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Capítulo 3: Conocer a fondo la realidad oculta de Medellín

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Capítulo 3
Conocer a fondo la realidad oculta de Medellín
Por Carlos Mario Correa Soto

Apoyo informativo:
Camila Bettin Escobar,
Juanita Donato García
Eloísa Barriga Arango

“Me entregan ese contrato y yo de Derechos Humanos no sabía nada —comenta Juan Esteban Garzón.

Me dicen: “Vea, con este chaleco de Derechos Humanos usted trabaja de 9 de la noche a 6 de la mañana”. Y como ya poder no teníamos, y la verdad nos estaban era ayudando, me entregaron la peor zona de Medellín y no podía chistar.

Me mandaron para el barrio La Sierra, en el oriente de la ciudad, y me dieron un conductor, un carro, un chaleco y un Avantel, y me dijeron:

“Papá, vea, su labor es de celador, literal. Usted se va a ir pa’ La Sierra en este carro, se va a ir pa’ los CAI de la Policía que hay alrededor y todo homicidio, desplazamiento, violencia… lo que pase en esa comuna, usted debe activar las alertas tempranas”.

Entonces si había un desplazamiento, llame a Personería, si había no sé qué, entonces active todas esas alertas pa’ que reciban esos homicidios, pa’ que reciban a esos desplazados.

La familia de Juan Esteban siempre ha sido su soporte emocional y económico, en especial para proyectos retadores como los de emprendimiento. Foto cortesía

La Sierra estaba en la peor época del conflicto en Medellín, junto con la Comuna 13. Eso eran 20 homicidios todos los días, desplazamientos, eso es una realidad impresionante. Y yo siempre he dicho que uno no va a La Sierra a hacer una vuelta a nada, o sea, cuando uno vive al otro lado del metro, uno conoce una realidad muy diferente.

Fueron 2 años trabajando de noche. Mi mamá lloraba todos los días cada vez que me iba, diciendo: “Vea, este muchacho parece un celador, lo van a matar…”. Y yo pa’ delante. Mi papá: “Juan, renuncie, alguna cosa hacemos, hermano, se está exponiendo demasiado”.

Pero yo tenía un objetivo y era dar la cara por las deudas que teníamos, por las cosas de mi papá y mientras mi papá tenía el tiempo y se volvía y se estructuraba y todo ese tema.

Ahí conocí esa realidad de Medellín y a unas personas demasiado bonitas. Fueron dos años, 2014 y 2015, muy tesos, pero fueron dos años demasiado bonitos”.

La llegada a una empresa en quiebra

Aquí, en este punto, Juan Esteban recuerda cuando en diciembre de 2017 se levanta para ponerle el cuerpo y el alma a su proyecto como emprendedor saludable en la compañía de un socio al borde de la quiebra económica.

—En este punto debo recalcar la importancia de tener el apoyo incondicional de la familia. Yo tenía a mi padre, Jaime, quien ha sido mi gran inspiración; a mi madre, Margarita, la cual ha sido siempre mi cómplice ideal y mi apoyo incondicional; y a mi novia, Diana, quien me aportó en la toma de muchas decisiones importantes.

Para Juan Esteban, una de las primeras enseñanzas como emprendedor es que al resolver el primer problema se le vienen encima, sucesivamente, un sartal de problemas.

La incertidumbre es su compañera de viaje permanente.
La experiencia trabajando en Derechos Humanos en barrios de Medellín preparó a Juan Esteban para tratar a personas afectadas por la violencia y el conflicto, como las que luego tendría en Casai. Imagen cortesía

La realidad que tenía por delante fue la siguiente: dos de las máquinas más importantes de la fábrica se quemaron y no consiguió contratar el personal calificado para desarrollar el proceso productivo y, ante la situación, cuando se reunió con su socio para buscar juntos una solución, sucedió algo inesperado:

—Él me miró en silenció por un minuto. Tosió dos o tres veces. Y, diplomáticamente, me anunció que no estaba en capacidad ni anímica ni económica para continuar con la sociedad. Y que entonces le comprara su parte.

Juan Esteban, asustado y sin saber qué responderle, le pidió un plazo de 48 horas para pensar en su propuesta.

—Pero no me aguante y sabiendo que yo no tenía experiencia en el mercado de los cereales ni posibilidades de endeudamiento, ese mismo día le contesté que le compraría su parte. De nuevo le estaba haciendo caso a mi intuición e ignorando mi razón.

Juan Esteban, añade otra idea:

—Allí estaba yo, saltado al vacío en un paracaídas que todavía no se abría y con la expectativa si me iba a estrellar antes de haber comenzado el viaje. También estaba arriesgando todo mi patrimonio y, lo que es peor, el patrimonio de mis padres.

Un salto al vacío

Así que, endeudándose hasta la nuca, al pagarle a su socio, Juan Esteban se quedó con el ciento por ciento de una empresa de alimentos que, en realidad, no conocía, con una maquinaria que no funcionaba y la expectativa de incursionar en un mercado incierto.

Para Juan Esteban, entonces:

—Comenzar lleno de deudas e inquietudes, aportando incluso lo no poseído, entendí que era llegar al punto de no retorno, donde renunciar no es una opción y triunfar no es una meta, se gana por necesidad.

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