Hay ocasiones en las que un equipo “chico” da la sorpresa, derrota a los más grandes y termina haciendo una campaña que deja con sorpresa y expectativa a muchos aficionados. Esos “caballos negros” tienen cabida en el fútbol porque hacen del deporte un lugar cada vez más competitivo y atractivo al espectador.
Uno ve fútbol y de los que más se habla es de los grandes, de un Madrid, un Barcelona o, en el caso de Colombia, de mi equipo, Atlético Nacional, de los titanes que están acostumbrados a ganar semana tras semana y sufriendo en algún partido de vez en cuando.
En algunos medios, pocas veces se habla de los equipos “chicos”, de esos que nunca han ganado nada, y cuando se habla, siempre se hace gracias a que juegan contra algún gigante de estos.
Análisis, previas, comparativas, pasan el partido y empolvan al equipo “chico” hasta que se enfrente en un par de meses con el Madrid nuevamente. Pero irónicamente, son estos equipos y sus aficionados los que hacen del fútbol el deporte más bello.
Y no nos engañemos, en el fútbol de más alto nivel siempre ganan los mismos diez equipos que tienen inversiones económicas millonarias a sus espaldas, se vuelve aburrido, repetitivo, nos obliga a rememorar tiempos cuando el Milán reinaba en Europa o el Valencia y La Coruña se peleaban las ligas en España a principios de este siglo.
Los “chicos” se vuelven grandes
En todo este panorama inmutable, donde el reinado se mantiene en las manos de los mismos, siempre surge un caballo negro, una luz fugaz que nos devuelve la fe en el deporte que amamos y alarga nuestro amor por este una vez más.
Equipos que históricamente no son más que un nombre en cualquier liga o titanes dormidos que despiertan de vez en cuanto para darle un susto a los gigantes de hoy en día, y no es cosa de cada año, casi siempre surgen cada tres o cuatro.
Hay muchos casos de caballos negros en los años recientes. 2004 fue un año mágico para los caballos negros, fue casi una película de Disney para el fútbol.
En Europa, la Champions la ganaba el Porto por segunda vez, otro equipo plagado de jugadores que años después serían estrellas; Grecia se proclamaba campeón de la Eurocopa frente a una Portugal que era local; y en Suramérica se daba el milagro: Once Caldas vencía al que venía siendo el mejor equipo del continente en los años recientes en su primera y única final de Copa Libertadores.
El caso del Leicester City
5000/1 era la cuota que daban las casas de apuestas para que el Leicester City ganara la liga de Inglaterra en 2016. Un equipo que venía de salvarse del descenso por un margen diminuto, y que estaba plagado de jugadores que no conocía nadie, aunque un tiempo más tarde fuesen estrellas.
Es, y con mucha diferencia, el caballo negro más grande en la historia del fútbol, pues vencieron a todos inesperadamente. Su delantero, Jamie Vardy, quien debutó en primera división con 27 años, tan solo doce meses antes del milagro, logró romper el récord de marcar goles en partidos consecutivos, anotando en cada juego durante 11 jornadas, de la mano de Claudio Ranieri, entrenador contratado para evitar el desastre, que acabó llevándolos a la gloria eterna.
Podemos tomar el Ajax de 2019 que con un equipo de jóvenes desconocidos fue capaz de llevar a toda Europa al límite y que, de no ser por ese gol de Moura al minuto 92, hubiesen jugado una final de Champions por primera vez desde hace casi tres décadas.
Y es que, como hincha del más grande de Colombia, Atlético Nacional, en 2022, cuando el Pereira ganaba su primer título en sus 78 años de historia, tuve que reconocer el valor y la perseverancia de estos equipos y aficiones que deben esperar décadas para conseguir un título.
El valor de una victoria cambia con base en el esfuerzo y el sufrimiento que se haya tenido que atravesar para lograrla.
No es lo mismo ganarle a los mejores comprando a las grandes estrellas a precios desorbitados que ganar un título considerado de los más difíciles a punta de jugadores que nadie conocía hace un par de meses o que se valoran como “peores” de lo que pueden ser.
Y eso es un sentimiento que, lastimosamente, y a costa de ganar siempre, los aficionados de los equipos grandes no llegamos a comprenderlo en su totalidad.
Lo bonito de los “caballos negros”
Es en estos momentos que se observa la grandeza del fútbol, los aficionados de clubes que solo conocían el desamparo y la alegría de subir de división de vez en cuando, logran, aunque sea por solo un momento en la historia de estos cuadros, sentir lo que es ser un equipo grande y ganarlo todo.
Finalmente ven que todos esos años de apoyar al equipo en sus altibajos, al final, no fueron en vano, y se reconfortan en que el dinero no siempre va a gobernar en un deporte que suele echar raíces para crecer y vivir en el lado pasional de las personas.
Es en ese sufrimiento que se forjan las aficiones más lindas del mundo, va uno a ver y siempre son los hinchas de equipos que no son tan grandes los que más apoyan.
Y estoy seguro de que esos triunfos ocasionales se sienten mejor de lo que 14 Champions o 6 Libertadores se van a sentir alguna vez para los más grandes del mundo.
El vivir como equipo tradicionalmente perdedor significa que los hinchas van a estar ahí por verdadero amor, que se van a sentir identificados con los valores y la comunidad del club, y que, a diferencia de los que se vuelven hinchas por los títulos, van a estar ahí para el equipo cuando este más lo necesite.
Se desviven por el club y no aparecen solo cuando ganan, saben el verdadero valor de ser un hincha en un mundo que se guía únicamente por éxitos.