De la presencialidad a la virtualidad: crónica de un cambio dramático
Jueves 30 de abril, Medellín
Una vez, en el colegio, mientras comía algo con mis compañeros en pleno descanso, sentado de espaldas a la cancha de fútbol del Instituto San Carlos, un balonazo me pegó en la cabeza con la delicadeza propia de un puñetazo del Happy Lora. No quedé noqueado, pero el dolor me acompañó por varios días. Con esa misma contundencia llegó la virtualidad a mi vida como docente. Y el dolor, a pesar de que han pasado tres semanas, no cesa.
Para muchos docentes acomodados a la tecnología básica, los cursos virtuales, el teletrabajo, las clases virtuales, los webinars o las charlas tripartitas desde el celular o el computador las veíamos como los deportes extremos: ahí están, hay gente que los practica, pero no veíamos la urgencia de profundizar en ellos.
Con la llegada de la pandemia del covid-19 y el aislamiento social obligatorio, que generó cierre de universidades, colegios, empresas y confinamiento en nuestros hogares, fue como si nos arrojaran desde un avión sin la certeza de que lo que cargamos es un paracaídas o una mochila común.
“No, yo no estaba preparado para esta forma de trabajo. Mi función como docente de expresión corporal tiene que ver con las artes escénicas, con el contacto con el otro, ver su postura y expresión. Eso es importante”, comentó Carlos Mario Martínez, docente en EAFIT y CES, además de experimentado hombre del teatro.
Y es que muy pocos profesores de diversas áreas ajenas a la virtualidad habían ido más allá de la novedad en este método de enseñanza. En otras palabras, muchos hemos montado en avión, pero la pandemia nos obligó a pilotearlo con pocas –poquísimas– horas de experiencia.
“Para nosotras fue complicado porque muchos profesores –en especial ya los muy mayores, que no tienen experiencia en lo digital– nos pedían ayuda, asesoría. Y uno tiene que contar con mucha paciencia porque desde la casa explicarle algo digital a una persona al otro lado del celular es complicado”, recalcó la secretaria de una facultad que se volvió paño de lágrimas, hombro dónde llorar y tele asesora vocacional tardía.
Sálvese quien pueda
Una de las primeras dudas que se extendió como el miedo fue ¿cómo voy a hacer eso?
Las universidades entendieron el drama y se aprestaron a multiplicar la asesoría que sus expertos en el área de educación virtual venían desarrollando de forma permanente. Tarea que se cumplió en tiempo récord, pues en cuestión de días encuentros grupales en WhatsApp, videos en YouTube y vínculos de tutoriales circularon con tanta abundancia que hasta algunos nos sentimos apabullados por el caudal de información.
Fue como si un actor secundario –importante en la trama de la obra– de un momento a otro se volviera el protagonista y las estrellas de la presencialidad quedaran por fuera de los reflectores. O cambiábamos o nos cambiaban.
“Técnicamente sí estaba preparado, mentalmente no. Hay que hacer mucho esfuerzo para controlar la ansiedad propia y la incertidumbre que produce este encierro. Se siente muy extraño hablarle a una pantalla y no poder ponerse de pie, moverse de un lado al otro del salón, jugar con los objetos que veo, poner los ejemplos que se me ocurren viendo sus caras. En síntesis, me hace falta esa cercanía, esa conexión que es posible solamente con las miradas”, dijo Juan Sebastián Zuluaga, docente de Taller de Medios en EAFIT.
Y es que uno de los principales retos fue aprender a desenvolverse como elefante en una cristalería por los comandos, íconos, desplazamientos de archivos, subidas de imágenes e intercambio de documentos en plataformas novedosas y ricas en posibilidades como Microsoft Teams, Meet de Google o Zoom.
Esta última, muy cuestionada porque ha sido objeto de ataques cibernéticos, donde no solo insertan imágenes grotescas y violentas durante una charla o encuentro, sino que ha permitido a los delincuentes robar claves, correos e información personal. En Taiwán, por ejemplo, está prohibido su uso en clases.
“A mí me causó estrés. La primera semana de clase se me dañó la red en la casa y me tocó ir a la casa de un amigo. A mi computador le falló el micrófono, también conseguí uno prestado. Muchas complicaciones para una clase que arrancó 45 minutos tarde”, recordó Santiago Segura, que este semestre se inauguró como docente de fotografía en la Corporación Universitaria Lasallista.
“La primera clase lo que hice los invité a que contaran un chiste. Estábamos hablando de expresión oral y conversamos a partir del humor y creo que funcionó. Muy, muy participativa”, añadió Martínez.
Por eso, muchos recordamos esas primeras clases como la verdadera pérdida de la inocencia en manos de una madrastra que desde una pantalla brillante exige creatividad, innovación y constante renovación, tanto en el contenido como en la actitud.
Errare virtual est
Además de la presión del cambio de dinámicas educativas entre docentes y estudiantes, se puede sumar un espacio para las anécdotas, bálsamos que facilitan y amenizan el diario desempeño educativo actual.
En redes circulan imágenes de alumnos con sus cámaras o micrófonos encendidos, donde se capta la cotidianidad de sus hogares: un regaño de la madre, una licuadora sonando como una sirena o comentarios ofensivos al docente.
“A mí me pasó en una reunión con mi área –dijo el profesor de expresión corporal–. Me descuidé un momento y se me voló el gato. Como vivo en un primer piso, me tocó apagar el micrófono y gritarle a mi hermano y a mi mamá que fueran a perseguirlo porque estaba en la calle”.
Hay otras más cómicas, pues muchos terminamos adecuando un espacio en nuestros hogares para dirigir las clases sin mayores contratiempos. Por eso, minutos antes de la cita, avisamos a nuestros allegados que vamos a trabajar, para que le rebajen el volumen a la televisión, no pongan música o eviten ingresar.
Un profesor, que prefirió no dar su nombre, recordó cómo en las primeras clases con cámara encendida, la esposa ingresó al estudio recién bañada y con la normalidad de lo cotidiano.
“Cuando caí en cuenta que ella estaba me alcancé a asustar. Menos mal en ese momento sí tenía la cámara apagada”, recordó el docente. “Ahora nunca la prendo, jeje”, acotó.
En otra ocasión, una alumna para preguntar, en lugar de decir “profe, a mí me parece…”, soltó la frase “papi, a mí me parece…”, le genero risas y burlas por varios minutos.
“En una de las sesiones, una estudiante estaba sentada en un computador cerca de su cocina, con la cámara encendida. Su madre, o alguien, le llevó un café con unos croissants y tuve que parar la clase unos minutos porque todos le pidieron que nos compartiera y ella se puso rojita, rojita del susto”, dijo Zuluaga.
A Segura le han hecho hasta stickers con sus gestos captados en cámara, a lo que él –aunque no los comparte– los acepta como una forma de rebajar la tensión generada por el contacto mediado por el computador.
Nuevo mundo
Las semanas han pasado en las universidades y ya muchos nos hemos acostumbrado al modelo. Hace poco empezaron los colegios y escuelas, donde el escenario es más complejo por falta de equipos o acceso a Internet.
Seguro falta explorar herramientas y accesorios que las plataformas ofrecen, pero lo que era anormal va tomando forma de costumbre.
“En otras palabras, los dispositivos electrónicos son un vehículo de comunicación actual como antes lo fue y sigue siendo el libro, son artefactos provocadores de nuevos pensamientos, transgresores y promotores de valores culturales, podemos usarlos de diversas maneras para alcanzar nuestro propósito pedagógico. Es hora de que el Estado asuma su responsabilidad y garantice, en un acto desinteresado y democrático, el acceso mínimo vital de internet para facilitar la labor de los Maestros, los aprendizajes de nuestros niños, niñas y jóvenes y la reconstrucción de un país cansado del subdesarrollo”, escribió Hernán Mallama Roux en su artículo El aprendizaje en tiempos de pandemia, publicado en el portal La Cola de la Rata.
Es posible que el profesor Carlos Mario Martínez se acostumbre a que la expresión corporal no se puede enseñar con tutoriales y podcasts, aunque ya ha hecho sus pinitos en esas herramientas tecnológicas y le ha ido bien; o aunque le hace falta mirar las reacciones de sus alumnos y conversar, como a Juan Sebastián Zuluaga, la cámara permite efectuar otras interacciones.
O como para Santiago Segura, que aunque el encierro conlleva a romper las fronteras de lo social y lo privado con la modalidad del teletrabajo, es importante darle relevancia al tiempo libre y a lo verdaderamente valioso de la existencia humana: que es vivir, no consumir.
Quedarán como anécdotas los sufrimientos pasados. Las horas ante una pantalla con el consiguiente agotamiento ocular; la angustia por los estudiantes que no aparecen en la clase virtual; las preguntas arrojadas a la red, que no atrapan respuestas en los alumnos; la soledad del soliloquio diario y el temor por la calidad de la educación, hacen que este experimento tenga más de beta que versión estandarizada.
Entonces de la nada, un balón invisible vuelve, me golpea. Y el dolor reaparece.
Diario de la pandemia