Un sueño llamado pole: La historia de Fiorella Cortés
Texto por Natalia Andrea Martínez Pineda
Ilustración por Simón Ramirez
Conocí el pole cuando tenía nueve años de edad, ya ha pasado más de una década desde que empecé a moverme en el mundo del arte y el deporte, como pole dancer y bailarina profesional. Trabajé en diferentes compañías representando el arte colombiano y latino en varios países, y así cumplí un sueño no solo nacional, sino internacionalmente.
Mi nombre es Fiorella Cortés y nací en Bogotá, en una familia a la que le importaba mucho el deporte. Allí practiqué patinaje hasta los siete años, después me mudé a Pereira, debido al traslado de mi padre por su trabajo. Junto con mi hermana empecé a jugar voleibol y a bailar, en una de las prácticas de voleibol, mi hermana le contó a mi mamá sobre un deporte nuevo que hacían en un gimnasio, llamado pole.
Me di cuenta de que era arte combinado con ejercicio y desde que empecé a practicarlo ha sido un proceso muy bello. Competí durante seis años seguidos, representando las academias en las que estaba, las ciudades a las que pertenecían y al país en general. Soy una persona muy afortunada de tener a la familia de mi lado, porque siempre me han apoyado, han sido personas de mente abierta que han estado pendientes de mi proceso todo el tiempo.
Mi mamá vio que este deporte me cambió la vida y me ha motivado y acompañado en todas las competencias, se aprendió conmigo el manual, me hizo los vestuarios, prácticamente es mi entrenadora . Por otro lado, aunque uno pensaría que por ser el hombre de la casa habría más recelo, mi papá me ha apoyado de igual manera; para él es un deporte como cualquier otro, también ha estado pendiente de todo, incluso de conseguir los recursos y el dinero para viajar a competencias, cuando nuestra economía no estaba tan bien. En este país es muy difícil que las familias apoyen las carreras del arte o de la danza, por aspectos que pueden ser un tabú, como por ejemplo el pensar que no se puede vivir de eso o que el arte no da nada; pero en mi caso no ha sido así.
Después de entrenar un tiempo en Pereira, mi familia se mudó a Medellín, donde vivo actualmente. Tuve mi primera competencia, en 2013. Junto a mi profesor de ese momento, Jonatan, participamos en la categoría dupla, dos personas interactuando en el mismo tubo , formando personajes e historias. En 2014 tuve una lesión de hombro, las fisioterapeutas me decían que no podía competir, me tenían que hacer una infiltración, yo estaba muy pequeña, tenía 15 años, y lloraba porque pensaba que ahí acabaría mi sueño. No me quise hacer la infiltración, probé cosas más naturales, como la acupuntura, y hubo una fisioterapeuta, Diana, quien no me canceló el sueño, sino que me ayudó a entrenar sin lastimarme.
Tuve la oportunidad de ser seleccionada para ir a varios mundiales organizados por la Federación Internacional del Pole Sport (IPSF, por sus siglas en inglés). En la primera selección, no sabía bien cómo era el trámite, ya que era algo muy nuevo, así que no fui; la segunda vez, no tenía el dinero suficiente y unas personas trataron de humillarme, porque no tenía los recursos, me decían que igual yo no iba a hacer nada allá, pero Dios y el universo me mandaron una persona muy especial, que creyó en mí y me ayudó.
Esta persona es una mujer llamada Adriana, que hacía parte de la IPSF y que tenía una academia en Bogotá. Ella se dio cuenta de que yo no había podido ir al mundial por falta de recursos, me llamó, me ayudó a viajar a la capital para entrenar con ella, creamos un grupo con otros atletas muy buenos, nos ayudó con los uniformes y conseguimos patrocinios; ella fue como un ángel para mí.
Adriana me ayudó cuando tuve la oportunidad, en 2016, de estar en un campeonato latinoamericano en Chile y, ese mismo año, en el mundial de Londres. Estar allá me fortaleció, me hizo entender que no importaba lo que la gente opinara o que no creyera en mí, porque al final estaba haciendo las cosas por amor y por disciplina; y Dios y el universo estaban a mi favor. Quedé en segundo lugar representando a Colombia, ese ha sido uno de los logros más grandes de mi carrera. La última vez que competí fue en el mundial de 2018, en Tarragona, España. Fui con un compañero, Sebastián, y logramos quedar en tercer lugar.
Empecé a ser instructora a los 16 años, siendo responsable con este concepto, porque no significa solo ser un buen atleta o tener el don, sino tener las capacidades y el estudio para hacerlo. Como ya era reconocida empecé a dar clases y realicé un certificado en nivel docente de pole sport con una academia de México, también hice una certificación como instructora en la IPSF para ser coaching de atletas y un curso de juez para competencias.
Las competencias para mí han sido experiencias fortalecedoras. Gracias a mi disciplina y a todas las personas que han estado conmigo poniendo su granito de arena, pude quedar en el ranking en todas las competencias ; aunque esto no pasara, estaría feliz, porque estoy cumpliendo mis sueños, haciendo las cosas como quiero, y si me salen bien a mí, no importa el resto. El pole me ha ayudado a estar consciente de mi trabajo y de lo que hago, ahora soy más responsable con mi cuerpo y trato de cuidarme más. Lo importante no es llegar al objetivo, sino el proceso, me he vuelto mucho más madura, en cuerpo y mente.
A mí me encanta competir, porque sé que son competencias sanas, no tanto con los demás, sino con uno mismo. En las competencias se debe llenar una planilla y decir exactamente, paso por paso, qué es lo que se hará, así que al final la competencia es conmigo, con mi memoria, con mi flexibilidad, con mi concentración; tiene que ver con el talento y la disciplina de otras personas, pero mucho más lo que estoy queriendo mostrar de lo que soy capaz.
Antes tenía una vida competitiva demasiado agresiva, ya que como siempre he sido bailarina y pole dancer debía responder por los dos deportes, además de como estudiante. Mis dos últimos años de colegio los decidí estudiar de manera virtual para ajustarme a los entrenamientos para las competencias. Bailaba en el Ballet Folclórico de Antioquia desde las 8:00 a.m., salía a las 12:00 m. para almorzar y hacer mis tareas del colegio, seguía en clases de baile a las 4:00 p.m. hasta las 8:00 p.m., iba a mi casa a comer, y de ahí me dirigía a la academia Pin Up para entrenar con mi mamá desde las 12:00 a.m. hasta las 3:00 a.m. y otra vez madrugaba como si nada, seis días a la semana. Era un trabajo muy pesado, una disciplina impresionante, que duró dos años. Cuando salí del colegio, solo iba en la mañana a clase de baile, dictaba clases de pole de 5:00 p.m. a 7:00 p.m. y ya me quedaba entrenando dos o tres horas diarias. Ahora no estoy en este ritmo tan fuerte, pero el pole hace parte de mi vida, si no lo hago me siento incompleta, ahora entreno dos horas, tres veces a la semana. Al mismo tiempo he estado complementando con otras técnicas divertidas e interesantes como la lira, las telas y la danza en sillas.
Toda la vida he estado en el pole sport y me encanta, porque se trata sobre hacer figuras de flexibilidad que te retan, que también es lo atractivo del deporte, a mí nunca me gustó el gimnasio, son las mismas pesas, las mismas máquinas, los mismos ejercicios, en cambio en el pole siempre encuentro figuras nuevas, entonces es muy difícil de que uno se aburra, hay muchos elementos que ayudan a explorar la creatividad de las personas, está el tubo estático, el tubo giratorio y los diferentes estilos como el pole art o pole exotic. Siempre se están creando y conociendo cosas nuevas, del arte, el deporte y del cuerpo, me gusta mucho crear y contar historias con él, y transmitirle algo a las personas que me estén viendo.
Como bailarina he adquirido habilidades que no todas las bailarinas tienen, como la conciencia corporal, que incorpora la flexibilidad con la fuerza para que un movimiento salga bien, además de los beneficios a mi memoria, porque me grabo las coreografías y hago que mi cerebro trabaje al mismo tiempo, le debo al pole mi destreza mental, ya que me ayudó a ser más analítica e inteligente a la hora de armar estrategias para ganar las competencias sin tener que matarme tanto.
El pole y el baile me han dado mucha seguridad, no siento pena o pudor al tener que estar en el vestuario, o cambiarme frente al equipo. Me hizo entender que mi cuerpo es así, no hay nada que esconder ni nada que temer. Es un deporte que complementa a la persona, no solo a nivel físico, sino también a nivel emocional, a los hombres y a las mujeres les hace sentirse más fuertes, más atractivos, les sube la autoestima, les hace ver que son capaces de cosas que ni ellos imaginaban.
Soy de las personas que piensa que cuando uno trabaja en algo que le gusta, no se siente como un esfuerzo o una obligación, sino que despierta en ti sensaciones que no puedes explicar. Eso es lo que me pasó cuando empecé en el pole, cambiaba, me transformaba y me trasladaba a otro mundo. Hoy soy una persona distinta gracias al pole, me expreso y pienso de manera diferente, me volvió una mujer íntegra y valiente.
Me gustaría ver al pole en competencias más grandes como los Juegos Olímpicos, aunque sé que es algo complejo, porque me pongo a pensar en otros deportes, que han estado en la sombra y no han podido ingresar, como el patinaje, que lleva años detrás queriendo entrar y no lo ha logrado. Sé que ya hay muchos requisitos cumplidos, pero faltan otros más, hasta donde sé, la IPSF lo está tratando de meter como una variante de la gimnasia artística, y tal vez de esta manera sea más fácil. Y a pesar de que los mundiales de esta federación son algo muy parecido, el nombre de “los Olímpicos” lo emociona a uno más.
Hoy, con 22 años, no siento tanto el querer competir de nuevo, porque tengo un objetivo muy grande que ha crecido en mí durante este tiempo, y es el de crear mi propia academia. Aunque he estado en varios estudios, no hay nada como tener algo que tenga mi metodología, mi amor, mi forma de enseñar, mi energía. En este momento estoy detrás de eso porque no solo amo ser atleta, sino que me encanta ser instructora, eso me ha permitido conocer personas maravillosas, aportar a la sociedad y a la gente, para mí eso ha sido muy gratificante, el poder ayudarles en su seguridad, como personas, apoyarlas y acompañarlas. Es algo mutuo, porque también he aprendido de las personas, y es un trabajo muy agradecido, que inspira. Mi objetivo está en eso, en construir una academia para compartir ese conocimiento que he podido adquirir y ayudar a cumplir sueños, como un día me ayudaron a mí.