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Un relato desde la morgue con el cadáver de Pablo Escobar

Por María José Carmona Villa

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El tanatólogo que preparó el cuerpo de Pablo Escobar para su entierro recuerda cómo fueron las 24 horas al lado de ese cadáver y el traslado hasta el cementerio en el coche fúnebre al lado de la madre del narcotraficante.

“¡Mataron a Pablo Escobar!” Esas tres palabras dejaron helado a Ómar Carmona aquel jueves 2 de diciembre de 1993. ¿Es posible? Pensó, pues tan solo horas antes, esa misma mañana, había recibido el cuerpo de “Gustavito Junior”, sobrino del propio Pablo Escobar y del que se dice fue quien realmente reveló a Los Pepes el lugar exacto donde se encontraba el buscado jefe del narcotráfico.

Durante la década de los años setenta y ochenta, Ómar vivió su niñez y adolescencia escuchando hablar del famoso cartel de Medellín y de sus “fantásticas” historias que, para él que lo quería todo en la vida, sonaban asombrosas.

Ómar Carmona hoy desde su lugar de residencia en el exterior. Por estos días presenta en Tik Tok los relatos que tituló “Pablo Escobar está vivo”.

Cuando fue creciendo se dio cuenta cómo la situación del país se tornaba más violenta y que esos héroes que idealizaba de pequeño eran realmente los villanos de la historia de Colombia.

“Se busca a Pablo Escobar, recompensa de 2.700 millones de pesos”, era lo que oía en todos los medios de comunicación, pues la cacería por este hombre era exhaustiva.

Ómar anhelaba estudiar periodismo, pero por circunstancias económicas no le fue posible. Así que en búsqueda de trabajo terminó laborando en Casa de Funerales La Piedad.

Era tan solo un adolescente de 20 años, que inicio conduciendo coches fúnebres, pero poco a poco sintió curiosidad de lo que se hacía en la morgue y terminó siendo tanatólogo, es decir, encargado del embalsamamiento de cuerpos, maquillaje de cadáveres, de vestirlos y dejarlos de tal forma que se preserven para la velación.

Aunque esta funeraria solía atender el servicio de los cuerpos de políticos, personalidades y gente importante de la ciudad, Ómar no había tenido a gente del narcotráfico hasta 1992 cuando llegó el cadáver de un hombre alto, moreno y de cabello largo.

Era uno de los temidos pistoleros de Pablo Escobar, Brances Muñoz Mosquera, apodado Tayson. Ese hombre se encontraba escondido en una casa el barrio Belén Malibú, en el Occidente de Medellín, donde lo localizó la Policía, lo rodeó y al no entregarse y responder a tiros fue abatido por el Cuerpo Élite en el garaje de aquella residencia.

Así como Tayson, a la funeraria llegó ese año el cuerpo de otro miembro del Cartel de Medellín, alias Chiruza, a quien a Ómar también le toco preparar. Chiruza tenía fama de haber reclutado a muchos jóvenes de las zonas populares de Medellín que trabajaban como sicarios para él y, por ese conducto, para Pablo Escobar.

Mientras preparaba el cuerpo de Chiruza, Ómar recuerda que varias mujeres llegaron gritando: “¡Yo soy su mujer!”, “¡Yo soy su novia!”. Las vio llorando desconsoladas y reclamando su lugar en la vida de aquel pistolero del narcotráfico.

Ómar Carmona preparó los cadáveres de varios hombres que pertenecieron al bajo mundo de Medellín.

El cadáver del capo

Al final de la tarde del 2 de diciembre de 1992, Ómar se dirigía al anfiteatro en el coche fúnebre, llevando una camilla con la que hacía el traslado de los cuerpos.

Al llegar vio una multitud de gente, la calle cerrada, carros de Policía y cantidades de coches fúnebres a la espera de saber cuál sería la funeraria elegida para trabajar el cuerpo de Escobar. En medio de todo aquello le entró una llamada de la funeraria:

–Omar, nos hicieron una llamada anónima y nos amenazaron.

–¿Qué?

–Sí, que si prestamos el servicio a Pablo nos van a poner una bomba.

En ese momento, sintió temor e incluso se preguntó si debería arriesgarse, pero se armó de valentía y salió del coche. Esperó afuera de la reja que separaba al interior de la morgue municipal a que alguien de la familia Escobar se manifestara.

Al cabo de un rato salió Marina Escobar, hermana del capo.

–¡Doña Marina, doña Marina! –le gritaban todos desesperados–. ¿Quién será el encargado de preparar el cuerpo?

–Hemos decidido que tomaremos el servicio con la funeraria La Piedad –dijo la mujer.

En ese momento autorizaron la entrada de Ómar Carmona con el coche fúnebre y empezaron sus 24 horas con el cadáver de Pablo Escobar.

Momentos de mucha tensión

Ómar recuerda que cuando entró al anfiteatro se percibía la tensión en el ambiente y las miradas apagadas: “Hermilda Gaviria, mamá de Pablo Escobar, y su hermana Marina estaban devastadas, lloraban desconsoladamente abrazando el cuerpo”, afirma.

“¡Retírense! Ya lo mataron y lograron lo que querían, ahora respeten el dolor de la familia”, les gritó Marina cansada de que agentes de la Policía que se encontraban allí miraran el cadáver con tanto asombro.

Ómar esperó unos minutos a que las dos mujeres contemplaran el cuerpo e hicieran su pequeño duelo para esperar a ser autorizado y llevárselo para la funeraria, lugar donde haría el procedimiento. A los minutos fue autorizado.

Se acercó con curiosidad: “Yo pensaba: ¿sí será?” Como tantos en Medellín, nunca había visto al buscado hombre, aparte de todos los carteles de “se busca” en los medios de comunicación. Se acercó más y más… y lo confirmó.

Cabello largo, barba espesa, obeso, con heridas en la sien, en su oído, hombro y una última en su pierna.

A Ómar le llamó la atención que ninguna de las dos heridas en su sien y en su oído tuvieran lo que en balística le llaman como “el tatuaje” o polvorín que queda después de un tiro a quema ropa, o sea un disparo cercano a la piel. Por ese motivo pone en duda la teoría de que él se suicidó.

“Aún muerto sigue siendo una amenaza”

Ómar estaba preparado para trasladar el cuerpo a la funeraria, pero los encargados del anfiteatro y la Policía lo frenaron: “No, lo que usted le vaya a hacer a Pablo Escobar se lo hace aquí, que nosotros veamos qué es lo que va a hacer. Además, usted no puede andar con el cuerpo de ese hombre por la calle como si nada. Porque Pablo Escobar aún muerto sigue siendo una amenaza para la ciudad”.

Ómar inició su preparación no tan adecuada, pues no tenía todos los implementos necesarios como en el laboratorio de tanatopraxia. Lo baño, taponó sus heridas con algodón, buscó el tono de base perfecto para maquillarlo y tapar sus heridas. También le puso todo su pelo hacia atrás y lo peinó.

Ómar Carmona recuerda que también le limpió los dedos que estaban negros por la toma de huellas dactilares.

Entonces le pregunto a Hermilda Gaviria:

–¿Cuál es la ropa que le van a poner?

–Este blue jean y esta camiseta.

–¿Nada más?

–Nada más.

–¿Y medias?, ¿zapatos?

–¡No! A él le gustaba andar descalzo, deje que se vaya descalzo.

Ómar procedió a ponerlo en el cofre para llevarlo a la velación. Él tenía mucho temor porque atrás llevaba al mismísimo Pablo Escobar y a un lado a la señora Hermilda. La Policía le preguntó:

–¿A dónde van a ir?

–A Jardines Montesacro, yendo para Itagüí por la autopista.

–Bueno, lo vamos a escoltar hasta allá para que no quede solo.

Ómar se empezó a sentir más tranquilo, pues pensaba que en compañía de la Policía ¿qué podría pasar?

Salió en el coche, tenía motos de policías que lo escoltaban adelante y a cada lado. Saliendo del anfiteatro había una multitud de gente gritando y llorando, otros montados en torres de energía para poder ver la salida. Por eso le pareció casi imposible salir del lugar.

El caos en el cementerio

Habían avanzado tan solo dos cuadras cuando de repente la cantidad de escoltas se separaron de ellos, los dejaron solos, no los acompañaron más.

En ese momento, Ómar se sintió desprotegido, tenía miedo, sudaba, temblaba y en su cabeza retumbaban las palabras que le dijeron: “Pablo Escobar aún muerto sigue siendo una amenaza”.

Fueron 20 minutos angustiosos hasta llegar a su destino final.

Cuando llegaron al cementerio Jardines Montesacro, bajó la velocidad del vehículo a la espera de que algo pudiera pasar: no se le olvidaba la advertencia telefónica de que si prestaban dicho servicio les iban a poner una bomba.

Aún con miedo, bajó el ataúd y lo llevó a la sala de velación. Poco a poco llegaron los familiares y periodistas que tímidamente se acercaban a hacer preguntas.

Al día siguiente, miles de personas quisieron ir a la velación: “Era tanta la gente que había una fila que se extendía hasta la autopista. Llegó un momento que fue incontrolable la masa, las personas se agolparon, quebraron vidrios y tumbaron puertas”, recuerda el tanatólogo.

“¡Se lo están llevando!, ¡se lo están llevando!”, gritaba la gente mientras corría y gritaba: se estaban robando el cuerpo de Escobar.

“Queremos despedir al patrón”, decían. Luego de una hora devolvieron el cuerpo. “Llévenselo, ya despedimos al patrón”, dijeron algunos.

Página de la revista Semana a comienzos de la década de 1980.

Fueron escoltados por alrededor de 50 soldados de la Cuarta Brigada que abriéndose paso hasta el lote donde sería enterrado.

Ómar describe la escena: “Unos lloraban, otros gritaban. Lo ovacionaban como si fuera un Dios: ¡Pablo, Pablo, Pablo!, ¡Se vive se siente, Pablo está presente!, ¡Pablo amigo, el pueblo está contigo!”.

Allí fue descendido poco a poco hasta el fondo de la tumba el cuerpo de Escobar, quien finalmente se fue de este mundo rodeado de miles de personas que querían verlo y tocarlo.

La noche fue cayendo y hasta ahí llegó el hombre más famoso del narcotráfico en su momento, acompañado de soldados que se quedaron unos días más para cuidar que nadie se robara el cadáver.

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