Por: Daniela Medina y Paula Tamayo
Si a la palabra “resiliencia” le agregaran un sinónimo, sin duda para este caso sería “Milena”. A las 4:30 a.m. se apaga la alarma de Milena Valencia. Sus ojos café oscuro se abren de par en par y se prepara para empezar el día “echándose” una bendición y caminando hacia el cuarto de su hijo para revisar que esté bien. Milena tiene esta misma rutina desde hace 17 años que nació Daniel. Y ha seguido con ella incluso cuando dormía en cuartos alquilados, o cuando una de sus exparejas la amenazó con asesinarla antes de dormir, o cuando en esta pandemia pensó que no iba a ser capaz de seguir más.
La historia de Milena parece ser una montaña rusa que da mil vueltas y no sabe cuando parará. A su padre nunca lo conoció y su madre murió por culpa de un cáncer cuando la pequeña tenía tan solo 15 años. Su abuela la acogió y le enseñó a trabajar por sus sueños desde esta edad. Todos los días, después del colegio, Milena se sentaba en un banquito de madera y comenzaba a coser lo que estaba pendiente en el trabajo de su abuela costurera. Así creció durante bastantes años hasta que su rutina cambio por Andrés, el hombre que ella pensó era el gran amor de su vida.
A Andrés Quintero lo conoció en su barrio natal, Guayabal. Él con 18 años y ella 16, empezaron una relación que ella recuerda como si hubiera sido “de película”. “Él me llevaba a comer helado, al parquesito, y me decía que era muy bonita. Yo me sentía enamorada, quería pasar todos mis días a su lado”. Pero todo esto cambió cuando después de 4 meses de relación Milena se realizó una prueba de embarazo a las 3 a.m. escondida en el baño de su casa. Dos rayas que marcaban positivo era lo único que podía ver en ese momento.
De Andrés no volvió a saber mucho, no quiso verla después de que ella pronunciara con voz temerosa pero entusiasmada “estoy embarazada”. No estuvo cuando debía ir a la clínica a hacerse los controles y mucho menos cuando Daniel respiró por primera vez por fuera del vientre de su madre. A él tampoco podía pedirle ningún apoyo económico, el joven gastaba su poco dinero en drogas y bebida, y en sus planes definitivamente no contemplaba comenzar una familia. Sin embargo, para Milena, su hijo se convirtió en su mayor inspiración. Desprendió de ella un amor que no tenía ni idea que podía sentir y se prometió a ella misma nunca dejar de luchar por su pequeño.
En su adolescencia, y siendo madre soltera, el consejo que más escuchaba por parte de sus conocidos era “mija, consígase un hombre que la quiera y le ayude un poquito con Daniel por ahí derecho. No lo vaya a dejar sin papá como se quedó usted”. Y estas palabras sí que resonaban en su cabeza. Siendo una mujer sonriente, con curvas, pelo largo y muy coqueta, Milena empezó a interesarse en qué podía hacer para verse “más linda”. Ahí comenzó su pasión por todo lo relacionado a belleza y a sus 20 años inició trabajando en salones pequeños.
Las uñas eran su fuerte, y su pasión. Se veían como pequeñas obras de arte. Así que, decidió entrar a la Escuela de Belleza Mariela para convertirse en una verdadera manicurista. Ese, después de tener a Daniel, era sin duda el logro más grande de su vida. Se graduó después de dos años, lista para ocupar los puestos de esos grandes manicuristas o peluqueros que tanto admiraba.
Su último salón fue Glow Nails, ubicado en el barrio El Poblado. Era la manicurista estrella. Su agenda tenia nombres anotados uno tras otro y todos salían con una sonrisa después de ser tocados por las maravillosas manos de esta mujer. Su hijo estaba a punto de graduarse del colegio, tenía una pareja estable, era como si la montaña rusa de su vida se hubiera quedado estancada arriba, en la cima. Hasta que llegó lo que, en un segundo, sin ni siquiera dejar que ella se preparara para el pánico cómo pasa en los parques de diversiones, su vagón descendió a la velocidad de la luz.
En marzo Glow Nails cerró temporalmente. Era imposible atender clientes en medio de una pandemia, y era igual de difícil ver un sueldo reflejado en los meses que estaban por venir. “Niñas, yo lo siento mucho pero no puedo pagarles bien. O les pago, o cierro esto”, les dijo la propietaria de Glow.
Dos días después, una tarde después de ir a recoger sus cosas al salón, llegó a casa y faltaba algo, o más bien, alguien. Fabio, su novio, su “este si es”, se había marchado. La noche anterior habían tenido una discusión fuerte. El estrés de la situación mundial los había alcanzado hasta lograr destruir lo que ella consideraba su familia completa. “Esta bien, esto yo ya lo viví. Somos Daniel y yo, y futuro es lo que nos queda”, se repetía una y otra vez.
La calma, o esta motivación, se empezó a esfumar cuando los alimentos de su nevera hicieron lo mismo. Así que, tomó una decisión dura pero necesaria: trabajar. Trabajar cuando sabía que lo que iba a hacer estaba totalmente prohibido. Milena comenzó a escribirle a sus clientas, y muchas, para sorpresa de ella, aceptaban la visita a sus casas. Cada día salía a ganarse lo que podía y llegaba a su casa siguiendo casi los mismos protocolos que un médico de cuidados intensivos en época de covid-19. Retiraba sus prendas en la entrada, dejaba sus maletas en la puerta para desinfectar y corría a la ducha. No importa que cansada estuviera, siempre hacía lo mismo, y después pasaba 1 hora y media desinfectando sus utensilios de trabajo. “Yo no me quiero infectar. No quiero infectar a mi hijo. Además, me tocaría parar 15 días. ¿15 días sin un peso? Eso es muy difícil” Incluso, en tres ocasiones las autoridades la pararon en la vía por violar la cuarentena. Ella, con lagrimas en los ojos, les explicaba su situación, y por fortuna en ninguna recibió una multa.
Sus clientas son su segunda familia. Milena es una mujer que se encarga de llevar esa normalidad que ya no esta y que no se sabe cuando volverá a las casas de quienes la contratan. Con sus historias cautiva y es muchas veces psicóloga personal de las niñas a las que atiende. Tal vez, más que un arreglo de uñas, pies o pelo, Milena representa ese contacto social que nadie quiere perder, y todos buscan, aunque eso signifique incluso violar normas de bioseguridad.
Hoy Milena no quiere volver a al salón, aunque pueda. Sus clientes más fieles siguen a su lado, e incluso su hijo le creó un perfil en Instagram para que la conozcan más. Milena incursiona en lo que le piden, no se rinde, no se cansa, no se agota, o por lo menos, no lo muestra. “En este momento las uñas siguen siendo mi pasión y mi fuerte, pero a muchas clientas les estoy arreglando su pelo y hasta he sido la decoradora de 2 fiestas, pequeñas, pero quedaron muy bonitas”
El futuro de Milena es incierto, pero lo que tiene por seguro, es que sea lo que se presente en su vida, buscará la forma una y otra vez de salir adelante demostrándose a si misma que puede con todo, y que, a pesar de las adversidades, siempre tendrá una sonrisa para ofrecer. Milena pinta sus sueños, y cuando los cumple terminan siendo la mayor obra de arte que pueda existir.
Especial realizado por los estudiantes del Énfasis en periodismo digital del pregrado en Comunicación Social.
2020 / 2