Capítulo 2
Vivir como inmigrante en Nueva York
Apoyo informativo:
Camila Bettin Escobar,
Juanita Donato García
Eloísa Barriga Arango
Antes de continuar con el relato de su nuevo y temerario trabajo como socio de una empresa al borde de la quiebra, que a sus 27 años le daría un giro de 360 grados a su vida, Juan Esteban recuerda otro momento clave, también muy instintivo, de su existencia.
A sus 21 años iba bien en la vida. Al graduarse de la universidad como abogado consiguió su primer empleo en el Tránsito de Medellín. Jamás se imaginó el desafío que significaría trabajar ahí liderando un grupo de más de 20 abogados mayores de 30 años y con más experiencia que él. Pero se desempeñó tan bien que su gestión fue destacada por sus jefes y aplaudida en la institución.
Sin embargo, tanto éxito fue abrumador para él. El que le fuese bien no fue un golpe de suerte, sino el resultado de mucho esfuerzo y un arduo trabajo. Pero él sentía que iba a un ritmo muy rápido, que a su corta edad estaba asumiendo demasiadas responsabilidades.
Entonces pensó: “Oiga, si yo no me voy ya a disfrutar, posiblemente empiezo ya a tener obligaciones mayores y va a ser muy difícil”. Así que vendió su carro, compró un tiquete de avión, pagó un curso de inglés y al terminarlo partió hacia Estados Unidos. ¿La razón? Ni él mismo sabía, pero tenía suficientemente claro en su cabeza —más bien su corazón, su instinto— que necesitaba salir, cambiar su entorno, vivir otra vida.
La apertura de mente
Llegó a Nueva Jersey con lo suficiente para vivir un mes. Pero, para su suerte, un amigo de la familia lo recibió y dejó que se quedara con él. Su apartamento era pequeño: 40 metros cuadrados, una habitación, una cocina y una sala, que era donde Juan Esteban dormía. La estadía en este lugar lo marcó: “Yo a los 21 años era bastante homofóbico —cuenta con pena— y la persona que me recibe (…) era homosexual y vivía con su pareja”.
Convivir con ellos fue todo un reto personal para Juan Esteban, pero en poco tiempo se hizo muy amigo de ambos y, de hecho, todavía hoy conserva una amistad con uno de ellos. Así, Juan Esteban fue entendiendo otras realidades diferentes a lo que él había vivido en Colombia. Fue un choque cultural que le abrió la mente.
Después de un tiempo, Juan Esteban se fue para Manhattan, en Nueva York. Allí vivió en una habitación, en la casa de una señora que pasaba la mayor parte del tiempo por fuera cuidando niños, por lo que permanecía prácticamente solo.
Empezó a trabajar lavando platos en un restaurante, en el turno que va de la noche a la madrugada. Al salir, estudiaba hasta las 2 de la tarde, descansaba y luego salía a conocer la ciudad.
El mundo de los inmigrantes
La experiencia de lavar platos también fue una cachetada para Juan Esteban: “Era el año 2012. Trabajé con ilegales en la cocina, conocí otras realidades y me fui llenando de una humanidad que no tenía —narra— Recuerdo que se me venían las lágrimas porque yo decía: “Soy abogado especialista y estoy acá en Estados Unidos lavando platos”.
Y no solo él mismo se lo reprochaba, el jefe de la cocina también se lo echaba en cara, le decía: “Juanito, esto es muy duro, por eso es que hay que estudiar”. Le repetía el mismo discurso una y otra vez, hasta que un día Juan Esteban no lo soportó más y le contó la verdad; su jefe le preguntó qué hacía ahí si era abogado.
Fue en ese momento cuando Juan Esteban comprendió que la verdadera razón por la que había huido era porque sentía que era la sombra de su papá. “Para mí era muy duro ser el hijo de… Al llegar a un trabajo no era Juan Esteban sino el hijo del reconocido político Jaime Garzón y todo lo tenía como muy fácil”.
Él sentía que no merecía lo que tenía, por eso decidió irse e iniciar un camino él solo y por sus propios méritos: “Yo en ese momento pensaba, de pronto algo malagradecido, que prefería lavar platos por ser Juan Esteban a estar en Colombia ganándome 8 millones de pesos siendo el hijo de…”.
Al cabo de unos meses, Juan Esteban ya tenía contactos, amigos, novia y otro empleo. Lavaba platos en otro restaurante y rápidamente se hizo amigo del dueño, a quien comenzó a asesorar en Derecho Empresarial, un tema que se trataba de manera similar en Colombia y Estados Unidos, y del cual sabía mucho.
Era tan bueno, que comenzaron a llamarlo de otros restaurantes cercanos a pedirle asesorías.
La llamada del padre
Y así pasaron los días, en las tardes dando lecciones y en las noches lavando platos; seguía estudiando inglés y repartía su tiempo para salir de fiesta, conocer la ciudad, compartir con su novia…
Juan Esteban planeaba quedarse en Estados Unidos y seguir construyendo su vida allá, pero un día recibió una llamada de su papá, quien estaba en Colombia y le dijo:
—Oiga mijo, vea, yo me voy a lanzar a la Cámara de Representantes —le dijo Jaime, su padre—. Usted tiene estas acciones y voy a disponer de ellas, ¿usted qué opina?
Se trataba de alrededor de 300 millones de pesos, y Juan Esteban le dio luz verde.
—Padre, todo lo que tengamos que hacer, hermano. Es su carrera y está en el culmen, lo mío puede esperar, yo soy una persona joven que me puedo hacer mi tema, así que pa’ delante —le respondió.
Nuevos cambios
Jaime Garzón empezó su campaña pero unos meses después, entre agosto y septiembre del 2013, volvió a llamar a Juan Esteban y le pidió un favor que le cambió todo el panorama: “Juan, yo lo necesito aquí. Es la recta final de mi campaña, necesito personas de mucha confianza alrededor, y hermano, me haces mucha falta en este tema”.
Parecería una decisión difícil de tomar: dejar todo lo construido en otro país, los amigos, el trabajo, devolverse a Colombia y arriesgarse a ser de nuevo la sombra del papá… Pero para Juan Esteban fue algo sencillo, automático; no tuvo que pensarlo dos veces para decirle que sí.
En lo que sí pensó fue en todo lo que Jaime había hecho por él y en cómo se había esforzado para darle lo mejor. Claramente se dio cuenta que la vida estaba por cambiarle otra vez por completo, pero estaba seguro de que esa era la decisión correcta y que, por amor a su papá, su compañero y confidente, valía la pena hacer lo que fuera.
Al día siguiente de hablar con él, Juan Esteban canceló sus clases de inglés, renunció a su empleo y se dedicó a gastarse el dinero que le quedaba en disfrutar y pasear.
Quince días después, ya estaba de vuelta en Medellín, dispuesto a acompañar a su papá en la campaña: “Le dije: Listo padre, estoy a tu servicio, soy un trabajador más tuyo. Nos metimos en esa campaña, recorrimos el departamento, 125 municipios en cuestión de 3 meses. Yo manejando un carro, mi papá manejando otro, yo llevando gente y él llevando gente, y yo repartiendo volantes, con la camiseta que decía Jaime Garzón a la cámara L104, y ese fue el arranque.
“Yo llegué sin trabajo, pero pa’ delante con lo de mi papá. Pero miren lo que pasó”, dice Juan Esteban…
Una derrota familiar
“Entonces, yo llego de Nueva York a Medellín y me meto a esa campaña. Pero perdimos. Eso fue una cachetada porque claro, perdemos y eso es una bofetada impresionante, perder todos esos recursos, ver a mis papás derrotados.
Duré como 8 días aturdido, sin cómo entender mucho, metido como en el hueco de la derrota y demás. Y como a los 8 días me levanto, reúno a mis papás y les digo:
Bueno, ya lloramos lo que íbamos a llorar, vamos pa’ delante”, porque la pregunta de todos los días es ¿de qué vamos a comer?, a su papá nadie le va a ayudar; ya pasó, perdió y el que pierde, pierde.
Entonces yo le dije a mi papá: “Viejo, deme un trabajo, consígame un contrato donde sea, que con eso comemos”.
Efectivamente se puso en eso porque yo le dije: “Mano, usted no se puede entregar, en el sentido de que lo recojan por ahí con un contrato, usted es una persona hoy de casi 30 mil votos en Antioquia, usted es un man que tiene peso, no te podés entregar, yo sí me puedo ir así sea de celador”.
Entonces recuerdo que le dieron para mí un contrato, y eso va a ser lo que va a partir mi vocación en dos. Me entregan un contrato para una asesoría para ser abogado asesor en Derechos Humanos de la Alcaldía de Medellín”.