Cientos de talleres mecánicos, especialmente automotrices conforman el paisaje de Barrio Triste, sector popular del centro de Medellín. En este mundo tradicionalmente masculino se encuentran algunas mujeres mecánicas que, aunque quieran camuflarse entre los hombres, destacan en medio de estas calles negras con piezas metálicas fundidas en el asfalto.
El barrio ubicado entre la Avenida del Ferrocarril y la Avenida del Río, y entre la calle San Juan y la calle Colombia tiene un nombre muy peculiar. Y aunque no se sabe con exactitud por qué se llama así, algunos especulan que es por un francés de apellido Trieste que era propietario de muchas tierras allí.
Otros afirman que lo llamaron así por todos los hombres que habitaban en esta zona con sus corazones rotos por ver a sus amadas con otros. Pero entre todos los rumores, en la actualidad, este barrio tiene todo menos tristeza.
Muchos siguen pensando que una mujer no tiene las capacidades físicas para levantar un motor, tirarse en el piso a revisar un chasis o si quiera cambiar una llanta. Sin embargo, las mecánicas de Barrio Triste, que llegan a ser casi diez, han cambiado por completo esa idea.
La mayoría llegó a la zona haciendo otros oficios y de tanto observar a quienes eran sus
clientes, los mecánicos, empezaron a aprender de la profesión de manera empírica.

Llegó hace 40 años vendiendo tintos, poco a poco empezó en el oficio y ahora tiene su clientela propia no solo en la ciudad sino en diferentes pueblos del departamento. En medio de las ruidosas calles, donde se mezclan los vallenatos con los gritos, La Tía es reconocida por la calidad de su trabajo y sus productos, tanto así que para los hombres del sector es competencia.
Luego de 40 años de llegar todos los días a las seis de la mañana e irse a las seis de la tarde, no se cansa de estar allí, y sus horas más tristes son cuando no está en el barrio. Dice que cuando se va a su casa está pensando en que amanezca otra vez para volver.
“Lo mío, desde que tengo conocimiento, siempre ha sido la calle. Yo no sirvo para estar encerrada”, afirma La Tía, quien no cambiaría su oficio por nada en el mundo.
“Yo ando más que un carro”, dice La Tía, quien hace todo lo posible para satisfacer a sus clientes.
La Tía, quien maneja todo tipo de repuestos, originales y homologados, prioriza la felicidad de sus clientes. Y no solo gana ella, sino varias mujeres con quien forma alianzas para hacer su trabajo. En Barrio Triste no son competencia, son apoyo, se cuidan entre ellas y se ayudan como si fueran familia. “Esta es la casa de uno, toda la vida”.
Ella, a la que una vez le llamaron “la dueña de Barrio Triste”, conoce a casi todas las mujeres que han llegado a lo largo de los años y que, como le pasó en su juventud, fueron aprendiendo y amando un trabajo que requiere la “berraquera” que ellas tienen.
“La mona”, “La chiqui” y demás apodos se escuchan por las calles del barrio para referirse a las mujeres que llevan ese glamour único compuesto de grasa y tornillos, y que pareciera que no descansaran.
Incluso fue imposible hablar con algunas debido a la cantidad de trabajo que tenían, y con otras debido al miedo que les generaba perder tiempo de trabajo.
“Ese cucho es muy regañón”, afirma una señalando al dueño del taller, demostrando las relaciones de poder que persisten en la sociedad y en los talleres de esta peculiar zona.

En Barrio Triste tradicionalmente los hombres han atendido los talleres y las mujeres se han encargado de vender alimentos como tinto, jugos y fritos en puestos informales.
Algunas de estas mujeres pasan de estos oficios a la mecánica automotriz. Es el caso de Paula Andrea Taborda, quién empezó vendiendo bolsas de basuras, pero que de tanto ver los arreglos, modificaciones y cambios que se le hacían a los carros, fue aprendiendo sobre la labor, y ya lleva 20 años trabajando como mecánica.
Su especialidad son los vehículos grandes: buses, camiones y tractomulas, principalmente lo que tiene que ver con muelles, troques y bastidores.
Lo hace junto a Saúl Arcángel Zapata, su esposo, a quien también conoció en los talleres mientras aprendía del oficio. Paula encontró en este barrio su vocación y el amor, expresa que el trabajo es duro y que empezar fue lo más difícil, ya que es muy pesado para las mujeres. Pero que es a lo que está acostumbrada y le gusta: “Todos los clientes me felicitan, me dicen que soy muy berraca”.
Todas concuerdan en que cuando empezaron a trabajar había pocas mujeres desempeñándose en este oficio, y que cada vez se ven más dedicándose a “meterse debajo de los carros”. Incluso en un trabajo donde la fuerza física es fundamental,
tal vez su “berraquera”sea la clave para reducir las desigualdades que todavía persiste para ellas hasta el día hoy.