Colombia: ¿una renuncia o una salvación con el Mundial de 1986?
María Victoria Avendaño
Sin tenerlo, ya lo habíamos perdido. Al país, que para 1982 apenas y le alcanzaba para leer los ceros de la deuda externa, le era imposible tener lo suficiente para cumplir con las exigencias de ser la sede de un mundial de fútbol. El presidente Belisario Betancur dio la definitiva y le dijo no a la Fifa y a la Copa del Mundo.
Cuando en 1982 el presidente colombiano Belisario Betancur le dijo no a la realización de la Copa del Mundo de 1986, debieron haberse escuchado gritos, quejas, reproches y, seguro, hasta insultos en las casas de los aficionados, al enterarse de que su país, ese del que poco se hablaba en el exterior, pudo haber sido la casa del evento más grande del fútbol mundial, el lugar para recordar el amor a la patria y cantar a todo pulmón el Himno Nacional, el espacio donde todos los amantes de ese deporte se sentirían plenos, felices y realizados… Pero no, la realidad de ese entonces era otra: deudas, narcotráfico, conflicto armado, corrupción.
Para un país que hacía frente a tantas dificultades sociales, cumplir con las imposiciones impuestas por la Federación Internacional de Fútbol Asociado se convertía en una carga que podría haber dejado a Colombia en serias dificultades, solo por una fama que apenas duraría unos “cinco” minutos en televisión, es decir, el mes que dura un mundial de fútbol.
Entre el poder y querer jugar dicha justa deportiva estaba el abismo de la ruina, y si bien Betancur conocía el deseo de los colombianos y el “honor” al ser sede del máximo evento deportivo del ámbito internacional, no podía ignorar el contexto social y económico que se vivía. “Un enano no puede asumir responsabilidades hechas para gigantes”, había dicho el dirigente Alfonso Sénior, quien había logrado la sede para Colombia ocho años atrás, tanto que en el Estadio Santiago Bernabéu de Madrid, escenario de la final del Mundial de España 82, apareció el día del juego entre Italia y Alemania un mensaje en el tablero electrónico: “los esperamos en Colombia 86”.
Negarse con fundamentos
Dentro de algunos de los requisitos impuestos por la FIFA para que el Mundial de 1986 se jugara en Colombia se encontraban:
- Contar con un sistema de trenes y sistema ferroviario que conectara todas las sedes en donde se realizarían los partidos.
¿Se imaginan al presidente pensando ‘¿cómo le digo a la FIFA que los ferrocarriles en el país están empezando a morir?’.
- Estadios para 40.000, 60.000 y 80.000 aficionados.
Cómo sería la cara de Belisario diciéndose: ‘acá si mucho uno que otro pasa de 40.000 personas de aforo’ ahora para pensar en estadios de 60 u 80 mil personas…
- Rebajar todas las tarifas hoteleras para los directivos de la FIFA durante su estancia en el país.
- Admitir la circulación de monedas extranjeras y negar el peso nacional para los efectos del Mundial.
De otro lado, Colombia no contaba con los parámetros necesarios para brindar tranquilidad a un público masivo extranjero, teniendo en cuenta que cualquiera de los grupos armados hubiera podido aprovechar la oportunidad frente a los medios internacionales para reivindicar, anunciar su pensamiento político o desarrollar una acción militar que hiciera del Mundial un acontecimiento terrorista.
El profesor eafitense Adolfo Maya Salazar, magíster en Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, asegura que, en tal sentido, la renuncia tiene contexto y no es caprichosa. “La FIFA es una entidad privada, no pública. Es decir, el país tenía que estar sacrificado a nombre de los caprichos de unos privados, sacrificando lo público en un sentido real”.
La letra pequeña que pocos analizan
El docente considera que “el fútbol ocupa el lugar central como cortina de humo, puesto que consigue satisfacer las demandas en los consumos de imágenes, es decir, se convierte en un compensatorio ante las carencias y vacíos en términos de realización de los individuos en el mundo contemporáneo”. Si bien el presidente Betancur hubiera podido usar la actuación de Colombia como sede del Mundial de 1986 para “despistar” a los ciudadanos en temas como la violencia política de las guerrillas, la crisis económica, los diálogos para disolución de grupos armados y el narcotráfico, aceptar el ofrecimiento de la FIFA pudo haber significado la desestabilización social y la prolongación del conflicto armado.
Así mismo, teniendo en cuenta que para la década de los 80 el país no contaba con las obras de infraestructura necesarias para un evento de tal magnitud, el acceder a ser anfitrión del Mundial incurriría en la vergüenza de que posiblemente a Colombia se le hubiera quitado la responsabilidad de acoger el evento por falta de espacios y mala adecuación de estos. Como dijo el magíster en Ciencias Políticas “es mejor la rentable renuncia que la humillación histórica”.
Quedando Colombia sin Mundial, tocaba esperar a que, por lo menos, las construcciones de las que se carecieron se hicieran, pero desprender al país de la estructura mental ligada a las élites políticas y económicas tomaría más tiempo que levantar estadios. En conclusión, ni hubo Mundial ni obras, y tres años después de la renuncia, dos sucesos sacudieron a Colombia: la toma del Palacio de Justicia en Bogotá por parte del grupo guerrillero M-19 y la posterior toma a sangre y fuego por la Fuerza Pública; y la tragedia de Armero, cuando una avalancha causada por la explosión del volcán del Nevado del Ruiz dejó cerca de 25.000 muertos.
México acogió el Mundial y fue la gran Copa del Mundo de Diego Armando Maradona. El Estadio Azteca, de Ciudad de México, pasó a la historia como el escenario que tuvo a las dos más grandes figuras del fútbol: Pelé en 1970 y Maradona en 1986. Ni en lo futbolístico nos dio para participar en esa cita orbital, pero otra historia se contaría cuatro años después en Italia 90.