Lo primero que nombró María Elena Cadavid de Marín al presentarse fue la hermosa familia que tiene: un esposo, cuatro hijos, seis nietos, dos nueras y dos yernos. Ella es ama de casa, artesana y miembro desde hace 20 años de la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria, un lugar que le abrió las puertas para ayudarle a sanar su alma y corazón debido a la desaparición de su hijo.
María Elena Cadavid de Marín recuerda todos los días la sonrisa que le daba su hijo mayor, Arnoldo de Jesús Marín Cadavid, y la que le arrebataron el 3 de octubre de 2002 los paramilitares, los mismos que, según la Comisión de la Verdad, incurrieron en el delito de desaparición forzada con 63.029 víctimas.
En la calidez de su hogar, con sus trabajos y artesanías sobre la mesa donde estaba la máquina de coser y la vista que daba el balcón de su casa, se sentó a recordar esa tragedia que la marcó a ella y a su familia. La desaparición de su hijo en el municipio Granada, en el Oriente del departamento de Antioquia.
María Elena y su familia vivían en su casa en Enciso, un barrio de Medellín, y su hijo mayor trabajaba en la Papelería Modelo. “Al patrón de él le quitaron la finca por no pagar la cuota, entonces él le dijo a mi hijo que fuera con don Jairo para ver cómo estaba su finca”. Ella contaba, con su rostro de angustia al recordar el momento en el que su hijo partió, que no quería que fuera, eran tiempos muy peligrosos y más al lugar a donde iban, Granada.
Muchas personas les decían que el carro en el que había viajado su hijo y el señor que lo acompañaba todavía se veía por las calles del Oriente antioqueño, y aunque había presencia de la policía y los militares, dice María Elena que nunca hicieron nada. Fueron al Gaula (Grupos de Acción Unificada por la Libertad Personal), al CTI (Cuerpo Técnico de Investigación), a la Fiscalía y al Comité Internacional de la Cruz Roja. Divulgaron su desaparición por la televisión, por la radio y mandaban volantes a Granada ya que no podían ir ellos: “A nosotros nos decían que no nos podíamos aparecer por allá porque a los que no conocían los desaparecían”.
Toda la familia estaba desesperada por saber algo de Arnoldo. Mientras la esposa de él cuidaba a su hija, que en ese entonces tenía 2 años, recibía llamadas de varias personas que le prometían información a cambio de dinero: “A ella sí le sacaron plata, yo nunca creía en eso porque yo sabía que había gente que se aprovechaba. Lo único que yo hacía era esperar”.
Con el sonido de la lavadora al fondo y el entrar y salir de una de sus hijas con uno de sus yernos y dos de sus nietos, María Elena reaccionaba, efusivamente, cuando recordaba más detalles. La primera entidad que les dio respuesta fue el Comité Internacional de la Cruz Roja: “A nosotros nos contaron toda la historia desde que partieron hacia aquel municipio. Los interceptaron en Marinilla mientras desayunaban y se los llevaron a un corregimiento en Granada llamado Santa Ana. Pero nunca nos dijeron que los habían matado, solo nos decían que estaban mediando para su liberación”. Sin embargo, el Gaula les habló de otro final: sí habían sido asesinados y estaban enterrados en una fosa común. Ante eso que le dijeron ella, impotente, preguntaban por qué no capturaban a los responsables, y la respuesta que les dieron no se la esperaba: a ellos también les daba miedo.
María Elena iba todos los viernes a las 2 de la tarde durante 7 años a preguntar qué sabían de su hijo.
Y después de que un fiscal le ayudara a presionar por resultados, recibió la llamada que tanto tiempo llevaba esperando: “Me dijeron que ya encontraron el carro en el que habían ido, que el conductor ya estaba detenido y que estaban esperando a que se sometiera a la Ley de Justicia y Paz para que pudiera confesar”.
La madre de Arnoldo nunca faltó a las versiones libres, dijo que cuando el responsable empezó a confesar, la sala se llenaba. Según le contaban, era el terror de toda Granada, y como ya estaba capturado, lo empezaron a denunciar por sus crímenes: “Ya la gente no le daba miedo hablar”, decía María Elena, quien se quedó pensativa recordando ese momento cuando vio al asesino de su hijo por primera vez.
En las versiones libres se dio cuenta de más detalles de la desaparición de su hijo mayor. El señor con el que había ido Arnoldo tenía el mismo apellido que él, don Jairo Marín, un señor que resultó ser informante de los paramilitares y de un grupo guerrillero. Los paramilitares pensaron que Arnoldo era hijo de él, y aunque insistió en que no, no le creyeron y mataron a ambos.
En una de esas versiones libres, María Elena se sentó por unos minutos al lado del asesino de su hijo, se presentó, le dijo que era la mamá de Arnoldo y que lo perdonaba de corazón porque sabía que a él nadie le había dado amor y por eso no le importaba nada. Le comentó que había dejado a una niña huérfana, a una esposa y una familia destrozada. Pero lo que más quería saber era si su adorado hijo había sufrido: “Yo le pregunté que si lo habían torturado y me dijo que no, que él no sintió nada, que le habían dado un tiro de gracia y por detrás”.
En ese momento sonó el celular de María Elena, era su esposo quien la llamaba junto con una de sus hijas y su otro hijo, la querían saludar, su rostro cambió y se notaba feliz de verlos. Les contestó, y con una alegría que se le veía en los ojos les dijo que más tarde la llamaran que estaba ocupada. Volvió al sillón y en medio de la calma de su voz, acomodando los cojines del mueble para sentirse más cómoda, decía: “Yo me puse a analizar y esas personas cometen crímenes por tres razones: uno por poder, otro por dinero y otro por falta de amor”. Según ella, sentía que la principal razón era la falta de amor, decía que por eso para ellos la vida no importaba, no valía nada.
Esperanza y sanación
Después de 20 años, María Elena todavía tiene la esperanza de encontrar a su hijo ya que luego de abrir tres veces la fosa común donde los responsables dijeron que estaba, no encontraron sus restos.
“La incertidumbre siempre está. La duda de qué hicieron con él porque estaba joven, apenas tenía 25 años, entonces también queda la posibilidad de que, si veían que les servía, lo ponían al servicio o lo mandaban a hacer otra cosa”.
María Elena recuerda perfectamente que un viernes a las 2:00 p.m. había plantón de las Madres de la Candelaria en el parque Berrío (Medellín). Allí encontró a Teresita Gaviria, la líder de la organización, María le comentó la desaparición de su hijo y, con los brazos abiertos, fue bienvenida en esa nueva familia que le ayudaría en su proceso de sanación.
En la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria ha encontrado un lugar seguro donde llorar, reír y sanar. Han tenido acompañamiento psicológico para enfrentar el duelo de una pérdida y le han brindado apoyo y acompañamiento a las personas que llegan diariamente a buscarlas por la misma razón por la que han luchado desde el inicio de esta organización, la búsqueda de sus familiares víctimas de desaparición forzada.
Seis mujeres de esta asociación, incluyéndola a ella, han creado las “muñecas abrazadoras”, algo que, según María Elena, les identifica: “Son muñecas que no tienen rostro. Las personas que les ha tocado ir a buscar a su ser querido en una fosa común ven que ya no tienen una cara, no tienen nada”. Además, con el apoyo de Artesanos de Colombia han confeccionado diferentes productos como lo son bolsos, libretas y demás.
Comisión de la Verdad y actualidad
María Elena cree que la Comisión de la Verdad ha ayudado a esclarecer muchos aspectos respecto al conflicto armado en Colombia. Años atrás, en febrero de 2019, el magistrado que llevó el caso de su hijo reunió a las familias de las víctimas y a los acusados. A estos últimos, cuenta María Elena, les dijeron que al haber contado una verdad a medias volverían a prisión, ya que ellos solo hablaron acerca de los crímenes por los que los habían sido denunciados, pero escondieron muchas otras atrocidades.
En ese mismo año, María Elena y su familia se pasaron a vivir a Envigado, ya que el lugar en donde estaban y donde habían vivido durante 38 años, se tornó más peligroso. Dice ella que empezó una racha de asesinatos debido a la plaza de vicio que había.
“Yo me llené de terror y de angustia. Le di gracias a Dios cuando resulté viviendo por acá porque pensé y dije que al menos ya no voy a volver a repetir esa historia”. En un momento de dolor, en donde sintió el temor de vivir de nuevo esa pesadilla que tanto le ha costado superar, María Elena ya no podía contener más sus lágrimas, así que se levantó a preparar café con galletas para calmarse un poco y finalizar la entrevista.
Mientras se calentaba el agua para el café, contaba que las Madres de la Candelaria con toda la labor que han hecho a lo largo de los años, fueron lo que ella llamó “un granito de arena” para la formación de la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas.
María Elena se ha fortalecido a lo largo de los años y sigue adelante ante toda adversidad para que tanto ella como su familia sanen el corazón, el alma y la mente. Una mujer que todavía espera a que su hijo cruce la puerta de su casa ya que nunca ha perdido la esperanza de volver a ver la sonrisa que tanto amaba.
Desaparición forzada en el Oriente antioqueño
La desaparición forzada en Colombia ha estado presente desde hace muchos años atrás, sin embargo, en 1997 esta práctica empezó a aumentar y en el 2002 tuvo su mayor auge en 15 subregiones del país.
Según la Comisión de la Verdad: “Alrededor de 121.768 personas fueron desaparecidas forzadamente en el marco del conflicto armado, en el periodo entre 1985 y 2016”. Además, según el Centro Nacional de Memoria Histórica, se encontraron datos que coinciden con los hallazgos de la Comisión, los cuales ponen al Oriente antioqueño y al Valle de Aburrá como unos de lugares que presentaron más de mil víctimas de desaparición forzada entre 1970-2015.
En estos lugares, en el Suroeste antioqueño, el sur del Valle del Cauca y varias subregiones más encontraron grandes cantidades de cuerpos sin identificar en fosas comunes. De acuerdo con el informe de la Comisión: “La desaparición forzada ha sido una práctica perpetrada por la fuerza pública y por los grupos paramilitares, como lo determinaron los tribunales de Justicia y Paz entre 1999 y 2006”. Por otro lado, guerrillas como las FARC-EP y el ELN también son responsables de este y otros delitos tales como secuestro y demás.