Colombia en los mundiales: más triunfos morales que reales
Juan Carlos Luján Sáenz
Ni recuerdo el clima, ni la fecha. Solo se me viene a la mente el mapa de Israel dibujado por doña Inés en tiza blanca, en aquel tablero verde y sucio. Sí sé que era 1989 y que la felicidad mía y de mis compañeros no se debía solo a que nos iban a dejar salir temprano, cosa extraña en el Liceo Francisco Restrepo Molina de Envigado, sino a la razón de ese permiso: el juego de Colombia en Tel Aviv ante Israel. Si empatábamos o ganábamos volvíamos a un Mundial de Fútbol después de casi treinta años de ausencias. “Miren dónde queda el país en el que va a jugar la Selección, está muy lejos de aquí, fue donde vivió Jesucristo”, explicó doña Inés, la profe de Sociales.
Yo pensaba que si Jesucristo era judío iba a ayudarle a los israelíes, pero también creía que si al pobre lo habían matado como decía en la Biblia, era obvio que nos iba a dar una mano a nosotros. No tengo clara la hora del partido, sé que se disputó en la mañana de Colombia. Solo recuerdo, a mis 13 años, que la imagen de televisión mostraba un juego en la noche, con un equipo azul claro que se nos iba encima mientras todos en la casa hacíamos fuerza y nos comíamos las uñas, aclarando que una grosería en aquella época significaba un chanclazo certero por parte de mi mamá. Y pitó el juez, y Jesucristo se puso la amarilla, y ese mediodía de finales de los años ochenta en Envigado, y en todo este país, se convirtió en una noticia buena en medio de la guerra que vivíamos como nación. “¡Volvimos a un Mundial!, ¡clasificamos a Italia 90!”, decían los periodistas en el radio en una transmisión que se extendió toda la tarde y que empató con los escasos noticieros de la noche.
Yo, como buen hincha del DIM, sabía poco de celebrar, por lo que aquel día me sentía extraño: era la primera vez que no terminaba triste con una actuación completa de un equipo al que le hacía fuerza.
Menos de un año después nos volvieron a dejar salir temprano: era el día que nos íbamos de vacaciones de mitad de año y coincidió, o creo que lo hicieron coincidir, con el inicio del Mundial de Italia, en el que Colombia era una de las cuatro selecciones de Suramérica junto a Brasil, Argentina y Uruguay. La inauguración fue un viernes y al sábado siguiente debutaban los nuestros, comandados por el gran “Pibe” Valderrama, ante una rara selección: dizque Emiratos Árabes Unidos, la que yo había buscado en el viejo atlas que mi papá nos había comprado a mi hermano y a mí para las tareas de Sociales. Partidazo y triunfazo para Colombia: 2-0 frente a los asiáticos. Mera alegría para un país tan maltrecho por la violencia de los narcos, quienes a la siguiente presentación de la Selección ante Yugoslavia nos recordaba que el “partido” ante ellos lo seguíamos perdiendo.
Hoy sabemos que perdimos 1-0 ante los yugoslavos, pero también que un bombazo en Medellín, creo que en el barrio El Poblado, significaba más muertos, más mutilados y más tristezas.
A los días, íbamos por Alemania Federal para poder llegar a segunda ronda. O mejor, los alemanes venían por nosotros: habían goleado a Yugoslavia y a Emiratos Árabes. Pero nada, el gol de Rincón al minuto 93 para ese 1-1 se cantó con rabia, con la voz de tantos muertos que no lo podían cantar. Así, “de los cinco centavitos pa´l peso” que dijo el comentarista Rouget Taborda en la transmisión de TV cuando los teutones nos metieron el 1-0 en el 88, pasamos al “Dios, ¡cómo te amo!” de Wbeimar Muñoz cuando Rincón “ordeñó”, como decíamos en el barrio, al arquero Illgner y empató el partido en uno de los goles más celebrados de la vida. ¡Y a segunda ronda!, a esperar al Camerún de Roger Milla, el que nos aterrizó con el gol que le metió al “Loco” René Higuita cuando este último recibió un balón con veneno afuera del área. Ese 2-1 ante los africanos nos mandó de vuelta a casa.
Y sí, mientras Escobar seguía metiendo bombazos, “Pacho” Maturana respondía con fútbol y con filosofía, propia de su sabiduría. ¡Qué más teníamos que el deporte en aquella oscuridad de país!
Del 5-0 a la muerte…
Era nuestra hora, y ese impulso futbolero nos llevó hasta Buenos Aires, donde el 5-0 ante Argentina en la eliminatoria rumbo a Estados Unidos 94 sirvió para, como lo dijo en la transmisión de Caracol Radio el periodista Hernán Peláez Restrepo, escribir la mejor página de nuestra historia futbolística con aplauso incluido del mismísimo Diego Armando Maradona en la cancha de River Plate. Clasificamos por segunda vez consecutiva a una Copa del Mundo y, en esa ocasión, con una marca encima: el “Rey” Pelé nos dio el rótulo de favoritos. Bueno, también nos “echó la sal” porque en la fase de preparación hasta nos “coronamos” campeones del mundo sin haber empezado la cita orbital. ¡Íbamos por la Copa! Menos no nos servía, no lo íbamos a permitir. ¿Perder con Rumania o con los novatos gringos? Jaaa, ¡respeten a ver! Pero, no nos respetaron ni rumanos ni norteamericanos. Los primeros nos pintaron la cara por 3-1 y los segundos nos acomodaron un 2-1. ¡Para la casa, perdedores! Un insulso 2-0 a Suiza nos supo a nada y nos devolvimos con el fracaso más estruendoso. ¡Perdedores, fracasados, vendepatrias!, les gritábamos por el TV a los jugadores, envueltos en amenazas y cientos de vilipendios de un país decepcionado.
La muerte también jugó para nosotros en ese Mundial. Andrés Escobar, nuestro defensa central y quien infortunadamente había marcado un autogol ante los Estados Unidos, fue asesinado en Medellín en uno de los actos de intolerancia más vergonzosos de nuestra historia y que, en parte, nos ha definido como sociedad: la incapacidad de resolver nuestros asuntos por la vía del respeto. Aún hoy, duele la muerte de un caballero de la envergadura de Andrés, jugador del Atlético Nacional y quien se disponía a viajar a Italia a enrolarse en el poderoso AC Milán de entonces. Hubo un minuto de silencio en los diferentes estadios gringos luego de este triste desenlace…
Se acabó la gasolina…
El impulso nos alcanzó hasta Francia 98. Luego de una eliminatoria irregular, ya en un sistema de todos contra todos, la Selección terminó tercera y con cupo directo para el Mundial galo, en el que nos correspondió enfrentar de nuevo a Rumania, a Túnez y a la Inglaterra de Beckham. Era la última Copa del Mundo de nuestra generación dorada, dirigida ya en propiedad por “Bolillo” Gómez. En la primera salida nos rajamos y caímos 1-0 ante una Rumania que nos adoptaba como “hijos” tras su segunda victoria frente a nosotros en dos mundiales consecutivos. Y claro, que no nos falte el escándalo: el de esta vez lo trajo el mismísimo “Tino” Asprilla cuando dijo que era una falta de respeto que lo sustituyeran en pleno partido: los jugadores tomaron la decisión y la figura nacional quedó por fuera del Mundial. En el segundo juego, un gol agónico de Léider Calimenio Preciado ante Túnez nos dejaba con algo de vida para ir a enfrentarnos a la favorita Inglaterra en la última fecha del grupo. Todo terminó con un 2-0 en contra que dejó llorando a Farid Mondragón, en una de las imágenes icónicas para Colombia de aquel Mundial, y a nosotros de vuelta a casa: era el fin de una era lo que se vivía en la ciudad de Lens. El último Mundial de Valderrama.
No fue gol de Yepes
Pasarían tres mundiales para volver a una cita orbital. El relevo vino con la generación de Radamel Falcao García, James Rodríguez, David Ospina y Juan Guillermo Cuadrado, encargada de ubicarnos de nuevo en el olimpo del fútbol. Dirigidos por el argentino José Pékerman, el cuadro cafetero se clasificó para el Mundial de Brasil 2014 en la segunda posición de la eliminatoria de la Conmebol con 30 puntos. Con esta antesala, miles de colombianos cruzaron la frontera y llenaron de amarillo los estadios brasileños en los que jugó la Selección: 3-0 ante Grecia, 2-1 a Costa de Marfil y 4-1 a Japón cerraron la más brillante primera ronda de un onceno cafetero en la máxima cita del fútbol mundial. En octavos nos medimos al Uruguay de Luis Suárez, quien quedó desafectado del Mundial después del mordisco que le propinó a un jugador italiano en la fase de grupos. Un 2-0 para la historia, con el gol más hermoso de aquella justa marcado por James Rodríguez, nos ilusionó de cara a los cuartos de final ante el local, la no muy estética Brasil dirigida por Scolari.
Llenos de optimismo y esperanza saltamos a enfrentar a Brasil en cuartos de final. La multitud que llenó el estadio de Fortaleza, más la camiseta “verdeamarela” de los anfitriones, parece que nos asustó bastante porque muy temprano nos vimos perdiendo y superados. En el segundo tiempo nos acomodaron el segundo y, finalmente, un penal marcado por James nos acercó al sueño del alargue o los penales. El supuesto gol de Mario Yepes que nos anularon y su posterior frase de batalla “Sí fue gol de Yepes”, popularizado hasta más no poder en toda Colombia, nos hizo creer durante vario tiempo que hubo fuerzas oscuras en el resultado. Pero en las imágenes de TV se ve claramente el fuera de juego previo, por lo que todo hay que decirlo: no fue gol de Yepes… Lo que sí fue real fue el gran momento de James Rodríguez: goleador de aquel Mundial con seis tantos, ¡goleador del Mundial!, y su paso al Real Madrid, en la que vistió la camiseta número 10 del mejor club del planeta en una temporada soñada.
Esta generación, liderada por James, nos permitió volver a un Mundial con la clasificación a Rusia 2018. Fuimos cuartos en la eliminatoria y de manera directa nos ubicábamos en la sexta Copa del Mundo de nuestra historia. Por primera vez, ya instalados en territorio ruso, avanzamos a una segunda ronda luego de perder en el primer partido: caímos 2-1 ante Japón para después propinarle una goleada 3-0 a Polonia y vencer 1-0 a Senegal. Pasamos a octavos donde nos esperaba Inglaterra, a quien enfrentaríamos de igual a igual… Bueno, eso creíamos. Pékerman no lo creyó y con un esquema amarrete y conservador salió a buscar un empate. Lo logramos sí, con el golazo de Mina en el último minuto con ese cabezazo certero, pero en penales la historia nos hizo una mueca y los que avanzaron fueron los ingleses: verdugos nuestros por segunda ocasión en una Copa del Mundo.
Un punto en la “prehistoria”
Ah, perdón. Sí, hubiera empezado por ahí, por supuesto. La “prehistoria” señala que nuestro primer mundial fue el de Chile 62, seis décadas atrás. Allá empezó nuestra seguidilla de triunfos morales con el 4-4 a la Unión Soviética, con el gol olímpico de Marquitos Coll a Lev Yashin, y al que luego se sumaría el 1-1 con Alemania en el 90. Por fuera no me dejen el supuesto gol de Yepes en 2014 y el 1-1 ante Inglaterra en 2018. En esa primera cita orbital también perdimos 2-1 con Uruguay y 5-0 con Yugoslavia. Normal para entonces con un fútbol aún en pañales y con los rivales a los que nos medimos: la excampeona del mundo, Uruguay; la campeona de Europa, Rusia; y la poderosa Yugoslavia nos exigieron como era en esa cita a la que clasificamos tras vencer en una serie de ida y vuelta a Perú por 2-1 (1-0 en Bogotá y 1-1 en Lima).
También pudimos jugar como anfitriones el Mundial de 1986, pero la situación social, económica y política; la falta de infraestructura y las exigencias de la Fifa hicieron que el presidente Belisario Betancur le levantara la “bandera del fuera de lugar” al mundo y le permitiera a México ser la sede de su segunda Copa del Mundo. “¡No había cómo, mono!”, como se dice en la esfera popular, y la mejor decisión fue renunciar antes de hacer un ridículo de marca mayor. Mi mamá decía: “mejor ponerse colorado un ratico que pálido toda la vida…”.
Sí, son más triunfos morales que reales. Lo que más nos acercamos fue a unos cuartos de final y aún, muchos de nosotros, creemos que Colombia puede ser, en algún momento del tiempo y del espacio en este o en otro universo, campeona del mundo, igual que pudieron existir los dragones, igual que los unicornios poblaron la Tierra o igual que el amor platónico del colegio algún día se nos iba a acercar a decirnos que estaba profundamente enamorada de nosotros… Seguramente también lo creen los peruanos, o los chilenos, o los costarricenses, o los rusos, o los belgas, o todos aquellos que creemos que esto, el fútbol, es la principal “religión” de este planeta.
No se equivocaba doña Inés, la profe de Sociales del Restrepo Molina cuando relacionaba el fútbol con Jesucristo. Algún día, el “DT” de los evangelios, se pondrá la amarilla y jugará por y para nosotros. Y que se tengan todos porque iremos por la Copa del Mundo. Amén…
Posdata: hoy por hoy, las que se pusieron la 10 fueron las peladas. La tienen puesta aún. Subcampeonas de América en mayores y del mundo en prejuvenil, las cafeteras le han dado un respiro al fútbol nacional tras la eliminación de los hombres de los mundiales en todas las categorías. Linda Caicedo es la segunda mejor jugadora del mundo y es mucho lo que prometen nuestras mujeres, estas colombianas que cuando tienen la amarilla encima juegan como las diosas…