte de la gente al saber que en medio de las circunstancias la vida parroquial continúa, no igual, pero continua”.
Los cristianos protestantes
En Colombia, según una nota publicada por el periódico El Tiempo, hay aproximadamente 10 millones de cristianos protestantes. La cifra la entrega el Consejo Evangélico Colombiano (Cedecol), la organización que agrupa a la mayoría de iglesias evangélicas en el país. Esta es una parte de la población muy importante por lo que decidí indagar sobre su proceso de adaptación a la virtualidad en medio de la pandemia.
Varias iglesias están haciendo sus reuniones a través de plataformas como Zoom, Facebook, YouTube o Periscope. En estas reuniones se realizan las actividades como lo harían de forma presencial, se ora, se predica y se comparte entre fieles. En las iglesias más pequeñas se tiene la oportunidad de compartir con otros miembros o de intervenir en medio del servicio. Sin embargo, dentro de todas las reuniones y celebraciones que encontré hubo una que captó mi atención: la del Centro Mundial de Avivamiento.
Avivamiento es una de las iglesias cristianas más grandes de Colombia. Según La Silla Vacía, cada semana asisten a sus servicios unas 70.000 personas. Esta iglesia utiliza múltiples plataformas para transmitir sus cultos durante la cuarentena. Yo me conecté a una transmisión en YouTube.
Al inicio de la reunión, una presentadora, sentada en lo que parecía ser un set de noticias, da la bienvenida, cuenta a grandes rasgos lo que va a pasar y recuerda los canales por los que se puede ofrendar. Las donaciones se pueden hacer desde tarjetas débito, crédito o acercándose a un punto de pago. Luego, la pantalla se torna oscura y dos bailarines con tubos fluorescentes pegado a sus cuerpos empiezan a bailar. Transcurren alrededor de cuatro minutos. Finalmente, se prenden las luces y se observa la tarima central.
En ese momento, ingresan aproximadamente 30 personas saltando y cantando. El culto se celebró el 24 de mayo de 2020, estando aún en cuarentena. El Gobierno ha reiterado en múltiples ocasiones que no debe haber reuniones en este momento si no se tratan de actividades esenciales. Además, el Gobierno ha dispuesto de una serie de protocolos para la reactivación de esas actividades en los que se incluye el distanciamiento social y el uso de elementos de bioseguridad. No obstante, durante la transmisión en vivo, se observa a estas personas saltando e incumpliendo el distanciamiento exigido. La mayoría de los presentes no estaban usando tapabocas o algún otro elemento de bioseguridad. Los estaban observando miles de personas.
Antes de cerrar
El 13 de marzo de 2020, Gustavo Páez, líder de una red de iglesias en el país, publicó en Twitter: “Este VIRUS cometió un error y fue tocar la iglesia, por eso está sentenciado a extinguirse ANTES DE 30 días. ¡Se va y no tocará a ningún hijo de Dios! Todas las Iglesias debemos estar abiertas, pues es la esperanza de la sociedad”. Este fue tan solo uno de los muchos pronunciamientos irresponsables que hicieron líderes religiosos antes de que se declarara el estado de alarma por el aumento de casos de COVID-19.
Otro de los casos fue el de la iglesia cristiana Casa Sobre La Roca. Según La Silla Vacía, la iglesia había anunciado que “tiemble, llueva o relampaguee Casa Roca no para”. Sin embargo, tuvieron que cerrar poco después de conocerse que la mujer de 19 años procedente de Italia, registrada como el primer caso de coronavirus en el país, había asistido a uno de los servicios.
Por su parte, muchas iglesias católicas decidieron mantener abiertas sus puertas. La Arquidiócesis de Cali dijo, en ese momento, que las recomendaciones del Gobierno no implicaban que las “personas de fe” se dejaran de reunir. La Conferencia Episcopal de Colombia, en la fase inicial de la pandemia, tampoco dio indicaciones para cerrar todas las iglesias en el territorio nacional.
¿Reapertura?
El pasado 27 de mayo, las autoridades eclesiásticas le pidieron al presidente reabrir los templos. “La Conferencia Episcopal ha venido solicitando formalmente al Gobierno Nacional, desde el pasado 20 de abril, la posibilidad de permitir la reapertura de los templos, de manera gradual y con la debida implementación de los protocolos de bioseguridad, de los cuales ya se ha acreditado una propuesta para su revisión”, afirman en el comunicado.
Entre las múltiples razones que buscan justificar una reapertura se señala la importancia de la vida espiritual y la libertad de culto como derecho fundamental. “Numerosos fieles han expresado de diversas maneras el deseo y la necesidad de retornar a las celebraciones en los templos, cumpliendo todas las medidas de bioseguridad”, se señala.
Para el padre Mauricio Alexander, “volver a como estábamos hace tres meses va a ser difícil, pero yo creo que poco a poco se va a ir reactivando la vida parroquial. Habría que tener unos protocolos claros. Esto no puede ser de la noche a la mañana porque esta, por ejemplo, es una parroquia en la que tenemos cinco misas los domingos y a cada una pueden venir más de 300 personas”.
Cuando el padre Mauricio se graduó del colegió y pensó en ser sacerdote, nunca imaginó que podría vivir un momento como este. Nunca pensó en cómo podría ser la Semana Santa más atípica en la historia reciente de la Iglesia. En los 16 años que lleva como sacerdote, tampoco imaginó oficiar una misa por Facebook, sin posibilidad alguna de ver a sus feligreses. Sin duda, solo esta pandemia ha logrado que se rompan las más sagradas tradiciones cristianas y católicas y ha obligado a líderes y comunidades religiosas a buscar ideas originales y formas de seguir en contacto. Este virus obligo a que la religión también se quedara en casa.