La vida está por empezar
no hay que perderse ni un segundo
Hay que inventarse mil pretextos y cantar
Que hoy más que nunca una canción precisa el mundo
La vida acaba de empezar
Un rostro expresivo, unos ojos opacos. Sonríe ampliamente, con amabilidad, pero sus ojos no se iluminan. Inicia con determinación: “A Laura no le incomodaba explorar su parte sensible, no se negaba a sentir; lo exploraba, entendía sus sentimientos, pero no los supo manejar”.
12:37 p.m. Miguel Hernández: Buen día, mi Laurita, ¿qué tal la clase?
“Yo era un Miguel que debía ser, más no uno que quería ser… ”. Un imaginario de sí mismo le indicaba cómo debía ser, qué hacer y cómo hacerlo, y lo más importante: qué no hacer, ni ser.
Transcurría el 2010, tenía 18 años. No se daba la oportunidad de cuestionarse qué quería, quién era o qué le gustaba. Omitía cualquier camino alterno, como si ya existiera una guía escrita, una ruta prestablecida, a su parecer, dada por él mismo; pero tal vez, no era así.
“En esa época estaba conociendo el mundo, nuevas personas, situaciones desconocidas. Pero no era en absoluto un joven descarriado”, dice con actitud irrisoria. Era ingenuo, no asumía, no miraba con presunción, no existían dobles intenciones, ni primeras impresiones. Aún habitaba en él cierta inocencia.
Por ese tiempo conoció a Laura, en Pereira, la ciudad de la que es oriundo. Entraron juntos a primer semestre de Derecho. El mismo grupo de amigos, las mismas materias, salidas, charlas, trabajos. Y sin buscarlo, construyeron una relación de confianza. Fue un descubrir mutuo de la universidad y de la vida.
Pero, ¿quién era Laura?
11:14 p.m. Laura Cardona: Soy una persona llena de lunares, tengo lunares en las imaginables y en las inimaginables partes del cuerpo, cada uno es importante para mí, no sé por qué, porque al fin y al cabo sólo son puntos cafeces en la piel; es tal vez porque cada uno es mío y sólo mío y nadie más puede tener esos lunares, sino mi boca, mis brazos, mis piernas, mis manos, mi estómago y mi risa, y no, lo del lunar de la risa no es mentira, cuando me río un lunar que está entre la boca y los labios se deja ver (…).
También tenía unos ojos negros, profundos, sumamente expresivos; y un pelo espeso, que Miguel adoraba.
“Era muy creativa, le gustaba pintar, tocar guitarra, escribir, eran cosas a las que les dedicaba tiempo. Ella debió haber estudiado algo más comunicativo y artístico, no Derecho. Pero no reconocía qué le gustaba, o no lo admitía”.
8:50 p.m. Laura Cardona: Mi gordito, me avisas cuando llegues a la casa.
“Laura encontraba alegría en los aspectos más pequeños de cada momento”, era leal, una amiga entrañable, se esforzaba por serlo; intentaba hacer sentir bien al otro, le dedicaba tiempo a las personas, a sus personas, y su amor por ellas no era desconocido.
Disfrutaba que la gente hallara ciertas rarezas en ella, no escuchaba música común para la época, su estilo no cabía en lo normativo, y a sus dos hermanos mayores, en especial a James, les había aprendido ciertos intereses que en su momento eran muy “de niños”: comics, anime, videojuegos…, tenía muchos amigos hombres, aunque se graduó de un colegio femenino.
Aparentaba ser fuerte, siempre estaba bien. Pero sus inseguridades y su tristeza la asfixiaban, junto a otros temas que eran más concepciones que realidades: su peso, su egoísmo, su impulsividad. Asuntos latentes que Miguel recuerda con una claridad precisa, pero que pocos conocían y él descubrió con lentitud, en lo íntimo.
“Había cierto ‘importaculismo’ en su manera de vivir, pero era más una forma de evadirse o protegerse”.
Laura quería siempre complacer al otro, lo que le negaba aceptar qué era lo que quería en realidad; sin embargo, en esa dualidad propia del ser humano, con otras personas estaba llena de primeras impresiones y era evidente su antipatía y su negativa a la posibilidad de crear un vínculo.
6:13 p.m. Miguel Hernández: Pero dime, ¿cuál es el problema? Ni yo sé bien qué es, llevó días pensado y de verdad no sé, lo único que siento es rabia, rabia conmigo mismo.
6:44 p.m. Laura Cardona: Migue, en serio, si no me dices lo que piensas no vamos a llegar a ningún lado; yo sí sé por qué he estado tan confundida y triste y es porque me sentí como la persona más egoísta del mundo el sábado.
Al año de haberse conocido, un 12 de febrero, en el cumpleaños de Miguel, salieron a celebrar, “y entre trago y trago terminamos besándonos, eso me hizo repensar muchas cosas: ¿esto acá qué?”.
Las conversaciones se hicieron interminables, la complicidad se acrecentó. Poco tiempo después no había marcha atrás. “Veíamos todas las clases juntos, éramos compañeros, mejores amigos y novios”.
11:30 p.m. Miguel Hernández: Te amo mucho, mañana te cuento cómo echamos al secretario de Derecho de la U.
Miguel lo piensa, ha tenido muchos años para pensarlo, y concluye que era un amor infantil, inocente, que no padecía por responsabilidades o cuestiones sin sentido de la adultez. Había gusto, compañía, amistad y la necesidad de experimentar cosas.
“Fue un descubrimiento emocional y sexual, una experimentación. Me descubrí como pareja, descubrí mi vida sexual. Fue un proceso mutuo en el que nos acompañamos”.
9:04 p.m. Laura Cardona: Eres luz. Eres magia. Eres la noche, la luna.
Eres el aroma de las margaritas. Eres el sabor a vainilla. Eres el color negro.
Eres lluvia. Eres la pintura, la escritura. Eres el olor de los libros.
Eres todo lo lindo. Te amo.
Laura habitaba el mundo desde la nostalgia. El suicidio de su hermano James fue un asunto trascendental en su infancia y en esa tristeza profunda que la albergaba.
“Había una opinión muy clara: ella nunca le haría eso a su mamá, no la haría pasar por eso otra vez. Laura era la adoración de su mamá, fue su refugio cuando pasó todo lo de James”.
Además de esa opinión contundente, nunca se tocó el tema, pero sí hubo señales, señales tal vez muy sutiles: “Hubo escritos, canciones, películas, formas en las que hablaba de las cosas, que hoy veo y en realidad eran gritos de auxilio”.
Según Miguel, también hubo comportamientos. Laura se aislaba de él, de su familia y de sus amigos, sumado a una conducta cada vez más errática y a casi diez kilos menos. Señales de una depresión mayor que solo le expresó a su mamá una semana antes de aquel 30 de diciembre del 2013.
“A mí nunca me lo dijo, pero a la mamá, sí: ´Ya no puedo más, necesito ayuda’. Pidieron una cita y se la dieron para la primera semana de enero”.
Esa última semana de diciembre de 2013 marchó con cierta normalidad, Miguel considera que la relación era sólida.
2:18 p.m. dic. 29, 2013 Laura Cardona: Si quieres te das una pasadita por aquí y nos alegras el día 🙂
3:32 p.m. dic. 29, 2013 Miguel Hernández: Si algo voy más tarde o mañana a despedirme.
3:56 p.m. dic. 29, 2013 Laura Cardona: Bueno, mi Miguelito, aquí te espero.
Y en efecto ese día se vieron, “estuvimos todo el día juntos, también invitó a su mejor amiga, Andrea. Compartimos con su mamá, que era muy cercana a los tres. Pero ella se veía triste, nostálgica”, Miguel le preguntó en varias ocasiones si algo pasaba, pero ella lo evadió.
“Al otro día me iba para Neiva a pasar el 31, y asumí que ella estaba triste, porque se quedaba sola. Me había dicho que no quería pasar esa fecha sola. Me dijo: ‘Te amo, que te vaya bien’, me abrazó con fuerza y se despidió de mí con los ojos vidriosos; lo sentí demasiado raro, pero me equivoqué, no era por mi viaje”.
12:08 a.m. dic. 30, 2013 Laura Cardona: Ojalá duermas bien y descanses harto para el viaje de hoy. Te amo.
Una llamada temprana lo despertó, era una de sus amigas de la universidad, Luisa. “Ella solo me dijo: ‘Miguel, Laura está muerta’. Se soltó en llanto: ‘Está muerta, está muerta’. No me explicó nada”.
Un viaje de 15 minutos por las calles de Pereira parece durar días. Un carro de la policía. El CTI. Gritos de una madre desconsolada. Miguel lo entendió todo.
“Entré donde estaba la mamá y me solté en llanto, caí de rodillas agarrado de las piernas de ella. No quise ver nada”.
Los médicos psiquiátricos Pedro Hernández y Enrique Villareal mencionan en su estudio Algunas especificidades en torno a la conducta suicida, que estos actos suelen planearse, y que, previamente, “la persona suele manifestar a quienes le rodean que ‘es mejor terminar con todo, así no se puede vivir, esto no tiene arreglo, es mejor desaparecer’, es decir, hace explícita su idea autodestructiva”.
Una cosa es darse cuenta y otra cosa aceptarlo
Días confusos, no hubo más llanto, solo un pasmo que absorbió todo, y junto a este, varias situaciones difíciles de explicar:
“Nunca se le pasa a nadie por la cabeza tener que tomarle foto al acta de difusión de la persona que se ama y enviárselo al personal de servicio al cliente de
Facebook para evitar que su muro se llene del morbo de la sociedad, y para no tener la tentación de buscarla más adelante”.
El 2 enero, después del entierro, Miguel tuvo un sueño lúcido, uno que le hace creer que existe el alma, el más allá: una escalera. Un vacío luminoso. Una caminata agotadora. Llanto, solo llanto y desesperación. Laura. “Ella cogió mi mano, me besó, me soltó y me indicó que siguiera. Apenas desperté, entendí que Laura se había ido, más que un sueño fue una despedida. No sé si fue mi imaginación, pero entendí que estaba muerta”.
Después, un viaje, o un intento de su familia por ayudarlo. Un teatro. Un cuentero. Una flor: se llama Laura. Laura se marchita. Laura se pierde. Laura muere. En ese momento Miguel lo aceptó, y ese día, tres semanas después de aquel 30 de diciembre, volvió a llorar. El llanto se quedó.
Comienza el duelo
Elena Pulgarín fue la psicóloga que inició este proceso con Miguel, en el que tuvieron que volver a construir de ceros. “Todo proceso de duelo implica el tránsito por unas etapas, que no siempre se dan de manera secuencial. Por lo general, inician con la negación, el enojo, la culpa y después la aceptación”.
Elena también explica que tras estas, llegan las etapas más difíciles de lograr, considerando que las pérdidas por suicidio son abruptas, la de la negociación y la esperanza: hay una vida posible, ¿cómo la construyo? El proceso de estas dos etapas puede durar entre uno y tres año
-Tareas propuestas en terapia.
-Soltar objetos.
-Un agotamiento emocional que lo hacía dormir más de 15 horas diarias.
-Caminar por la calle, verla en todos lados; en los rostros de otras chicas.
-Monólogos en voz alta dirigidos hacia ella: preguntas, insultos, reclamos.
-Terminar su carrera en un salón en el que ella ya no estaba y escuchar su nombre en el llamado a lista: “no profesor, ella se retiró
¿Qué prosiguió?, terminarle. “Yo sentía que seguía en una relación con ella, tenía que terminarle. Cogí todo lo que quería devolverle, fui al cementerio y le terminé: le dije que la amaba, que quería estar con ella, pero que tenía que acabar con las cosas”.
Elena le explica que todos tenemos unos pilares que sostienen la vida: familia, amor, estudio, trabajo; en el momento en que uno de los pilares cae, se logra ver que los otros no estaban tan firmes como se creía.
“Con la muerte de Laura me di cuenta de que tenía muchas cosas que solucionar, muchos problemas familiares, muchas conversaciones por tener, muchas amistades que replantear”. Una existencia por el deber y no por el querer.
Hasta que, en un punto, las conversaciones en la terapia dejan de ser totalmente sobre Laura y se tornan sobre los vacíos, conflictos familiares, asuntos sin solucionar. “Entendí que ya no solo iba a terapia por la pérdida, sino porque necesitaba replantear mi vida. A partir de ahí, pude volver a hacer cosas que me la recordaban y sentir un dolor distinto”.
Hablarlo es el camino
Muchas familias y seres queridos que han atravesado una pérdida por suicidio se niegan a hablar del tema, como lo mencionan las psicólogas Victoria García y Caridad Pérez, en su artículo Duelo ante muerte por suicidio: “Generalmente, los seres queridos del suicida rechazan hablar de ello con otras personas, debido al estigma que frecuentemente acompaña al suicidio en nuestra cultura. Este estigma y la culpabilidad, sentida a menudo, les acompañan toda la vida”.
Miguel lo logra, y concluye que hablar del suicidio es el primer paso para que, como sociedad, se encuentren respuestas óptimas y procesos de acompañamiento completos.
“Para mi el suicidio no es una opción, nunca debería estar dentro del abanico de opciones. El suicidio no solo es ocasionado por situaciones externas, sino por desequilibrios internos que desembocan en una depresión fuerte. Debe haber mecanismos para ayudar a las personas; muchos no saben cómo salir de ese hueco en el que están y está bien, está bien no saber qué hacer, tenerle miedo a hacer algo. Pero siempre va a haber alguien dispuesto a ayudar, siempre va a existir una solución”.
Un proyecto transmedia para hablar de la depresión como una epidemia invisible.
Amo las historias, por eso me gusta el periodismo narrativo en todos sus formatos. Me encanta la música y los animales. Si no hubiera estudiado periodismo, estaría tocando el chelo en alguna sinfónica.
¿Quiénes somos?
Atenta-mente es un proyecto periodístico transmedia, hace parte del énfasis en Periodismo Digital de la Universidad EAFIT.
Creado por un grupo de 13 estudiantes con intereses en el área de la salud mental, con el apoyo de algunos estudiantes y profesores del pregrado en psicología.