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La tienda de Mary Triny

Texto y fotos Yoharlys Pulgarín

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Entre risas, amigos y cervezas se regocijaba el hombre que acababa de entregarle un billete falso a Trinidad Cano, la dueña del restaurante. La mujer de aretes en forma de cereza, una falda plisada y cabellos blancos recuerda con dignidad el momento en el que un conductor que frecuentaba su antiguo restaurante intentó engañarla. 

—En ese momento yo estaba recogiendo plata para pagar unas gaseosas, pero él me entregó un billete falso de 20.000 pesos —relata la mujer, diecisiete años después, con una sonrisa.

Aquel día, Trinidad estaba ocupada organizando el inventario de su restaurante cuando el hombre llegó a cambiar un billete de 20.000 por monedas para jugar en las tragamonedas. Sin fijarse en el billete, la mujer hizo el cambió y se lo entregó. En el momento que iba ponerlo en la caja se dio cuenta que era falso, así que llamó al cliente para avisarle sobre el problema.

—Ah, ah, yo se lo acabé de dar bueno —replicó el hombre, a lo que la mujer insistió de nuevo—. El billete que le di no está falso, quién sabe quién se lo metió.

Trinidad no tuvo más remedio que dejar la conversación ahí.

“Si saca premio, tiene que cambiar las monedas por billetes y ahí se lo devuelvo”, pensó. Sin embargo, el hombre nunca se acercó a la caja de nuevo, ya que guardó las monedas en una bolsita al lado del bolsillo de derecho de su pantalón.

La mujer lo observaba enojada, mientras atendía y despachaba a otros clientes. En aquel entonces, su situación económica era muy regular, por lo que ese billete creaba un hueco en su bolsillo que no podía dejar pasar.

Trinidad Cano preparando un jugo de borojó en su tienda.

Cuando terminó de atender a los demás, vio como el hombre conversaba alegremente con otros compañeros del trabajo sin ningún remordimiento en frente de su negocio. Y no segura si fue por valentía o por enojo, se plantó frente a él.

—Ve, hijueputa. Esos 20.000 pesos son míos porque estos son los tuyos —le gritó, mostrándole el billete.

—¡Ay! ¿Cómo así?  —respondió, atónito.

—¡Sí! —vociferó al encuellarlo.

Los demás conductores, quienes conocían a Trinidad desde hace tiempo y eran clientes habituales, también se asustaron al ver la situación, sin entender lo que sucedía.

—Me entregás las monedas —le ordenó, enfurecida.

—Trini, ¿qué pasó? —intervino uno de los conductores.

—Este hijueputa que me va robar los 20.000 pesos cuando medio un billete falso —explicó sin soltar al susodicho.

En ese momento la mujer del hombre trató de abogar por él, pero Trinidad la detuvo de inmediato y se lo llevó para el negocio de ella todavía encuellado.

Allí, el hombre no tuvo más remedio que entregarle las monedas y recibir el billete con el que intentó estafarla, sin imaginarse que, al ser expuesto ante sus compañeros de trabajo, perdería el empleo y nunca más podría volver a ese restaurante.

Amiga, amante y esposa

María Trinidad Cano había nacido en Hispania, Antioquia, un municipio a tres horas al sur de Medellín. Sin embargo, ella y sus siete hermanas crecieron en la ciudad rodeada por un paisaje de montañas.

De su infancia no tiene gratos recuerdos, pues su padre era un alcohólico, machista y mujeriego que siempre maltrataba a su madre. Y fue de esta experiencia que aprendió que no quería en su vida a un hombre que no supiera valorarla.

Con esa determinación, se enamoró y se divorció del hombre con quien tuvo su única hija porque, según afirma:

 “Es mejor ser amiga, novia y amante, que esposa y señora”.

No sabes que ser señora implica mercado, plancha y cocina

tener casa ordenada, niños enfermos, ni medicina

ser amante significa ser el amor, siempre acicalada

y disfruta lo prohibido entre copas, cenas y carcajadas.

Tal y como lo revela Oswaldo y su Grupo Coco en la canción “Esposa o amante”, el rol de una mujer comprometida en muchas ocasiones suele tornarse en una vida desalentadora para ella.

Por eso, Trinidad se conmueve al saber que, hoy en día, las mujeres ya no tienen que depender de ningún hombre, que pueden planificar por su cuenta y disfrutar de su sexualidad sin culpa.

—Pero eso sí —advierte seria— que no se llenen de hijos porque los hijos en los pobres, Dios me perdone, son un estorbo.

Por ello, le aconsejó a su nieta cómo cuidarse, le habló sobre el sexo y la responsabilidad que conlleva y como resultado de esas conversaciones, se ganó el respeto y la confianza de la mujer que hoy ejerce en la profesión de psicología.

“Si usted quiere progresar en la vida, salir adelante, quererse usted y responder por usted, no traiga hijos al mundo”, le dijo.

Venta de un jugo de maracuyá y gaseosas a los trabajadores de la universidad EAFIT.

Desde su experiencia, la familia y el rol que tiene la mujer en ella es un tema bastante complejo, ya que afirma que la romanización excesiva de la maternidad muchas veces invisibiliza cuán duro puede ser y las necesidades que rodean esta tarea, como lo es la dificultad de conseguir y mantener un trabajo cuando la mujer se convierte en madre soltera.

Desde la música y restaurantes a una tienda

Trinidad empezó a trabajar desde los doce años como mesera en el restaurante La Gran Avenida en el centro de la ciudad. Luego cocinó para 50 trabajadores en una finca e incluso llegó a vender música en casete por las calles de Belén Las Violetas, Belén Aguas Frías y Belén San Bernardo, cuando sus propios emprendimientos no marchaban bien.

—De lo que me pidieran les vendía —dice con una sonrisa—: Darío Gómez, Luis Alberto Posada, el Charrito Negro… eso estaba de moda, ¡en apogeo!

También vendía tangos, boleros y salsa, géneros que hasta la fecha son sus favoritos y la acompañan en su tiempo libre cuando escucha Estrella Estéreo y Bésame.

Y, en otras ocasiones, prefiere llenarse de los paisajes del Eje Cafetero que transmiten en Teleantioquia, ya que lo que más le gusta es viajar a otras regiones del país, como lo hizo en su juventud, cuando visitó San Andrés, Playa Blanca y Bahía Solano.

—Yo nunca me he quedado quieta, yo siempre he trabajo —dice mientras prepara un jugo de maracuyá en leche para una mujer y su hija.

Trinidad trabaja a las afueras de la salida de ingenierías de la Universidad EAFIT en un quiosco que lleva su nombre y el de todos sus restaurantes: Mary Triny.

Allí, en un pequeño compartimento de aluminio de casi dos metros y medio de ancho por un poco más de un metro de profundidad, ofrece a los transeúntes, universitarios y usuarios de EPS todo tipo de pasabocas y mecatos desde el año 2020.

En la mañana abre su tienda a partir de las 8:00 a.m. lista para vender cereal de granola, frutas, un kumis a las chicas que quieren un refrigerio ligero. También tiene a su disposición tortas de chocolate, empanadas, pasteles de arequipe, gaseosas y jugos naturales de mora, banano, mango, fresa, guanábana, borojó e incluso milo. Lo especial de estos últimos es que al comprar un jugo por $5.000 obtienes un vaso grande y en la licuadora queda tu segunda porción.    

En caso de que llueva también tiene preparado varios impermeables de colores por si algún estudiante necesita comprarlo. Sin embargo, cuando la lluvia es muy fuerte, debe cerrar sus puertas para evitar que se dañen los alimentos.

Si lo que el cliente necesita es agua, un tinto, dulces o cigarrillos, doña Trinidad lo tiene en su tienda pero, eso sí, no vende sopas y si el cliente quiere una, ella sabe dónde puede conseguirla.

Esta mujer que ha pasado al lado de la universidad, quizá sin que muchos la conozcan, atiende con gentileza a quienes piden direcciones hacia el consultorio Jurídico o alguna EPS con una sonrisa en el rostro y una mirada amable.

Y, aunque ya no vende casetes y todavía llueve, Trinidad se siente cómoda en su pequeña tienda, donde las personas vienen y van, esperando a su próximo cliente.

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