Al cumplirse 20 años del asesinato del entonces gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y de su asesor de Paz, Gilberto Echeverri, Bitácora recupera de sus archivos este testimonio que publicamos en 2013. En ese relato, un magistrado del Tribunal Administrativo de Antioquia develó detalles hasta ese momento desconocidos de una inspección judicial realizada en el sitio exacto de la selva donde fueron muertos.
El 17 de abril de 2002, Guillermo Gaviria Correa, entonces gobernador de Antioquia, inició la Marcha de Solidaridad y Reconciliación con la Comunidad de Caicedo, un municipio ubicado en la región del suroccidente antioqueño que estaba siendo acosado por la guerrilla de las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).
Esta marcha estuvo acompañada por gran cantidad de ciudadanos y diferentes personalidades del departamento, además de Gilberto Echeverri Mejía, exministro de Defensa, quien era asesor de paz del gobernador.
La movilización fue interceptada por un grupo de guerrilleros de esa organización alzada en armas en el sitio conocido como El Vaho. Allí, los insurgentes le expresaron al gobernador que su jefe deseaba hablar con él y con la comisión que encabezaba la marcha. El gobernador aceptó pero la conversación entablada terminó siendo un secuestro: el mandatario y su asesor fueron privados de la libertad.
Por operaciones militares y de datos suministrados por informantes, el Ejército Nacional conoció meses después de la localización del campamento guerrillero en el que estaban los secuestrados: una zona selvática situada a 20 minutos en helicóptero del municipio de Urrao, también ubicado en la parte norte del suroeste lejano antioqueño.
Después de solicitarse a la Fuerza Aérea la toma de fotografías del área en que estaba ese campamento, el Ejército Nacional montó una base de operaciones en Urrao y planeó un operativo de rescate para el 5 de mayo a las 11:00 a.m.
La hora se definió porque la situación meteorológica favorecía la operación de los helicópteros y, según Inteligencia Militar, el riesgo táctico era menor.
El día de la operación desembarcaron 75 hombres con sogas en tres sitios establecidos previamente en los alrededores del campamento. Una vez en el lugar empezaron el desplazamiento a pie hacia el punto donde estaban los secuestrados: tenían que caminar alrededor de 15 minutos selva adentro.
Cuando los subversivos se percataron de la presencia de los militares, ejecutaron a las víctimas, según la versión oficial.
Fuera del gobernador Gaviria y del exministro Echeverri fueron asesinados nueve militares más que se encontraban secuestrados y que habían sido cautivos en otros hechos distintos a la mencionada marcha. Solo tres secuestrados, todos de las Fuerzas Militares, sobrevivieron a esa masacre.
En el marco del de reconocimiento de los impactos del secuestro y el asesinato de Gilberto Echeverri y Guillermo Gaviria por parte de las antiguas FARC, en 2019 tuvo lugar un encuentro privado entre la familia Echeverri y los firmantes del Acuerdo de Paz. Video de la Comisión de la Verdad.
Demanda contra la Nación
Ese crimen llevó a que Yolanda Pinto, esposa del gobernador Guillermo Gaviria, demandara a la Nación y al Ministerio de Defensa para que los declararan administrativamente responsables de la muerte de su esposo y se pagaran los perjuicios morales y materiales causados por el fallido operativo de rescate.
Al contestar la demanda, el Ministerio de Defensa, entre las pruebas solicitadas para desvirtuar que el operativo hubiese sido mal planeado, solicitó una inspección judicial para que se verificaran aspectos relacionados con el sector como lo eran las facilidades de acceso, el uso de los helicópteros y si realmente era posible determinar con tiempo la llegada de los mismos estando en el sitio donde se encontraban los secuestrados.
El magistrado Juan Guillermo Arbeláez Arbeláez, del Tribunal Administrativo de Antioquia, hizo parte de la comisión judicial que realizó dicha inspección y en el siguiente relato revela detalles hasta ahora desconocidos de la misma.
El testimonio – Reviviendo un trágico pasado
“Como integrante de la sala que debía decidir sobre la responsabilidad o no del Estado, la compañera que actuaba como ponente, Merceditas Salazar, me comentó sobre la inspección judicial que había solicitado el Ejército y me había dicho que no obstante cualquier riesgo la iba a decretar.
Cabe aclarar que la sala no es un lugar físico sino que es el cuerpo de magistrados a los cuales les corresponde fallar un negocio, y está compuesta por tres magistrados. En este caso, yo era uno de ellos.
Le di mi opinión de que solo debería ir ella, que yo en ningún momento iría a ese lugar, además de que consideraba que mientras menos personal hubiese en el operativo menos riesgos se podrían correr: con la presencia del magistrado ponente se puede cumplir la diligencia.
Pasaron cinco años –un negocio puede demorar en el Tribunal Administrativo de Antioquia entre ocho o diez años– hasta el día que nuevamente se volvió a mencionar aspectos acerca del caso en relación con la masacre ocurrida en la vereda La Encarnación.
Me comentó la magistrada ponente que el Ejército había enviado un memorial desistiendo de la inspección, pero que ella la consideraba esencial.
Los argumentos para desistir eran que los helicópteros que se necesitaban para la diligencia se encontraban en unas delicadas operaciones militares. La magistrada no accedió al desistimiento y fijó nueva fecha para la inspección judicial. De todas formas le reiteré que yo no haría parte de esa diligencia”.
Viaje en un helicóptero artillado
“Año y medio después de esos comentarios, estando un día jueves en mi despacho, recibí una llamada del Comando del Ejército informándome que a las 8 a.m., de las instalaciones militares que se encuentran cerca del aeropuerto Olaya Herrera de Medellín partirían los helicópteros para la diligencia, a la cual asistirían por parte del Tribunal la magistrada ponente y mi persona, y el abogado de la demandante y la abogada del Ejército.
La llamada me sorprendió y simplemente les manifesté que quedaba enterado e inmediatamente me comuniqué con mi compañera y me comentó que ella había informado que yo estaba interesado en asistir, dado que era una experiencia muy especial.
Le respondí que aunque nunca había pensado en ser parte de la diligencia la acompañaría, manifestándole además que yo ya había estado en Urrao hacía muchos años, siendo el valle del Penderisco uno de los sitios más hermosos que he conocido. Un extranjero que se dedicaba a recorrer el mundo me manifestó una vez que ese valle era de los paisajes más hermosos que había podido conocer.
De antemano sabía que la diligencia duraría cuatro o cinco horas, por ende me preparé para un viaje cuyo destino era la zona rural de Urrao, donde pensé que se encontraba el campamento. Llevé una filmadora, ya que pensaba que me serviría para recoger imágenes del valle del Penderisco.
Al día siguiente, a las 7:30 de la mañana, me encontraba en la guarnición militar para iniciar el viaje. Al llegar al hangar me encontré con los otros compañeros de viaje que eran, fuera de mi compañera de trabajo, los abogados de las partes, el general del Ejército que iba e explicarnos cómo se desarrolló el operativo, sus asistentes, dos oficiales que manejaban las dos metralletas del helicóptero Black Hawk, el piloto y el copiloto”.
Un vuelo con riesgos
“Antes de abordar el helicóptero, durante cinco o diez minutos, el piloto nos indicó las características de la aeronave, los equipos de defensa que poseía, la forma en que debíamos actuar en caso de una emergencia y la forma como debíamos descender de la aeronave.
Le pregunté acerca de las emergencias que podrían presentarse en un viaje de estos y me comentó que nadie estaba libre de fallas mecánicas, y que no obstante el control militar que se había dispuesto en la zona, no podía estar libre de un atentado.
Ingresamos a la aeronave militar, la cual no tiene asientos, e iniciamos el recorrido hacia el sitio de destino. Lo primero que le impresiona a uno es el sonido o ruido de la aeronave, no obstante los tapones que nos suministraron lo apaciguaron un poco.
Lo segundo es la disposición de los militares que manejan las armas de la aeronave y el equipo que utilizan para la visibilidad, la orientación, así como la forma como se desplazan dentro de la nave, los proyectiles que utilizan en las armas, su longitud y calibre”.
Un oficial de primera línea
“La primera observación que nos hizo el general fue que fuéramos conscientes de que un viaje en un helicóptero militar no es lo mismo que uno en una aeronave comercial y que iba a llegar el momento cuando estuviéramos cerca del sitio donde desembarcaríamos cuatro o cinco minutos antes, que la nave bajaría de altura e iniciaría unos movimientos forzosos antes de aterrizar, bordeando de manera violenta las montañas y peñascos, y que seguramente eso produciría para las personas no acostumbradas un poco de mareo.
Como me sorprendió la presencia del general en la diligencia, le pregunté acerca de su asistencia y me comentó que hace siete años, cuando ocurrió el operativo de rescate, él se desempeñaba como coronel y dirigió el operativo desde el aire.
En esa época él era el comandante de la Séptima División del Ejército. Ese general era Sergio Mantilla Sanmiguel, quien hoy es actualmente el comandante del Ejército”.
Escolta desde el aire
“Durante el viaje y acerca de los preliminares de la diligencia nos comentó que la preparación de la misma llevaba más de 25 días porque era preciso que llegaran a la zona vía terrestre un escuadrón del Ejército para tomar las medidas pertinentes.
El desplazamiento terrestre les había demorado cerca de 17 días. Además, en ese momento contábamos con la presencia de dos helicópteros a gran altura que estaban supervisando la zona donde se iba a realizar la diligencia.
Durante el vuelo observé continuas comunicaciones entre el copiloto y las otras aeronaves. Cuando estábamos llegando a Urrao tomé mi cámara y empecé a filmar el valle del Penderisco, el cual es cruzado por el río Murrí o Urrao, que lo hace en forma tal que muchos dicen que es “la rúbrica de Dios”.
Pasado el valle, al poco tiempo avizoré el municipio de Urrao y creí que el viaje estaba por terminar, pero el general indicó que a continuación nos entrábamos en la selva chocoana y que el viaje duraría cerca de 25 minutos más”.
La selva majestuosa
“Desde la altura, la majestuosidad de la selva impactaba, no obstante la deforestación que se veía en algunos sitios.
Después de 20 minutos de vuelo observé que los militares que se encontraban al lado y lado del helicóptero recibían instrucciones en un lenguaje no comprensible y movieron el armamento como si estuvieran apuntándole a un determinado objetivo. El general nos indicó que nos aseguráramos tomando unas correas que se encontraban en el interior del helicóptero.
La aeronave empezó a descender, pero no lo hacía lentamente en forma vertical, sino que comenzó a adentrarse en la selva con unos movimientos bruscos en forma de zig-zag, como si estuviera eludiendo un ataque, igual que como se alcanza a percibir en las películas.
Apareció de pronto una explanada y nos dieron la orden de estar listos para el desembarque, recordándonos la rapidez con la que deberíamos bajar, ya que el helicóptero inmediatamente tenía que recobrar el vuelo, pues por razones de seguridad no podía permanecer en el lugar”.
¡Rápido… corran a la vegetación!
“El descenso se hizo rápidamente, tanto que mis lentes se me cayeron cuando me alejaba corriendo del helicóptero. La aeronave se alejó y me detuve unos segundos tratando de mirar dónde habían caído mis gafas, pero dentro de la maleza era imposible encontrarlas, máxime que la orden era que una vez descendiéramos corriéramos para la selva, dejando el pequeño helipuerto que los soldados que estaban en el lugar después de varios días de caminata habían adecuado.
Cuando salí del helipuerto lo primero que hice fue prender la filmadora, con el propósito de dejar registrada la zona, desplazándome con ella pero sin mirar el objetivo de lo que realmente estaba filmando: quería simplemente dejar un recuerdo.
Cuando caminaba por la selva comprendí que la labor que desplegaban los soldados en esa zona se desarrollaba en condiciones que solo uno puede comprender estando en ese sitio.
El avance fue difícil porque es pura selva, espesa, y para avanzar los soldados debían cortar las ramas y el rastrojo que se interponía en nuestro camino.
El terreno es bastante montañoso, pantanoso y húmedo. Los árboles son demasiado altos, solamente se escuchaba el ruido de la quebrada que era bastante fuerte, sumado al de las aves y demás ruidos propios de la selva”.
Detalles del operativo de rescate
“Nos tocó caminar un cuarto de hora más o menos por una quebrada, sin salirnos de ella, hasta llegar a la zona en donde el general Mantilla iba explicando cómo encontraron el sitio donde los guerrilleros tenían a los secuestrados.
Tenían las coordenadas precisas del lugar, pues los informantes las habían suministrado a los militares que hicieron la etapa de inteligencia.
Respecto a la forma como ingresaron al lugar, el actual comandante del Ejército afirmó que lo hicieron por tres partes, es decir, por los tres cerros cercanos al campamento.
Los helicópteros llegaron hasta las copas de los árboles y se quedaron suspendidos por segundos mientras los soldados se botaban al piso amarrados de cuerdas, en forma perfecta y sincronizada porque de lo contrario podrían acabar con su vida.
Es imposible percibir el ruido de los helicópteros desde tierra, pues el volar tan alto y con los sonidos de la quebrada, además de los ecos naturales de la selva, se amortigua el ruido: solo se puede escuchar su presencia cuando están encima y es en este momento cuando nada se puede hacer, razón por la cual el factor sorpresa no se pierde.
Anotaba además que si una persona corre cinco metros por esa selva se pierde, es imposible encontrarla por lo frondoso de ella. Para comprobar eso se hizo una demostración: le pidió a la abogada del Ejército que se desplazara unos metros con uno de los militares.
Efectivamente, al presenciar dicha acción no pudimos saber en qué sitio estaban ambos, a pesar de que observamos el rumbo que tomaron”.
Muerte a mansalva y sobre seguro
“Explicó el general Mantilla que cuando ingresaron al sitio no escucharon disparos y, sin embargo, al poco tiempo de haber entrado se reportó la muerte de los secuestrados, lo que indica que los bandidos, en un acto demencial, los mataron antes de volarse.
Nunca se pensó que eso pasaría pues, según explicaron los sobrevivientes, las instrucciones que tenían los guerrilleros era que tan pronto sintieran algo raro cogieran sus morrales y se metieran de inmediato en la selva siendo este su mecanismo de defensa; sin embargo, esto no ocurrió ese día.
Dada las condiciones del terreno, las explicaciones dadas por el general no pudieron levantarse en un acta que normalmente, en este tipo de diligencia, se levanta en el sitio de los hechos. Por esta razón la filmadora que llevaba con otros fines sirvió para plasmar la inspección judicial.
Terminada la diligencia en el sitio donde se encontraba el campamento guerrillero y donde fueron asesinados los secuestrados, iniciamos a las 11 a.m. el regreso al sitio acondicionado para que el helicóptero aterrizara.
El regreso fue más lento y las condiciones del terreno las veía más difíciles. Me sorprendía la gran cantidad de riachuelos, cascadas, cañadas, zonas pantanosas y lo quebrado del terreno, donde aparecen dentro de la inmensidad de la selva pequeñas zonas montañosas que desde la altura no se alcanzan a divisar dada la dimensión de los árboles”.
Unos soldados muy jóvenes
“A una prudente distancia del sitio a donde llegaría la aeronave, nos sentamos a esperar a que se le informara al oficial el momento de estar preparados para abordar nuevamente el helicóptero.
La espera duró 20 o 25 minutos, en la cual conversábamos con el personal militar que había llegado vía terrestre al sitio. Nos comentaron sobre la dificultad del desplazamiento y que lo hacían siempre siguiendo la dirección del río y que fuera de las dificultades que normalmente se presentan en la selva para caminar, no encontraron otro tipo de problemas, como sería la presencia de guerrilleros.
Me sorprendió la juventud de los soldados y más cuando les pregunté a algunos acerca del tiempo que llevaban prestando el servicio militar, pensando que eran soldados regulares. La sorpresa fue que muchos de ellos ya tenían grados de teniente y de capitán, a pesar de su corta edad.
Cuando nos avisaron que el helicóptero ya había aterrizado, la reacción tanto de mi compañera como la mía fue de cómo ya había aterrizado si nosotros no habíamos escuchado el fuerte ruido que estos aparatos producen. El ruido de las cascadas, el río, las aves y los animales habían impedido que lo escucháramos.
Este increíble suceso de presenciar con nuestros propios sentidos la sagacidad y delicadeza con que se planeaban estos abordajes y operativos, incidieron en el momento de proferir el fallo en primera instancia que negó la responsabilidad del Estado con respecto a la incidencia presentada en dicho operativo militar”.
¡Jamás pensé en las minas!
“Nos dirigimos al helicóptero para iniciar el regreso. No obstante la corta estadía en la selva, resulta inexplicable si compara uno algunas tomas que hice dentro del helicóptero con mi cámara del semblante de quienes iban al regreso: la vestimenta totalmente empapada, el barro cubriendo totalmente los pantalones y obviamente el calzado, y una nota de fatiga que inclusive me impresionó ver en el mismo general.
Luego de aterrizar y dirigirme a mi residencia, al llegar en un vehículo del Ejército, mi señora salía de la casa y me miró en el preciso instante en que descendía. Siguió sin hacer ninguna manifestación, como si no se hubiese percatado de mi presencia. Cuando la saludé se sorprendió, no me reconoció.
Pensando esa noche sobre la diligencia y viendo el video, me decía a mí mismo cómo no me había dedicado a apreciar en forma más detenida la inmensidad y belleza de la selva; pero una cosa era estar allá y a lo que se iba, y otra cosa es pensarlo después.
Pero, eso sí, hay algo extraño, algo de lo cual nunca me percaté y fue que nunca, ni antes de programarse la diligencia ni durante la misma, pensé en algo que definitivamente me hubiera llevado a categóricamente a ausentarme de la diligencia y era la presencia de minas antipersonales. Si hubiera pensado en ello, no hubiera asistido así se me hubiese garantizado su no existencia.
Y me parece extraño ya que el tema no me era ajeno, dada la gran cantidad de demandas que se presentan a raíz de los accidentes que ocurren por el contacto de personal tanto civil como militar con estos artefactos, y que conducen a que en la inmensa mayoría de los casos el Estado se vea obligado a indemnizar a las víctimas. Siquiera no lo pensé porque no hubiese tenido la oportunidad de vivir esta increíble experiencia”.