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Soy Sofía Medina de López Villa, primera alcaldesa de Medellín

Carolina Mejía Mejía

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Aunque muchos no me recuerden, fui la primera y, hasta ahora, única mujer en gobernar y administrar la segunda ciudad más importante de Colombia: Medellín.

Pude haber firmado la placa inaugural de El Pueblito Paisa, el cual se encontraba casi listo durante mi mandato, pero como no soy del estilo de esos políticos que firman obras sin acabar, no logré asegurar mi puesto en la historia oficial de esta ciudad.

Así que atentos que, después de tantos silencios y segundas planas, por fin me daré protagonismo y contaré algunos de mis secretos y grandes hazañas.

Ven y te cuento más de mí

Nací en Yolombó (Antioquia) por allá a finales de la década de los 30s, así que hagan ustedes la cuenta porque una dama como yo jamás revela su edad. Soy hija de Resfa Gómez de Medina, distinguida matrona antioqueña, y del juez Elías Medina.

De niña, mientras mi madre se iba a misa y resultaba en el oratorio del Partido Conservador, me divertía siguiendo a mi abuelo a las reuniones con sus amigos, casi todos capataces de moliendas de panela, quienes al son en que trabajaban, cantaban y blasfemaban entre ellos.

Años más tarde, mis padres me posieron en manos de las monjas para que me hicieran toda una señorita, pero las benditas no desaprovechaban el momento y, cada que podían, me mentaban el cuentico del convento, así que yo de muy astuta las enredaba con una que otra mentirita piadosa para quitármelas de encima.

A mis 17 años me gané entre mi familia, y uno que otro metido del pueblo, los títulos de solterona, loca y otros calificativos que me dotaron de valor y me impulsaron a empacar maleta y venirme a Medellín a estudiar Derecho. Y, aunque no me creían capaz, no solo logré el cupo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia, sino que obtuve el título de abogada y me llevé hasta la fama de tiradora de piedra por participar como primera línea en los tropeles de finales de los 50s.

Con diploma en mano, me ofrecieron el puesto de jueza en Itagüí, de ahí pasé a ser concejala de Medellín, agente fiscal de Antioquia, representante a la Cámara y asesora jurídica del Ministerio de Obras Públicas. Hasta que, por allá en septiembre de 1976, el presidente Alfonso López Michelsen, líder del Partido Liberal Colombiano, me nombró a mí, seguidora ferviente del Partido Conservador de la línea ospinista, alcaldesa de Medellín. Esto debido a que mi partido dominaba tanto el gobierno del estado del departamento de Antioquia como el de Medellín en ese momento.

Así, casada con Eduardo López Villa, secretario de la Comisión Primera de la Cámara de Representantes, con quien para entonces tenía dos niños de cuatro y seis años, dejé a mi familia en Bogotá y me regresé a Medellín para cumplir con honor mis funciones de alcaldesa.

Alcaldesa de Medellín… e hincha del Rojo

Desde que me nombraron, dejé entrever mi mano firme. A mi ex secretario de Gobierno, un día después de montarnos, lo desperté un sábado a las seis de la mañana y le dije: “doctor Mejía, yo creo que ya es hora de que tomemos el control de la ciudad”. Mejor dicho, como quien dice, hágale pues mijo que ahora el Estado somos nosotros.

En mi tercer día de gobierno, hice el saque de honor en el clásico de la montaña, confesando que era hincha del rojo ante la prensa y la radio. Y, aunque había un pantanero, entré al terreno de juego con mis llamativos tacones que se enterraban con cada paso y, para no sacarme descalza ni cargada, mi secretario me iba ayudando a no quedarme atascada.

Recuerdo que ese día, aunque grité a más no poder, mi rojo perdió y al mes lo eliminó el Nacional con una goleada de 6 a 0 y, para colmo, ese año el verde quedó campeón del torneo.

No, y si hasta acá piensan que fui una berraca, eso fue poco. Imagínense que era tan ruda que en ese añito que estuve a la cabeza, desmantelé las primeras “casitas de vicio” y llevé a muchos a estrenar la cárcel Bellavista que recién había abierto sus rejas; logré gran parte del presupuesto para la realización de los XIII Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1978; firmé la escritura para la edificación de la Terminal de Transportes del Norte; construí seis puentes sobre el río Medellín; entregué el segundo plan de urbanismo que comprendía 43 parques y promoví la construcción del anfiteatro más moderno de Suramérica para aquella época.

¡Olé!

Durante mi mandato, mi particular estilo y rebeldía me llevaron a enfrentarme a diferentes estructuras y tradiciones.

Aunque me advirtieron una y otra vez que las mujeres no debían presidir una corrida de toros porque le traía mala suerte al torero, agarré de los cachos el agüero y fui la primera mujer que en la historia del país vio la corrida de esos animales.

Y no solo eso. Me quedaron gustando tanto esos eventos que, como bien dicen, desde eso no me perdía la corrida de un catre. Tanto así que una vez en La Macarena el coronel de la Policía me susurró que habían recibido una llamada anónima, antes de iniciar la faena en medio del bullicio de un millar de taurinos, donde decían que había una bomba en la plaza. Obvio, me asusté, tomé aire mientras veía los pañuelitos que agitaba el público y, entre dientes y con una sonrisita fingida, di la orden de que registraran todo, sin que nadie se diera cuenta que había una emergencia.

La fiesta arrancó y los guardias caminaron apresurados a lo largo de las graderías inspeccionando y estorbándoles a los espectadores que comenzaban a gritar ¡Oleee!

Con los nervios de punta, empecé a ver desde el palco caras de preocupación de más de un asistente.  En mi cabeza rondaba una posible protesta y comencé a atar cabos.

Justo para esos días Medellín ya había salido de la protesta médica que obligó a las mujeres paisas a parir en las ambulancias. También de la huelga de los carros recolectores de basura. Y hasta había llegado a un acuerdo con los maestros… Entonces, ¿quién estaría detrás de todo ese alboroto? O, ¿sería que el agüero era cierto?  Le eché cabeza por un buen rato, hasta que recordé que durante días las afueras del despacho habían sido firmadas por el M-19.

“¿Qué pasa?, ¿qué se les ha perdido?, ¿qué buscan?”, eran algunas de las preguntas que se escuchaban cada que los policías se hacían paso entre el tumulto.  Recuerdo que uno de los agentes me vio bañada en sudor y en vez de lanzar la bomba, empezó a responder a los curiosos que se me había perdido mi abanico y se les había sido encomendada su búsqueda.

Menos mal los periodistas comieron callados durante la jornada, aunque terminado el evento empezaron a enterarse de la falsa alarma y al otro día la prensa local simplemente tituló: “Primera mujer presidenta de la plaza fue la figura del día”.
Para colmo de males, ese no fue el único día que le agregó canas a mi cabellera. Durante ese enero de Feria Taurina, nos enfrentamos a una fuerte sequía que secó el agua de los embalses y desdibujó el cauce del río Medellín. Por esa razón, el racionamiento era de ocho horas diarias y los bomberos se quedaron sin con qué apagar incendios.

Mi lucha

Con cuatro meses de mandato, agarré confianza y di la orden a los guardaespaldas de dejar de seguirme de un lado a otro – es que hasta al baño casi que se me metían- y empecé a caminar sola al despacho, mientras decenas de personas que me reconocían en la calle, me escoltaban hasta la Plazuela Nutibara mientras me ponían conversa y hasta me pedían autógrafos.

Los fines de semana partía de viaje por las seis comunas de Medellín, para identificar las necesidades latentes en cada barrio. A partir de esto, liberales envidiosos, mis detractores, comenzaron a hablar del “kínder de la alcaldesa”, porque todo el gabinete se iba detrás mío como discípulos.

Eso sí, no solo los liberales andaban encima a ver qué me sacaban, en mi carrera no faltó la esposa de alguno de mis secretarios que nos celaba, y más cuando me dio por crear la “Operación P.M.”, donde los ponía a patrullar la ciudad en las noches. Así, intensifiqué los operativos de seguridad y puse a marchar este pueblo.

Un día, mientras laboraba, una mujer interrumpió a los gritos la calma de la oficina diciendo “¡Yo soy la alcaldesa!”. Así, bajo la tensión de un golpe de estado, salgo a enfrentarla y me topo con La Piragua del Parque Berrío, una mujer de minifalda y escote, greñuda y mueca que aterrorizaba a los funcionarios por tocarles sus partes íntimas cuando estos se desplazaban por el Centro de Medellín. Me reí, como era habitual en mí, y convencí a los policías para que no le derrocaran la ilusión ni le dieran un golpe al estado de ánimo que proclamaba con tanta efusión.

Pese a todas estas anécdotas de telenovela, en mis nueve meses de gobierno jamás pude ser titular de página entera en la prensa local. Cuando fui nombrada, murió Mao Tse Tung y redujo mi noticia a una esquinita de la portada y, cuando pido la renuncia, explotó una mina de carbón y la peor tragedia minera de Amagá, así que me tocó conformarme con un costado.

No, y no solo eso: Tuve una suerte para las fotos de prensa… Jamás me permitieron posar ni logré salir sonriente en una foto. Los fotógrafos siempre me retrataron de perfil, con la mirada en el piso, la boca abierta, distraída o de espaldas a la cámara… Es que, a mi parecer, nunca me tomaron en serio.

Finalmente, decidí renunciar a mi cargo en julio de 1977 por una disputa con el gobierno nacional. Y el gobernador del departamento de Antioquia, Jaime Sierra García, designó como mi sucesor a Guillermo Hincapié Orozco, quien asumió el cargo el 15 de julio de 1977.

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Otras anécdotas

Siendo representante a la Cámara fui ponente del proyecto de ley número 166 por el cual se ordenó la creación de una Escuela de Artes y Oficios en San Joaquín, Santander, que llevó arte y cultura para ese territorio.

En el Suroeste antioqueño me recordaban con gracia por la cara que hice cuando en una gira política mi asistente, en vez de pasarme agua, en pleno discurso me pasa un trago de whisky. Es que hasta mi gente me quería emborrachar, aunque yo me les negaba. Tanto así que, en el Norte, me apodaron “la señora enferma” porque rechazaba el licor con la misma excusa: -Gracias, pero estoy tomando antibióticos-. Es que crean o no, la política siempre enferma y una tiene que buscar la forma de sobrevivir.

Mi legado

Creo que hasta este punto ya he logrado compartir parte de lo que fui e hice como mujer, como madre, como esposa y como alcaldesa de esta ciudad. Y no crean, aunque ya partí de este mundo, cada que se avecina una elección, desde mi palco observo atenta y con gran expectativa a que una valiente mujer decida lanzarse y pueda continuar con la lucha que inicié y dejé en puntos suspensivos para que fuera retomada en el tiempo.

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