Partida por un virus

Autoras Julieth Vanessa Ruiz Cañaveral y Valentina Martínez Salazar

La enfermera que venció el miedo por amor a su vocación

 
 
 
 
 

Una sonrisa muestra sus dientes grandes y blancos, que transmiten alegría, pero a la hora de trabajar, Marly Quintero, enfermera de la Clínica las Vegas, los esconde bajo la mascarilla y el tapabocas. Sin mencionar los demás elementos de protección personal que debe utilizar por estos días de pandemia y que le cubren el resto del cuerpo. Su amable voz y simpatía le hacen mérito a su labor. Es una mujer de estatura media, cabello negro, lacio y corto, de contextura gruesa y piel trigueña. Una enfermera de ojos expresivos que, a pesar de la situación caótica que se vive en las instituciones de salud, no han perdido su brillo. Ella, como muchos otros empleados de esta área, ha tenido que darle la cara a la crisis mundial desde su labor y sufrir sus impactos personalmente.

“Colombia confirma su primer caso de COVID-19”. Así titulaba el primer boletín que emitió el Ministerio de Salud el pasado seis de marzo. El coronavirus sorprendió al mundo entero. Desde entonces ha sido un reto que ha puesto a prueba las capacidades hospitalarias y las prioridades de los gobiernos, ha revelado la precariedad del sistema de salud y ha despertado la angustia de los trabajadores de la salud, quienes con sus reacciones y decisiones inmediatas se convirtieron en el personal de primera línea en la batalla contra la pandemia.

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Marly no deja de ser una persona sintiente y su parte emocional se puede ver afectada. Su cabeza y corazón se cargan con los casos difíciles de sus pacientes; y aunque es sumamente responsable y consciente de la importancia del autocuidado, estuvo en riesgo y aislada 15 días por un cerco epidemiológico, pues se sospechaba que era positivo para COVID-19. Una situación de estrés, confusión y angustia para ella y el resto de su familia.

Juega un papel muy importante dentro de su núcleo familiar. Sebastián Muñoz, su novio, resalta en ella su nobleza y gran corazón, entregada y comprometida con su labor. Es su compañera de aventuras y su consejera. Además, Jonathan, su hermano, recalca el amor que ella siente por su familia y agradece por la hermosa labor que desempeña con pasión y profesionalismo.

Es alegría, amor y dedicación, y la razón de ser de la vida de su padre, Jesús Everardo Quintero, quien la destaca como el eje de la familia. Él, junto con su hija, son el motor diario para hacer las cosas bien y Marly ve en ellos el mayor tesoro. Al enfrentarse a la presencia del virus siente un gran miedo, ya que desde su labor y su vocación se ve expuesta al contagio, lo que puede poner en peligro a esos seres queridos que tanto ama. Y ha llegado al punto de que la situación amenace su profesión. Sin embargo, se sacrifica para así aportar todo de sí para ayudar a superar la pandemia.

Su padre, de 63 años, tiene antecedentes coronarios. El temor a causarle daño es tan grande, que ha sacrificado sus abrazos, sus mimos, el tiempo con él, una comida en familia, todos sentados en la mesa. De la misma forma, siente miedo por su hija. De ellos se mantiene aislada, se ha tenido que adaptar al cambio cumpliendo con los protocolos necesarios.

“Tratamos de mantener todo limpio en la casa, bañarnos siempre que venimos de la calle, lavar la ropa inmediatamente, el uso constante del tapabocas y procurar el distanciamiento. Al ingresar a casa, después de un turno, me quito mi ropa, me baño y me desinfecto antes de tener contacto en el interior”, cuenta Marly. Ver morir tantas personas, ver sufrir a otros y todo lo que en un ambiente hospitalario se vive en estos momentos de crisis, marcan su vida con experiencias dolorosas. Ella ha entendido que el virus separa, se lleva lo más querido. Así lo vivió de primera mano con sus pacientes, una pareja de abuelos de 82 años. “Ellos se ganaron mi admiración y cariño. Los dos estaban solos, sin más familia, angustiados, y con toda la fuerza puesta en su recuperación. Sin embargo, la mujer se complicó mucho, el esposo solo velaba por ella, trataba de cuidarla. En la clínica hicimos lo que pudimos para ayudarla y sacarla de esto, pero falleció. Ese hombre me partió el corazón, su esposa se fue y él quedó medio y, más aún, solo”, agrega Marly

Este caso en particular la conmovió mucho, pensó en su familia y lo relacionó inmediatamente con la muerte de su madre, Adriana Echavarría, quién falleció hace un año a causa de un cáncer. Una situación que como familia tuvieron que afrontar y aprender a sobrellevar. De ella heredó ese gran corazón, ese amor y entrega por lo que hace. En la historia de ese paciente de 82 años pudo ver a su padre reflejado, en medio de la tristeza y la angustia cuando aquel suceso trágico llegó a la puerta de su hogar.Con sus años de experiencia desempeñándose como enfermera, Marly nunca se imaginó enfrentar una situación de esta magnitud. Nunca se imaginó tener que enfrentar una pandemia y estar en medio de las dos cosas que más ama. Aun así, llena de miedo, estrés e incertidumbre y con el cansancio en su cuerpo por los turnos que parecieran no tener final, se cubre con sus elementos de protección y se llena de valentía para volver día tras día a cumplir con su labor y velar por cada paciente en la Clínica Las Vegas.

Estas situaciones de crisis nos enfrentan y nos ponen a todos en un mismo lugar. La pandemia no escoge ni raza, ni sexo, ni nivel económico. En el caso de Marly, esta coyuntura, aunque no ha sido fácil, le dejó una lección valiosa: muchas personas como ella tuvieron que llegar a niveles extremos para valorar la vida, la salud y así darse cuenta de que es lo más importante que tenemos. “La vida nos ha cambiado a todos en muchos aspectos, nos alejamos de los que amamos por cuidarlos, modificamos hábitos, nos adaptamos a ‘nuevas normalidades’, conocimos nuevas cosas y les dimos importancia a momentos y situaciones que siempre hemos tenido y no apreciábamos. Sin embargo, al mismo tiempo, he aprendido a comunicarme con mi interior en momentos de soledad y encierro”, concluye Marly.