En medio de la noche y del temor que se cernía sobre su hogar, la familia Suárez se vio forzada a tomar una decisión desgarradora: huir en medio de peligros para escapar de la violencia de la década de 1950. Esta es la historia de Blanca Suárez y su familia, un relato de resiliencia, amor y búsqueda de la esperanza en medio del caos.
Eran las 3 de la mañana y la luz de la Luna daba contra la ventana del cuarto. Blanca no había pegado el ojo en toda la noche, no podía. “Ya habían hecho así con una familia vecina muy amiga de nosotros, se la llevaron y los únicos que regresaron a la casa fueron los perritos”, recuerda Blanca Suárez.
Para su familia, esa fue la señal que les indicó que ya no se podían quedar más tiempo viviendo ahí. Jesús, el hermano mayor, se había informado por parte del Ejército y de algunos vecinos que posiblemente podrían llegar los bandoleros liberales, a los que se les refería como los “chusmeros”, para asesinarlos a ellos también.
Todo se había gestionado el día anterior. A los pequeños les entregaron paquetes listos con todo lo que iban a llevar, ropa, comida, agua y un abrigo. Solo lo suficiente para una o dos noches, no se podían encartar con más.
Los papás y los mayores tenían listo un lazo largo hecho de fique que iba a ser el soporte y el sostén para toda la familia durante el recorrido hacia Villarrica para no separarse ni rodar por abismos. “El miedo que yo tenía era muy grande, pero yo me sentía protegida por mis papás y mis hermanos”.
Blanca, que en ese momento tenía 5 años, ya entendía que no había de otra y que tenían que escapar.
Se quedaron despiertos hasta la madrugada, cuando los chusmeros pensaban que estaban dormidos, para poder irse sin que los vieran.
“A pesar de que nos estábamos yendo, mis papás dejaron todas las puertas cerradas con llave con la idea de que algún día íbamos a recuperar las cosas y que volverían a ser nuestras”, dice Blanca. Con un frío terrible y con miedo, los Suárez emprendieron su viaje.
La finca
Blanca es una mujer bajita con el pelo ya gris, pero con una actitud muy joven a pesar de tener 75 años, muy parecida a la abuela típica colombiana, pero ella siempre está sonriendo. Desde chiquita veía el mundo lleno de oportunidades. Su familia siempre había vivido en Simijaca, un pueblo pequeño en Cundinamarca.
El año era 1953 y en su familia habían surgido problemas económicos, en especial con la casa. Eran varios hermanos, en total doce, aunque 2 de ellos fallecieron antes de que Blanca los conociera. Los mayores, Jesús y Rafael ya tenían más de 20 años y ayudaban con las finanzas y el orden de la casa.
Teniendo en cuenta los problemas que la familia estaba teniendo, un tío de Blanca llamado Neftalí Suárez los invitó a quedarse en una de sus fincas mientras se recuperaban financieramente.
El terreno quedaba en el Tolima, en el centro del país. “Estaba feliz por viajar por primera vez, desde los ojos de una chiquita eso era una aventura”. Con la ilusión de algo nuevo, Blanca no tuvo ningún problema con dejar su hogar.
Al llegar a la finca encontró un lugar donde jugar y entretenerse junto a sus hermanos. Los mayores le enseñaban a leer y a escribir, así que ella se mantenía ocupada y contenta.
En la finca había empleados que trabajaban con caña de azúcar, ellos la cosechaban, la molían y hacían panela en el primer piso en los trapiches. En el segundo piso estaba la cocina y ya arriba los cuartos.
Al principio, la vida en la finca era una nueva aventura para Blanca, pero poco a poco eso empezó a cambiar. En las afueras del Tolima reinaba la violencia de los chusmeros.
Ellos empezaron a llegar al lugar en grupos de 10 a 15 y les daban órdenes a los hermanos mayores para que ellos le transmitieran las indicaciones a los empleados. Les pedían preparar comida, chicharrón, plátanos, hasta les exigían matar cerdos y tenérselos listos.
“Ellos entraban y arrasaban con todo, y mis papás tenían que dejar que se llevaran las cosas”.
A Blanca y a los más pequeños los mandaban a esconderse debajo de las camas, pero ellos escuchaban todo llenos de miedo. Siguió así hasta esa noche fría, cuando tuvieron que escapar.
En busca de un nuevo hogar
Los insectos estaban por todas partes y las serpientes se escondían a través del camino. A pesar de la lluvia, el escape siguió como fue planeado.
Blanca relata: “Los hombres llevaban machetes y cortaban con ellos para despejar el camino, todo era monte, había lomas y abismos”. El recorrido no fue para nada fácil para la familia. Transcurrieron dos horas y llegaron a una parte más descubierta.
Jesús, el hermano mayor, había estado en el Ejército así que conocía a un comandante y antes de salir de la finca se habían comunicado. El comandante y algunos soldados iban a ayudar a la familia a huir, pero Jesús los tenía que buscar solo.
Estaban en una situación complicada; por un lado, los bandoleros podían llegar en cualquier momento a matarlos. Por otro, si el Ejército los veía los podrían matar pensando que eran chusmeros.
Los hombres usaron los machetes para cortar hojas de plátano y las pusieron encima de unas hojas de café que tenían una forma parecida a la de una sombrilla. La familia se juntó debajo de las hojas para resguardarse de la lluvia mientras esperaban el regreso de Jesús.
“Él nos recomendó que nos quedáramos callados, por eso nos hablamos por señas. Nos sentimos abandonados porque él era el que nos protegía”.
Después de 2 o 3 horas esperando debajo de las hojas, el hambre que sentían se opacó por la felicidad del regreso de Jesús. Blanca recuerda: “Llegó con unos 10 soldados y nos ofrecieron un desayuno caliente”.
De ahí siguieron hacia el pueblo con la ayuda de los soldados, uno de ellos cargando a Berta, la hermana menor que solo tenía 4 años. El camino era estrecho y estaba lleno de piedras que dificultaban el paso, pero siguieron en silencio durante 2 horas más hasta llegar al pueblo Villarrica.
Una esperanza desvanecida
“Yo sentí mucho alivio y alegría cuando llegamos”, cuenta Blanca. Cuando llegaron a Villarica, en el suroriente del Tolima, se encontraron con lo desconocido, era un nuevo ambiente.
Neftalí, el tío de Blanca, les había dejado su casa en Villarrica y su almacén, ya que él se había devuelto para Bogotá. Era un mundo diferente, “un ambiente raro pero bonito”.
Los hermanos mayores y el papá de Blanca se encargaban del almacén, el más grande del pueblo, se sentían seguros por fin. Sin embargo, un año después, como Blanca relata, “la paz se comenzó a perturbar cuando empezamos a escuchar las balas”.
Según la Comisión de la Verdad, el 14 de septiembre de 1954, impulsado por el presidente Gustavo Rojas Pinilla, la Asamblea Constituyente prohibió el Partido Comunista de Colombia (PCC) desatando caos en la población de Villarrica, donde había una gran cantidad de miembros de ese partido.
Un mes después, el 12 de noviembre, las tropas del Ejército arrestaron al líder agrario del sur del Tolima, Isauro Yosa.
Como respuesta, la autodefensa comunista se activó como guerrilla. Así empezó la que se llamó Guerra de Villarrica.
Blanca recuerda los enfrentamientos entre la guerrilla y los soldados: “Se escuchaban los tiroteos muy seguidos, las balas caían en el tejado y nosotros nos intentábamos esconder”.
Ella cuenta de los helicópteros y cómo llegaban a la plaza cargando con los cuerpos de los soldados caídos: “Uno entraba a la iglesia y ahí estaban los cuerpos en hileras, yo no sé cómo me dejaban ir a ver eso, pero ahí estaban. El ambiente era muy triste y lo único que yo podía pensar era que pobrecitos ellos”.
El conflicto se volvió cada vez más grande y las balas que eran entre bandoleros y el Ejército se empezaron a desviar, los ciudadanos terminaron siendo los más perjudicados.
El 4 de abril de 1955 se desplegaron 5 batallones del Ejército que se enfrentaron con unos mil campesinos. Desde ese momento se empezaron a desatar los bombardeos.
“Yo escuchaba los estallidos y no entendía que eran bombas, veía y escuchaba a los aviones que pasaban por encima sin entender lo que estaba pasando”.
Como consecuencia del conflicto, el gobierno dio una orden de evacuación de Villarrica, se empezó a escuchar por la radio que se estaban acercando los chusmeros a quemar al pueblo.
Huyendo del fuego
“El gobierno tomó cartas en el asunto y empezó a mandar transportes para evacuar el lugar. Mandaban camiones, volquetas, buses, la gente también colaboraba con carros”. No todos los ciudadanos querían irse, al final del día la evacuación implicaba dejar todo atrás, pero la amenaza del pueblo en llamas asustaba a todos.
A la familia le tocó un camión desgastado y viejo, ahí subieron todas las personas que pudieron, pero por suerte los 7 miembros de la familia que habían quedado viviendo en Villarrica cupieron sin problema.
Era un día frío y lluvioso, parecido a cuando escaparon de la finca. El agua se filtraba por unos huecos que tenía el camión, así que aparte de estar parados y apretados en el camión también se estaban mojando.
“Yo recuerdo que mientras nos alejamos de Villarrica todavía se escuchaban las balas –dice Blanca–. Es que hasta se alcanzaba a ver un humo espeso saliendo del pueblo”.
Después de un día en el camión, con hambre, cansados y apretados llegaron a l municipio de Ambalema, también en el Tolima, pero a unos 300 kilómetros de Villarrica. En esa ciudad la familia fue acogida y los llevaron a una institución donde los atendieron con alimentos y ropa de cambio, se quedaron ahí un mes.
Hacía mucho calor. Como lo contó Gabriel García Márquez cuando era un reportero joven en El Espectador, después de la movilización había alrededor de 400 niños pequeños en Ambalema.
García Márquez escribió en su crónica acerca de los niños y como varios de ellos llegaron afectados del viaje con enfermedades, Blanca fue uno de ellos. En su estadía en la institución, a ella le diagnosticaron neumonía. Por suerte, el diagnóstico fue suficientemente rápido para que la atendieran en un puesto de salud y la inyectaran.
“A mí me dijeron que si no me hubieran ayudado en ese momento que yo me hubiera muerto y me daba mucho miedo pensar en morir, me aterraba”.
La guardería
“Actualmente vehículos de las fuerzas armadas se dedican a repartir niños exiliados entre los establecimientos de beneficencia especialmente dedicados a la protección infantil. Muchos de los pequeños desplazados se encuentran en Ibagué”, contó García Márquez en su relato y así lo vivió Blanca.
Sus papás no tenían los medios para mantener a los niños así que aceptaron que los niños fueran distribuidos en lugares diferentes donde los podían cuidar mejor mientras ellos se recuperaban financieramente.
Blanca y Berta se fueron juntas a la misma institución porque las dos entraban en el mismo rango de edad: Blanca tenía 7 años y Berta solo 5.
“El edificio tenía varios salones y pues nosotras dormíamos en uno de ellos. Nosotros le decíamos ‘salacuna’ al lugar donde nos estábamos quedando y ahí estábamos clasificados por edades. Como yo era mayor, me tocó en un cuarto diferente a Berta”. Ella sufría por las noches con miedo de que su hermanita se perdiera.
Durante el día se trasladaban caminando a un lugar muy cerca que se llamaba El Jardín. Era un colegio grande donde les daban clase, les enseñaban modales, urbanidad, religión y matemáticas. Había espacio al aire libre con árboles frutales y mucha naturaleza.
“Pasábamos el día haciendo recreaciones y ahí mismo quedaban las cocinas donde nos preparaban alimentos cada día”. Blanca comía “chocuela”, una colada con chocolate y de merienda pan con mantequilla.
“El ambiente era alegre y entre los niños éramos amigos, era un estado diferente a las situaciones pasadas en la finca y en Villarrica, se nos había olvidado el miedo”. De nuevo, Blanca había encontrado alegría a pesar de las adversidades.
Después de casi un año en las guarderías, los papás de Blanca y Berta llegaron a recogerlas, fue muy inesperado así que la felicidad y la sorpresa al verlos fue inmensa.
Con la mentalidad de una niña pequeña, Blanca solo estaba contenta por ver a sus papás, el miedo, el estrés y la ansiedad de las situaciones fuertes que había vivido en los últimos tres años se habían desaparecido.
“No nos interesaba a donde íbamos a llegar, estábamos felices”. La familia se había recuperado económicamente y pudieron volver a Simijaca, donde todo había empezado.