Desistir para resistir

No está segura de en qué momento comenzó todo. A veces asume, culpándose, que algo en ella está mal. Laura, quien prefiere no dar a conocer su nombre real, se ha esforzado toda su vida por estar bien. Es una mujer ejemplar, de las que son buenas hijas, aplicadas y muy atentas, críticas pero sensibles, o así la perciben los demás, sin siquiera imaginar que por dentro pelea una guerra prácticamente en contra de sí misma.

La primera batalla la tuvo a los quince años, las pequeñas manías y sus ganas de controlarlo todo le comenzaron a robar la paz. Se comía las uñas, luego los cueros del rededor, se jalaba el pelo. Fue diagnosticada con ansiedad y, posteriormente, los ataques de pánico se volvieron recurrentes.

Sentía escalofríos y se le paraban todos los vellos, sudaba, el desespero le subía por las piernas, quería arrancarse el pelo, se tiraba al piso y se daba abrazos, intentando contenerse. Se hiperventilaba, se le nublaba todo y, cuando eso ocurría, no podía pararlo; luego se le torcían las piernas de la tensión del resto del cuerpo.

La depresión llegó de forma sutil. De un momento a otro notó que no podía conducir, porque le daba mucho susto; después, ya no podía ser copiloto; luego, si se montaba en el carro, se tenía que tapar los ojos, porque creía que era posible que muriera. Visitó su psiquiatra y comenzó la medicación.

 

¿Hay depresión en las universidades?

Las afectaciones en la salud mental están fuertemente conectadas con el bajo desempeño académico universitario. Notas bajas, combinadas con depresión, pueden llevar eventualmente a la deserción escolar.

Un estudio realizado en 2018 en la Iniciativa de Estudiantes Universitarios Internacionales de Salud Mundial de la Organización Mundial de la Salud (OMS), con una muestra de 13.984 alumnos de primer semestre, concluyó que la prevalencia para el Trastorno Depresivo Mayor en esta población era de 18,5 %.

 
 
 

El colegio fue una etapa terrible en la vida de Laura. Las ganas de dejar sus estudios de lado la han acompañado desde entonces, pero en ella siempre ha ganado lo “correcto”, lo que causara menos molestias a los demás y, por eso, soportó por muchos años el acoso de sus compañeros de colegio, quienes criticaban su pasibilidad y notable diferencia en gustos y comportamientos, incluso contuvo el enorme deseo de pedirles a sus padres que la cambiaran de institución, pero al final nunca fue capaz.

Cuando se graduó de bachiller, no muy segura de lo que quería estudiar y con la cabeza llena de expectativas, comenzó Medicina, pero su temor por la sangre le impidió continuar. Luego de algunos cursos de gastronomía y vocación profesional se decidió por Comunicación Social en Eafit.

Siendo la mayor de sus compañeros, se supo adaptar con facilidad. Un grupo de amigos la acogió y sobresalía por su rendimiento académico. Así fue hasta que al inicio de la pandemia muchas cosas comenzaron a fallar, algo irreparable se había roto en ella. Fue difícil identificar una causa puntual, el temor de un posible fin del mundo como lo conocía, el encierro, el aumento en la carga académica, la falta de la rutina, los problemas familiares fueron demasiado para ella y se dio origen a lo que sería el comienzo del fin.

 

Mauricio Cuartas, profesor de Psicología de la Universidad Eafit, afirma que la deserción escolar es una consecuencia última de la depresión: “Si es tratada e identificada a tiempo, las presiones académicas pueden ser soportadas con el debido acompañamiento”.

Uno de los puntos importantes que resalta Cuartas es el sistema de evaluación académico que indiscutiblemente crea comparación y un afán por aprobar en vez de aprender. Por esta misma razón, a veces existe rivalidad entre los alumnos.

Según Cuartas existen casos en que el abandono de la carrera no debe verse como una pérdida, aunque es importante tratar de prevenirlo. En ocasiones, esta es la decisión más apropiada para la salud mental del estudiante. De igual forma, también está presente la opción de retomar los estudios en el momento en que el alumno sienta que está más estable, tanto emocional como mentalmente.

Los maestros, familiares y terapeutas son parte fundamental de este proceso, pero todos juegan papeles distintos. La familia debe estar abierta a escuchar, acompañar, entender; el maestro debe ser flexible y empático, entender la salud mental y emociones de los estudiantes como una prioridad, por encima del éxito académico y las notas; y el terapeuta debe brindar las herramientas para guiar el proceso, incluso si eso incluye medicación.

Una de las memorias que todavía acompañan a Laura de forma vívida es la de un parcial de Estadística. Ella fue una especie de una monitora para esa clase, les explicaba a sus compañeros por interno sobre los temas y se sentía confiada. El día del examen comenzó a llorar desconsoladamente, no podía parar y le escribía a la profesora que no se sentía capaz; su papá y hermana rápidamente comenzaron a auxiliarla e intentaron ayudarla a terminar la prueba. Si lo lograba o no, poco le importaba en ese punto, lo único que quería era terminar con ese “sufrimiento” de la forma que fuera.

En el marco de esas presiones universitarias, de noches enteras de llantos desconsolados, como si estuviera en duelo por alguien, crisis nerviosas, trastorno en el sueño e intentos fallidos por aprender, fue perdiendo las esperanzas e intentó por primera vez quitarse la vida, si no es porque su familia interviene no sabe lo que hubiese ocurrido.

Laura se negaba a rendirse por completo, contaba con la empatía y comprensión de sus profesores, padres y algunos compañeros; además, había sido merecedora de una beca, se resistía a dejar ir lo que veía como el logro de su vida por “falta de esfuerzo y actitud”; pero su mente no estaba respondiendo y poco a poco sentía como la más mínima presión le robaba la paz.

Con demasiado esfuerzo decidió parar la universidad, se fue a vivir a la finca de sus tíos y comenzó a sentir una gran mejoría. Hablaba con las vacas, les puso nombres, regaba las flores, leía y se abstraía de toda preocupación citadina.

Luego de un tiempo se creyó capaz de volver. Retomó su semestre, pero a las pocas semanas estaba peor que antes. Volvió el llanto, el desasosiego y las ganas infinitas por desaparecer. Así que, en contra de todos sus parámetros de éxito, de las expectativas sociales, de la culpa y su propia voluntad, se convirtió en desertora.

 

Lejos de llenar este término de alguna mala connotación, ella aprendió que soltar lo que se considera correcto, a veces es lo mejor; que “perder”, en su caso, fue ganarse a ella misma y serle fiel a lo único indispensable: las ganas de vivir.

El año pasado fue publicado un estudio realizado en la Universidad Industrial de Santander que tomó una muestra de 84 estudiantes “repitentes” para evaluar cómo el deterioro de la salud mental puede mostrar un efecto en el desempeño académico.

Después del proceso de investigación, estos alumnos mostraron tener una alta prevalencia en trastornos de ánimo y de ansiedad. Por eso, se recuerda la recomendación de los expertos sobre la importancia de detectar los problemas de salud mental en una etapa temprana para que los estudiantes reciban ayuda y orientación por parte de la universidad lo antes posible.

 

Laura se fue hace algunos meses del país, está en Estados Unidos, trabajando de niñera. Se siente feliz, dice que está mejor y se le nota en la conversación. Comenta que no volvería a poner nada por encima de su salud mental, ni siquiera si eso le da un título, por lo que no está segura de volver a la universidad en algún momento. Su familia, que invirtió grandes cantidades de dinero en sus intentos de educación superior, está tranquila y feliz, porque tal vez no tendrán una hija “profesional”, pero seguirán teniendo una hija viva y sana.

 

Atenta - Mente

Un proyecto transmedia para hablar de la depresión como una epidemia invisible.

 

¿Quiénes somos?

Atenta-mente es un proyecto periodístico transmedia, hace parte del énfasis en Periodismo Digital de la Universidad EAFIT.

Creado por un grupo de 13 estudiantes con intereses en el área de la salud mental, con el apoyo de algunos estudiantes y profesores del pregrado en psicología.