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Brasil no es para principiantes

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Brasil no es para principiantes

En la mesa siempre se ha dicho que, por respeto, no se habla de religión, de política ni de fútbol. Lamentablemente, en esta mesa no hacemos caso.

No hay nada más contradictorio que la importancia de la vida política para las personas se junte con el diario vivir del fútbol, aunque es claro que este último puede ser fácilmente prescindible, nunca se logra alejarlo. Un ejemplo tonto, pero a la vez significativo, es que en Colombia las personas se visten con la camiseta amarilla cuando desean marchar en pro o en contra de la actualidad gubernamental. Qué contradicción.

Un caso emblemático de mezcla de política y deporte ocurrió en los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936, excusa deportiva, por entonces de Hitler, para demostrar que la raza aria era superior a las demás. Después Jesse Owens, un atleta negro estadounidense, le demostró al mandatario lo contrario.

No obstante, hay ocasiones en la historia en las que cualquier tipo de unión sobrepasa lo inhóspito o imaginable. Sucedió esta vez en Brasil. Como lo menciona Antônio Carlos Jobim: “Brasil no es para principiantes”.

En la vida del brasileño hay algo que es simple: si a la selección de fútbol le va bien, el resto no es tan malo.

El 31 de marzo de 1964, un jefe de la guarnición de Mina Gerais, Olimpio Mourao Filho, comenzó a organizar un tumulto de soldados que se dirigían hacia Río de Janeiro. El presidente de ese entonces, Joao Goulart, se imaginaba lo peor. Todos los seguidores políticos y militares del jefe de Estado intentaron frenar la avanzada golpista, con un resultado inocuo.

Sin creer en realidad lo que estaba ocurriendo, el presidente Goulart viajó —o se escondió— en Brasilia al día siguiente, buscando alguna ayuda frente al golpe, pero en ese Estado se encontró con un Congreso mayoritariamente conservador y, por ende, opositor.  Agarró su miedo y viajó a Porto Alegre.

Joao Goulart, más conocido como “Jango”. Foto tomada de Oriol Sabata

2 de abril. Desde el Congreso se decidió que Joao fuera destituido del cargo por presuntamente abandonar el país. En todo momento, tanto el destituido presidente, como sus afines militares, decidieron no llegar a la confrontación bélica frente a su contraparte, por miedo de que se convirtiera en una guerra civil; sin embargo, la avanzada seguía moviendo el piso del mandatario, no importa en dónde ni con quién se estuviera escondiendo. Antes de ser destituido, Joao ya estaba derrotado moralmente.

Uno de los generales golpistas, Floriano Machado, a primera hora le informó a Goulart que habían tomado Curitiba sin dificultad alguna y se dirigían precisamente a Porto Alegre. Y lo exhortó a dejar el país. Ese mismo día, Goulart salió para la frontera con Uruguay.

Horas más tarde, se hizo efectivo el golpe y dos días después Joao Goulart escapó al país oriental. Mientras avanzaba la toma del poder en tierras cariocas y las ciudades empezaban a ser gobernadas por los militares, el 15 de abril de 1964, el general Humberto de Alencar Castelo Branco se designó como presidente de Brasil.

La pelota empezó a mancharse

En México 1970, el conjunto brasileño, con Pelé como la máxima figura, salió tricampeona del mundo y se llevó la copa Jules Rimet a Brasil. Con la obtención del tricampeonato, el presidente dictatorial de esa época, Emilio Garrastazu Médici, empezó a enviar mensajes a su pueblo. Usó una simpática frase para promocionar el Mundial y la dictadura: “Brasil: ámalo o déjalo”. Palabras más, palabras menos: si no te gusta lo que hacemos, lárgate.

Y fue así como, poco a poco, mientras el pueblo estaba obnubilado por las jugadas de Carlos Alberto, la velocidad de Jairzinho y la magia de Pelé, el Gobierno escondía y mataba, reunía a opositores en sótanos de tortura para quitarles lo poco que tenían en épocas de dictadura: la pelota.

Pele al lado del portero italiano Enrico Albertosi. Foto tomada de Red Digital

Incluso la autoridad quería estar en la propia selección, y elegía jugadores y entrenadores. Pocos saben que el técnico campeón de Brasil en 1970 no fue el que llevó al equipo a la clasificación de la Copa del Mundo.

El primer paso lo logró Joao Saldanha. Su equipo fue apodado Las Fieras de Saldanha, pero llegó a reemplazarlo Mário Zagallo, por una simple razón: el dictador de ese entonces no quería a Saldanha por ser abiertamente comunista.

El terror por parte de la dictadura continuó.

En 1971 empezó a juguetear con el balón Zico. Se puso la camiseta de Flamengo y paulatinamente, el por entonces joven de 18 años, dio atisbos de jogo bonito a la hora de compararse con sus compañeros; para destacarse en Brasil no solamente debes ser bueno, hay que tener carácter. Y con el carácter que empezó a forjar ese joven jugador, el pueblo empezó a creer en él.

Y creyeron más cuando en el preparatorio para los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, Zico fue la rotunda estrella. Aun así, no estuvo en el equipo que disputó esas justas olímpicas y que, además, fracasó. ¿Pasó algo con Zico que no estuvo en el conjunto olímpico? Más o menos.

Años después, el mismo técnico de ese equipo, Antoninho, reveló que no dejaron llevar al jugador para que las luces del torneo no fueran un altavoz para la denuncia de violación de derechos humanos en Brasil, porque, aunque Zico como tal no fuera una persona con actividad política recurrente (en realidad solo tuvo una experiencia política en su vida después de su retiro), una prima y un hermano de él sí lo eran.  Zico fue borrado de esa selección.

Para 1976, y después de que el mundo de la sospecha lo haya dejado sin sueño olímpico, volvió dentro de la renovación brasilera después de la época del tricampeonato. Incorporaron al jugador de Flamengo para comandar la Canarinha.

Se acercaba el Mundial en tierras de sus acérrimos enemigos futbolísticos y debían estar a la altura, aunque en el mismo año que llegó Zico a la selección, después del desplante olímpico, el general Jorge Rafel Videla dio el golpe final y se apoltronó en la presidencia de Argentina. Los locales quedaron campeones del mundo y las dudas empezaron a surgir y a quedarse en el aire.

Zico celebrando el gol que le convirtió a Argentina en el mundial de España 1982. Foto tomada de FIFA.COM

Así, como en toda dictadura, los cambios son más que lógicos.

Dentro de la estructura del fútbol brasileño hubo muchos cambios: en primera medida, el técnico de esta selección fue un capitán del Ejército, Cláudio Coutinho; al presidente de la Confederación Brasileña de Deportes, Joao Havelange, lo destituyeron de su cargo dado que sospechaban de fraude en su gestión y un almirante comprometido con la dictadura tomó su cargo.

Havelange terminó ese mismo año en la presidencia de la FIFA, con la bandera de la inclusión, e instauró lo que conocemos ahora como las marcas patrocinadoras y los derechos de televisión para el fútbol, movimiento revolucionario para la época.

Años más tarde se conoció que este mismo presidente estuvo involucrado en casos de sobornos conocido como el Escándalo ISL.  Y fue así como el mayor instrumento de progreso de Brasil fue el auge del fútbol.

 Todo el mundo cae, pero la pelota se eleva

En 1979, trabajadores de la época empezaron huelgas en sus empresas. La persona que comandaba estas revueltas, como si fueran once jugadores del equipo de sus amores, el Corinthians, era Luís Inácio da Silva, pero todos le decían Lula. En los estadios (en donde antes encarcelaban estudiantes) pedían la amnistía al Gobierno.

Progresivamente el país se levantaba de un letargo político y futbolístico, los presos políticos volvían a la libertad y los exiliados regresaban a su tierra. En 1982, en elecciones de gobernadores, empezaron a ganar opositores de la dictadura y llegó un nuevo presidente en la Federación Brasileña de Fútbol (CBF), en reemplazo del almirante.

La esperanza de un nuevo país tomaba la punta derecha y corría sin que nadie lo pudiera parar, como Zico contra el Liverpool, cuando Flamengo derrotó al club inglés por 3 a 0 en 1981.

No importaba que en España 82 el equipo haya salido del torneo a manos de los italianos. Telé Santana, su entrenador, no se fue con la cabeza agachada, puesto que pudo poner en un mismo equipo un conjunto de otro planeta: Zico, Falcao, Sócrates y Cerezo.

Se rescató la ofensiva y el buen juego brasileño. La selección no se dividió, como sí lo hizo después de 1970 y tanto presos políticos como simpatizantes golpistas se sentaron a ver el jogo bonito de los cuatro protagonistas vestidos de amarillo y verde.

En este país no ganar la Copa del Mundo es un fracaso. Fueron fracasados durante 24 años, pero son grandes campeones frente a la destilación dictatorial que albergaba la nación, que cayó en 1995, un año después de volver a levantar la cuarta copa. Así se demuestra, y como ya se mencionó, que Brasil no es para principiantes.

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