Despenalización del aborto: una sentencia que defiende la vida
Texto por
Juan Pablo Mejía Dussán,
Natalia Penagos Mesa
Lorena Castaño Morales
Ilustración por María Isabel Muñoz
Sí, ¡el aborto en Colombia ya es legal! Pero el camino apenas comienza. Este es un recorrido por lo que nos falta en materia de educación, garantías y facilidades para que las mujeres puedan acceder a este derecho.
Pensar que la autonomía del cuerpo hay que buscarla por medio de acciones legales y sociales, que una menor de edad sea imputada por un delito sobre algo que no estaba en su plan de vida, o, incluso, que una nación prefiera ver a mujeres corriendo riesgos en clínicas clandestinas en lugar de auxiliarlas y protegerlas… es inaudito, ¿no? Estos son hechos que ocurren en Colombia, pero que están por terminar.
Con cinco votos a favor, la Corte Constitucional anunció que el aborto dejará de ser un delito enunciado en el Código Penal hasta las 24 semanas de gestación. Después de este período solo será posible interrumpir el embarazo en los tres supuestos determinados con anterioridad por la Corte.
Pero este no es solo un asunto legal, desde la perspectiva de salud pública también hay motivos para que esta decisión se haya tomado. Dentro del informe Aborto no seguro, mujeres en riesgo, de Médicos Sin Fronteras en Colombia, se indica que un tercio de las mujeres que se someten a un aborto inducido sufren complicaciones, ocasionando que el aborto no seguro se convierta en la cuarta causa de mortalidad materna en el país. Se proyecta que cada año mueren casi 70 mujeres por estas prácticas irregulares.
Para Amalia Cadavid Moll, integrante del Semillero de Investigación Mujeres y Derecho, de la Universidad EAFIT, el Estado no ha sido garante, en todas las zonas del país, en lo referente a la educación de los derechos sexuales y reproductivos de la mujer.
La educación sexual
Cadavid explica la importancia que tiene la educación sexual dentro del contexto nacional, su papel en los procesos de embarazos no deseados y en el conocimiento que deberían tener las mujeres para someterse a los procedimientos de interrupción voluntaria del embarazo.
Las barreras
Pero la deficiente cobertura en educación sexual y reproductiva no es la única barrera a la que se enfrentan las niñas y mujeres que no desean continuar con el embarazo en Colombia. De las 428 experiencias registradas por el informe de Médicos sin Fronteras, el 88 % de las mujeres se enfrentó, al menos, a una barrera para acceder a un aborto seguro, siendo un 53 % por asuntos sociales y de estigmatización. Este tipo de obstáculos afectan sobre todo a las menores de edad que buscan abortar, con o sin el consentimiento de su familia.
De acuerdo con la guía Abecé, Interrupción voluntaria del embarazo, un derecho humano de las mujeres, del Ministerio de Salud, las instituciones de salud “deben respetar la decisión de la menor, por lo que no se requiere consentimiento o autorización de padres o tutores para garantizar el acceso, y se presume que la menor de edad está inmersa en la causal de violencia sexual”. Sin embargo, un cuarto de las mujeres condenadas en Colombia por la acción de abortar corresponde a menores entre los 14 y los 17 años.
A esta persecución legal se le suma la del personal médico. Según el informe La criminalización del aborto en Colombia, realizado por La Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres, las denuncias provenientes de centros de salud (entre los años 2000 y 2017) corresponden al 56,7 % de los casos que concluyen en condena.
La realidad de quienes abortan es mucho más amplia, y aunque no son muy claras las cifras de abortos en años recientes, sí se ha encontrado que, desde la primera regulación de la Sentencia C-355 de 2006, han aumentado los procesos legales contra mujeres por el delito de aborto.
La historia de Catalina
Todo sucedió en 2016. Empecé con náuseas y síntomas fuera de lo usual. En aquel entonces no pensé que pudiera estar embarazada. Lo dudé mucho al principio, porque tenía la T de cobre, pero igual decidí realizarme la prueba. Salió positiva y sentí que el mundo se me venía encima. Pasé varios días llorando. Ya tenía un hijo, en ese entonces de 10 años.
Trabajaba como secretaria en una empresa no muy grande y aún vivía con mis papás. Cuando vi la prueba positiva recordé mi primer embarazo y los problemas que tuve con mi padrastro gracias a ese bebé que tenía en mi vientre. No se me pasaba por la cabeza repetir esa situación tan miserable. No estaba casada, y aunque el papá del bebé me dijo que él respondía, no terminaba de confiar, porque con mi hijo mayor pasó lo mismo: el papá me prometió que me iba a apoyar en todo momento y, una vez nació, dejó de estar.
Sin embargo, no podía dejar de pensar en mi hijo mayor. ¿Tendría la capacidad económica para sostener dos niños?, porque yo no podía llegarle a mi mamá con otro chiquito. Levantar un niño cada vez es más costoso y difícil. Ahora me siento mal por no haber pensado en ese momento en la vida que llevaba dentro de mí, pero no tenía muchas opciones.
El miedo latente a que se me cerraran las puertas, a que mi padrastro me echara de la casa, a que mi pareja de ese momento no respondiera…, todo eso me hizo llegar a la conclusión de que no podía continuar con el embarazo.
Cuando le compartí la decisión a mi pareja, él me dijo que lo tuviera, que le dejara ese niño a él. Me rogó mucho, pero tenía miedo de que me abandonara y yo no fuese capaz de darle unas buenas condiciones de vida a ambos niños.
Comencé a buscar en internet: Profamilia me ofrecía la posibilidad que necesitaba. Al final, todo costó unos 400.000 pesos por esa época, plata que tuve que pedir prestada a la única amiga que sabía del embarazo. No fui capaz de contarle a nadie más. Me sentía presionada y con mucho miedo de lo que pudiera decir mi familia y la gente que me conocía. Por eso, decidí contarle solo a Gloria, mi mejor amiga. Le pedí que se pusiera en mis zapatos, que solo le estaba diciendo porque necesitaba apoyo de su parte.
Cuando fui a Profamilia me pidieron que fuera primero a la EPS para que me retiraran el dispositivo de planificación. Solo así iba a poder continuar con el aborto. Luego de retirar el dispositivo tenía un tiempo limitado para hacer todo lo demás, porque solo era posible realizar el procedimiento hasta los tres meses de gestación. Tenía ya dos meses cuando me realicé la intervención. Es una sensación extraña, porque al principio te dan una pastilla para que vayas dilatando desde antes de que tengas la cita. Luego, te entran a una habitación de cuatro paredes blancas, bastante fría y con un sonido medio tétrico. No te duermen durante el proceso, entonces tú estás enterada de todo lo que está sucediendo. No podría describirlo con exactitud, pero era algo similar a tener una aspiradora dentro de ti. Se sentía como si te estuvieran succionando.
Cuando pisé la puerta de salida tenía un sentimiento extraño, medio indescriptible: por una parte, me juzgaba a mí misma porque siempre critiqué esa decisión y a quienes la tomaban. Claro, yo desconocía las razones que giraban en torno a la persona que se realizaba ese tipo de procedimientos. Por otro lado, sentía tranquilidad de saber que no iba a traer un bebé al mundo a sufrir y tampoco haría que mi otro hijo pasara situaciones precarias.
Hoy pienso en que ese niño tal vez tendría ahora seis años, casi siete. En que tal vez podría haber encontrado otra manera de realizar las cosas o afrontar la situación. Pero el miedo y la incertidumbre me ganaron.
*Nombre cambiado para proteger la identidad de la fuente.
¿Qué pasa con las garantías?
Ni el acompañamiento de la pareja durante el proceso, ni la confianza en la familia o el personal de la salud son factores de seguridad para las mujeres que desean interrumpir sus embarazos. ¿En dónde y con quién se protegen, si hasta las autoridades las persiguen y las condenan?
Para Amalia Cadavid, es difícil que todos estos pesos que la mujer ha llevado históricamente frente al embarazo y al aborto puedan verse mejorados en un futuro cercano. Aunque cree que en cuanto a normativa pueda ser más fácil para ellas acceder a este derecho, la sociedad va a seguir castigando a la mujer por interrumpir su embarazo.
En esta reflexión menciona que socialmente la carga de la familia, de la planificación y del proceso del embarazo siempre han pertenecido a la mujer, y que, por eso, se les exige más y se les va a seguir exigiendo que lleven a término los embarazos.
Gracias a la demanda que en un principio lideró el Movimiento Causa Justa, hoy Colombia es el quinto país de América Latina en despenalizar el aborto y uno de los más flexibles en el plazo para realizarlo. Sin embargo, aún falta en materia de educación, garantías y facilidades para que las mujeres puedan acceder a este proceso, que hace parte de sus derechos sexuales y reproductivos.
Ahora, la decisión de llevar a término un embarazo, o no, es exclusivamente de la mujer gestante, sin tener que apelar a su salud o alguna causal anterior. Durante años, las mujeres colombianas vienen librando esta lucha trascendental, y por fin tuvo esa tan anhelada respuesta: el aborto está despenalizado en Colombia.
¡Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir!