No quiero ver más estudiantes muertas

La profe Julia ve a Clara bajar por las escaleras del colegio y con voz triste le dice:
–¡Hola, Clara!, descansa y acuérdate de nosotros.

Mientras lo dice, la figura de Clara –una adolescente de altura media, piel blanca y muy activa– desaparece en la lejanía del colegio, en donde todos los días Julia saluda de forma cálida a sus estudiantes de décimo grado:
–¿Cómo estás hoy? –les dice, una por una, mirándolas a los ojos e intentando indagar más allá de la respuesta rutinaria.
–Bien, gracias profe.

La experiencia de más de 28 años de esta mujer alta, de ojos expresivos, labios rojos y voz dulce, enmarcada con un cuadro grande de Jesús a sus espaldas cuando habla en el aula, le advierte que esos ojos de Clara no dicen la verdad, que ese “bien gracias” no se correspondía con su actitud de los últimos días.
En su mente se pregunta: “¿Por qué me dice que está bien, cuando hace un rato la vi en clase, arrancándose el cabello, y a su compañera en el servicio médico con un diagnóstico de anorexia?”.

¿Qué estoy haciendo mal?

“¿Qué estoy haciendo mal para que su comportamiento, aparentemente normal, no termine en tragedia?”, continúa en su reflexión constante.
 

La profe Julia quisiera tener las respuestas a sus preguntas y darles sentido a las vidas de sus alumnas, ser un poco parte de ellas. Admira y se emociona cuando habla de Erik Erikson, un reconocido psicólogo por sus aportes a la ciencia de la conducta, quien afirma que “la vida no tiene sentido sin la interdependencia. Nos necesitamos unos a otros, y cuanto antes nos enteremos, mejor para todos nosotros”.

En la sala de profesores, con mesas grandes y antiguas, a Julia la abruma pensar en las estudiantes, la entristece. No es que sienta depresión, pero ha vivido rodeada de ella y la conoce de cerca, porque sus alumnas la padecen sin saberlo.

Ve correr a Clara por el colegio y bajar rápido las escaleras de siempre. Incluso una semana antes de la trágica noticia. Era tanto su alboroto durante el descanso que mientras caminaba se levantaba la blusa, gritaba y cantaba.

“la vida no tiene sentido sin la interdependencia. Nos necesitamos unos a otros, y cuanto antes nos enteremos, mejor para todos nosotros”.

–¿Qué es eso, Clara?, bájate la camisa, por favor –le decía Julia.

Clara, luego del alboroto en el descanso, está muy callada en clase y aunque responde las preguntas, siempre quiere que le digan que colabora mucho.
–¿Cierto profe que yo sí colaboro? –dice mientras, a lo lejos, saluda un poco tímida a su profesor de Educación Física.

Pasan los días y Clara se ausenta, la profe Julia no sabe nada de ella. La última vez estaban viendo la película Contacto, que muestra el lugar del ser humano en el universo y los esfuerzos realizados en una ambiciosa cacería científica: la búsqueda de señales extraterrestres. Clara y sus compañeros debían hacer un informe final. Estaban en su clase de Filosofía, hablando sobre la ciencia.

Días después, la vio más flaca que de costumbre, con comportamientos extraños, seguía faltando a clase a menudo y no entregaba los trabajos.
–¿Qué tienes? –le preguntó un día en clase.
–Nada grave, profe, no sé qué tengo.

La profe Julia, durante su tiempo de docencia, ha observado muchos casos de comportamientos extraños de las niñas, y ellas no los perciben así.

–Recuerdo aquel día que debía recibir a las estudiantes de décimo grado. Me hacía falta una niña. No sé por qué razón fui al baño y allí la encontré, aun con vida y con sus manitos llenas de sangre. Se había cortado las venas, producto de un suceso fuerte en su familia. Mientras la veía con su sangre cayendo por sus manos, inmediatamente recordé el caso de otra estudiante, diagnosticada con trastorno de personalidad por los constantes abusos y malos tratos que recibía de sus amigas.

¡En serio! ¡No quiero ver más estudiantes muertas ni tampoco que intenten quitarse la vida! ¡Es realmente muy duro! Por eso me gusta formar, no solo educar.

Un artículo publicado por el periódico El Tiempo en 2017 señala que la “la depresión es 1,5 veces más común entre las mujeres que en los hombres. Y tres grupos de edad son particularmente vulnerables: jóvenes, mujeres embarazadas y en estado de posparto –a un 15 por ciento se le diagnosticaría depresión en el futuro”.

–¿Qué es lo que no estamos viendo?, ¿qué nos hace falta? –dice Julia con voz quebrada, mientras narra su historia.

Las niñas sufren, se mueren y no sabemos qué pasa dentro de ellas. Las familias se ven apartemente bien conformadas. Recuerdo aquel viernes en la sala de profesores. Clara me llamó desde la puerta:

–Profe Julia, ¿qué trabajo le estoy debiendo?, el martes se lo entrego.

Esa pregunta y la respuesta de Clara le sonaron a despedida, presentía en su corazón que algo malo estaba pasando. “¿Esta será la última vez que la veré?”, se preguntó Julia.

Era domingo y sonó el teléfono, Julia contestó y al otro lado se oyó la voz de la directora de grupo:
–¡Ha muerto una estudiante, se ha suicidado!
–¿Fue Clara? –preguntó Julia.
–Sí, fue ella.

Era martes, la profe, triste y pensativa buscaba la manera de ayudarles a sus estudiantes. A pesar de los reveses, a veces trágicos, sigue intentando crear cercanía con ellas, sin cuestionarlas tanto. Mientras pensaba, veía a Clara en su mente bajar por las escaleras a toda prisa y le dijo:

–¡Hola, Clara!, descansa y acuérdate de nosotros.

 
 

Atenta - Mente

Un proyecto transmedia para hablar de la depresión como una epidemia invisible.

Biviana Castrillón Díaz

Biviana Castrillón Díaz

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Atenta-mente es un proyecto periodístico transmedia, hace parte del énfasis en Periodismo Digital de la Universidad EAFIT.

Creado por un grupo de 13 estudiantes con intereses en el área de la salud mental, con el apoyo de algunos estudiantes y profesores del pregrado en psicología.