Oso: mamífero plantígrado del orden de los carnívoros, de gran tamaño, cuerpo macizo, pelaje largo y abundante, cuello ancho, cabeza grande, orejas redondeadas, hocico alargado, cola pequeña, y patas cortas y gruesas con cinco dedos y fuertes garras; su andar es lento y pesado; hay varias especies.
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El Monstruo, como lo conocen los niños, fue profesor de educación física en Copacabana, Antioquia. Con 59 años ya ha tenido una larga trayectoria por varias instituciones educativas, incluso fundó y estaba a cargo del Hogar Infantil Colores, una guardería en su propia casa. Hasta hace poco los niños no decían nada, y los grandes no veían las señales, pero hoy los pequeños lo describen como un hombre malo, barrigón, feo, con barba y con la piel de un oso. Una mamá de una niña de 4 años, define al Monstruo así: “Gabriel*: un maestro de las metáforas en sus enseñanzas, hábil para cautivar a los niños y un genio para lograr que se guardaran los secretos”.
Quienes llevaban a sus hijos a la guardería eran precisamente los vecinos con los que había convivido por más de 10 años. Le tenía absoluta confianza, tanto que al principio fue imposible creer lo que se estaba pensando de ese “tipo”. Gabriel era el hombre que había entregado su casa a la “educación” de los niños y que era capaz de convertir las clases de números, en metáforas manipuladas del amor; las de ciencias naturales, en clases anatomía abominable; incluso las clases de pintura las convertía en una buena excusa para distorsionar el aprendizaje. Todo en manos de Gabriel, con la absoluta intención de moldear los niños a su antojo. Al principio, varias madres se negaban a creer y justificaban lo extraño con causas equivocadas, las marcas en la piel las confundían con picaduras de zancudo, y solo los cambios de ánimo en los niños dieron sentido a las pataletas, pues algunos de ellos ni siquiera han aprendido a hablar.
¿Qué sucede en la mente de una persona como Gabriel?
Según el sexólogo y escritor Michael C. Seto, la pedofilia es auto-descubierta y no elegida. Y aunque Gabriel encaja perfectamente en el estereotipo de un pedófilo: “un viejo gordo, feo y con piel de oso”, la verdad es que la gran mayoría de abusadores cometieron su primer acto violento antes de los 16 años. Este mito de abusador como un ogro y otros más son muy bien descritos por Robert Weiss, terapeuta especializado en compulsiones sexuales en su conferencia Sex addiction vs Offending. Una de las conclusiones de Weiss es que la mayoría de los abusadores no parecen monstruos, de hecho, la mayoría son ciudadanos que cumplen la ley, vecinos intachables sin antecedentes legales.
Gabriel ya casi alcanza los 60 años y hasta el momento existe el testimonio de 13 niños abusados en su propia guardería. Un número alarmante, pero que solo deja la sospecha de que existen muchos casos más sin denunciar. Un día antes de que comenzara la cuarentena nacional obligatoria por el coronavirus (24 de marzo), Gabriel recibió la Fiscalía por acceso carnal violento. Hoy está a la espera de una condena.
¿Qué le espera?
Según María Mercedes García, psicóloga con experiencia de trabajo en cárceles de la región, como El Pedregal de Medellín y La Paz de Itagüí: “La convivencia en las cárceles es generalmente tranquila, cada patio tiene un combo y no se mezclan entre los que son enemigos, buscando que haya armonía dentro del sitio. Quienes entran por actos de abuso sexual con menores de catorce años, intentan esconder cuál fue el delito que cometieron, les da pena y miedo, porque en muchos casos son agredidos físicamente, en ocasiones apuñalados. La mayoría de abusadores a menores se encuentran en el patio de la tercera edad, y quienes entran a los patios normales simplemente no dicen por cuál delito están y el INPEC trata de ser muy discreto con eso”.
Aunque María Mercedes menciona casos de linchamiento dentro de las cárceles a los abusadores de menores, paradójicamente, hay reclusos que pagan para ingresar menores y seguir complaciendo sus fetiches ilegales. Jorge Mario Tamayo, cirujano y especialista en psiquiatría, denunció la situación hace un par de años, durante una conferencia en el Concejo de Medellín: “Sé, de buenas fuentes, de alguien del mismo Instituto de Medicina Legal, que hay un tráfico de niños y menores de edad en las cárceles de Colombia, ni siquiera estando encarcelados están lejos de seguir cometiendo actos de pedofilia (…) Esta condición no tiene cura, un pedófilo lo es para el resto de su vida, y va a seguir vulnerando los derechos de los niños por el resto de su vida, ni siquiera la vejez disminuye este tipo de comportamientos”.
El Monstruo Gabriel tocaba a los niños y les decía: “Los animales se desvisten” y con sus palabras distorsionaba el significado de la palabra naturaleza, de la palabra beso, de la palabra piel, de la palabra amor. “Mi hijo se despertaba a media noche gritando: ‘¡Mamá, mamá, tengo miedo, no quiero ir a la guardería!”. Madre de la guardería.
Los mensajes y comportamientos de los niños eran implícitos, poco entendidos por los adultos, pero cobraron sentido en el momento en que todo se destapó. Llegó el día en el que una de las menores se rehusó a ir a ese hogar infantil, no quería repetir ninguna de las clases en las que le hacían daño, y aunque no entendía del todo lo que el Monstruo le hacía, sí sabía que no quería volver a ese lugar, a la “casa del terror”, como ella la describe.
Gabriel quedó con los calzones abajo cuando la niña decidió contar y negarse a regresar a la guardería, los testimonios empezaron a salir a flote, los niños comenzaron a retratar un perfil macabro que nadie sospechaba, el lado oscuro de un profesor querido y respetado por los vecinos. Gabriel no pudo escapar, el Monstruo espera un juicio tras las rejas. Sin embargo, hay un dolor que queda suelto, que no tiene ley ni justicia evidente. Esta no es una historia con final feliz ¿Qué queda por hacer? ¿Cómo será la vida en adelante para quienes fueron abusados?