Episodio 4: Depresión vs. profesores universitarios
Episodio 4: Depresión vs Profesores universitarios
En un contexto en donde la salud mental es cada vez un tema del que se habla con mayor tranquilidad en espacios académicos como universidades, consideramos importante entender que tan distante es la relación entre maestros y estudiantes al hablar de estos temas. Acompáñanos a comprender un poco más como los profesores, administrativos y en general las universidades apoyan y respaldan a los estudiantes que luchan contra problemas de salud mental.
¿Quiénes somos?
Atenta-mente es un proyecto periodístico transmedia, hace parte del énfasis en Periodismo Digital de la Universidad EAFIT.
Creado por un grupo de 13 estudiantes con intereses en el área de la salud mental, con el apoyo de algunos estudiantes y profesores del pregrado en psicología.
Episodio 3: Vivir con depresión no diagnosticada
Episodio 3: Vivir con depresión no diagnosticada
Es fácil pasar por alto los síntomas de la depresión y acostumbrarse a vivir en un estado de malestar funcional, en el que la persona puede sobre llevar sus responsabilidades con amargura, aunque por dentro el mal evolucione y llegue a un punto de quiebre. Esta es la historia de Juan Manuel Sierra, un estudiante universitario de 21 años, residente del barrio Santa Teresita en Medellín que por aproximadamente 10 años convivió con la depresión sin estorbarse lo suficiente como para darse cuenta.
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Episodio 1: Literatura, un rezo que salva vidas
Episodio 1: Literatura: un rezo que salva vidas
Sebastián Arias, un joven de 23 años, ha lidiado a lo largo de su vida con crisis depresivas; no obstante, un encuentro fortuito con la literatura, que se dio por medio de una Biblioteca Comunitaria de Dosquebradas, le salvó la vida.
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Desigualdad social y depresión
¿El contexto social, político y económico pueden causar depresión?
Aunque pareciera extraño la desigualdad social, reflejada en el desempleo, el poco acceso a la educación, no tener agua potable, no contar con un lugar cómodo para dormir en la noche, tener un contexto político inestable y otros acontecimientos hace que llegue la estratificación y con ello la depresión.
Una encuesta hecha por Profamilia, así lo demuestra. Las personas de estratos medios y bajos afirman haber tenido uno o más síntomas asociados a la ansiedad y la depresión.
Entérate, cómo el contexto social, podría desencadenar depresión en los seres humanos.
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Afrontar un apellido, los trastornos alimenticios y la depresión
Desde pequeña Gabriela ha recibido criticas sobre su cuerpo, el bullying, la depresión y el trastorno de la conducta alimenticia son su reto. Con una fundación logró llegar a decenas de jóvenes como ella, superación y resiliencia.
Continue readingMétodos de autocastigo
Métodos de autocastigo
Todo empezó con las uñas.
Un pequeño acto que hasta el momento parecía inocente. Se las clavaba en las palmas en momentos de desespero o tristeza incontrolable. Las hundía en la piel hasta que salían pequeños halos de sangre. Según ella, eran fáciles de esconder: palmas siempre hacia abajo, objetos que ocuparan las manos o simplemente meterlas en sus bolsillos. Pensó que tenía todo bajo control. Sus pensamientos no llegaban todavía a un deseo de muerte y las decisiones que tomaba parecían tener efectos positivos y poco letales.
Juliana, quien prefiere no usar su nombre real, empezó desde los 13 años con pensamientos autodestructivos y obsesivos, algo que se considera común en pacientes con depresión. Como suele suceder con esta enfermedad, no existía una razón tangible para dichos sentimientos. Sus padres, las personas que mejor la conocían, no podían ver sus síntomas ni entenderla, y siempre le repetían: “No tienes que sentirte así, lo tienes todo en la vida”. Era una niña de contextura delgada, con ojos oscuros y un pelo largo y café. Como todos los adolescentes, sintió entrar en la famosa “época del moco”. Su nariz le parecía muy grande para su cara, su pelo era rebelde y opaco, las extremidades demasiado largas y flacas. Nada encajaba con nada.
Fue en esa época, cuando las niñas dejan de verse como princesas de sus padres y empiezan a cuestionarse lo que piensan los demás de su aspecto, que Juliana comenzó a reparar en cada detalle que podía diferenciarla. No era suficiente, era más bien poca cosa: su cuerpo le parecía contrahecho, su inteligencia promedio, su carisma inexistente. A pesar de que familia, amigos y compañeros nunca se lo dijeron con palabras, ella creía sentirlo en el fondo de sus miradas. “No eres perfecta, estás lejos de serlo”, se repetía una y otra vez. No sabía si deseaba ser perfecta o si era lo que alguien más esperaba de ella, simplemente se volvió una meta imposible, que la llevó a castigarse en repetidas ocasiones por “comportamientos insuficientes”, según los definía ella. Se encontraba en medio de un mar de odio a sí misma que la consumía cada vez más.
La falta de compresión por parte de sus padres y amigos la llevaron a pensar, además de su inconformismo, que era una malagradecida y que de alguna forma debía solucionarlo o sufrir las consecuencias en el camino. Sus actos no siempre se generaban por la misma razón: en algunos casos quería castigarse, en otros era una manera de llegar a sus metas y, en algunos cuantos, lo hacía para experimentar un sentimiento diferente al que la poseía. Se planteaba ese dolor como un dolor diferente, que la liberaba un poco de los sentimientos negativos que se acumulaban en su pecho.
Empezó a atacar su cuerpo:
vomitaba para bajar de peso (pese a estar delgada) o cuando comía algo que sabía contenía muchas calorías. Pero esto nunca le pareció suficiente y, después de una época de estrés académico, peleas repetidas con sus padres y un aislamiento progresivo de sus amistades, las conductas autolesivas escalaron. Las pequeñas marcas en las palmas se volvieron en un rito cotidiano.
El término utilizado para referirse a este tipo de lesiones es Autolesión No Suicida (ANS), definido en 2007 por la Sociedad Internacional para el Estudio de la Autolesión. Matthew Nock, psicólogo clínico americano, define la ANS como “la destrucción directa y deliberada del propio tejido corporal en ausencia de la intención de morir”.
Estos comportamientos pueden seguir aumentando, aun cuando una ideación suicida no se ha conformado, afectando diferentes aspectos de la vida de las personas, especialmente por la falta de métodos para lidiar con los sentimientos. Las razones detrás de estos actos son muy debatidas, pues existen numerosas explicaciones, que terminan por dividir a los especialistas que tratan el tema. Nock conceptualiza la ANS como “un comportamiento dañino que puede cumplir varias funciones intrapersonales (ej. regulación de los afectos) e interpersonales (ej. búsqueda de ayuda)”. Otros expertos, como la investigadora y profesora de psicología en Harvard, Jill Hooley, explican que en ciertos casos este tipo de comportamientos también se pueden adjudicar a métodos de autocastigo, derivados de una ira hacia sí mismo, común en pacientes con problemas de autoestima.
Juliana nunca estuvo segura de en cuál de estas razones encajaba su caso. Pensaba que todas y ninguna. Creía que tenía razones, pero casi nunca eran claras y, aunque sus acciones fueran persistentes, nunca llegó a cuestionarse a profundidad. Lo que a ojos de ella siguió pareciendo un acto inofensivo, llegó a un nivel preocupante..
Un día, mientras lavaba los platos, un vaso de vidrio se le resbaló. Los pedazos quedaron regados por toda la cocina. Uno llamó su atención. Un cristal de tamaño considerable que había quedado sobre el mesón. Lo tomó en sus manos y así comenzó un suplicio que le prometía acelerar el camino hacia su autodestrucción. Realizaba los cortes de forma horizontal en sus muñecas y muslos. Fáciles de esconder, pero también fáciles de hacer. Usaba buzos, camisas largas, accesorios que los cubrieran. A veces quedaban al descubierto y alguien obtenía un vistazo. Las caras de personas cercanas a su vida se tornaban pálidas y Juliana rogaba por dentro para que no dijeran nada. Mirando en retrospectiva, algo dentro de ella quería que los vieran, que gritaran, que se abalanzaran sobre ella, que la ayudaran. Quienes las vieron nunca hicieron nada. Tuvieron miedo de comentar algo.
El tiempo pasó y cada pequeño acto contra sí misma se quedaba corto. Las heridas se convertían en más y más profundas, hasta que llegó a un punto en que no eran suficientes y las medidas se volvieron más extremas. El pensamiento de “si no estuviera aquí sería mejor para todos” se convirtió en su mantra. Lloraba horas enteras mientras el agua de la ducha caía sobre su cabeza, en las noches, cuando nadie escuchara. Creía que nada la sacaría de ahí, solo la muerte. Ya habían pasado cinco años desde que esos pequeños pensamientos obsesivos, que en su momento parecían inofensivos, se hicieron camino en su cabeza y su vida.
Durante ese tiempo cultivó unos pensamientos que le parecían útiles para llegar a sus objetivos y que cuando menos se dio cuenta, habían mutado y se habían convertido en un monstruo que ahora amenazaba con llevarla a las sombras. Se dejó ganar. La dejó ganar. La depresión había entrado de una manera tan silenciosa y disimulada, abriéndose paso en aspectos que parecían tan fútiles, pero que luego se convirtieron en factores determinantes.
Ya no se trataba de un pequeño castigo, ahora la depresión estaba reclamando su premio final: la vida de Juliana.
Un intento fallido con una pequeña cuchilla, de esas que venden en las papelerías, marcaría el final de un camino y el inicio de otro. La encontraron a tiempo y el problema que tantos ignoraron, por creerlo inexistente, se volvió tan real como la niña tendida en la cama del hospital. Ya era algo que no podían evadir y se dieron cuenta de que, de haber escuchado las pequeñas súplicas, no estarían en esta situación. Juliana encontró una mano amiga, que comprendió a tiempo que las heridas iban mucho más allá de su piel. Y agradeció que esa mano que entró a sus sombras no fuera la de la muerte, sino una cálida y viva.
De hecho, empezó a necesitar más que esa mano amiga. Necesito la de un familiar, la de un especialista y otras tantas. No puede nombrar cuál fue específicamente la que logró salvarla, piensa que quizá fueron todas. Sin embargo, es enfática al decir que la mano no ha de ser siempre la misma, solo debe contar con las mismas cualidades: cálida, viva, paciente, permanente. La sacó del fondo del mar, sus pulmones volvieron a respirar. No de un día para otro. Todo empezó con una pequeña charla, luego otra, otras más, una visita a un profesional, otras más. Los respiros los fue tomando lento, pero seguro. Esperando que llegara el día que alcanzara a la orilla y su respiración fuera consistente, fuerte, inquebrantable.
Atenta - Mente
Un proyecto transmedia para hablar de la depresión como una epidemia invisible.
Paula Andrea Galvis Jaramillo
Soy estudiante de Comunicación Social y Literatura. Vivo por y para la lectura y la escritura. Me encanta contar historias, pero más cuando tienen toques de imaginación. Disfruto más la ficción que la realidad y eso termina por chocar con mis estudios como comunicadora. Mi puesto ideal sería trabajar como editora de ficción.
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La depresión no asume la culpa
La depresión no asume la culpa
Para todo aquel que he lastimado:
El sufrimiento es un dolor complejo, que rara vez es entendido en su totalidad. Más allá de no entenderlo, tampoco logramos enfrentarlo, mucho menos solucionarlo. Nos encerramos en nuestro dolor y no vemos más allá de la oscuridad que nos rodea. Quizá lo único que logra entrar en medio de ese agujero negro es el rostro de aquellas personas que nos rodean, que nos quieren. Desgraciadamente, este rostro entra alterado por el sufrimiento que genera el vernos en esta situación. Ustedes me repiten una y otra vez que quieren ayudarme para luego concluir que no saben cómo. Créanme, si lo supiera, se los diría.
No entiendo por qué me siento como me siento, no entiendo por qué no quiero levantarme de la cama, no entiendo de dónde proviene la presión en el pecho, no sé cómo bajar el latido acelerado de mi corazón. Tampoco sé cómo no hacerlos sufrir. El pensamiento de que ustedes sufren junto a mí solo hace aumentar mi sufrimiento, lo cual termina aumentando el suyo y así seguimos en un círculo vicioso que nos ahoga. Cuando estoy sumido en uno de estos momentos, más allá de querer estar bien por mí, quisiera estar bien por ustedes. Lo pienso en mi cama mientras intento dormir, lo pienso en la universidad mientras intento estudiar, lo pienso cada segundo que estoy despierto. Quisiera una barita mágica que eliminara mi dolor, que genera el suyo.
Hablando con mi psiquiatra, Sonia Botero, una de las pocas personas (o la única) a la que le puedo contar mi dolor sabiendo que no la lastimo, me dice que el sentimiento de culpa es más común de lo que creemos y que, aún peor, fuera de no encontrar consuelo en quienes nos rodean, lo sentimos como una carga más, como una preocupación adicional. Ella se refiere a este sentimiento como “ideas sobrevaloradas de culpa y de minusvalía”. Según lo que me contaba, sumado a lo que alguna vez leí en un glosario psiquiátrico y lo que le escuché a mis amigos que estudian Psicología, se tratan de pensamientos obsesivos, que predominan sobre las demás ideas, y que me llevan a pensar que ustedes me ven como una carga.
En pocas palabras: mi cabeza me dice que el problema soy yo
que la causa de su dolor es mía, que, si quizá yo no estuviera aquí, ustedes no estarían así. Sé que suena duro, sé que ustedes no lo piensan así, pero mi mente es autodestructiva, entre más dolorosa sea la idea, más me la creo. Mi culpa nace desde su sentimiento más básico (me siento culpable por no sentirme diferente), hasta un punto más complejo (me siento culpable por hacer a las personas sufrir).
Recuerden: mi mente me miente. A toda hora y en todo momento cree cosas que no son reales y sufre por cosas que nadie ve ni entiende. Me creo una carga, ustedes nunca han dicho que lo soy, pero así percibe mi vista nublosa esos momentos de desespero. Han dicho que ponga un poco más de mi parte, que intente ser fuerte e ignore a mi cabeza. Ojalá fuera tan fácil y ojalá esas palabras ayudaran, pero solo alimentan mis pensamientos desoladores. Tanta culpa solo me hace pensar que sería mejor si simplemente no estuviera acá.
Según la OMS, son unas 800 mil personas las que se suicidan al año en el mundo, no todas por depresión, pero en su gran mayoría sí está atada a esta. 800 mil personas que sienten o sintieron culpa y que no pudieron con ella.
Ustedes no pueden hacerme no sentir culpa, después de todo es entendible que les duela verme mal, así como a mí me duele verlos mal. La culpa está dentro de mí y lo único en lo que puedo trabajar es en callar esos pensamientos autodestructivos que me consumen.
Existen pocas cosas que ayudan a la hora de enfrentar este tipo de sentimiento, pero hay algo que casi todos olvidamos en estos momentos (y casi siempre en la vida) y es aprender a practicar la autocompasión. Esto lo he escuchado de diferentes especialistas y también lo leí en un blog, cuya entrada se titulaba Cómo superar los sentimientos de culpa. Según lo que pude entender, no se trata de sumergirme en este sentimiento y excusar el dejarme acabar por mis pensamientos. Es más bien entenderme a mí mismo, sentir dolor por mí mismo y tener compasión por mí mismo. No soy culpable de la enfermedad que padezco, no quiero padecerla, pero ahí está y tanto yo como ustedes debemos lidiar con ella y entenderla tal y como es: una enfermedad. Un desbalance químico que, aunque no vemos, está presente. Una enfermedad tan real como un dolor de cabeza: ese tampoco lo ven, pero lo sienten. Quizá así entiendan un poco más cómo funciona. Una enfermedad que agota, que duele, que ningún examen podrá demostrar, pero para la cual existen especialistas y medicamentos que pueden ayudar a su disminución.
Les puedo decir que lo siento, aunque no debería. Me duele profundamente verlos mal, pero yo no quiero sufrir y hacerlos sufrir. En algún momento debemos romper el círculo vicioso, en el que mi dolor aumenta mientras el de ustedes hace lo mismo. Mi cerebro juega conmigo, ya se los he dicho. Necesito que me ayuden a desenmascararlo, para descubrir el amor que se esconde tras estos sentimientos de dolor.
La culpa no lleva a ningún lado y si lleva a algún destino es solo hacia atrás y hacia abajo. La autocompasión no es mala, como todo en la vida es mala si se practica en exceso. Debo dejarme sentir mal, sufrir por la enfermedad que me ataca y nutrirme de ese sentimiento para salir adelante. Para encontrar la luz dentro de ese agujero negro necesito su ayuda, a los especialistas y que todos recuerden: mi mente siempre me miente.
Pd. Es claro que estos sentimientos son míos y no espero que los comprendas a profundidad. Pero, así como espero que tú me escuches, yo también quiero escucharte.
Atenta - Mente
Un proyecto transmedia para hablar de la depresión como una epidemia invisible.
Paula Andrea Galvis Jaramillo
Soy estudiante de Comunicación Social y Literatura. Vivo por y para la lectura y la escritura. Me encanta contar historias, pero más cuando tienen toques de imaginación. Disfruto más la ficción que la realidad y eso termina por chocar con mis estudios como comunicadora. Mi puesto ideal sería trabajar como editora de ficción.
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Desistir para resistir
Desistir para resistir
No está segura de en qué momento comenzó todo. A veces asume, culpándose, que algo en ella está mal. Laura, quien prefiere no dar a conocer su nombre real, se ha esforzado toda su vida por estar bien. Es una mujer ejemplar, de las que son buenas hijas, aplicadas y muy atentas, críticas pero sensibles, o así la perciben los demás, sin siquiera imaginar que por dentro pelea una guerra prácticamente en contra de sí misma.
La primera batalla la tuvo a los quince años, las pequeñas manías y sus ganas de controlarlo todo le comenzaron a robar la paz. Se comía las uñas, luego los cueros del rededor, se jalaba el pelo. Fue diagnosticada con ansiedad y, posteriormente, los ataques de pánico se volvieron recurrentes.
Sentía escalofríos y se le paraban todos los vellos, sudaba, el desespero le subía por las piernas, quería arrancarse el pelo, se tiraba al piso y se daba abrazos, intentando contenerse. Se hiperventilaba, se le nublaba todo y, cuando eso ocurría, no podía pararlo; luego se le torcían las piernas de la tensión del resto del cuerpo.
La depresión llegó de forma sutil. De un momento a otro notó que no podía conducir, porque le daba mucho susto; después, ya no podía ser copiloto; luego, si se montaba en el carro, se tenía que tapar los ojos, porque creía que era posible que muriera. Visitó su psiquiatra y comenzó la medicación.
¿Hay depresión en las universidades?
Las afectaciones en la salud mental están fuertemente conectadas con el bajo desempeño académico universitario. Notas bajas, combinadas con depresión, pueden llevar eventualmente a la deserción escolar.
Un estudio realizado en 2018 en la Iniciativa de Estudiantes Universitarios Internacionales de Salud Mundial de la Organización Mundial de la Salud (OMS), con una muestra de 13.984 alumnos de primer semestre, concluyó que la prevalencia para el Trastorno Depresivo Mayor en esta población era de 18,5 %.
El colegio fue una etapa terrible en la vida de Laura. Las ganas de dejar sus estudios de lado la han acompañado desde entonces, pero en ella siempre ha ganado lo “correcto”, lo que causara menos molestias a los demás y, por eso, soportó por muchos años el acoso de sus compañeros de colegio, quienes criticaban su pasibilidad y notable diferencia en gustos y comportamientos, incluso contuvo el enorme deseo de pedirles a sus padres que la cambiaran de institución, pero al final nunca fue capaz.
Cuando se graduó de bachiller, no muy segura de lo que quería estudiar y con la cabeza llena de expectativas, comenzó Medicina, pero su temor por la sangre le impidió continuar. Luego de algunos cursos de gastronomía y vocación profesional se decidió por Comunicación Social en Eafit.
Siendo la mayor de sus compañeros, se supo adaptar con facilidad. Un grupo de amigos la acogió y sobresalía por su rendimiento académico. Así fue hasta que al inicio de la pandemia muchas cosas comenzaron a fallar, algo irreparable se había roto en ella. Fue difícil identificar una causa puntual, el temor de un posible fin del mundo como lo conocía, el encierro, el aumento en la carga académica, la falta de la rutina, los problemas familiares fueron demasiado para ella y se dio origen a lo que sería el comienzo del fin.
Mauricio Cuartas, profesor de Psicología de la Universidad Eafit, afirma que la deserción escolar es una consecuencia última de la depresión: “Si es tratada e identificada a tiempo, las presiones académicas pueden ser soportadas con el debido acompañamiento”.
Uno de los puntos importantes que resalta Cuartas es el sistema de evaluación académico que indiscutiblemente crea comparación y un afán por aprobar en vez de aprender. Por esta misma razón, a veces existe rivalidad entre los alumnos.
Según Cuartas existen casos en que el abandono de la carrera no debe verse como una pérdida, aunque es importante tratar de prevenirlo. En ocasiones, esta es la decisión más apropiada para la salud mental del estudiante. De igual forma, también está presente la opción de retomar los estudios en el momento en que el alumno sienta que está más estable, tanto emocional como mentalmente.
Los maestros, familiares y terapeutas son parte fundamental de este proceso, pero todos juegan papeles distintos. La familia debe estar abierta a escuchar, acompañar, entender; el maestro debe ser flexible y empático, entender la salud mental y emociones de los estudiantes como una prioridad, por encima del éxito académico y las notas; y el terapeuta debe brindar las herramientas para guiar el proceso, incluso si eso incluye medicación.
Una de las memorias que todavía acompañan a Laura de forma vívida es la de un parcial de Estadística. Ella fue una especie de una monitora para esa clase, les explicaba a sus compañeros por interno sobre los temas y se sentía confiada. El día del examen comenzó a llorar desconsoladamente, no podía parar y le escribía a la profesora que no se sentía capaz; su papá y hermana rápidamente comenzaron a auxiliarla e intentaron ayudarla a terminar la prueba. Si lo lograba o no, poco le importaba en ese punto, lo único que quería era terminar con ese “sufrimiento” de la forma que fuera.
En el marco de esas presiones universitarias, de noches enteras de llantos desconsolados, como si estuviera en duelo por alguien, crisis nerviosas, trastorno en el sueño e intentos fallidos por aprender, fue perdiendo las esperanzas e intentó por primera vez quitarse la vida, si no es porque su familia interviene no sabe lo que hubiese ocurrido.
Laura se negaba a rendirse por completo, contaba con la empatía y comprensión de sus profesores, padres y algunos compañeros; además, había sido merecedora de una beca, se resistía a dejar ir lo que veía como el logro de su vida por “falta de esfuerzo y actitud”; pero su mente no estaba respondiendo y poco a poco sentía como la más mínima presión le robaba la paz.
Con demasiado esfuerzo decidió parar la universidad, se fue a vivir a la finca de sus tíos y comenzó a sentir una gran mejoría. Hablaba con las vacas, les puso nombres, regaba las flores, leía y se abstraía de toda preocupación citadina.
Luego de un tiempo se creyó capaz de volver. Retomó su semestre, pero a las pocas semanas estaba peor que antes. Volvió el llanto, el desasosiego y las ganas infinitas por desaparecer. Así que, en contra de todos sus parámetros de éxito, de las expectativas sociales, de la culpa y su propia voluntad, se convirtió en desertora.
Lejos de llenar este término de alguna mala connotación, ella aprendió que soltar lo que se considera correcto, a veces es lo mejor; que “perder”, en su caso, fue ganarse a ella misma y serle fiel a lo único indispensable: las ganas de vivir.
El año pasado fue publicado un estudio realizado en la Universidad Industrial de Santander que tomó una muestra de 84 estudiantes “repitentes” para evaluar cómo el deterioro de la salud mental puede mostrar un efecto en el desempeño académico.
Después del proceso de investigación, estos alumnos mostraron tener una alta prevalencia en trastornos de ánimo y de ansiedad. Por eso, se recuerda la recomendación de los expertos sobre la importancia de detectar los problemas de salud mental en una etapa temprana para que los estudiantes reciban ayuda y orientación por parte de la universidad lo antes posible.
Laura se fue hace algunos meses del país, está en Estados Unidos, trabajando de niñera. Se siente feliz, dice que está mejor y se le nota en la conversación. Comenta que no volvería a poner nada por encima de su salud mental, ni siquiera si eso le da un título, por lo que no está segura de volver a la universidad en algún momento. Su familia, que invirtió grandes cantidades de dinero en sus intentos de educación superior, está tranquila y feliz, porque tal vez no tendrán una hija “profesional”, pero seguirán teniendo una hija viva y sana.
Atenta - Mente
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¿Tú-sí me vas a dejar?
Medicina vs. Drogas: un cara a cara con la adicción
Varios autores hablan sobre mí, los profesionales me temen y la población en general evita acercarse a todo aquello que los pueda hacer mis prisioneros. Mientras tanto, yo busco a las personas que puedan caer en mis redes con mayor facilidad. Como explica la psiquiatra María de la Villa Moral en su artículo académico Depresión y adicción, publicado en la revista Psiquiatría.com: “Un sujeto depresivo puede recurrir al consumo de sustancias como medio paliativo” y es habitual, de igual forma, encontrar “que sujetos con trastorno por uso de sustancias padezcan depresión como patología asociada”, por eso mi atención se posó en él.
Era un blanco fácil, una persona solitaria que buscaba atención y estabilidad mental. A sus 17 años ya había tenido múltiples pensamientos depresivos y, en muchas ocasiones, había considerado su vida como vacía y esto lo hacía más vulnerable.
Desde los ojos de sus amigos, lo vi crecer, temerme cada vez menos. Al chico lo llamaremos aquí Daniel Tamayo, porque por cuestiones de identidad no desea que se revele su verdadero nombre.
Desde el primer momento que Daniel probó la marihuana, veía que se iba acercando cada vez más a mí, la adicción. Más adelante probó el éxtasis y el 2C-B o cocaína rosa, como lo llaman comúnmente, y ahí se definió el momento donde no iba a poder deshacerse fácilmente de mí. Para los que no saben, el 2C-B es una droga que produce efectos de alteración de los sentidos, reducción de la fatiga, mejora el estado anímico y puede llegar hasta a producir alucinaciones, por esto se ha convertido en uno de mis mejores aliados.
Ahora que ya les conté un resumen de mi historia con Daniel, me parece ideal narrarles los hechos completos para que juzguen por ustedes mismos y me expliquen cómo perdí a mi “amigo”.
¿Cómo cayó?
Primer semestre
Era tan inocente, con tan solo 17 años entró a estudiar la carrera de sus sueños y en la universidad de sus sueños: Medicina en la Universidad de Antioquia, posicionada por la Revista Dinero como la tercera mejor universidad de Colombia para estudiar esta carrera (2020). Estaba lejos de ser mi esclavo, o bueno, más cerca que muchas personas, pero seguía estando lejos. Daniel solamente consumía marihuana y algunas “pepas” en ocasiones, cuando se veía muy acompañado y con un ambiente “lo suficientemente parchado” para hacerlo.
Estaba lejos de estar atrapado en mí, sin embargo, Daniel ya tenía su historia con obsesionarse con algo hasta tal punto de no poder parar. Eso había sucedido con el ejercicio aquel semestre, pues él solo quería ser delgado y dejar atrás su pasado obeso. Se obsesionó y se convirtió en una persona muy saludable. Incluso llegó a ser Selección Colombia de tenis de mesa, lo cual lo alejó de las drogas por unos meses y creí que lo iba a perder.
Segundo semestre
Después de empezar, como todo primíparo, muy bien su carrera universitaria con un promedio de 4,8 y siendo un ejemplo para sus compañeros de semestre, Daniel decidió darse unas vacaciones con su mejor amigo de la época en Cartagena. Lo que no sabía era que yo era muy consciente de su soledad, de sus ganas repentinas de morirse y de su poco amor propio por su pasado obeso, y tampoco sospechaba que yo iba a estar ahí esperando para acercarlo mucho más a mí en ese viaje.
En la Ciudad Amurallada conoció a quienes por mucho tiempo llamó sus amigos, pues le brindaron de forma gratuita e ilimitada la entrada a nuevas drogas, en especial el éxtasis y el 2C-B. En una lancha, medio borracho, probó por primera vez la cocaína rosada. Cuando vi la felicidad tan inmensa que sintió, pensé que ya estaba logrando mi objetivo, que no había vuelta atrás para él.
Sin embargo, Daniel siempre me complicó las cosas. A pesar de que cuando probó el 2C-B se sintió como nunca se había sentido antes, seguía muy enfocado en su carrera, él quería seguir siendo el mejor médico de Colombia y una sola fiesta no iba a cambiar eso. Pero ya no existía miedo alguno a las drogas y eso, inevitablemente, lo hacía sentirse más cerca de mí.
Tercer semestre
Con un parcial extremadamente difícil de Anatomía al lunes siguiente, y considerándose una persona heterosexual, Daniel asistió a su primera fiesta de un grupo de jóvenes de la comunidad LGTBIQ+ por influencia de su mejor amigo. Allí descubrió lo que verdaderamente era una fiesta con ambiente pesado. Accedió a ir para despejarse de la fuerte carga que conlleva los primeros semestres de Medicina, y dejó todo previamente estudiado, porque para él su prioridad seguía siendo perseguir el sueño de ser cardiólogo.
La fiesta duró dos días. Como consecuencia de esto, Alejandro faltó por primera vez a un parcial, situación que causó revuelo en la universidad y lo que sin duda lo acercó muchísimo más a ser un adicto.
Cuarto y quinto semestre
El consumo de 2C-B se volvió una rutina, una acción necesaria para conseguir la felicidad que sentía que siempre le había faltado, se sintió tan absorbido por el mundo gay y por las drogas que cada fin de semana debía salir a una fiesta distinta a consumir para sentir que era alguien verdaderamente. Los días que se quedaba en casa se sentía vacío por dentro, que la vida no tenía sentido alguno y que estaba solo; pero solo no estaba, yo estaba ahí respirándole de cerca y haciéndole saber que cada vez que consumiera se iba a sentir mejor.
Además, para atraerlo aún más, contaba con unos aliados exitosos que le daban acceso ilimitado a todas las drogas que Daniel quisiera, pues todos morían por probar ese “hetero negrito” y la única forma de atraerlo era impresionándolo con cosas lujosas y, por supuesto, muchas drogas. Y es que, para los que no conocen mi mundo, un gramo de 2CB puede costar hasta 90 mil pesos, por lo que en una sola noche las fiestas alcanzaban los 500 mil pesos solamente en drogas y alcohol.
Sexto semestre
Daniel empezó a verse todos los días con sus “amigos”, iban al gimnasio, pero antes de ir debían “soplar”, y lo mismo sucedía en otros entornos, aunque fuera un encuentro tranquilo para cocinar y ver una película.
El 2C-B de Melamina, que era el apodo que tenía el dealer de Daniel y sus amigos, lo hacía sentir con la euforia del éxtasis, pero con el efecto relajante y divertido de otras drogas, como la marihuana. Daniel creía que podía hacer todo lo que quisiera, que era capaz con cualquier cosa que se le atravesara por la mente y sentía que la vida era más bonita, porque no existía espacio en su cabeza para las preocupaciones. Sentía que al estar drogado no tenía vacíos, que era el rey.
Sexto semestre fue la perdición de Daniel, porque fue allí donde ya no tuvo como devolverse a estar limpio, ya era preso de mí, ya era un adicto. La relación con los amigos que había hecho en las fiestas pasó del plano de la rumba a convertirse en algo mucho más profundo.
Séptimo, octavo y noveno semestres
De los siete días de la semana, Daniel estaba por fuera cuatro o cinco días en fiestas, eventos o simplemente reunido con sus amigos consumiendo. Lo curioso es que yo quería acabar con su buena reputación en la universidad, y solamente lograba que su promedio disminuyera, pasando en ese semestre de 4,9 a 4,0.
En mi camino por “descarrilarlo”, como él lo llama, me encontré con varios enemigos, comenzando por su mamá, sus profesores de universidad y algunos de sus compañeros más cercanos. El decano de la Universidad también intervino, ante la situación grave en la que se encontraba Daniel, y desde la institución comenzaron a ayudarlo para que evitara consumir.
Físicamente, Daniel ya no podía parar. El 2C-B produce, según la Clínica y centro de desintoxicación Española CCAdicciones (uno de mis mayores rivales), ataques de ansiedad, trastornos psicóticos y más grave aún: depresión, enfermedad de la cual Daniel ya había mostrado indicios desde antes de empezar a consumir. Con un tratamiento semanal con psiquiatra y toxicólogo y dos veces a la semana con un psicólogo, todo propiciado por la Universidad, Daniel comenzó su lucha por deshacerse de mí.
Estuvo tres meses limpio, pero llegó un punto en que su depresión fue tan fuerte, que recayó y compraba tres o cuatro gramos y se los soplaba solo en su habitación. Yo me estaba encargando de hacerlo sentir que sin consumir nunca iba a ser feliz. Estaba alejado de la universidad, solo, la única solución era acabar con su vida o volver a drogarse. Sus pensamientos recurrentes de querer morirse, sus ataques de pánico constantes y un profundo sentimiento de tristeza lo acompañaron en cada momento de recaída que tuvo durante el 2018 y una parte del 2019.
Décimo semestre
Daniel, vencido, deprimido, lleno de pensamientos intrusos de muerte y pocas ganas de vivir, le contaba a su círculo de apoyo: “Yo sentía que si no consumía la vida no iba a volver a tener sentido nunca”. Yo escuchaba estas frases entre las sombras y celebraba mi triunfo, me sentía dueño de su vida. Lo que no esperaba era la decisión que tomó Daniel, quien se internó en el Centro Terapéutico Semillas de Fe, ubicado en Guarne, Antioquia, buscando huir de mí.
Dormía todos los días hábiles en el centro y de ahí salía para la universidad. “Se daba cuenta de que uno podía ser muy inteligente, ser uno de los mejores promedios en Medicina, en una de las mejores universidades del país, y aún así seguir siendo igual a todas las personas adictas, con el mismo sufrimiento, pocas ganas de vivir, con las mismas frustraciones”, contaba Daniel, mientras yo lo escuchaba cada vez más lejos.
Después de dos meses exitosos y lograr salir del Centro, Daniel comenzó a ir a Narcóticos Anónimos por decisión propia, debido al enorme miedo que le causaba volver a ser un adicto. Le cambió la mentalidad, lo vi lejos de mí, lo estaba perdiendo. A pesar de que él dice que además de la medicina no ha encontrado nunca nada que lo haga sentir tan bien como estar drogado, pensaba muy distinto, había “cambiado el chip”.
Su depresión y falta de estabilidad mental la siguió tratando con mucho estudio, ejercicio y tiempo con su novia, que consiguió después de salir de rehabilitación. Recuperó el tiempo y la confianza de su familia, y se dedicó a ser el mejor médico de la Universidad de Antioquia. Gracias a este proceso, en sus grados obtuvo mención de honor por su buen promedio académico.
Ya lo había perdido, estaba sano, mental y físicamente limpio. Daniel no siente vergüenza por haber estado atrapado en mí, en su mente aún viven algunos deseos de volver a consumir, pero lastimosamente él ha demostrado ser lo suficientemente fuerte e inteligente para no caer en ellos otra vez, para no volver a ser mi prisionero.
Atenta - Mente
Un proyecto transmedia para hablar de la depresión como una epidemia invisible.
Mariana Rodríguez Segura
Mi nombre completo es Mariana Rodríguez Segura, soy una apasionada por la música y las artes. Me encanta escribir cosas que le muevan el alma a las personas y cambiar un poquito la forma de ver el mundo.
Manuela Gaviria Lemos
Periodista, apasionada por la escritura, los libros románticos, la historia y el fútbol. Me gusta aprender cosas nuevas y actualmente estoy incursionando en el mundo de la F1. Mis lugares felices son el estadio y cualquier sitio en el que esté acompañada por mis amigas.
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Atenta-mente es un proyecto periodístico transmedia, hace parte del énfasis en Periodismo Digital de la Universidad EAFIT.
Creado por un grupo de 13 estudiantes con intereses en el área de la salud mental, con el apoyo de algunos estudiantes y profesores del pregrado en psicología.