Con el incremento de las lluvias en Medellín, los habitantes del barrio El Pesebre enfrentan la tenacidad de la quebrada La Iguaná. Deslizamientos, inundaciones y evacuaciones hacen parte de sus padecimientos. La comunidad vive con la angustia de saber que cada noche que pasa podría ser la última en sus viviendas.
La mañana del lunes 16 de mayo fue la última vez que Tarcisio Agudelo despertó en su casa. Se levantó temprano, a eso de las 8:30 a.m. cuando empezó a notar que algo extraño ocurría: en las paredes se formaban grietas que en cuestión de segundos duplicaban su tamaño y producían un ruido de chasquido que advertía lo que estaría a punto de pasar.
Tarcisio reaccionó en seguida. Empacó algunas cosas de valor y las llevó rápidamente donde su hija, que vivía a unas cuantas casas de la suya. Decidido a no abandonar sus bienes, regresó nuevamente a la vivienda, exactamente al segundo piso. Intentó sacar otros enseres, pero la arena del techo comenzó a caerle encima.
La tragedia era inevitable: Tarcisio alcanzó a salir con vida para presenciar cómo el que había sido su hogar por 33 años, se derrumbaba ante él.
Ese día en el barrio El Pesebre, ubicado en la Comuna 13 de Medellín, se desmoronaron tres locales junto con la casa de Tarcisio. Las fuertes lluvias que sacuden la ciudad hicieron que una creciente de la quebrada la Iguaná socavara la ladera de la montaña, provocando el deslizamiento que acabó con las estructuras de cemento.
A doce días de lo sucedido, en el lugar se mantienen algunos escombros que dejan rastros del desastre. Las escaleras que conducían al segundo piso de la vivienda, al igual que dos macetas, son quizás lo único en pie. Abajo de la montaña, en los límites de la quebrada, la comunidad se las arregló para levantar un alto camino de rocas y arena que simulara un muro y, así, evitar otra calamidad.
La quebrada que los acecha
La Iguaná es un extenso afluente que nace en el corregimiento de San Cristóbal y atraviesa las zonas de San Javier, Robledo y Laureles – Estadio. Con la presencia de las lluvias, el agua crece a niveles que llegan hasta las viviendas aledañas. Un aguacero puede provocar fácilmente inundaciones, deslizamientos, evacuaciones y el desplome de viviendas; cada que se presenta uno sucede una emergencia. Con el invierno la frecuencia en que puede subirse la quebrada es un día de por medio.
Una noche de lluvia, que para muchos es equivalente a un sueño placentero, para los habitantes cercanos a la Iguaná significa una noche en vela, de intranquilidad y temor de que todo lo que han construido durante años y con mucho esfuerzo, se lo lleve la corriente en segundos.
El paisaje que se observa desde el punto de lo ocurrido en El Pesebre es desolador: ruinas, lodo, abandono, una quebrada amenazante y una comunidad en riesgo. La mayoría de las casas que están cerca de la orilla fueron desalojadas, están completamente inhabitadas, aunque permanecen algunos enseres.
Desde antes del deslizamiento, el Departamento Administrativo de Gestión de Riesgo de Desastres (Dagrd) había llegado al sector a evacuar a las casas en peligro. Pero la evacuación no es tan sencilla, porque además del apego que impide que las personas abandonen sus hogares, hay ineficiencias estatales que dificultan el proceso.
Tarcisio Agudelo aún no ha sido reubicado. Se está hospedando en la casa de su hija que, de hecho, también vive cerca a la quebrada. Una de las pocas garantías que le ofrece la Alcaldía es pagarle un arriendo que, según él, es incierto, puesto que asegura que una vez los valores de los arriendos superen lo que costaba su vivienda, no recibirá más ayuda. Por el momento está a la espera de una reunión con los organismos que le permitan darle solución a su situación.
Una comunidad que resiste
La cera donde hubo el desplome, a la altura de la calle 59ª#80ª, es una pendiente donde se ubican pequeñas casas que yacen una al lado de la otra en ambos extremos de la calle. Juntas conforman un camino angosto, desde donde puede verse la quebrada pasar de frente mientras los niños y las mascotas juegan afuera de sus casas, las motos transitan, y el comercio funciona con normalidad. También hay espacio para la música: un joven afro toca una guitarra y canta sonriente en una esquina.
El día que recorrí el sector estaba soleado, pero aun así llevé una chaqueta. El clima en Medellín es tan voluble que pasamos de un sol ardiente a una lluvia torrencial en la misma tarde. Diversos factores se unen: los cambios en la precipitación, la topografía de la ciudad, los fenómenos como La Niña y hasta el cambio climático inciden.
Por lo pronto, las personas que habitan el sector están más tranquilos desde la construcción del improvisado muro de contención de rocas y arena.
En esta calle habita la señora María Oliva, una adulta mayor. A su casa suelen llegar a refugiarse algunos vecinos cuando el torrente de agua crece. Lleva 34 años viviendo allí, y a pesar de que el Dagrd la ha visitado varias veces para pedirle que evacúe, ella se niega. “Yo voy a ver si me quedo. Usted sabe que lo que es de uno, uno no quiere dejarlo”, dice.
Recuerda que el día de la tragedia el cuerpo de bomberos la sacó de su vivienda mientras se controlaba lo ocurrido. Sin embargo, al momento ella regresó segura de no volver a salir de su casa. Incluso, firmó unos papeles que dejaran constancia que su decisión había sido no desalojar, pese al riesgo. Con ella está viviendo doña Luz, una mujer que vivía en una de las casas más cercanas a la quebrada.
Doña Luz pasa sus días de inundación en inundación. Cada vez que llueve sus enseres y hasta su vida corren peligro. Pero ella tampoco piensa irse: está pensando en subir el piso de su vivienda para evitar que el agua entre, o por lo menos en menor medida. Aunque tuvo una conversación con un ingeniero que no le dio esperanzas.
La culpa humana en el desastre
Pero…¿Qué ha llevado a que la Iguaná genere tantos estragos?
Una de las principales razones fue el desvío que sufrió el afluente con la construcción de la vía que da acceso al Túnel de Occidente, hace unos siete años. También, la urbanización próxima a los caudales, incluso la presencia de viviendas a la orilla, hacen que estos no tengan espacio suficiente para la contención. Además, hay otros factores externos asociados a la acumulación de residuos en los sumideros y el cambio climático.
Lo que sucede en las comunidades cercanas a la Iguaná es preocupante. Por un lado, ellos son conscientes de los peligros que implica permanecer en el lugar. Por el otro, está la desconfianza hacia las propuestas que les ha hecho la Alcaldía para que salgan del territorio. Ninguno quiere perder su casa de tantos años y quedarse a la deriva, aunque ya haya vecinos como Tarcisio que lo padecen directamente. En estos casos las precarias condiciones económicas de los habitantes y la incompetencia habitual del Estado están haciendo que unas vidas dependan del azar.
La verdad es que nadie merece irse a dormir pensando que en cualquier momento todo lo que posee, incluso su propia existencia, se desmorone.